viernes, 11 de enero de 2019

SALENTO, donde los nativos ahora son extraños.

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Una de los paseos más esperados en mi niñez era ir a Salento con mi padre. Caminar desde la entrada de la avenida Armenia-Pereira (lejos aún de ser la autopista del Café) hasta el pueblo, era un recorrido de aire natural, palmas de cera a la vista y un río pequeño y helado, llamado Boquía, que cruzaba solo un par de casas por esos días. En el pueblo se podía contemplar el silencio sentado junto con los ancianos en las butacas de piedra del parque central, con la estatua del libertador que pasó a principios de enero de 1830 por esa población, la más antigua del Quindío. La iglesia era su emblema, la construcción orgullo del lugar y las casas dejaban ver sus balcones amplios y sus puertas grandesherencia española combinada con la colonización antioqueña. En la esquina del parque había un pequeño café donde mi padre y yo recargábamos energías con un pintado y un buñuelo para luego subir al alto del pueblo a divisar las montañas que encierran el Valle del Cocora. Unas montañas con forma de patas de gallina, o eso me decía mi papá; lo que me hacía mirar al cielo y encontrarme en mi imaginación con ese animal gigante picoteando las nubes en busca de alimento. Subir las escaleras para llegar al alto era todo un reto para mí, un niño de 10 años tratando de vencer a ese monstruo dentado que los adultos lo subían como viacrucis en semana santa. Subía entusiasta y vencedor, pero al poco tiempo, a menos de un cuarto de camino tal vez, me cansaba, y mi padre me ayudaba a coronar el resto. Al final del paseo, pasábamos por una quesera y mi viejo compraba queso para llevar a la casa. Llegar de Salento sin queso, era prueba de que el viaje nunca se había hecho. Cuando llegué a la adolescencia, el paseo se repetía, solo que para ese tiempo le sumábamos mi padre y yo un “chico” de billar en otro café, una esquina más arriba del café del pintadito y el buñuelo, por la calle principal del pueblo que aún conservaba las pisadas de la historia en su cemento viejo. Recuerdo uno de esas partidas, fue en Semana Santa: todos jugábamos tranquilos con la música del café adornando las tacadas cuando la procesión (no recuerdo cuál) pasó por la calle y por el café, entonces el hombre que administraba el lugar apagó la música, cerró las puertas grandes y de madera del sitio y dejó abierta una ventana por donde todos, en silencio, con  los tacos lejos de las bolas, vimos y esperamos a que la procesión pasara. Era un silencio respetuoso y a la vez temeroso, como si dios pudiese descargar su furia si llegase a escuchar el sonido de una carambola desprevenida, a lo mejor atea.
    Todo eso significaban mis primeros viajes a Salento, el pueblo donde apenas se asomaba un turismo local, de algunos pocos. 
    El pasado 2 de enero fui una vez más (después de las muchas veces que he ido desde aquel tiempo) y mi memoria se perdió, o mejor se encontró en el recuerdo del pueblo que ya no existe. Salento es ahora un centro comercial de artesanías de cielos abiertos. Por la calle principal las pisadas ya no son de alpargatas campesinas con pies quemados por el sol, sino que ahora pertenecen a chanclas de turistas locales y extranjeros mostrando sus pies blancos escondidos del sol hace mucho tiempo. El café donde jugué billar ahora es todo un centro de venta de artesanías y las casas están colonizadas por acentos ajenos, lejanos, desconocedores de una historia, una forma de vida, y sólo se preocupan porque su negocio hippie se vea bien para vender. Los nativos, los salentunos, son extraños en su propio patio, se mueven tímidos por las calles que siempre fueron de ellos y de sus antepasados, se han convertido, junto con las casas, en objetos de exposición del pueblo. En Salento ya no se puede respirar ese aroma natural de eucalipto que antes brotaba por doquier.
     Así veo el pueblo que gocé de niño, convertido en un juguete de distracción para los turistas, un lugar sin pertenencia, perdido en las garras de un turismo desenfrenado, sin control. Eso me recuerda una historieta de Astérix, el Galo, donde César con la intención de dominar esa parte de la Galia que le hace falta conquistar, construye un conjunto cerrado muy cerca a esa región indomable llamado la Residencia de los dioses. Y los romanos que habitan en él terminan yendo al pueblo a hacer sus compras en el pueblo de Astérix, logrando cambiar las costumbres y la tranquilidad del sitio, donde los únicos afectados fueron los nativos. Sin embargo, la fuerza de la poción mágica de Panoramix, el druida, rescata de nuevo al pueblo de las fauces del turismo impuesto por el César, y una vez más éste sale perdedor.
    No estoy en contra del turismo, pues al final, en esta vida de juego de roles, asumimos esa figura cada vez que salimos de casa a visitar otros lugares. El problema radica en que ese turismo avasallante destruye todo para convertirlo en un lugar de nadie, sin pertenecía, sin tradición, sin vida natural.
    Filandia y otros municipios del Quindío van por el mismo camino, el turismo en esa región parece un depredador que salta de pueblo en pueblo arrasando, a cambio de unas monedas, con todo lo que encuentra a su paso.
    El turismo debe regularse cómo lo hace el municipio de Pijao, por ejemplo, y al regularse seguramente todas las condiciones y la calidad de vida de los habitantes mejora, inclusive los turistas pueden disfrutar más de su paseoEsa regulación es la poción mágica hecha por un druida llamado alcalde que puede salvar a Salento de la destrucción.

