jueves, 28 de enero de 2021

De haikus selectos y seleccionados

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Por Umberto Senegal*

L a provocativa idea, propuesta por el joven profesor y crítico quindiano Ángel Castaño fue resaltar los cinco haikus más significativos en mi vida. Solo cinco, entre oriente y occidente, que para mi juicio y gusto sobresalen entre millares, de todas las épocas, a lo largo de 500 años del perdurable florecimiento de tal forma poética.

 

                                                             

La luna y las flores del cerezo;

  ahora sé, cuál es, en este mundo

  el tercer verso.

                                                                                                            Ryhuo

  

 

Sin especificar que los haikus seleccionados fueran de uno o más autores. Cualquier entusiasta del haiku, que haya peregrinado amplio tramo de su vida protegido por la simplicidad de esta poesía, estudiándola, leyéndola, pero sobre todo viviéndola, sin discurrir demasiado con nombres o escuelas, con estilos y propuestas dentro o fuera de Japón, nombra, de inmediato, cinco de alguno de los grandes maestros del canon japonés. Clásicos o contemporáneos. O transcribe uno de cada poeta. Cómodo. Pero injusto con cuanto es el haikú en sí, más allá de nombres y estilos. Más allá de escuelas y discusiones literarias que llenan de penumbras la transparencia del haiku. Ulterior a las propuestas temáticas y métricas, de la distribución de los versos, del sustancial kigo, a lo largo de su desarrollo en oriente y occidente. Representativos de la mística o la estética, propias de tal poesía con su estructura clásica o moderna. Cinco haikus, florecientes todavía en un lugar privilegiado de la memoria, por sus implicaciones religiosas, filosóficas o simplemente literarias.

 

 Si somos obedientes,

las silenciosas flores

              nos hablarán al oído interno.

                                                                                                                         Onitsura

 

Buena propuesta. Y buen ejercicio. No solo de síntesis. También de sensibilidad y evocación. Descubrir, dentro de cada haiku recordado, que “una iluminación espontánea penetra la eternidad; la eternidad es un instante. Cuando uno comprende el instante eterno, ese ilumina a la persona que lo contempla”.  Bien pudieron ser 50. Y también serían pocos y, a la vez, la cantidad adecuada para comprender qué es este molde poético. O 500, para conformar una antología de la plácida belleza inmarchitable. De tres versos escritos no para urdir descripciones exteriores o interiores de extendido vuelo emocional, sino para despertar sensaciones desplazándose por horizontes más allá de lo racional.  La cantidad seguiría siendo proporcional con los silencios y levedades, con el amplio vacío formado en torno al hecho de señalar cinco haikus y cinco haiyines. Bien lo expresa un poema oriental: “En este mundo de ensueño, cuando alguien cuenta lo que ha soñado, el relato también es solo un sueño”. Cinco haikus para consolidar, desde ellos y con ellos, la permanencia e impermanencia poéticas de tal forma literaria.

 

Un blanco durazno:

   cae una gota de agua

de color puro.

                                                                                              

                                                Torin

 

Un solo haiku espontáneo y lúcido, solitario y prominente por su simpleza entre monumentales antologías, a ras con centenares y miles de ellos, a lo largo del profuso desarrollo de tal forma poética en Japón y otros lugares de oriente y occidente, desde sus albores en el siglo XV hasta cuanto ha transcurrido del XXI, basta para darle algún grado de iluminación al individuo que lo valora. Sin embargo, no es fácil para innumerables lectores de poesía descubrir, a través del haiku, la brizna de hierba en la montaña. Y las colinas en el tallo de una flor. O sentirlas ambas en el vuelo de la libélula. En el canto de un urutaú que no se deja ver.  La persona que, de alguna manera no fortuita, fruto de disciplinas concretas y una forma de vida particular, con proximidades al budismo zen, privilegia el haiku en su vida y no lo impugna a simple vista, ni lo considera insulso por su manera de señalar lo cotidiano de la vida y del mundo, obtiene la dicha, una auténtica revelación, de experimentar esa especie de satori poético donde se descubren y se aprehenden la materia, la sustancia, la presencia, la evanescencia y el espíritu del haiku.

