sábado, 6 de abril de 2013

Respiración Artificial, Ricardo Piglia

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Reseña de una novela emblemática de la literatura argentina

Primera parte: desaparecer

¿Quién no ha tenido la secreta pretensión de desaparecer? Es más usual sentir esta pulsión ante situaciones extremas o desesperadas. ¿Qué pasaría si decidieras no ir al trabajo hoy, o a la universidad, o nunca llegar a la casa de tu padre o de tu mujer que te esperan? Mi madre, cuando mi hermana y yo nos hacíamos insoportables de niños, solía amenazarnos con el abandono: un día íbamos a llegar del colegio y ella no iba estar. La casa estaría sucia, la nevera vacía, y nosotros aprenderíamos desde entonces lo que era la vida. Creo que algún día escribiré la continuación de esa idea que ella me dio. Hay en Colombia una expresión cómica para la desaparición voluntaria de maridos que siempre me ha parecido curiosa: “el divorcio de los pobres”. Consiste en un hombre en aprietos aproveche la coyuntura de un desastre natural para desaparecer de la haz. También pasa cuando alguien está endeudado y desaparece, o lo desaparecen un par de sicarios metidos a cobradores. Los que se van, aprovechan la geografía y las tres cuartas partes de selva que es Colombia. O se van a la costa, o al sur de Bogotá, donde cualquiera puede vivir un exilio autoimpuesto e infeliz y perderse de quienes le busquen. En Bogotá desaparecen 500 personas al año. ¿Qué ocurre? En Armero, año 1985, cuando explotó el volcán nevado del Ruiz, muchos aprovecharon el desastre para comenzar una nueva vida en otra ciudad y desaparecer. La tentación por desaparecer es la posibilidad de ser otro. De empezar una nueva vida soslayando un pasado que no nos gusta o inventarse uno nuevo y un nuevo porvenir. Los vacíos que deja esa ausencia pueden llenarse muy bien con literatura. Hay varias obras sobre el tema de la desaparición voluntaria que pueden incluirse en la etiqueta de “literatura de evadidos”. La desaparición de Majorana de Leonardo Sciacia (que documenta el caso de un científico Italiano avergonzado por idear el principio que permite el desarrollo de la bomba atómica), o el Nelshino (Vampiro de Curitiba, Dalton Trevisan) un cazador que  asecha y atrae en la sombra a las mujeres desde su tierna infancia, o el Walkefield de Hawthorne que se va a vivir en la casa del frente para espiar a su mujer, o el muerto de La muerte y la muerte de Quicas Berro Dagua de Jorge Amado (un hombre de clase alta de Bahía, Brasil, quien decide romper con su vida de prestigio y disolverse en la variopinta de La ladera del tablón; al morir su familia considerará esa desaparición un secuestro lumpen y para enterrarlo las dos familias -la legal y la elegida- se enfrentan), o Kees Popinga, en El hombre que miraba pasar los trenes, de Georges Simenon (un oficinista a quien la bancarrota de la empresa le ofrece el pretexto para dejar a su mujer por una amante para a continuación cometer un asesinato y empezar la muda constante desde el momento en que toma un tren y se dedica a evadir a la policía de París) o el Klein de Klein y Wargner en el volumen El último verano de Klingson de Herman Hesse (quien decide seguir los pasos de su maestro, asesinar a su mujer e hija y, con ellas, una vida disuelta en el tedio y recomenzar una nueva vida bajo un país y un nombre nuevo), o el Doctor Pasavento de Vila-Matas que es todo un tratado sobre la desaparición voluntaria de los escritores y la posibilidad de ser otro. Respiración Artificial de Ricardo Piglia es una buena novela sobre la evasión voluntaria. La primera parte está hecha sobre una ausencia. Un hombre ha desaparecido voluntariamente, y un sobrino decide escribir su historia. Cuando alguien desaparece, queda un vacío que algún familiar llena con palabras o mitos. Versiones que son la forma de explicarse el abandono del redil. Historietas que se pasan de voz en voz. A cual más estrambótica. Digo esto porque en mi familia gozamos de un antepasado que desapareció y las historias de su partida incluyen versiones de gente que lo vio montar en un barco con rumbo a Texas en Estados Unidos, otras versiones en que lo mata el Cabo Florido (esbirro del ejército colombiano que pacificó a Barrancabermeja tras la muerte del caudillo Jorge Eliécer Gaitán). En esta versión (la más interesante) el Cabo Florido lo mata a raíz de unas fotos comprometedoras que lo convirtieron en testigo incómodo de su pacificación. Pero hay otras en que lo ven partir con un grupo de músicos en un buque de vapor que luego será quemado por asaltantes frente al puerto de Gamarra, sobre el río Magdalena. También es buena la versión de la compañía de músicos y la ruta de Estados Unidos y, a veces, cuando veo las películas de los hermanos Marx, trato buscar su fisionomía en alguno de esos extras multitudinarios que pueblan las escenas a ver si encuentro alguien parecido.

