Por Andrés Mauricio Muñoz
Devoto como soy del género del cuento, la idea de hacer una lista me
resulta un ejercicio inquietante. De algún modo siento como si fuera un padre
al que le piden que cuantifique el amor por cada uno de sus hijos, un amante fervoroso
que debe anunciar a viva voz cuál ha sido su mejor cama, un guerrero medieval
al que se insta a confesar su jornada más épica o un deportista invitado a
revelar cuál es su presea más luchada. Pero incluso estos ejemplos me resultan
pobres, porque lo que siento se mueve
más por los caminos de la traición, pues todos sabemos que escoger es, ante
todo, desechar, darle la espalda a algo. Entonces no tuve más remedio que
aferrarme al arrojo, habiéndole jugado una pantomima falaz a la lealtad para
aventurarme con los siguientes títulos.
1) Que pase el aserrador (1914),
Jesús del Corral: Este cuento siempre estará entre mis favoritos por ese
encumbramiento del humor como posibilidad de seducción, por esa certeza con que
dibuja el estereotipo paisa y la templanza de quienes fueron acunados por las
montañas de Antioquia. Pero también por esbozar tan bien esos rasgos de pillería, astucia y sagacidad que nos define a los colombianos.
2) Espuma y nada más (1950),
Hernando Téllez: Creo que la
característica que perpetúa a este cuento entre los mejores de nuestro canon,
es la maestría de Téllez para enarbolar una tensión que no decae, que
reverbera, que se erige como atmósfera misma del relato. Ubicado en los años de la más cruda violencia
bipartidista, el autor escoge muy bien cómo articular esos elementos al relato
sin que se afecten los trasfondos que más le interesan: el miedo y la ética.
3) Solo
vine a hablar por teléfono (1978), Gabriel García Márquez: Este cuento me
deleita porque combina dos de los aspectos que mejor definen la genialidad que
encumbró a su autor en lo más alto de la literatura universal. Me refiero a la
devoción para contar, para hilvanar una historia, como también las honduras en
las que solía escrutar para desentrañar las complejidades del hombre. Hay aquí
una lúcida radiografía de nuestra visión de la locura, con sus certezas,
ambigüedades y subjetividades.
4) Pesadilla en el hipotálamo
(1998), Julio César Londoño: Este cuento resalta por la elegancia de la
prosa, el rigor para sugerir sin revelar demasiado, para destilar la
información que el lector requiere para armar el cuento en su cabeza al ritmo
que el narrador le dicta. Un cuento en todo el sentido de la palabra que nos
habla sobre los entresijos de la mente y ese miedo enconado a perderla.
5) Algo tan feo en la vida de una
señora bien (1980), Marvel Moreno: Este cuento, como en general la obra de
Marvel Moreno, destaca por su potente capacidad para reflejar la mirada de una
sociedad, con sus absurdos, opresiones y ambigüedades en torno al rol de la
mujer, limitado atrozmente por la instauración de un ordenamiento patriarcal.
Podría decirse que este cuento es fundacional, desde una perspectiva literaria
en Colombia, de una lucha a la que aún le faltan sus mejores combates.