lunes, 11 de junio de 2018

Si la vida copia el arte, la representación dramática se convierte en vida (Lope meets Baires)

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Fotografía:Literatura para oír. {Chejfec elige ver representaciones 
mentales, más verdaderas que la realidad}


Por: Rodrigo Bastidas P.
Chejfec, Sergio. La experiencia dramática. Buenos Aires: Alfaguara, 2012.  164 págs.

Hace un par de meses, un amigo cercano me invitó a caminar por las calles, tomar café, comer algo y hablar de trivialidades mientras la tarde se hacía noche. Ese fue un gesto extraño y al mismo tiempo cálido, era una invitación que no era usual entre mi grupo de conocidos y que, en el fondo, buscaba una especie de intimidad creada para contar aquello que sentíamos. Ambos habíamos sufrido hacía poco por el rompimiento de nuestras relaciones y sentíamos la necesidad de conversar, o sentir los pasos de un otro mientras llegábamos a cualquier lugar. Esa era una forma de sentir menos el paso del tiempo un domingo en la tarde, y tratar de entender el mundo propio desde las palabras del otro. Con el tiempo, esa invitación se repetiría un par de veces, para caer de nuevo en el olvido y ser cooptada por la cotidianidad. Una esas tardes, me comentó que en una clase el docente les pidió que narraran (en cualquier formato) el momento de su vida que podrían narrar como “memorable”. Empezamos a buscar la lógica del concepto de lo memorable y sus diferentes interpretaciones hasta que olvidamos el asunto. Sin embargo, esa idea quedó en mi cabeza por todos los meses siguientes, hasta desvanecerse casi por completo; digo casi porque este mes un resto (minúsculo y poderoso) renació potente con la lectura de La experiencia dramática, de Sergio Chejfec.

En el centro del libro de Chejfec hay un vacío argumental, un espacio en blanco en el cual se mueve la indeterminación como forma de narrar. Las acciones que toman lugar en la novela (caminar un par de calles) están aludidas más que a grandes actividades, solo a pequeños gestos, a tics y miradas que se dan entre los dos protagonistas: Félix y Rose. Así, asistimos a todo lo que ocurre en una conversación entre dos mientras los recuerdos toman el lugar del presente: ver al otro, interpretarlo, intuirlo, imaginarlo, armar una posible respuesta, inferir una mirada, repetir historias, engañar con mentiras, hacer creer al otro que creemos su historia. De esta forma, el argumento de libro, que bien podría contarse en dos páginas, se despliega en una serie de pormenores que construyen uno de los planos secuenciales de esta novela. Pasamos así de un plano de argumento (caminar un par de calles) a un plano de acción (hablar en ese caminar). En este segundo plano, hay un desplazamiento a que produce una primera difuminación de lo objetivo: nunca sabemos lo que los dos personajes hablan más que por la inserción de un narrador indirecto que está haciendo referencia al otro. Así, los personajes aparecen gracias a un filtro debido al cual la voz subjetiva tiene el papel de ocultarse a sí misma a través de un juego de desplazamiento e interpretación; Félix habla por Rose y Rose por Félix.

Pero este segundo plano no es el último, bajo este plano hay otro más, en el que ya no interesa la acción en sí misma, sino las relaciones que ese diálogo produce (podríamos llamarlo plano inferencial). En este plano hay también desplazamientos, pero no se trata de las voces, sino de las temporalidades. Así la acción del presente (caminar-cronos) que se exhibe como doblez (tiempo kairos), se lleva al pasado como forma de construcción del presente; la duda de la construcción de la subjetividad sigue presente: ¿somos consecuencia de nuestras acciones?, ¿es el pasado el constructor de nuestro hoy?, ¿es el pasado la forma en la cual creemos construirnos aun cuando sabemos que los recuerdos son siempre falsos? Finalmente podríamos nombrar a otro plano en el que se desarrolla la novela y que podemos llamar existencial. En este plano, el tiempo ya no se remite a la vida de un sujeto, sino a la posibilidad misma de su ser óntico. La muerte como eje alrededor del cual se construye este plano permite entender que cada una de las acciones comienza y termina con la necesidad del sentido vacío del vivir que solo adquiere direccionalidad cuando la muerte aparece como realidad.

Seguro de que esta novela se plantea como una producción incesante de planos, me detengo en el cuarto. Existen así cuatro planos que, a medida que se profundizan, apuntan a la disolución de la subjetividad de diferentes maneras: tiempos, espacios, voces, memoria; pero ante esta disolución constante ¿qué queda entonces por contar?: quizá, ver cómo las formas de representación toman el lugar del sujeto real desvanecido. Así, parece que esto es lo que Chejfec quiere demostrar: aún es posible contar, siempre es posible narrar.