Segunda parte: Peligro, artistas fracasados en la vía

Los artistas fracasados son tipos peligrosísimos. Pueden arrasar a los enemigos de clase como hizo Raskolnikov con la usurera en Crimen y castigo, o matar a su familia como hizo un estudiante de arqueología de la Universidad Nacional de Colombia (mató a sus padres y los disecó y en las tardes iba a tomar el te con las momias hasta que lo descubrieron), o pueden fusilar a sus camaradas como hicieron los amigos de Roque Dalton. Pueden cambiar de profesión y escalar en cargos de crueldad como los comisarios de Stalin, o pueden hacerse dictadores como Hitler. Debe ser por esa forma de fracasar triunfando que señaló Pavese y que consiste en triunfar en lo que más detestas. El odio y el resentimiento del equivocado de destino lo conoce hoy por hoy casi todo el género humano esclavizado por el capitalismo financiero y la democracia. Los casos más emblemáticos tal vez sean el de Goebbels, director de la propaganda y canciller del Reich alemán, y el de Hitler: dos pintores frustrados que en su megalomanía precipitaron la debacle de Europa sólo por cobrarse las humillaciones de los sepultureros de su talento de artistas. En la segunda parte de Respiración Artificial, Ricardo Piglia pone a Franz Kafka a conversar con un austriaco remiso que se refugia en Praga y que se dedica a contarle los planes que tiene para la grandeza germana. Jung escribió que hasta el soldado más ordinario puede esconder en su bolsillo el bastón de mariscal. Lo mismo parece advertir Kafka de sólo imaginar lo que será ver cumplidos estos sueños de pintor fracasado; entonces imagina la puesta en escena de esos sueños mientras oye el proyecto pangermano con su zootecnia humana y la construcción de carreteras y fábricas e hileras cerradas de innumerables soldados uniformados en líneas perfectas. En una reducción al absurdo de esas ideas, y a la luz de un sujeto desmembrado por un sistema de seguridad y obediencia y vigilancia perfecto, Kafka imagina En la colonia penitenciaria, El artista del hambre, El castillo y El proceso: metáforas anticipatorias del advenimiento nazi y el holocausto. El Kafka que inventa Piglia conversando en un café con Hitler dejará constancia en su diario de esos encuentros. Es con esa hipótesis descrestante como la segunda parte de Respiración Artificial invade el tema axial de la novela y lo desvía. Por si lo olvidamos en las digresiones, la historia inicial del libro era la correspondencia sostenida entre un evadido voluntario (aventurero desarraigado) con un pariente escritor que decide tomar su ausencia inexplicable como tema para una biografía apócrifa. El ausente lee el libro y decide formular una crítica por correspondencia. Allí dice que las explicaciones dadas a su desaparición son insuficientes y equivocadas. Para enmendarle la plana y confesar la verdad a su pariente (se fue a buscar fortuna en el Potosí de Bolivia y luego a Estados Unidos después de servir en la policía secreta a un tirano derrocado en Argentina) el evadido opta por proponer una cita, a la que, sin embargo, nunca asistirá y por eso su sobrino biógrafo nunca llegará a conocerlo. En su lugar, el albacea que le representa es un extranjero (polaco) refugiado en Argentina desde la Segunda Guerra y quien se ha dedicado a estudiar el diario de Kafka y a resolver el secreto del origen alegórico de los temas kafkianos. O eso es lo que recuerdo.
Los registros narrativos de que se vale Piglia para Respiración Artificial pasan por la epístola, el flujo de conciencia, el monólogo panfletario, la disquisición de cafetín (que en Argentina parece todo un arte filosófico y un ejercicio de la denigración): amalgama de estilos que están en deuda con los espejos oponibles de Absalón Absalón en Faulkner, Maestros antiguos y Extinción en Tomás Bernhard, La caída de Camus, los diarios de Gombrowicz y las entrevistas a Borges. Como todo hecho narrado, periodístico, histórico o imaginario, el argumento especulativo de Respiración Artificial, con el paso de los años, acabará por ser una verdad histórica convertida en ficción en tanto representación. Y como hay gente que hasta hoy (2013) se entera de Auschwitz, de las masacres de Napoleón, de las Horcas Caudinas, del descubrimiento de Europa por Atila, de la masacre de las Bananeras, me pregunto si una hipótesis tan descabellada y fascinante como el diálogo entre Hitler y Kafka no acabará por convertirse en la versión oficial.

Definición de Wikipedia: La respiración artificial es la ventilación asistida mediante diversas técnicas en una persona que ha dejado o se le dificulta respirar.

Respiración Artificial, Ricardo Piglia, Tercer Mundo Editores, Colombia

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Publicado por Revista Corónica
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

1 comentario:

  1. Esta reseña parece inspirada en el aleph de Borges: en un libro quieres leer todos los libros...solo para iniciados, eruditos fanáticos o frenápetros

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