viernes, 11 de mayo de 2012

El biógrafo de Vargas Llosa

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Una entrevista, por Orlando Mazeyra Guillén (*)


Juan José Armas Marcelo (España, 1946), escritor y periodista experto en la obra de Mario Vargas Llosa, además de amigo muy cercano del novelista arequipeño y uno de sus más reputados biógrafos. Entrevista realizada vía electrónica desde el Perú cuando Armas Marcelo estaba de paso por Manhattan, Nueva York.

Flaubert le describe, en una carta, a Turguéniev su propia «civilización del espectáculo», el 13 de noviembre de 1872: «Nunca los ideales del espíritu han contado menos. Nunca el odio hacia todo lo grande, el desprecio hacia la Belleza, la execración de la literatura, en fin, ha sido tan manifiesto. (…) 1870 ha vuelto loca, imbécil o violenta a mucha gente.» ¿No cree que con su último libro, Mario Vargas Llosa, emula a su maestro?

Vargas Llosa, para nadie es un secreto a estas alturas, lleva buscando a Flaubert toda su vida. Lo que a mi entender sucede es que, en muchas ocasiones, encuentra a Balzac antes que a Flaubert; y en otras ocasiones aparece Victor Hugo, ¿no es verdad? Esa carta de Flaubert a Turguéniev, bueno, es un detalle más para la interpretación. He leído algunas críticas a La civilización del espectáculo que rechazan ese texto como crítica a la sociedad de hoy y al bochornoso altar del star system. Bueno, hay criterios para todo, pero es un hecho que la vulgaridad y la mediocridad se han hecho cargo de una representación y una autoridad de la que realmente, ética y estéticamente, carecen. Los medios informativos, sobre todo los audiovisuales, son en gran parte responsables y evitan, en todo lo posible, dar margaritas a los cerdos, que ya se sabe lo que comen y dónde comen, ¿verdad? Se puede o no estar de acuerdo con la crítica de Vargas Llosa, pero no se le puede negar su oportunidad en un mundo medio dormido. Que tenga, también este ensayo, influencia o no de Flaubert, ya carece de importancia para mí, sabiendo que Vargas Llosa, en su método de trabajo y en todo lo demás que tenga que ver con la literatura, es un flaubertiano empecinado.

Usted, como un exhaustivo investigador de la vida y obra de Mario Vargas Llosa, qué piensa de esa distancia que tuvo hasta el final con su padre, he leído en algunos textos que Ernesto Vargas Maldonado, terminó como portero en un edificio en Pasadena (California), ¿esto, al autor de La Casa Verde, le era totalmente indiferente?

—Creo que era portero de una sinagoga, pero no me informé nunca cerca de Vargas Llosa por este asunto. Sé, de eso sí hemos hablado muchas veces, que jamás perdonó a su padre. Cuando se publicó la noticia de la muerte de Ernesto Vargas Maldonado, yo lo llamé a Lima desolado. Era noche en Lima, y mañana en Madrid, donde yo estaba. Bueno, me contestó al teléfono, me dijo que, en realidad, no estaba muy afectado y que eran las cosas de la vida. No es que yo me hubiera olvidado de la distancia enorme que se había abierto entre su padre y Vargas Llosa, pero así eran las cosas. Creo que, al final, a Mario le era indiferente el destino vital de su padre; otra cosa era lo que Mario sentía por Dorita, su madre, ahí sí que está la memoria de Mario y todos sus sentimientos domésticos; pero con su padre, nada de nada, no hubo nunca ni vuelta atrás, ni paz ni reconciliación. Creo que toda esta situación continúa ya irresolublemente. Durante las ceremonias del Nobel le pregunté, en Estocolmo, qué es lo que hubiera pensado su padre. «Nada, no hubiera entendido nada. Se mostraría perplejo y muy molesto...», me contestó con una sonrisa. Yo pienso lo mismo, que no hubiera entendido nada, pero en su fuero interno Ernesto Vargas Maldonado se sentiría orgulloso de la aventura vital de su hijo, de su tenacidad, de su obstinación en el trabajo, de su triunfo social, de su gloria literaria; aunque, efectivamente, no hubiera entendido nada de lo sucedido. Creo que en Ernesto Vargas Maldonado hay un personaje de novela que se va repartiendo en detalles y episodios a lo largo y ancho de la novelística del Nobel peruano. ¿Ves? Ahí hay un gran tema para un doctorado, si es que ya no se ha hecho.