    PD: El café del pintadito y el buñuelo, y la quesera siguen vivas, resistiendo a la extinción. Se convirtieron, para mí, en las dos bellas flores de la historia que aún no han sido pisadas por las chanclas avasalladoras del turismo.  
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Publicado por jerogarciar
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

26 comentarios:

  1. Muchas gracias, seguimos luchando contra el modelo no planificado del turismo que atormenta a los quindianos. https://scielo.conicyt.cl/pdf/riat/v13n2/0718-235X-riat-13-02-00194.pdf

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  2. Es deprimente ir a salento, todo es carisimo, y uno no encuentra espacio para siquiera respirar

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  3. Qué sentido este escrito. El desplazamiento del arraigo es inmenso. Y si, los palentinos ya no son de Salento.

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    1. asi es pirque hasta la.mayoria de negocios son personas que.poco o nada tienen que ver con salento....lo unico que los liga es esa vaquita lechera que tienen por el momento.

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  4. Somos como invisibles en nuestra propia casa.
    Magnifico escrito.

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  5. Totalmente de acuerdo.
    Felicitaciones por esa bella reflexión.

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  6. El río Boquia!�� Ahora una pasa por ese puente y lo único q ve son carpas de campistas por todo lado. El rio ya es una quebrada.

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  7. Yo también era visitante constante de Salento a inicios de los noventa, acompañaba a un gran amigo a visitar su familia, almorzabamos trucha preparada por la tía, dábamos unas vueltas por el pueblo subíamos un buen rato a contemplar morrogacho y el valle y ocasiones subíamos en moto hasta la truchera. Después de casi 10 años regrese en el 2008 con quien hoy es mi esposa, que cosa tan costosa $35mil por una trucha!!!! Pensé, bueno lo que hace la oferta y la demanda. En el 2014 regrese para diciembre con mi esposa, demorando más de una hora y media en subir desde Boquia hasta el pueblo, no estaban en Fiestas pero al pueblo no le cabía un alma más. Que mamera ese gentío, una mano de vendedores ambulantes, buses de turismo enormes (que luego me enteré dejaban subir hasta el valle de cocora, cuando nosotros subíamos un funcionario de la CRQ nos interrogaba de dónde para qué y porque queríamos entrar, y si veía una caña de pescar exigía permiso para tal actividad) en fin todo se degrada y lentamente por el actuar de la mano de la humanidad se vuelve mierda.

