miércoles, 10 de octubre de 2012

El sonido de un motor, un cuento de Jessica Toloza

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- ¡Yo no sé cómo contarle!  Mi mamá estaba encima mío cuando escuchamos el segundo disparo y enseguida fue que sentí el dolor...  ¡Yo no sé  nada más, no sé!-.
Parece que no me escucha, ni siquiera sé por qué le hablo.  Por qué me obliga a contarle, no sé cómo hacerlo. Yo no he tenido escuela. Mamá me sacó cuando en la casa empezó a escasear la plata. Me dijo que me tocaba salirle al corte como lo hacía ella y yo pensé que debía coger café y cuidar vacas. Lo que ella quería decir con eso era que me tocaba plantarme en la carretera y echarme encima a los choferes de los buses que pasaban cerquita a la  finca. La primera vez fue como si se me hubiera aparecido un espanto, y cuando llegué a la casa me metí al corral de la vacas y no volví a salir hasta que mi mamá me buscó y me dijo que eso era ser mujer, mientras me hacía beber un agua de yerbas amargas. Yo ya sabía que era mujer, mis hermanos me lo dijeron un día que no me dejaron jugar con ellos a los indios –¡nosotros no jugamos con niñas!-, lo que no sabía es que serlo me iba a doler tanto.
-Sí, sí señor, ya le dije que con mi mamá y mis hermanos nos echamos de buche en el barranco para que no nos encontraran.   Ahí nos estuvimos harto tiempo hasta que los perros dejaron de aullar.  Mire, ya se lo dije, no me haga repetírselo. Me duele recordar-.
Yo no sabía que a él le gustaban esas cosas. Yo simplemente le recibía esos regalos que me traía del pueblo los domingos, cuando repartía a la gente de la vereda en su camión. Nos veíamos a escondidas, él me daba cualquier cosa, me miraba a los ojos y nos subíamos a la parte de atrás del camión para que nadie nos viera. Mamá no se dio cuenta sino hasta que me regaló un reloj todo bonito, lleno de colores y con lucecitas para poder ver la hora por la noche. Cómo ocultar semejante preciosidad en una casa donde el lujo más grande era el agua que chorreaba de un tubo en la cocina. A mí la vanidad me llegó con el amor.
-¡Pero cómo se le ocurre!, yo no sabía nada, tampoco mi mamá. Ella hasta empezó a quererlo porque andaba pendiente de todos. Él se convirtió en el hombre de la casa y mi mamá lo dejó. ¡No, él sí me quería..!-
La quiero, me decía mientras me acariciaba la barriga. A mí nunca me habían dicho esas cosas y eso me hacía feliz. Me quedaba en la casa esperando hasta que escuchaba el sonido del motor mientras se acercaba, y la barriga me daba un brinco. El sonido del camión desapareció un día.  Él me dijo que eran negocios y yo no tenía ningún motivo para no creerle.  Me paraba en el borde de la carretera todas las tardes a esperar, es que es muy difícil desacostumbrarse al amor. Entonces volví a encerrarme en el corral de las vacas para hacerme alguna compañía.
-Sí  señor, si no hubiera sido por  esos perros no nos hubiéramos salvado-.
Al principio pensé que era él, que había vuelto, pero el rugido del motor no era el mismo. Es que una enamorada sabe cómo le suenan hasta los zapatos para caminar. No nos dieron tiempo de nada. Lo único que alcancé a echarme por encima fue el relojito de colores que él me había regalado la última vez. Como que el terror la obliga a una a volverse parte del monte.  Todos respirábamos al tiempo y lo hacíamos despacito, como tratando de parecernos a un árbol. Y ahí nos quedamos quieticos mientras ellos quemaban la casa y me llamaban a mí, que dizque para darme una razón que él me había mandado con ellos. Si no hubiera sido por mamá, que me retuvo aprisionada al barranco, me hubiera levantado para que me dijeran algo de él, lo que fuera.
- ¡Yo no sé nada señor! Ahí fue que me enteré que esa gente lo había matado y que la razón que me tenían era darme la misma suerte que a él-.
El primer tiro al aire nos puso a respirar todavía más despacio y yo empecé a sentir un dolor en la cadera y en la espalda que me puso tiesa. Mamá pensó que era el miedo, pero el segundo tiro al aire me hizo romper el vientre y no pude aguantarlo por mucho tiempo. No di ni un solo grito para parir a mi hija.
-No, no señor, no le he puesto nombre todavía, no sé a él qué le hubiera gustado, ni siquiera pudimos ponernos de acuerdo-.

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Imagen: Las cegadoras, Andrés de Santa María, 1895, Mambo
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Publicado por @stanislausbhor
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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