En La fiesta del Chivo, entiendo que ese disfraz de Urania (otro sexo) le acomoda bien para volcar todas sus revanchas para con el padre que lo hizo tan infeliz y le robó el paraíso. Esa novela habla también del más atroz tirano de su vida: Ernesto Vargas y con quien nunca pudo ni siquiera firmar una tregua…

—Puede ser. Georges Bataille está escondido en cualquier esquina de la escritura de cualquier escritor, mucho más en Vargas Llosa. En esa gran novela arrastra a «Cerebrito» por los suelos, seguro que tiene que ver con lo que llama ajuste de cuentas. Pero, hombre, toda literatura, sobre todo la poesía, es un ajuste de cuentas, y el que lo niegue va de culo o es un hipócrita. En cuanto a Mario, creo que la novela del Chivo es su gran regreso a la literatura narrativa tras las elecciones felizmente perdidas para él contra ese gamberro que es Alberto Fujimori. Y luego dicen que el pueblo soberano no se equivoca cuando vota. Agárrame ese cangrejo que va por agua a la mar, como dicen en mi tierra insular. Es verdad, de Urania es una conciencia ética, un personaje de tragedia griega, que viene a vengarse de su progenitor y de toda aquella sociedad trujillista. Bueno, voy a decirlo, Vargas Llosa se ha vengado del error de su padre con creces, y del rechazo de la sociedad peruana para qué le voy a decir. Vine con él en el avión que lo trajo a Lima tras el Nobel porque quería ver la reacción de Lima y de todo el Perú ante el Nobel. Fue apoteósico, hasta los enemigos estaban rendidos, babeando ante Mario, me divertí lo indescriptible esos días en los que por una vez, hasta la Casa de Pizarro y las calles de Lima fueron tomadas literalmente por la literatura, insólito y hasta surrealista. Pero, sí, no es nada descartable que, en el fondo, el combate psicológico y la venganza que libra Urania sea también el de Vargas Llosa, no me parece rara ni rebuscada esa interpretación.

Se decía y se sigue diciendo que Mario Vargas Llosa era —hasta en su forma de entender la literatura— muy circunspecto. Incapaz también de reírse de sí mismo, quizá su primer intento de demostrar que no era así fue La tía Julia y el escribidor. Sin embargo, si leemos sus memorias, uno vuelve a notar que no se ríe de sí mismo y que, incluso él mismo lo ha reconocido, le tiene un terror al ridículo, ¿qué interpretación le da a esto?

—Yo no soy un psiquiatra argentino, ni siquiera soy psiquiatra ni argentino. Si lo fuera tendría seguramente capacidad exegética para todo y su contrario, ¿verdad? Hubo un tiempo joven en que Vargas Llosa se tomaba en serio literariamente todo lo que hacía y sucedía a su alrededor, pero sí, siempre tuvo humor, ya lo creo, y una carcajada muy contagiosa. Todo lo que digo ocurre no en un mundo secreto, sino en un mundo privado. Vargas Llosa es muy suyo, muy celoso de su privacidad, lo que me parece bien. Le he oído contar a carcajadas chistes sobre sí mismo, errores terribles que ha cometido, cosas ridículas que nos pasan a todos y él interpreta como que le pasan sólo a él, olvidos del nombre de su anfitrión en una cena, olvido del nombre de un amigo en el momento de la firma de uno de sus libros, en fin, tonterías. En cuanto a la escritura de  El pez en el agua, un libro de memorias que a mí me fascina, porque ahí está el Vargas Llosa más serio y literario reflexionando sobre sus dos pasiones vitales: la literatura y la política, hay que tener en cuenta cuándo y en qué condiciones anímicas fue escrito, tras salir del país después de las elecciones presidenciales. En principio, no aceptó la derrota, que fue injusta y un error histórico para el Perú; pero se reencontró así con la escritura y se reencontró con el escritor que llevaba por dentro y por fuera. Ese combate lo perdió, felizmente, el político Vargas Llosa y lo ganó el Vargas Llosa escritor para toda la vida. Como dijo Octavio Paz en aquella ocasión, lo siento por el Perú y me alegro por Vargas Llosa. Yo también, que conste. Es posible que, en su fuero interno, al perder las elecciones frente a un epifenómeno suyo, el gamberro Fujimori, que nace y vive sólo para que Vargas Llosa no gane esos comicios presidenciales,  Mario se haya sentido ridículo. Sus memorias limpian esa interpretación y me parece que es una escritura, la de ese libro, de una perfección vengativa más que absoluta.

