miércoles, 11 de enero de 2017

River Plate, monumental y millonario

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Ya había ido a La Bombonera, esta vez era el turno del Monumental. La dirección era hacia el tradicional y bien habitado barrio de Belgrano, donde las casas son grandes, las calles amplias, limpias y el ambiente es tranquilo. Allí se erige el estadio más grande de Argentina. La casa de River Plate, el estadio Vespucio Liberti, mundialmente conocido como El Monumental. Es un edificio enorme, impactante. No podría ser de otra forma pues sus tribunas pueden albergar a 76.000 espectadores, que lo convierten en el sexto más grande de América. Incluso, en las mismas instalaciones se encuentra un colegio y locaciones adecuadas para la práctica de otros de los 65 deportes y disciplinas que impulsa el club millonario, River es más que fútbol. 

Debo admitir que solo con ver la fachada del estadio quedé conmovida. Nunca había visto uno tan grande, de verdad es monumental. Creo que necesito reconocer que en el fútbol argentino siempre había simpatizado con Estudiantes de La Plata, pero cuando vi esa estructura entendí lo que decía Fontanarrosa en su cuento Aquel 19 –el mejor cuento de fútbol de todos los tiempos- cuando dice que para que los niños, o “pendejos”, se hagan hinchas de Rosario Central en lugar de Newell’s, basta con llevarlos a conocer el Gigante de Arroyito, su estadio,  y ya con ello aseguran su fidelidad al equipo canalla (como también se conocen). Pues sí, me sentí como los pendejos y la fiebre gallina se fue apoderando de mí desde en ese momento. 

Fue difícil encontrar la entrada al museo del equipo, tomé la dirección equivocada y rodeé medio estadio en quince minutos para darme cuenta de que no era por ahí. Me tocó regresar para poder orientarme nuevamente. Media hora después logré hallar el lugar. 

El museo, como todo en River, es del más alto nivel. Mientras era hora de la salida guiada me dediqué a recorrerlo. Este se encuentra dividido en cuatro espacios: uno que corresponde a la “máquina del tiempo”, que es un corredor completamente negro, con una espiral roja que abarca todo, mientras que en el piso están marcados los años, como en una línea del tiempo, dando la sensación de realmente estar haciendo el viaje. A lo largo de todo este pasadizo se encuentran varios salones a ambos lados, cada uno corresponde a una década desde 1938 que fue cuando se fundó el club. Dentro de ellos se muestra qué sucedió en ese período en Argentina, en el mundo y en el equipo. Todo ambientado con música, videos y objetos correspondientes a las épocas. 

Otro de los espacios se encuentra en el segundo piso, allí están exhibidos todos los trofeos que ha ganado el equipo millonario. Son tantos que el salón es intimidante, ya que alberga los 63 títulos oficiales que ostenta el club –el equipo es conocido como el campeón del siglo XX-. Es importante aclarar que todos estos reconocimientos corresponden exclusivamente a los conseguidos en la disciplina de fútbol. 

De ahí se cruza un portal que conduce al salón en el que se ubica el “Muro del honor”, allí se encuentran relacionados todos y cada uno de los nombres de los jugadores y técnicos que han pasado por River Plate en la historia. Muy nacionalista, me di a la tarea de verificar la inscripción de Yepes, Falcao, Ángel y Teo, todos estaban. 

Cerca del muro están las maquetas que representan todos los estadios que han fungido como sede del equipo, también están expuestos los botines de oro que han obtenido sus delanteros en los diferentes campeonatos, y por último, está en el centro, la primera camiseta que vistió el jugador más grande del club bonaerense, el príncipe Enzo Francescoli. 

Finalmente, el espacio que me faltaba por visitar en el museo era la sala de proyección. Estaban pasando “Una pasión monumental”, un emotivo video que cuenta la historia del club y muestra, en palabras de sus grandes estrellas, lo que este significa y representa para ellos y para el mundo. Francescoli, Gallardo, Aymar, Mascherano, Falcao, Higuaín, Saviola, Crespo y Ortega son algunas de ellas. 

