miércoles, 23 de agosto de 2017

Por qué escribo

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Por @stanislausbhor


Pareciera que el escritor y la persona son inseparables con el paso de los años. Como si la obra y persona se hubieran juntado. En este caso persona y obra se juntan después de la muerte. Muere en Madrid, en el apartamento de sus mejores amigos (no podría ser de otra forma, él que regresó la amistad en su literatura al justo estatus de la legión: un sucedáneo de la lealtad) murió de un infarto, tras un brindis de festejo por los diez años de vida de una revista bautizada por Octavio Paz y que defendía la idea de que el mundo entero podía ser una democracia. La democracia podía tener contradicciones, pero esas contradicciones eran subsanables justamente por vivir en democracia. Se había pronunciado en contra de los totalitarismos, de los políticos y de los teocráticos, reseñaba escritoras y escritores perseguidos por los fundamentalistas islámicos, cuestionaba a Günter Grass y a Saramago y a Berger por avalar el comunismo para los tercermundistas mientras ejercían su derecho al libre pensamiento dentro de una democracia Suiza, o alemana o portuguesa. En su declaración de principios empieza diciendo que escribía justo para eso: para ser diferente, porque se sentía diferente en un medio donde no conocía a nadie que quisiera ser escritor. Más adelante dice que se hizo escritor para robarle la máquina de escribir a su papá. Y poco después retorna para reafirmar su diferencia: quería ser un escritor diferente. Había comprendido muy joven, a los catorce años, que la singularidad era lo que hacía perdurar a la literatura. Y se singularizó a la inversa: en lugar de buscar el gran público y la escena cultural de los epicentros culturales, llevó el arte a su provincia, Zaragoza, en Aragón, una ciudad a medio camino entre las dos Mecas de la cultura española: Madrid y Barcelona. Su ciudad era también el centro del mundo. O podría serlo. Antologó autores de culto de provincia, contribuyó a fundar editoriales, hizo radio, televisión y en todos los ámbitos intentaba contagiar entusiasmos y animadversiones frente a las maravillas desconocidas y las contradicciones del mundo observado. Escribía columnas de prensa donde lo mismo podía celebrar la apertura de una línea aérea entre Zaragoza y Lisboa que su desprecio por el culturalismo que avalaba la ablación femenina por pertenecer a prácticas tribales inentendidas. Lo mismo podía expresar su afición por recorrer el mercado del rastro (mercados de pulgas) de cualquier ciudad y los hallazgos de baratijas que sublimaba como un potosí, o hacer un inventario de las librerías recónditas o multitudinarias de Túnez, Bilbao, Londres, Ámsterdam y países donde solo podía observar los libros sin conocer el idioma. Escondía escenas de su vida sentimental mientras hablaba de la búsqueda de una guía turística. Decía que lo que más le gustaba en el mundo era, en el orden de preferencias: su chica y luego los libros. Publicó 3 libros en vida: Dibujos animados, Discoteque, Amarillo. Y ya van 3 libros póstumos desde el octubre de 2011: Noche de los enamorados, Todos los besos del mundo y la compilación de columnas de prensa biográficas: Por qué escribo. El cine y la televisión, como todos los nacidos bajo su influencia, estaba en la base de su concepción de la narración de historias. Escribió sobre esta relación, sobre la televisión durante y después de una dictadura, sobre los límites de la regulación estatal de los medios que se convierte en censura y una novela que hace un collage