domingo, 21 de diciembre de 2025

La montaña mágica, de Thomas Mann

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Katia y Thomas Mann, Berlín 1929, Wikipedia

Por Daniel Ferreira


A comienzos del siglo pasado la tuberculosis era una enfermedad mortal y se trataba en sanatorios aislados de Europa. Según el grado de infección y la afección en órganos, los pacientes podrían tener distintos tratamientos, pero básicamente el tratamiento consistía en respirar aire puro y comer. Los que podían sufragarse un viaje medicinal solían ir a tierras cálidas o a hospitales aislados. El hospital de la novela de Thomas Mann, Berghof, queda en la realidad en una montaña de Davos, Suiza. 


El sanatorio de Lubek en Davos alojó en 1912 a Katia Mann y a su esposo, el escritor Thomas Mann en calidad de acompañante. En la novela, los pacientes están aislados del mundo, de las tierras bajas, en ese sanatorio, las alturas, envueltos en mantas de pelo de camello, en un régimen de comidas opíparas de al menos 5 raciones por día, y sometidos a constantes análisis médicos practicados por el director del hospital y sus asistentes. Hoy solo es un hotel de lujo para albergar presidentes con abrigo de piel que disertan sobre el cambio climático sin ponerse de acuerdo y hacer algo al respecto, cada dos años.


La montaña mágica se empezó a escribir después de ese viaje, pero su redacción se vio interrumpida por los 4 años de la Gran Guerra europea (1914-1918) y Mann la retomó y le añadió una última parte en 1922 y así fue ganando extensión hasta que se publicó como la conocemos en 1924. En suma, Mann la había estado escribiendo durante 12 años y la publicó después de sus obras maestras La muerte en Venecia (1912) y de la que le diera fama universal, Los Buddenbrook (1906). El éxito comercial de esta última hace pensar que cuando se publicó La montaña mágica, a los 34 años de edad, éste ya era una celebridad en Alemania y se movía entre la élite cultural y financiera. Por eso viajaba siempre en primera clase del tren y podía irse al exilio en Suiza. 


La historia se la saben todos: un ingeniero que ha heredado una fortuna familiar, Hans Castorp, va a visitar a su primo, el militar Joachim en el sanatorio de Davos para pasar dos semanas y acaba quedándose 7 años hasta el estallido de la guerra mundial. Ese viaje iniciático en el final de la juventud es el que acaba por ser una educación sentimental, una inmersión en las ideas de la época y por modelar y dar forma a un hombre nuevo. 


Todos en algún momento determinado de la vida (generalmente cuando ya no se puede cambiar el pasado) hemos tenido la fantasía del cómo hubiera sido mi vida si: me hubiera subido a ese tren (en primera clase), si me hubiera casado con esa otra persona, si me hubiera dedicado a criar vacas como mis padres, si me hubiera ido a x país con la fuerza y el romanticismo de los 20 años… En fin, todo lo contrario, a lo que hicimos. ¿Qué tipo de persona hubiera quedado de todo eso que imaginamos? 


Hans Castorp, alter ego de Mann, es el encargado de encarnar tal fantasía: qué hubiera sido de mi vida si siendo ingeniero y heredero de una fortuna decido irme al nosocomio Wald, de Davos, en Suiza a visitar a mi primo militar, y me encuentro allí a 3 filósofos, uno filocomunista, otro conservador nacionalista y un dandy epicureísta, y a la vez me enamoro de una extranjera amoral y enferma de muerte. 


Mann permaneció allí solo 3 semanas en calidad de visitante clase turista, con derecho a las comidas diarias, habitación y paseos. No era un enfermo, como tampoco es un enfermo Hans Castorp cuando arriba en similares condiciones a la estación del tren en Davos y acaba quedándose a comer bien durante los siguientes 7 años. La montaña mágica cambió su personalidad. O el mundo cambió tanto en esos años, que el Thomas Mann promotor del estado alemán, defensor de ideas nacionalistas, a la vuelta de los años, en el fragor de la república de Weimar, y luego, en los años de exilio en Estados Unidos, debido a la guerra nazi, se convirtió en un defensor de la democracia, humanista, comprometido con la defensa del estado y las libertades ciudadanas del orden burgués. 


Lo que hace esa novela de iniciación (Bildungsroman) es imaginar la vida de un joven, Hans Castorp que se ve envuelto en un diagnóstico equivocado y acaba cambiando su vida en el contacto con la enfermedad y la muerte. Mann consigue transmitir la sensación de contagio paulatino al lector, quien poco a poco empieza también a escupir sangre (simbólicamente). Esa prosa del sobreviviente logra tal efecto en los lectores, el efecto de estar al límite, porque la enfermedad crea una isla de realidad, donde la muerte es el único límite y el tiempo que separa el presente de la hora postrera cambia el sentido de lo natural en el mundo y desintegra el tiempo, lo que permite a Castorp detenerse en los innumerables detalles de la existencia, como el ateísmo, el idealismo, el materialismo, la ciencia médica, la música, el subconsciente, el amor, el hedonismo, el progreso, la barbarie. 


