Antes de comenzar el panorama actual,
quiero referir cinco novelas clave de la literatura Colombiana del siglo XX.
La
vorágine (Caucho) de José Eustasio Rivera (De los
tres, el único que todavía no sale en un billete en Colombia), María (Azúcar) de Jorge Isaacs y Cien años de soledad (Banano) de Gabriel
García Márquez. Tres novelas que como dice Erna von der Walde (En ensayo Cien años de soledad, historia en fábula)
citando a Fernando Coronil dan cuenta del monocultivo, la extracción industrial
de materias primas y la historia de Colombia más allá de las aparentes tramas o
interpretaciones más llanas de las tres novelas canónicas. Cito a Erna:
``Quiero comenzar esta breve reflexión sobre Cien años de soledad (1967), la obra cumbre de Gabriel García Márquez, haciendo referencia a una observación de Fernando Coronil acerca de “la representación cultural de las identidades colectivas” en los países que conforman la “periferia del sistema capitalista, las así llamadas repúblicas bananeras, naciones petroleras, islas azucareras”: “La historia de estas antiguas colonias suele ser narrada como la historia de sus principales productos de exportación. [...] Este tipo de identificación entre nación y mercancía parece obvio, pues la producción para los mercados externos ha afectado profundamente la organización de estas sociedades desde los tiempos de la Colonia” (61).´´
La
tejedora de coronas (Oro y plata) de Germán
Espinosa. Una ficción que pasados sus treinta y cinco años de salir a la luz,
sigue hablando con solvencia y pertinencia de la Ilustración, la masonería y la
importancia del Caribe y el continente americano en la historia mundial. Además
de un sinnúmero de asuntos políticos, científicos, esotéricos, entre otros, con
basto y especial tratamiento.
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muertos (Marihuana, coca y amapola) de Sergio
Álvarez. Novela para entender el conflicto armado y la idiosincrasia de
Colombia de los siglos XX y XXI.
Anticipo exclusión; ninguneos en un
ejercicio de tomar una fotografía panorámica de la literatura colombiana en
pleno 2017. Casi todos los trabajos y las ambiciones humanas fracasan ante la
imposibilidad de la totalidad y este texto no es la excepción.
La literatura electrónica, mortara o
digital ha tenido un destacado desarrollo en Colombia desde el siglo XX y en
las casi dos décadas que van del XXI con El Capitán butron, cuentos para niños con barba de David Ríos. Una obra de
literatura expandida apta para grandes y chicos, con versión textual, disco
musical, aplicación, video e hipermedia.
Retratos
vivos de mamá de Carolina López Jiménez y Mandala de Alejandra Jaramillo Morales son dos
trabajos hipertextuales de mujeres muy bien logrados. Retratos
vivos de mamá (www.retratosvivosdemama.co) es según palabras de su propia creadora: ´´Es
un proyecto de literatura web inspirado en el duelo: un duelo ocasionado por la
muerte de la madre, así como la posibilidad de superarlo a partir de la
creación. El proyecto ha ido creciendo desde su publicación online en 2015 y
espera continuar haciéndolo. Se trata de un proyecto con potencial transmedia
que, desde su gestación, se propuso explorar el entrecruce entre géneros
literarios a partir de la inclusión de diversos lenguajes (escritura, dibujo,
video, audio, fotografía). La versión hoy disponible es apenas un piloto, pero
un piloto que ofrece una experiencia de lectura completa desde ya. ´´
Otras obras de literatura electrónica recientes son Angustia capital
(www.angustiacapital.com) y Paperman (http://t.co/Dj1O0rl9Lv), que
es el resultado de un trabajo colaborativo de un equipo de grabación de video,
diseño, animación y de investigación de las artes en nuevos medios de la
Universidad Jorge Tadeo Lozano dirigido por Silvia Buitrago y Alejandro Guzmán Ramírez.
A quien esté interesado en ahondar más
sobre literatura digital le sugiero visitar al grupo de investigación de la
Universidad Jorge Tadeo Lozano Semilla Lab, dirigido por Silvia Buitrago y la
constante producción teórica, crítica y creativa de Jaime Alejandro Rodríguez (Autor de Gabriella infinita y Golpe de gracia), además de la
recién constituida Red de Humanidades Digitales de la Biblioteca
Nacional y la Redhd de la Maestría en Humanidades Digitales de la Universidad
de los Andes.