En su teatro siempre está presente en forma latente o explícita la homosexualidad, muchos críticos asocian esto al hecho de sus traumáticas experiencias infantiles como ocurrió con el hermano Leoncio en el colegio La Salle que intentó practicar malos tocamientos, ¿cuánto hay de verdad y de mentira en esto?

—No sólo en su teatro, también en algunas de sus novelas está el asunto de la homosexualidad, un tabú en su tratamiento en America Latina, tan triste y horrorosamente machista y homófobo. Desde antes de su primera novela, Vargas Llosa incorpora a algún personaje homosexual en sus cuentos y después en sus novelas. Recuerda el profesor Fontana y Mayta, y el Bolas de Oro y tantos otros. No sé si tiene que ver con esa experiencia que usted dice, pero me sospecho que su padre, Ernesto Vargas, lo veía como un señorito afeminado, un adolescente al que había que hacer un hombre antes de que las mujeres de la familia Llosa lo convirtieran en una mujercita. Craso error, fueron las maulees de esa familia, a mí entender nada humilde, por cierto, quienes lo convirtieron en escritor. En todo caso,  nada de esto es raro, quiero decir, lo de esas experiencias en colegio de curas. Yo estuve diez años con los jesuitas, no tuve ese tipo de experiencia, pero vi cómo la sufrieron amigos míos. Yo estaba desde niño muy maleado, nunca fui un angelito, ni cuando infante, felizmente.

En el episodio final de la novela El sueño del celta, Roger Casement ora y piensa de una manera persistente en su madre. El final de esta novela me embargó de una manera tal que vi al propio Vargas Llosa proyectando su propia muerte, ansiando seguramente el reencuentro con una de las mujeres más importantes de su vida: allí también (en esa escena), ¿se anida una gran verdad?

—Repito que no soy psiquiatra argentino para poder interpretar todas las oscuridades aparentes y darle la claridad con la que los psicoanalistas de sofá resuelven los problemas. Es verdad que su madre es una de las mujeres más importantes de su vida, una mujer que creyó en su hijo desde que era un niño. La adoración era mutua, más normal aún si, como en el caso de Vargas Llosa, es hijo único, pasa con frecuencia, por otro lado, nada extraño. Yo soy hijo varón único, pero no sentí esa predilección por mi madre. Sin embargo, mi mejor amigo durante toda mi vida fue mi padre, ya fallecido. Así son las cosas. No sé, pues, si esa escena de El sueño del celta tiene que ver o no con la vida y el sentimiento de Vargas Llosa por su madre, en fin, es para nota.

¿Cuál considera usted la mejor novela de Mario Vargas Llosa y por qué?

—Creo que su mejor novela es Conversación en La Catedral, porque en esa novela está todo lo que había hecho de bueno hasta ese momento en novela, que ya era mucho, y lo mucho bueno que hará después e hizo hasta el momento presente, y no muy a la zaga está la novela La fiesta del Chivo, que a mí me parece perfecta, una obra de arte.

¿Cuánto de cierto hay en que el tema del Nobel (antes de octubre del año 2010) se había vuelto tabú? Un tema que sus amigos íntimos sabían que no debían tocar… 

—Nunca representó para mí un asunto ni un tema tabú. Hablé muchas veces con él del Nobel, del que no le habían dado a él todavía y se lo dieron a otros escritos inferiores, como Darío Fo y otros y otras escritoras europeas. Siempre me dijo lo mismo: «y no se lo dieron a Borges», que se lo negó, en mi opinión, Artur Lundkvist, que se creía que sabía español, y yo creo que también impidió, mientras vivió, a Vargas Llosa. Otrosí, un día de 2007, en Estocolmo, paseábamos los dos por la ciudad y pasamos delante del edificio donde entregan el Nobel todos los años. Le dije que era ahí. Que pronto tendría que venir a recogerlo. Me dijo que opinaba que ya había pasado su tiempo. «Estás loco», le dije, «ya pasó el tiempo de Lundkvist», premio Lenin para más señas, y que se dejaba llevar en literatura, como tantos, por su superstición ideológica, un señorito rural de izquierdas.