Con todos los planos superpuestos, los lazos que permiten unir las ideas parten de un disparador excepcional: el profesor de actuación de Rose le ha pedido que piense y actúe la que considere la experiencia más dramática de su vida. Desde este momento cada concepto se disemina, se piensa en cadenas significantes, se abre en posibilidades de existencia: qué es lo dramático, cómo se actúa un recuerdo, qué de falso o real se toma en una re-presentación de lo pasado, cómo saber que una experiencia es dramática, cuál es el estatus del presente de la experiencia. Estas preguntas son justamente el centro vacío alrededor del cual se establece la novela; vacío por el estatus de indeterminación y la imposibilidad de fijarse para delimitar una noción clara. La respuesta que aventura Chejfec en esta novela parece estar del lado de la imposibilidad en la representación de lo real, de la falsificación constante de la vida; pero, similar a lo que propuso Oscar Wilde en La decadencia de la mentira, es el arte quien toma el lugar céntrico, y la vida intenta copiar el arte sin lograr llegar más que a acercarse a él y arañarle trazos de aquello que es. Esto explica el inicio de la novela, con un Felix que piensa si ciudad desde los planos, los mapas físicos y digitales; como si en esos planos estuviera la realidad mientras que el caminar por las calles que esos planos representan, pareciera más una obra de teatro mal ejecutada que solo existe para confirmar la existencia del mapa. Por ello, en un nuevo juego de desplazamientos en la dicotomía del plano y el territorio, Chejfec propone que el territorio solo es posible mientras exista un plano que lo pueda describir; las acciones ocurren para ser contadas, no para ser vividas; la experiencia solo puede ser dramática.

Toda esta propuesta que ronda el complejo pensamiento filosófico de lo postestructural, es uno de los rasgos de las novelas de Chejfec (basta leer la gran novela El llamado de la especie para confirmarlo), las cuales tienen una fuerte ligazón con la academia de la Universidad de Buenos Aires y la calle Puán, ligazón que muchos criticaron a finales de la primera década del siglo XXI. Algunos considerarán que en esta novela no pasa nada, otros que los pensamientos de los personajes no van a ninguna parte, otros más que hay un afán por llenar páginas sin sentido; lo cierto es que esta no es una novela para un público general, forma parte de esa tradición literaria que fundó Juan José Saer en un libro como Glosa (en el cual se narran los 50 minutos en que dos personajes hablan mientras caminan 21 cuadras) y que conforman autores como Martín Kohan o el mismo Alan Pauls. La experiencia dramática es una novela con profundidad crítica y con una eliminación progresiva de la acción; una novela que difícilmente se puede pasar de manera rápida y que deja una serie de hilos de pensamiento que vale la pena seguir. Claramente, una propuesta como esta requiere una prolijidad en el lenguaje, en los métodos narrativos, en la elección de conceptos, en las líneas argumentales, en el manejo de la temporalidad; uno de los grandes plus de esta novela es el detalle en el trabajo con la palabra, la cual se mueve a través de los temas dando un ritmo específico a las inferencias de leguaje de Felix y Rose.

A medida que la novela avanzaba, recordaba esa charla con mi amigo y su insistencia en encontrar un concepto fijo para expresar qué significaba algo “memorable”: ¿era quizá algo grandilocuente?, ¿no recordamos acaso más aquello de lo cual nos arrepentimos que aquello que hicimos por bondad?, ¿es recrearla la mejor forma de narrarla?, ¿no es lo memorable lo que menos recordamos realmente porque de tanto contarlo lo hemos deformado? Le plantee todas esas preguntas a mi amigo mientras tomamos café y  tratábamos de pasar el tiempo. Él me miraba extrañado, sin entender bien a qué me refería y cómo eso podía llenar, de alguna forma, el tiempo de un domingo en la noche. Mi amigo sacó una excusa y salió a su casa mientras se despedía con una mirada en la cual me interrogaba por aquello que le preguntaba. Nunca más me invitó a tomar un café después de esa tarde que no alcanzó a convertirse en noche; encontré otras formas de llenar el espacio vacío, con preguntas, con las narraciones con la vida que sucede de manera dramática. Pero esa forma de dejar que las acciones sucedan forman parte de un plano de acción que aún no haya conexión con el plano de experiencia; solo podré vivirlo cuando lo empiece a narrar, así que aquí, inicio…
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Publicado por Rodrigo Bastidas
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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