 

Lejos. Las plantas,

            bajo la lluvia, en la noche,

 Lejos.

                                                                                                                                     Fukio

 

Y si el cotidiano milagro ocurre con la lectura y el asombro que proporciona un solo haiku, no necesariamente escrito por alguno de aquellos cinco dignos maestros que, a propósito, no voy a nombrar; o que produce la lectura atenta, sin prisas, de cinco o cincuenta, es también cierto que nada sucede en determinadas personas que puedan leer 5, 50, 500 o más. Cuarenta y cinco años atrás, con mi modo de comprender, leer, vivir y estudiar el haiku, recurriendo por aquellos años a la poca información que en Colombia circulaba sobre este, en comparación con millares de páginas que, hoy por hoy, circulan por la red, los cinco haikus por mí preferidos no habrían sido, con certeza, los mismos que hubiera seleccionado en décadas siguientes.


Un día

me sentí tan solo

           que no vi nada poético.

 Seisensui

                                                                                                                             

 

Dentro del haiku hay una excepcional belleza, inefable misterio de mezcladas vaguedades literarias acompañadas por una fluida dinámica interior, contrastando con la compacta imagen repujada por los tres versos que lo hacen trascender lo trivial e inspirar emociones, sentimientos, presentimientos no racionalizados. Intuiciones de sucesos y estados anímicos nada parecidos a los manifestados con la lectura y escritura de otro tipo de poesía. Shao Ying, lo devela cuando afirma: “Mirad a las cosas desde el punto de vista de las cosas y descubriréis su verdadera naturaleza; mirad a las cosas desde vuestro propio punto de vista y veréis solo vuestros propios sentimientos, pues la naturaleza es neutra y clara, mientras que los sentimientos tienen prejuicios y son oscuros”.

 

El otoño termina;

nadie me da nada

este atardecer.

                                                                         

                                                  Sokan                           

 

Por cada período de la historia japonesa, a partir del siglo XV, un poeta aquí en occidente, hombre feliz de pueblo feliz, distante físicamente de tal cultura, pero cercano a ella en su arte y religiosidad, selecciona cinco haikus cuyas imágenes impresionaron, siguen conmoviendo de muchas maneras, su vida. En realidad, selecciona diez. Cinco por década de asombros, incluyendo solo los años 80 y 90. Faltan los correspondientes a décadas siguientes. Hasta el día de hoy. Cada una de dichas selecciones es válida. No se contradice con las otras. En una sumaria secuencia cronológica, por cuanto me concierne, que podría facilitar a lectores de diversa condición cultural y literaria, establecer un cuadro lúcido del haiku japonés. Sus paisajes. Su forma. Sus autores. Igual que el grado de percepción o iluminación de los poetas que escribieron pocos o muchos a lo largo de sus vidas, sin llegar a ser tan reconocidos como los canónicos.

 

La conversación cesa,

                    y la blancura de los pétalos que caen

entra en mi corazón


                                                                      

                                                        Takeo                        

 

En mi selección, insisto, no incluí los cuatro, cinco o siete cimientos del haiku clásico y contemporáneo japonés. Están ahí, entre el bosque, árboles de perenne floración, para quienes desean sombrearse bajo ellos. Fragantes. Intemporales. Visibles en cualquier estación. Generando con sus haikus y forma de vida, centenares de estudios académicos.  El salto de una mansa rana a un pozo de agua, ha inspirado estudios, exégesis y paráfrasis de todo tipo. En español, llevo recopiladas ¡setenta versiones! del mismo haiku. En su lengua original, contiene solo siete kanjis. Al traducirlo al español, por lo regular se emplean diez o menos palabras.  Religioso, filosófico, estético, anecdótico, mi parecer es que el estudio del haiku no debe ser tanto cuantitativo como cualitativo, aunque no se requiere de tratados hermenéuticos y lingüísticos, semióticos o desde otras perspectivas literarias, para captar y degustar un haiku. No está fuera del término, anotar aquí una significación moderna sobre el haiku, del filósofo coreano alemán Byung- Chul Han, en su libro Filosofía del budismo zen: “El haiku, si lo escuchamos con exactitud, no es “musical”. No tiene ninguna “apetencia”, está libre de “invocación” o de “añoranza”. Produce un efecto “insípido”. Esta insipidez “intensa” constituye su profundidad”.    