entre la vida y la televisión: Dibujos animados. Escribió sobre el consumo demente antes de que existiera China en las estanterías de los supermercados. Escribió sobre Foster Wallace antes de que los grandes periódicos lo consagraran con necrológicas. Escribió sobre Peter Handke y sobre Ramón J. Senders. Escribió sobre su obsesión infantil por las piscinas y por los escritores que amaban el agua como Kafka y Jesús Moncada y los que rehuían de todo contacto con el agua como Susan Sontag y Thomas Bernhard. Creo, después de leer esas notas de prensa autobiográficas que su verdadera vocación estaba en hacer clasificaciones. Pero no como las de Linneo, sino clasificaciones que respondían a asociaciones innaturales de las cosas naturales. Clasificó a los autores extranjeros que habían escrito sobre su comarca. Clasificó calles amadas. Clasificó goles memorables. Clasificó inviernos por épocas y formas de sobrellevar el frío con recuerdos. Clasificó a los libreros de Madrid, su carácter, sus pulsiones, sus acechos. Se declaró incapaz de describir un olor, pero era capaz de captar lo permanente en medio de lo impermanente. Lo permanente eran las ciudades. Lo humano era impermanente. Amarillo es un libro muy extraño destinado a recobrar la memoria de su amigo Chusé Izuel que se suicidó en el apartamento que compartían tras una ruptura amorosa. Elige el punto de vista más difícil, la segunda persona del singular, para mantener la tensión de una obra, pero logra sortear su monótona reiteración del vocativo al dirigirse al amigo desaparecido con una clasificación de emociones y una simplificación de momentos. En Noche de los enamorados recobra una historia que se prometió desde los años que pasó en la cárcel por objeción de conciencia del servicio militar: la historia de su vecino de celda, Santiago Dulong, uxoricida, y su víctima, la mujer amada, Maria Isabel Montesinos, asesino al que trata con la misma ternura y compasión de una madre y al que intenta aproximarse con el respeto del amigo pero con la objetividad y distanciamiento del periodista para comprender los nexos internos del crimen, otro crimen, entre los crímenes más comunes, la violencia de género, en España. En una de esas notas de prensa que, sin saberlo, habrían de convertirse en su autobiografía, confiesa haber tomado la decisión equivocada: visto en perspectiva, el episodio de la cárcel era una derrota personal a causa de una obstinación juvenil. Sin embargo, la vida se vive hacia adelante y se comprende hacia atrás, y tal vez la experiencia de la cárcel le permitió ese grado de comprensión y empatía con los personajes trágicos, por su cercanía. Es fácil encontrar rastros del legado de Félix Romeo en internet, pero es más complicado encontrar las obras del autor en esta parte del mundo. Después de tres años conseguí un ejemplar de Por qué escribo, editorial Xórdica, traído de España. Releo en estas tardes de varicela tardía algunas columnas para imaginar su voz y su carácter. Releo de tarde en tarde mientras baja la fiebre, sus clasificaciones caprichosas pensando en qué se supone que hacemos cuando clasificamos. Clasificar es desintegrar para la mayoría. Para Félix Romeo la clasificación consistía en encontrar recurrencias y fijar interrogaciones. Desde la tumba sigue contagiando entusiasmos, porque encontré a Aloma Rodríguez siguiendo su rastro en la web. Lo que sigue es la entrevista a una de sus amigas más cercanas. Félix Romeo Pescador murió el 7 de octubre de 2011 en Madrid, después del brindis por los diez años de la versión española de la revista Letras Libres.