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  8. Triste realidad, quizá fui una de las personas que tuvo el gusto de atenderte en el café de la esquina,en donde tuviste la.opirtunidad de degustae el.pintadito con buñuelo y ciertamente es uno de los pocos lugares de aquella epoca que aun percisten igual que el café el Danubio los unicos billares del.pueblo y el bar la fuente el bailadero de siempre, tres negocios que persisten, realmente el turismo sin planeacion a permitido el desplazamiento de gran parte de los raizales salentinos, anexando las consecuencias economicas, sociales, ambientales, etc. muy acertado y objetivo su comentario, Salento ya no es mi Salento, lo vivo cuando llego a mi pueblo y en ocasiones no estan mis amigos para departir de un buen cafe, una cerveza o un chico de billar como lo haciamos antes y mucho menos para dar la "vuelta del perro" asi bautizamos el recorrido por las 5 calles principales de nuestro lindo terruño, definitivamente ya nos perdemos entre la multitud de turistas que llegan......pero aún asi sigo con la esperanza y ilusion de volver a mi lindo pueblo a gozar de las bomdades que aún nos ofrece mi amado salento, su gente, su clima, sus lindas tierras.....un saludo

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    1. Vaya. A lo mejor me atendiste. El señor que está en una foto en ese lugar fue el que me atendió no recuerdo muy bien y si eres tú me halaga que hayas leído mi texto. Un abrazo.

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    2. No el de la foto es mi querido padre Q.E.P.D con él trabajamos desde pequeños en el negocio, legado que nos ha dejado con la ilusion de que percista en el tiempo y asi va ser, en honor a ese gran ser que nos enseñó a amar este pedacito de tierra llamada salento, seguramente si vuelves en 8 dias, un mes, dos años, tres decadas ..... lo encontraras ahi.un saludo y alli nosotros los hijos de de quien lo atendió lo recibiremos con los brazos abiertos.

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  9. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  10. Tranquilo que el cafe de la esquina donde aun puedes tomarse el pintadito y el buñuelo persistiran por siempre como legado de nuestro amado padre Q.E.P.D y como empresa familiar que aun nos resistimos a los inversionistas que con dinero quieren cambiar nuestra autonomia, nuestra cultura etc.a cambio de $$$$$ solo queremos conservar nuestra tradicion de la mejor manera..saludos.

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    1. Woooow, cómo me alegra saber eso... Gracias por responder y por leer el texto. Cusbdo vaya por esos lados paso a saludar.

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  11. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  12. Maravilloso, gracias por escribirlo, el despojo de las tradiciones y del territorio, otro problema del PCC.
    Gracias por utilizar estos medios para recordar raíces y fomentar el arraigo.

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  13. Es cierto, la emoción porque nos reconozcan nos hace olvidar el valor ancestral. Otra verdad de esa pequeña crónica : tenemos es una doble
    Calzada, porque. O cabe más.

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  14. Hola. Buen escrito. Yo también recuerdo el Salento de hace algunos años. En fin, ¿cuál es la regulación que hace Pijao?

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    1. No permite, entre otras cosas, que se vendan propiedades a turistas para negocio.

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  15. Yo hacía el mismo paseo con mi papá, la diferencia es que el queso lo compraba mi papá con bocadillo y cuando me cansaba en el viacrucis, parábamos a comer cuajada con queso... también recuerdo el olor a eucalipto. Muy lindo su escrito, me hizo recordar mis paseos a Salento con mi papá

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    1. Bueno, somos dos los de los buenos recuerdos. Un abrazo y gracias por leer el texto.

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  16. Recuerdo perfectamente la dicha , la calma y el carácter rural de todo y su población hace 30 años cuando fui médico allí , nada que ver con el pueblo actual , definitivamente mucho más grato ese recuerdo antiguo que la convulsión actual , espero que este voraz turismo no termine destruyendo un pueblo con un paisaje privilegiado y una hermosa población de quienes tengo tan gratos y lindos recuerdos

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