Castorp empieza a transformarse cuando se encuentra con la primera víctima mortal de la enfermedad. Un cuarto entreabierto le permite entrever una escena de negación a morir por parte de una mujer que ha visto ya antes en el comedor y que en esas primeras noches será una víctima más de la tuberculosis. Otro golpe de realidad es el regalo curioso que le ofrenda la mujer de la cual se enamora, Clawdia Chauchat: una radiografía de sus pulmones, siete meses después de conocerla. Un diagnóstico imprevisto de tener algún tipo de afección pulmonar lo convierten de espectador en protagonista, con lo que acaba quedándose un primer año. La muerte de su primo es prácticamente un relevo en los dominios de la enfermedad. 


En el capítulo Nieve aparece la montaña mágica. La subida a la montaña sagrada es un símbolo universal. Se sube a la montaña para comparecer ante dios, como en la Biblia, para despojar a la mente de expectativa como en el budismo, para descender siendo un iniciado como en las tradiciones paganas. Castorp sube a la montaña donde se esquía en el invierno y en medio de una tormenta de nieve tiene una visión: la del nacimiento de un niño. El nacimiento es otro símbolo universal. En este caso el niño es sacrificado. Este sacrificio a un dios inclemente, por una sociedad depravada. Hay otros delirios con imágenes de muerte, como el suicidio simbólico de su primo Joachim. El primo Joaquim encarna al hombre recto, el militar que cumple órdenes y respeta las jerarquías y muere en el cumplimiento de su deber. Es la rigidez de las ideas. La voluntad de Castorp llega a una conclusión existencial: es la vida la verdadera pulsión que debe mover a un ser humano. Hay que vivir. En libertad. Hay que otorgar la vida, el don. Hay que derrotar a la enfermedad y hay que rebelarse contra la muerte. 


La noche de Walpurgis se titula el capítulo en que se consuma el amor entre Hans Castorp y la paciente Clawdia Chauchat. Castorp abandona su castidad para adentrarse en los fluidos y la carne de una mujer contagiada (lo cual se elude y narra en otro capítulo). La pasión desborda la razón en Castorp. Después del baile de máscaras, abandonarán el salón para internarse en la alcoba. Un lápiz ha sido la conexión imaginaria que ha tenido Castorp donde Chauchat representa el amor ideal. En Thomas Mann había una conexión entre el amor idealizado como sublimación de un deseo homosexual. También esa ambivalencia aparece en otras de sus novelas. Subliminal o velada, la pasión arrebatada por Chauchat desborda a Castorp. Después de un extenso diálogo en francés sobre la moral de los libertinos como una moral pragmática pero no amoral, a diferencia de los moralistas que nunca se arriesgan por estar limitados por la barrera de limitante de su moral, que encubre principios y prejuicios básicamente de clase o de raza, cultura o religión. Es ese abandono a la pasión lo que lleva a Castorp a ceder las riendas de una vida controlada, planificada, condicionada, privilegiada, burguesa, por una fuga hacia lo desconocido, hacia la pulsión corporal, hacia el cuerpo de otro ser deseado, y así se desvanece el conflicto de que Chauchat sea una enferma de muerte. Es un cuerpo enfermo, pero es una mujer. Y en esa decisión, que puede ser una metáfora de abrazar incluso la mortalidad, está la esencia del libre albedrío, de una nueva libertad no condicionada, acaso el principio del amor.  


En la parte VII, en varios capítulos se narra el duelo entre Naptha y Settembrini. Es quizá el clímax de la novela. Dos sistemas de ideas, materialismo e idealismo, que son ideas de la filosofía alemana de épocas anteriores pero materializadas en la política real para la época en que fue escrita por Mann, los años 20. Estos conceptos son expuestos por los contendores a lo largo de las discusiones que se dan en almuerzos, cenas y visitas mutuas, y que versan sobre el ateísmo, la libertad, la coerción, el estado, la violencia del estado, el sistema, ideas que se oponen hasta que en un gran arrebato de confusión los contendores resuelven sus diferencias por las armas. Al principio todo es como un juego dialéctico. Pero este deriva en el juego de lo real. Los personajes son alegóricos. Setembrini y Naphta son dos filósofos que están condenados también por la enfermedad. Settembrini defiende las ideas liberales idealistas, y Naphta las ideas totalitarias materialistas. Durante buena parte de la novela ambos quieren captar a Castorp para su causa. Este se mantiene atento, pero al margen de las discusiones. El régimen de Alemania para entonces era la república de Weimar, que se debatía entre abrazar dos fuerzas políticas similares: el liberalismo o el totalitarismo. El segundo camino fue el que unos años después llevaría al Tercer Reich y a la máquina totalitaria del nazismo. Podría representar alegóricamente también las posturas entre Mann y su hermano, el escritor Heinrich Mann. Thomas, conservador y nacionalista en su juventud, y Heinrich comunista de siempre, tenían una relación cordial y tensa. Thomas Mann solía comentar en público con gran entusiasmo las publicaciones de Heinrich que tenían éxito comercial, pero consideraba en privado que su hermano escribía sobre cosas que debían permanecer secretas, como el sexo o las convicciones políticas. Acorralado por la real política de su tiempo, y el pleno ascenso del nazismo, Thomas Mann acabaría viviendo en el exilio en Estados Unidos y exhortando a sus compatriotas alemanes desde la radio y las conferencias universitarias a oponerse al totalitarismo nacionalista mediante la acción en contra del partido que acababa de desatar la barbarie. Un cambio total de postura frente a sus convicciones juveniles y una aceptación de las ideas de su hermano. Lo que acabó por reconciliar a los hermanos Mann fue la evidencia histórica de lo que podía hacer las ideas fanáticas de una fuerza política con el devenir de un pueblo culto. Lo que separa a los dos personajes alegóricos de la novela, el pintor italiano Settembrini y el jesuita Naptha, es la acción. Naptha está dispuesto a llevar a la acción, a las manos, a las armas, la defensa de las ideas. Settembrini acepta el duelo por ese honor que parece una leyenda de otras épocas, donde los hombres podían batirse por un zar, por un kaiser, por la patria, pero elude la confrontación. Settembrini prefiere renunciar al ataque. Entonces Naptha que se siente desairado, se suicida, lo que da como resultado el sacrificio inútil de las ideas. 