 

Oyendo el lamento

de un simple grillo

aclaro mi vida.

                                                                          

                                                                     Hakku

 

Mis cinco haikus preferidos son estos diez. Cinco y cinco, para no transgredir la pregunta de Ángel Castaño y acomodarme a su objetivo periodístico. Bien definidos. No solo cumplen determinados parámetros literarios característicos del haiku, también concuerdan con hitos claros en mi comprensión y práctica del mismo. Traigo como complemento de la pregunta y las respuestas, no tanto para resolver de manera directa y literaria la importante propuesta, irresoluble en mi caso, sino para dilucidarla con una anécdota propia del budismo Mahayana cuyos protagonistas fueron Manjushri y su discípulo Zensai, esta historia. Poética. Plena de significados donde Manjushri personifica la sabiduría trascendental dentro de tal escuela budista.

 

          A cada chillido

del grillo

              la casa envejece.

                                                                      Seishi

 

Entre miles de haikus, solo cinco. Solo diez, teniendo en la cuenta que dicha forma poética es un microcosmos del mundo interior y los paisajes exteriores. De lo trivial o profundo. Lo intemporal y fugaz, con sus tres versos no siempre de 17 sílabas. Resumir en cinco haikus el universo literario donde son centenares sus cultores desde el siglo XVI, es entrar perplejos a un macrocosmos poético donde dicha elección no es la medida de nada. Donde mis conceptos escritos no son ninguna verdad. Solo la mirada de quien camina sin prisa, sin objetivos por entre estos temas. Seleccionar cinco haikus es bueno. Porque no hay ninguno que no sea bueno…


 Ah, esta noche,

esas, vuestras preciosas almas,

  se desvanecen, para no retornar.

                                                                                                  Kikaku

 

Cuentan los libros sagrados que… “una vez Manjushri llamó a su discípulo Zensai y le dijo:

-Tráeme algo que no sea bueno.

Y Zensai anduvo por todas partes. Pero todas las cosas que tocaba eran buenas. Volvió y dijo al maestro:

-No hay nada que no sea bueno.

-Entonces, tráeme algo que sea bueno.

Zensai, sin dudarlo un minuto, agachándose, recogió una brizna de hierba y se la presentó a Manjushri. El maestro la tomó y se dirigió a la congregación de monjes:

-Observen: Esta simple hierba, puede tanto matar como dar vida”.

 

Esa misma histórica brizna de búdica yerba, junto con estas que encuentro por veredas de mi pueblo Calarcá, bien pueden ser el primero, el segundo, el verso tercero de un haiku. O el haiku completo, entre 5 o 500. Un haiku: brizna de hierba: ni buena ni no buena: entre innumerables hierbas de incalculables colores, formas y fragancias.

 

Y el once, que no puede faltar para seguir desentonando con la pregunta:


Apesadumbrado por la primavera

 cada año igual;

       cada año distinta. 

Gekkyo

                                                                                                                                


 

Haijines japoneses citados:

De estos poetas, pueden encontrarse sus haikus en diferentes traducciones al español, variando la conformación de los versos.

 

Ryhuo

Onitsura

Torin

Fukio

Seisensui

Sokán

Takeo

Hakku

Seishi

Kikaku

Gekkyo

 

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*Umberto Senegal. Poeta y editor quindiano. Sus más recientes libros son Desventurados los mansos (reedición, Biblioteca de autores quindianos) y Universo de rocío (Ediciones Kanora). Fundador de la Asociación colombiana de haiku.



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Publicado por Revista Corónica
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

1 comentario:

  1. Gracias por los Haikus, esos microcosmos que nos lanzan de lleno a la existencia sin límites. Tan completos en si mismos que todo lo demás sobra.

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