Félix Romeo. Foto: Aloma Rodriguez

Daniel Ferreira: Desde una perspectiva de tiempo, para ti: ¿Qué predomina de esos momentos vividos con Félix Romeo: su figura más literaria o los rasgos esenciales de su carácter?

Aloma Rodríguez: Félix Romeo y sus libros son inseparables para mí porque ya no está Félix: su muerte lo congeló para siempre. Ahora sus libros, las canciones que me recomendaba, las conversaciones, los paseos o su helado favorito forman parte de lo mismo: lo que queda de él. Por otro lado creo que a él no le disgustaría pensar que los libros de uno son parte de uno, no todo y no en cualquier momento, pero sí cuentan algo del escritor en el momento de escribirlos.

D.F.: Has dicho en varias entrevistas que Félix Romeo marcó tu vida y sobretodo tu decisión de ser escritora. Otros autores españoles señalaron el mismo impulso. Romeo fue una figura esencial de la escena literaria española entre finales de los años 90 y la primera década del siglo cuando ocurre su muerte prematura. ¿Cómo te guió Félix Romeo hasta enfrentar la decisión de ser escritora?  ¿Te impulsó de una manera precisa a tomar esta decisión? ¿Un consejo, un momento, una recomendación?

A.R.: Mucha gente que conoció a Félix Romeo puede decir lo mismo que yo: les marcó y les animó a escribir, hacer películas, fotos o pintar cuadros. La suerte que tuve es que lo conocí muy pronto, que era como una especie de hermano mayor, y que gocé de su consejo más tiempo. Empecé a escribir el blog que fue el germen de mi primer libro porque me lo sugirió él; el título de ese libro, París tres, también fue una idea suya, por citar solo algunos detalles concretos. También me recomendaba libros y me presentaba autores: Édouard Levé, Annie Ernaux o Valérie Mréjen, por ejemplo. Lo que hace de Félix Romeo que fuera tan importante para tanta gente son su inteligencia, su curiosidad y su generosidad: no se guardaba nada, todo lo compartía de manera entusiasta.

D.F.: Provienes de una familia de escritores. Tu padre y hermano mayor han escrito.  Al parecer es por la amistad de Félix Romeo y tu hermano que aparece el autor en tu vida. Uno de tus primeros recuerdos, has escrito, es el de F.R. entrando en tu casa cuando tenías siete años. Luego le dedicas una entrada en AlomaSimpe, llena de recuerdos de momentos vividos. http://alomasimpe.com/blog/?p=561
 Entrando en detalle, ¿en qué consistían esos momentos compartidos con Félix Romeo o por qué se daban esos momentos?

A.R.: Una de las cosas que fomentaba Félix Romeo era juntar a gente de diferentes edades y generaciones: él, diez años más joven que mi padre, era amigo suyo, pero también mío y de mi hermano, quince años más jóvenes que él. Uno de sus mejores amigos era José Antonio Labordeta, que podría ser su padre por edad, y les hablaba a los niños como a adultos, discutía con ellos si no estaba de acuerdo de la manera más alejada a la condescendencia que se pueda imaginar. No sé cómo lo hacía pero parecía que vivía más que los demás y lo bueno que tenía es que lo compartía: le encantaba que los demás disfrutaran, y eso podía pasar por una película, un disco, un escritor o un paseo.

D.F.: “Por qué escribo” es una selección de las notas de prensa más autobiográficas de F.R. Al leerlas en forma de libro uno se hace a la idea de los gustos, las pasiones, las ideas, la ética de F.R., la declaración de principios del autor y también se aproxima al interés de Romeo por la producción cultural de su región (Zaragoza, Aragón, España) ¿Influyó F.R. en situar a Zaragoza en el mapa literario de España como una geografía literaria propia con una tradición propia? ¿Cuál es tu percepción como escritora aragonesa?

A.R.: Por supuesto, Félix puso a Zaragoza en el mapa literario y reivindicó a muchos escritores aragoneses y zaragozanos de adopción: desde Braulio Foz, autor de Pedro Saputo, a Miguel Labordeta. También José Antonio Labordeta, José María Conget, Ignacio Martínez de Pisón, Ángela Labordeta, Manuel Vilas o Julio Antonio Gómez. Fue el caldo de cultivo para que surgieran escritores como Ismael Grasa, Rodolfo Notivol, Cristina Grande, Octavio Gómez Milián, Almudena Vidorreta, María Pérez Heredia o Eva Puyó, sin contar con los miembros de mi familia. Romeo me enseñó que se podía ser moderno y cool en Zaragoza y me obligó a quitarme los complejos y a huir de la queja.

D.F.: ¿Puedes recordar la última vez que viste a Félix Romeo?

A:R: Félix Romeo murió en mi casa, el 7 de octubre de 2011. La noche anterior habíamos cenado con unos amigos en una casa de comidas. Luego tomamos cervezas en la plaza Matute. La noche anterior cenamos en un italiano de la calle Cervantes. Lo recuerdo para siempre llamándome desde la calle Príncipe y yo asomándome al balcón para ver su sonrisa entre mis geranios.

D.F.: Conoces el libro de Jorge Martínez Lucena: Negro. Desde que te fuiste se nota el silencio (Libros del K.O, 2014). Si lo conoces, ¿qué juicio te merece esta obra?

A.R.: Sí, lo conozco. El autor entrevistó a mucha gente, a mí entre otros. No sé cuál era el propósito del libro, pero creo que falló al intentar hacer un retrato de Félix Romeo. Al leer el libro me daba la sensación de que Martínez Lucena trataba de hacer encajar a Romeo en la idea preconcebida que tenía de él. Por otra parte, el libro está lleno de inexactitudes. Algunas las recogió Daniel Gascón, mi hermano, en este post: http://www.letraslibres.com/mexico-espana/notas-sobre-negro 
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Publicado por @stanislausbhor
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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