La novela es inagotable en los temas que toca. La disyuntiva entre civilización y barbarie. Las nociones subjetivas del tiempo. El sentido de la existencia. El arte, la música, el talento. 


El tiempo es el tema alegórico. Porque somos organismos inmersos en una linealidad temporal. Seres del tiempo, conciencias que organizan la experiencia en secuencias temporales, en derivas de la memoria. La percepción del tiempo se dilata cuando estamos ante una catástrofe o drama personal. De igual manera se acelera cuando vivimos plenamente una gran emoción. Pero en general es el pasar de una expectativa a otra lo que acelera o detiene el transcurso lineal de la narración, y de la vida. Un efecto literario. La misma novela abre y cierra expectativas: por momentos es lenta, descriptiva y llena de disertaciones y digresiones, aumenta el ritmo en largos diálogos y discusiones políticas y filosóficas y se acelera en resúmenes y clímax. El final para un libro de grandes dimensiones podría considerarse casi ex abrupto, o como una caída de plano en una nueva realidad, la guerra, ese ex abrupto.


Otro de los temas primordiales es la enfermedad y cómo el ser humano ha buscado enfrentarse a la muerte con la ciencia y la medicina. Para entender la enfermedad hay que entender la vida en un sentido biológico, plantea el director del hospital. Solo somos formas de vidas. Cuerpos hechos de albúmina, cal, agua, sal, proteína, amor. Y colonias de bacterias. La enfermedad es una metáfora de la mortalidad humana. En el sanatorio los enfermos están reunidos, comparten juntos el temor a morir y la esperanza de la supervivencia, pero sobre todo comparten la vida que la enfermedad les deja. La enfermedad no es una definición; es una contingencia. Si no acaece, la mortalidad no es abolida, si acaece proviene de factores ajenos al sujeto, por mecanismos donde se involucran otras formas de vida, fuerzas vivas de la naturaleza y el mecanismo aleatorio del azar, como ocurre con el origen de la vida. La vida sigue su curso, incluso en la enfermedad. La enfermedad se instala en la vulnerabilidad humana, pero esa la comparten todos, sanos o enfermos. Es solo una de las consecuencias del vivir. Pero no llega a ser una definición del ser humano, que es la suma de cualidades más valiosas y también de las contradicciones. 


En nuestro mundo los privilegios burgueses han sido solo el privilegio de una clase y a la par hemos tenido un desperdicio de las ideas. Generaciones enteras de marxistas creyeron que era el momento de enfrentar por las armas la crisis del capitalismo y oponerle la revolución para cambiar al ser humano. Esas ideologías fracasaron y fue inteligencia desperdiciada. Thomas Mann introdujo a las discusiones de su novela los planteamientos del idealismo, el romanticismo, el materialismo, el positivismo. La montaña mágica es así un libro de ideas. Leerla hoy es dialogar con tales ideas y salir transformado, como Hans Castorp.


Empecé a leer la montaña mágica después de un paseo por el parque de San Lorenzo, donde pude observar de lejos el edificio que fue el hospital de tuberculosos en Bogotá, en marzo de 2025 y estuve leyéndola por todos lados hasta mayo de 2025. Ya había intentado antes leerla en Zapatoca en 2015 en estado de aburrimiento. Lo intenté en Piedecuesta, cuando mi madre me regaló el libro en 2018, pero ninguna de esas veces reuní las condiciones necesarias para acceder a tales cumbres. Solo fue posible después de vivir la experiencia de colectiva de la pandemia. Los medios y el poder promovían la idea de que había que actuar como si estuviéramos contagiados todos, actuar como impostores, para ser conscientes y solidarios. 


La montaña mágica, Plaza y janés, Trad. Mario Verdaguer. 1983

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Publicado por stanislausbhor
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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