Por JORGE POSADA ORTEGA*
Bolsitas de
té en los zapatos
1. ¿Islandia?
Una peinilla
roja dentro de un libro. El esquimal que te fotografió en un funeral. Una
alucinación cartográfica. La voz de Harold Bloom recitando a Julia: “Por encima
del mar /por sobre tus miradas / tú”. Una biblioteca donde la sección más
visitada es la de los osos polares. Viaje de 6 060 km: Bayamón – Reikiavik. Una
despedida larga de féretros. La dedicatoria: a Cindy Jiménez-Vera, cuando era
niña.
2. Te regalan
un telégrafo. ¿Cuál sería el primer mensaje para tu madre?
Espero que en
el más allá tengas pan tostado y miel.
Su desayuno
favorito.
3. Luego de
los 40 años nuestra ID debería indicar los medicamentos que tomamos.
Somos un
muestrario de carencias. En nuestro reproductor de música deberíamos tener la
voz que nos falta, los nombres de las calles que hemos abandonado. Las bufandas
que nuestra madre nos prometió cada Navidad. Una gráfica de llanto:
Lloré para
que no se fuera
porque llovía
Construí una
barrera
entre la
puerta y la lluvia.
Lloré
mientras mi hermano
la sacaba y
la llevaba a comprar
hojas de
plátano que podía
arrancar en
el patio de su casa
si
estuviésemos en la isla.
Quise
esconderla
en veinte
bóvedas chinas.
Quise
abrigarla
como si se
fuese a
Islandia.
[“Guantes”]
4. Islandia
me recuerda el cuento más triste de Hans Christian Andersen.
El hombre de
nieve. Una narración donde hay un perro afónico y niños jugando en el invierno.
Cuando necesito desahogarme subo al metro y leo esas cinco cuartillas. Me
reconforta llorar en uno de esos asientos. Ser un hombre al que nadie le pregunta
por qué sufre. La primera vez que realicé este ritual fue cuando solucioné los
últimos trámites de mi abuela. Pasé varios días en la antesala de unas oficinas
del gobierno debido a una errata en su acta de defunción. Cuando el error ya no
existía recorrí varias ocasiones una sola ruta (22 estaciones) hasta que me
dolieron la garganta y los ojos y temí maltratar los documentos que me habían
entregado. El duelo inicia con complicaciones y ajustes burocráticos:
Lo que nunca
se encuentra
en una página
web
es el
teléfono directo
del
enterrador
-porque
dirige la llamada al municipio
a la oficina
del alcalde
a su
secretaria
a la
recepcionista de otra oficina municipal
quien suelta
el auricular
y le grita a
algún funcionario
que no debía
aparecer en este poema
y le pide el
número de extensión
del
cementerio - para poder preguntar
el horario de
visitas
y llevar
flores.
[“Encontrar a Eyjafirdi y otros
cementerios”]
5.
Cartografía fantástica de tu barrio.
Los martes
recorres los estacionamientos que nadie usa de madrugada, los terrenos donde
las grúas son rinocerontes dormidos. Sigues con lentos e inseguros pasos a
través de ese paraíso miniatura.
A veces busco
pretextos
para entrar
en las oficinas
y en los
centros comerciales para coger un poco
de aire
acondicionado.
[“La adultez”]
Metes
bolsitas de té en los zapatos para aliviar ciertas dolencias (las muelas y el
hígado reclaman vacaciones) hasta pensar en otros remedios contra las
frialdades que poco puedes explicar:
el café con
leche o la quimioterapia
nos calentará
los dedos
indefinidamente.
[“Falsa mejoría”]
6. Emily
Dickinson temía apagar las velas con sus manos.
La escritura
de Jiménez-Vera es el golpe que dan contra el suelo las mujeres en las
ceremonias de Día de Muertos. La acuarela de una poeta que mide con los dedos
las cualidades y el sabor seco de la contundencia. Un catálogo bibliográfico de
ausencias. La imposible definición de un objeto olvidado en el pasillo de “Las
nuevas teorías para construir un diccionario”:
Ya de adulta, oí a Harold Bloom hablar de poesía en una entrevista. Hablaba de memorizar poemas y lo describía como to possess a poem by memory. La palabra posesión me llevó a la palabra carencia. De repente comprendí, que de todas las posesiones, aquella de la que no te puedes desprender ni tampoco puedes llevártela a la tumba es la que se ha instalado en tu memoria por instancias prolongadas. Eso, en verso o no, es el poema. [“apéndice xx sobre Harold Bloom”]
7. Apéndice
de un apéndice o un apéndice es un apéndice es un, etc.
Más hermoso
que un atlas, un atlas imaginario. ¿Y más que eso? Lo que se agrega a ese
libro. Datos de geógrafos aficionados, de exploradores cuyas informaciones no
se esperan, como las de ese monje, en un mapa de las Antillas, que asegura que
Noé construyó camarotes especiales para las Sirenas y los Dragones. Como estas
líneas de Jiménez-Vera:
Me encanta imaginar a mis lectores como personas con crisis existenciales, como si la crisis fiscal y la del agua no fuesen suficiente. [“apéndice xxiv sobre las peinillas”]
Dicen que los gatos suelen oler las cabezas humanas para obtener información, como por ejemplo si ese humano está enfermo de gravedad y le podrá cuidar por mucho tiempo. [“apéndice xxv sobre el sistema de clasificación decimal Dewey”]
8. Cajones.
En Islandia
encontramos una alarma que suena cuando terminamos un trago de nuestro café de
resignación, cuando contemplamos la conveniencia de cambiar el cajón de
calcetines, de documentos:
El día que
enterramos a mi madre
(lo sé porque
yo cargué el lado izquierdo
de la parte
posterior del ataúd
desde la
entrada del cementerio
hasta la
tumba)
hacía un sol
terrible.
[“Encontrar a Eyjafirdi y otros
cementerios”]
Islandia es
el sonido que nos recuerda que a pesar de la recurrencia de pérdidas, no hemos
agotado a las personas, a los días y a los objetos que aún nos harán bailar con
los ojos cerrados.
Ciudad de México septiembre de 2015
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*Jorge Posada
(San Luis Potosí, 1980) Autor de La belleza son los aeropuertos vacíos (Liliputenses, España 2013), Adiós a Croacia (Zindo & Gafuri, Argentina 2012) y Costa sin mar (UAM, México 2012). Colabora en Punto en línea (UNAM), VozEd, Transtierros y Culturamás. Editor de Nagara (Editorial FOC) y de la Revista Valderrama. Lleva el blog: http://www.costasinmar.blogspot.com
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