De regreso al formato impreso, tenemos
que el conflicto colombiano contemporáneo y del pasado con la Guerra de los Mil
Días, la guerra bipartidista de las primeras décadas del siglo XX, la guerra
entre Perú y Colombia, la pérdida de Panamá, la ilegalidad general y particular
del narcotráfico, el neocolonialismo y la violencia siguen teniendo cabida
entre los tópicos de poetas y narradores (Los
ejércitos de Evelio Rosero, toda la obra de Rafael Baena y Fernando
Vallejo, de Pablo Montoya, Daniel Ferreira (Quien adelanta una pentalogía de
novelas sobre la violencia en Colombia), Juan Álvarez, William Ospina, Enrique
Santos Molano y Juan Gabriel Vásquez), pero esto se da cada vez en menor medida
o con menor énfasis o aparición o foco, por una suerte de saturación temática
entre los editores, escritores y lectores. La literatura colombiana ha salido
de un mosto de reiteración temática y formal anquilosada por seguir con maneras
de los XIX y XX. Ahora, autores como Jaime Espinal, Germán Bula y Juan Cárdenas
tratan la emigración, las creencias religiosas, la estratificación social y
económica de Colombia que produce brechas en el tejido social, la vida en la
diáspora de los colombianos y otro tipo de realidades que se llevan a la
ficción.
Sin necesitar una licencia para
incluirlos por ser solo colombianos de sangre, crianza, ascendencia y hasta
por los temas centrales y/o tangenciales en sus obras, quiero referir a Sergio
de la Pava (Una singularidad desnuda y Personae),
Patricia Engel (Vida y No es amor, es solo Paris), Julianne Pachico
(The lucky ones ), Jaime Manrique (Luna latina en Manhattan) y
James Canon (Cañón) (La aldea de las viudas), quienes cuentan historias que pasan dentro de Colombia y/o de personajes
colombianos desbandados haciendo vida fuera de la república; quienes en su
mayoría han adelantado una carrera literaria en Estados Unidos y/o en Europa y por
esta razón sus obras primero han salido en inglés y otros idiomas para después ser
difundidas en español y llegado a Colombia.
Ahora bien, hay cinco canteras regionales
descentralizadas de Bogotá, de los departamentos de Cauca, Huila, Antioquia,
Valle del Cauca y la ciudad Cartagena de Indias (Y el resto del departamento de Bolívar),
de donde por una inexplicable razón- hasta ahora- ha aflorado la más clave y
virtuosa narrativa de la literatura colombiana última, lejos del provincianismo
y las obras sobre la sicaresca, lo costumbrista y narco, con las obras de Juan
Esteban Constaín (El hombre que no fue
viernes y El naufragio del imperio),
Iós Fernández (El siguiente por favor),
Diego Calle (Cadavid), Margarita García
Robayo (Lo que no aprendí, Hasta que
pase un huracán y Cosas peores), Rubén Varona (La
hora del cheescake, El sastre de las
sombras y La secta de los asesinos,
escrita a cuatro manos con Carlos Mauricio Muñoz), Manolo Gómez Mosquera (El
Bariz Naranza), Orlando Echeverri Benedetti (Sin freno por la senda equivocada y Críacuervo), Efraim Medina
Reyes, Jacobo Cardona Echeverri (Las
vidas posibles y Historia natural de
los objetos insignificantes), Gerardo Ferro Rojas (Cuadernos para hombres invisibles), Benhur Sánchez Suarez (Buen viaje, general), Armando Romero (Cajambre, novela que recuerda los
mejores relatos sobre la costa pacífica al estilo de Arnoldo Palacios) y
Fernando Gómez (Microbio, La soledad del
cuarto oscuro y ¡Salta cachorro!).
Merecen especial mención Samuel Jaramillo
con Dime si en la cordillera sopla el
viento, libro sobre el departamento del Huila y el mamotreto Los hijos de la fiesta de Andrés Hoyos, porque en una novela de mil páginas da cuenta de la brecha social y la
desconexión entre el tejido social entre los adinerados; la clase alta de Bogotá y su clase
media frente a la inequidad y los padecimientos del resto de los colombianos.
Roberto Rubiano, Hugo Chaparro
Valderrama, Pedro Badrán y Naum Montt son, tal vez, los mejores representantes
de la novela histórica, policiaca y de terror. Aunque también se encuentra en
ellos creaciones en otros géneros formales y temáticos.
Caviativá de Mauricio Loza, Mañana cuando encuentren mi cadáver
(Premio Juan Rulfo de 2009) de Adolfo Antonio Ariza Navarro, Coprófago paradise de Juan Nicolás
Donoso, Memoria de correspondencia de
Emma Reyes, Diario de la mujer invisible de Liliana Guzmán, La cuadra de Gilmer Mesa, Las diez y nueve enaguas de César Mackenzie, El museo de la calle Donceles de
Rigoberto Gil Montoya y El inquilino
de Guido Tamayo componen un conjunto de novelas long seller, premiadas y de muchas reediciones, pero con una gran
valía literaria.
Alfonso Carvajal (Hábitos nocturnos y Ruega por
nosotros) y Gabriel Pabón Villamizar (Barrio
hereje) han escrito contra la iglesia católica en ficción y no ficción y se
relacionan mucho en tema, pero no en tono con la saga del Río del tiempo de Fernando Vallejo y sus obras consecutivas llenas
de reiteraciones pero magistrales.