Vargas Llosa en una entrevista ha indicado que piensa escribir la segunda parte de sus memorias. Entendemos que pasará por alto la archifamosa escena del puñetazo, ¿pero qué podemos esperar de esta segunda parte de su autobiografía? Es casi un hecho que recurrirá otra vez a los capítulos alternos, ¿verdad?

—Ésta, lo sospecho, es una pregunta-trampa, pero, en fin, contestaré. Si hace esas nuevas memorias, la segunda parte, viene obligado a contar lo del famoso puñetazo, desde luego, para desterrar de una vez las dudas y las incógnitas. Una vez le escuché decir en público que ese asunto oscuro lo dejaba al albur de sus biógrafos. Sé que se están escribiendo algunas biografías y ensayos donde el famoso puñetazo aparece, pero no sé lo que van a decir. Casi seguro que optará por la alternancia en los capítulos, el mismo método del primer tomo de memorias. Creo que además son necesarias. Como sospecho que quiere que le dé mi impresión sobre el asunto del puñetazo famoso, se la daré: cuando alguien que es amigo comete un error voluntario indescriptiblemente negativo y absurdo por puro ego, lo mejor es resolverlo como en el mejor duelo, de repente y de golpe, de frente, con un buen  puñetazo. Creo que, sea lo que sea, García Márquez se habrá estado arrepintiendo toda su vida de ese error. No creo que Mario se haya arrepentido de haberlo resuelto de esa manera tan expeditiva.

Usted que conoce tanto a Vargas Llosa, ¿cuál cree que es su principal virtud y su principal defecto?

—Lo conozco bastante bien, pero puedo equivocarme en mis apreciaciones. Su principal virtud es la lealtad y la generosidad con sus amigos, su curiosidad intelectual insaciable, su interés por cuanto sucede en el mundo; su defecto, la impaciencia, el perfeccionismo exagerado de su voluntad, y que en muchas cosas de la vida es muy poco autónomo, él vive literariamente y, como todos los creadores artísticos, su ego es muy grande, qué sería de cualquier escritor sin su ego. ¿Por qué si no cree usted que los argentinos son tan buenos escritores?

¿La gran derrota en la vida de Mario Vargas Llosa fue la de las elecciones de 1990? ¿O su gran derrota es más bien «literaria» (en el sentido que, como siempre lo resalta, tiene muchos proyectos para una vida y no le alcanzará para escribir todos los libros que ansía)? 

—Ni la una ni la otra, la derrota política la convirtió en triunfo literario después del Chivo. Bueno, y nunca tuvo lo que José Donoso llamó la «seca», esa temporada de nada en la que el escritor no escribe nada porque no se le ocurre nada. Al contrario, en Vargas Llosa gana lo que él llama la «solitaria», esa impaciencia ansiosa y constante por escribir.

Si Mario Vargas Llosa tuviera que reencarnar en un animal (partiendo del supuesto de que creyera en la reencarnación), ¿elegiría sin dudarlo a un hipopótamo?

—Seguramente lo haría en ese animal de sus públicas predilecciones, pero tal vez no dejaría de hacerlo en un gatopardo, en un tigre, en un animal mítico, un unicornio, quizá, o un Pegaso.


Fotos: Vargas Llosa recibe el premio Nobel; Llosa con Fuentes, Onetti, Neruda; En campaña presidencial, Perú; Rodrigo Moya fotografía la huella del puñetazo a García Márquez, portada de la biografía J. J. Armas Marcelo/ Fuentes: Google Imágenes, nobelprize org
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Publicado por Revista Corónica
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

2 comentarios:

  1. Ya se conoce el título del nuevo libro de memorias de Vargas Llosa:
    Historia de un puñicidio

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  2. WOW; ¿Cómo consiguieron este texto? Está muy bueno!!! Gracias.
    Laura

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