Una vez se terminó el corto, anunciaron la partida de  la visita guiada que inició por el corredor interior que  conduce a la cancha. En un punto, hay un hall donde se ubica una vitrina con el resto de trofeos que ha ganado River en las otras disciplinas que allí se practican, gimnasia artística, natación, voleibol, balonmano, tenis, por mencionar algunas. Continuamos y pasamos por la cancha de fútbol sala y la de baloncesto –todas al interior del estadio, con lo que es posible dimensionar realmente el tamaño de las instalaciones-, también nos topamos con un grupo de socios que hacía aeróbicos en otro salón. 

Por fin entramos, nos ubicamos en una de las tribunas populares y escuchamos la narración de la historia del club. Que valga decir de paso, después de ver el video, pareció corta, fría y ajena. Posiblemente fuera culpa de la chica que la contaba, no transmitía mucha emoción.
Cuando la guía terminó su relato, pudimos bajar al terreno de juego, aunque tuvimos que mantenernos al margen del césped y permanecer en la pista atlética, fue una sensación de impacto: verse en el lugar que ocupan los jugadores y tratar de entender lo que se debe sentir estar ahí con esas tribunas, que parecen infinitas, llenas a reventar, todos los espectadores coreando una barra o abucheando una acción de juego o una decisión arbitral, debe ser algo que mueve hasta lo más profundo. 

Mientras los otros turistas se tomaban fotos me di cuenta de que un señor estaba limpiando las sillas de la banca. Me dirigí cautelosa hacia él, mi propósito sin duda era pasar inadvertida para que el resto del grupo no me siguiera. La empresa fue exitosa, me acerqué al tipo, traté de poner mi mejor cara y tono para pedirle que me dejara sentar en ellas. Sucias o limpias, eran las bancas de los suplentes, tenía que sentarme allí –estaba dispuesta incluso a recurrir al soborno, pero no podía dejar pasar esa oportunidad-. Él me miró mientras le hacía la solicitud, por fortuna accedió, como si fuera poco me tomó una fotografía. No sabrá lo que eso representó para mí.  

Los demás visitantes ya se habían reunido, me reincorporé al grupo e ingresamos a los camerinos del local, nada muy extravagante o salido de lo común: los casilleros, las bancas y las duchas. Hasta que pude ver la zona de calentamiento, no solo equipada, sino entapetada completa en pasto sintético. Que a River le digan el club millonario no es solo por haber revolucionado el mercado de pases entre 1931 y 1932 cuando gastaron en dos jugadores 45.000 pesos, una cifra extremadamente escandalosa. También es porque cada rincón de las instalaciones del equipo es ostentoso. 

Estaba a punto de terminar el recorrido cuando me asaltó oportunamente una duda, ¿por qué les dicen gallinas? La guía me contestó que el apodo provenía de una época en que el equipo estaba en crisis de resultados debido a que siempre que iban ganando un partido terminaba el rival empatándolo, por falta de carácter y jerarquía de los jugadores que no podían defender el resultado favorable, como se dice vulgarmente, falta de huevos. Esta era una situación tan evidente que en un partido contra Banfield en 1966, la barra de este equipo soltó detrás del arco de River una gallina blanca a la que le habían pintado una franja roja. Esto resultó tan divertido y “apropiado” para representar la actitud de los futbolistas que se volvió la mejor forma de provocar a los millonarios quienes se volvieron locos con el oprobio. Sin embargo, hoy en día ya es un término que han abrazado y adoptado los hinchas del equipo de la banda cruzada. 

Volvimos al museo, por donde se encuentra la salida, pero no me podía ir así, después de conocer toda la historia, de vivir la experiencia y caer ante las instalaciones como los pendejos rosarinos, no abandoné el lugar sin antes pasar por la tienda y traerme una camiseta de River Plate a casa. Elegí la número 22 que viste el crack Andrés D’Alessandro actualmente.

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Publicado por Sara Giraldo Posada
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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