Antonio García (Ángel), Andrés Burgos, Andrés
Felipe Solano (Salario mínimo: vivir con nada y Cementerios de neón), Juan Fernando Hincapié y Ricardo Silva Romero (Historia oficial del amor) son prosistas y
periodistas que discurren sobre la vida del colombiano en la ciudad con humor,
mientras abordan la gramática y la ortografía en burla a la ciudad letrada de
Ángel Rama, la vida de un obrero con el salario mínimo de Colombia; la vida
fuera del país y dentro de las circunstancias de los oficinistas más
domesticados por una democracia y un capitalismo imperfectos en las ciudades
más grandes de una república bananera, esto es, si seguimos con la idea de Erna
von der Walde a la que nos acogimos al inicio.
Entre las mujeres que escriben sobre
mujeres y casi siempre desde la voz narrativa de mujeres, están: Laura Restrepo (Hot sur es una novela decepcionante de
inmigrantes en Estados Unidos, pero su obra anterior es superior. Sobre todo Leopardo al sol y La novia oscura), Pilar Quintana (Coleccionista de polvos raros y Perra), Melba Escobar de Nogales (Duermevela y La casa de la belleza), Ángela Becerra (Ella, que lo tuvo todo), Gloria
Susana Esquivel (Animales del fin del mundo), Virginia Mayer (Polaroid) y Carolina Sanín (Todo en otra parte y Los niños).
Gonzalo Mallarino ha hecho ficción sobre
las mujeres colombianas y occidentales con gran éxito y precisión y hace unos
meses volvió por su senda con la novela Canción
de dos mujeres.
En novela gráfica tenemos la obra
colectiva Caminos condenados coordinada por Diana Ojeda, Tanta sangre vista de Rafael Baena y Virus tropical de Powerpaola. Anticipos de un género que va cobrando
fuerza y del que ya hay ya toda una industria en desarrollo en la que
ilustradores y escritores hacen obras fusionadas.
Cuentistas valiosos recientes son Jesús
Antonio Álvarez Flores, Fabián Martínez, Edson Velandia, Ricardo Abdahllah,
Luis Noriega y Manuel José Rincón (Cuentos
y pasiones del cielo).
El escritor Rafael Gutiérrez quien reside
ahora en Brasil va convirtiéndose en un exquisito y raro autor de culto junto a
Aliester Ramírez: autor de Mi vestido
verde esmeralda: una suerte de crónica novelada de la sobrevivencia y la
pujanza paisa de una mujer en el Eje Cafetero.
Daniel Samper Pizano en Impávido coloso trató la larga dictadura
brasilera y en Jota, caballo y rey la
corta dictadura de Rojas Pinilla en Colombia y las vicisitudes de un caballo de
carreras exitosísimo llamado Triguero.
John Better, Alonso Sánchez Baute, Giuseppe
Caputo y Gonzalo García Valdivieso (Los putos castos (Memorias)) hacen literatura sobre personajes LGBTI que trascienden en sus obras la
temática de la orientación sexual para reflexionar como cualquier humano sobre
los temas reiterados de la literatura: el amor, la muerte, el cambio social, el
campo y la ciudad; la condición humana a la colombiana, pues.
En poesía hay que reparar en las
emergentes voces de Dufay Bustamante, Lucia Estrada, Winston Morales Chavarro,
Mónica Lucia Suárez, William Ospina, Santiago Espinosa, Fernando Denis, Tania Ganitsky, Larry Mejía,
Santiago Cepeda, Andrés Torres, Camilo Ángel, Fadir Delgado, Andrea Cote, Pablo Estrada, Cindy León, Juan David Ochoa,
Camila Charry Noriega, Zeuxis Vargas, Henry Alexander Gómez, Hellman Pardo, Margarita Mejía, Jorge
Valbuena, Fátima Vélez y Saúl Gómez Mantilla.
Los interesados en seguir el rastro de
aquí en adelante de la literatura colombiana pueden consultar para poesía y
narrativa las revistas y medios Raíz invertida,
Tras la cola de la rata, Otro páramo, Corónica, Arcadia, El malpensante y el Boletín bibliográfico y cultural del Banco de la República de
Colombia.
Como se ve, se narran, se poetizan y se
leen otras realidades colombianas además de las arquetípicas violentas o
narcotizadas. Otras experiencias que también ocurren o se imagina y sienten en
el país o fuera de este son llevadas a la literatura en varios géneros
tradicionales y en los nuevos medios de la literatura electrónica.
Colombia es descifrable por medio de su
literatura, pero no se puede resumir ya únicamente en una república en guerra,
bananera y coquera violenta.
Buen panorama de la literatura y me agrada mucho el que se reconozca la actividad de la literatura electrónica. Felicitaciones.
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