Hacer recuentos de todo lo que pasó en un año, hacer listas,
saldar cuentas. Cada vez se vuelve más un cliché que un asunto de reflexión o
ponderación. Los años, aquella división caprichosa del tiempo, son la excusa
para sacar balances, como si el año siguiente no comenzara al otro día y como
si nuestra vida, so pretexto de dichos ajuste, fuera a cambiar de repente, en
ese lapso de microsegundos que le dan paso a los siguientes 365 días.
Debo ser sincera, me he dejado llevar por esas costumbres,
de hacer “top 10” de libros, películas, resúmenes deportivos, etc. Y tenía
planeado escapar de esa esclavitud del recuento. De dejar de pretender que
elegir lo mejor de algo en cierto período diera cuenta de mi existencia, o de
mi reconocimiento frente a los otros. Claro que hoy me siento diferente.
Considero que este recuento del año sí puede convertirse en trascendente. De no
ser por el evento de esta semana, tal vez no habría llegado a esa conclusión y
esta reflexión sobre mi 2018 no existiría.
Pues bien, el evento ocurrió un lunes en la tarde: leí un
ensayo inédito de una brillante escritora ecuatoriana. El texto, con una
estructura que atenta contra la disposición académica de este tipo de escritos,
versa sobre la violencia contra las mujeres, desde una perspectiva histórica,
bajo la lupa, un país del sur de este continente durante su conquista a manos
españolas y luego, a la luz de la propuesta de una teórica brasilera, muestra a
grandes rasgos, el terrible panorama actual de varios países vecinos, para
finalmente, destrozar lo poco que queda de compostura en el lector con una
conclusión poética, un oxímoron entre lo bello y lo espantoso.
Una vez llegué al punto final tuve que tomarme un momento.
Media hora, una hora, un par de días, no sé…tal vez aún no asimilo bien hasta
qué punto ese ensayo me conmovió. No solo por su contenido, sino por todo lo
que conectó. Este año habría pasado desapercibido de no ser por ese escrito.
***
La violencia contra las mujeres ha determinado el curso de
la historia -o las historias- de la humanidad. Las mujeres han sido objetos del
comercio, como canales que alientan al consumo o como mercaderías en sí mismas.
Han sido vías para la conquista de territorios, esclavas, proveedoras de
soldados, juguetes sexuales, bienes muebles, objetos sobre los que se reafirma
el poder. Así ha sido y así lo sigue siendo.
Evidentemente, esto no fue el “descubrimiento”. Ya lo sabía,
eso ya lo sabemos todos, aunque haya quienes lo nieguen, lo ignoren o lo
normalicen. Lo que sí descubrí fue cómo a lo largo de este año, se me
presentaron situaciones, como señales, como indicios del destino, de que tenía
que relacionarme, vincularme, con esta causa.
Empecé el año leyendo un libro de Chimamanda Ngozi, Querida Ijeawele Cómo educar en el
feminismo, pues conocía la autora por otros asuntos, pero un amigo me
compartió esta lectura. Más adelante, sin esperarlo, un colega abogado logró
publicar su libro sobre violencia sexual dentro del conflicto armado en
Colombia (en el que las mujeres ocupan un papel protagónico como víctimas) que
le ayudé a revisar y corregir. Hasta el momento, parecían hechos aislados.
Coincidencias.
Luego, conocí el caso de Yolanda Perea, la líder de la mesa
de víctimas de ese conflicto, quien padeció en primera persona cuantas formas
de violencia existen, determinadas de manera especial para el género femenino
-por cuestiones biológicas y perversas-, así como otras que pueden ser comunes
para los demás seres humanos. Pero que fue capaz de encabezar dicha
organización y entregar más de dos mil expedientes sobre casos de este tipo a
la Justicia Especial para la Paz (JEP). Para que todas estas mujeres y niñas
tuvieran la oportunidad de no sentirse silenciadas una vez más y tal vez,
lograr justicia.
Algunas semanas después, resulté comprando en una librería,
distinta a mi habitual, un pequeño libro titulado Teoría King Kong, de la francesa Virginie Despentes. Ese
vertiginoso ensayo sobre el feminismo, y otras cuestiones de género y de
identidad, me golpeó como un boxeador profesional lo hace con sus sparrings. Me mandó a la lona en cada asalto y luego, me envió en ambulancia para una lenta
recuperación. Todavía sigo convaleciente.
En medio de ese estado de confusión, de tratar de entender
cómo estaba reconfigurando mi mundo después de estos eventos, vi una película.
Compré la cinta porque una de las protagonistas es una de mis actrices
favoritas. Un asunto realmente fortuito. Se llama Desobediencia. Presenta la historia de una pareja de mujeres que
vive un idilio amoroso en su adolescencia. Que se reencuentran muchos años
después, en la colonia fundamentalista religiosa en la que crecieron -que una
de ellas pudo abandonar- dentro de la que fueron tachadas de enfermas. Mientras
luchan contra esos sentimientos que van aflorando una vez más, se despierta la
necesidad imperiosa de la otra protagonista, la que nunca se fue, de reclamar su
libertad.
Y, con las heridas aún abiertas, llegué a una noticia
llamativa, dentro de un periódico argentino: un hombre se había cambiado el
sexo para lograr más temprano su pensión. Me pareció un asunto jurídicamente
relevante y, en el curso de filosofía del derecho que ofrezco en la
universidad, les proyecté a mis estudiantes una conferencia de Paul B.
Preciado, la misma del Manifiesto
contrasexual, en la que plantea interesantes propuestas respecto del
génesis y la construcción de los sexos, así como los mecanismos de poder y
dominación que de ellos se derivan. Las reacciones de los alumnos, a ratos
fueron bálsamo en las heridas, así como sal o vinagre sobre ellas. Hay paradigmas
que parecen fijados en ADN.
Entre la semana de proyección y la de reflexión sobre la
conferencia, pude leer, por fin, la biografía de Marie Curie. Creo que esa fue
la gota que rebozó la copa. La vida de esa mujer y todo por lo que tuvo que
pasar, lo que tuvo que sufrir, por haber nacido del otro lado del imperativo
binario de los sexos, me dejó con el corazón en los huesos, como dice Sabina.
La valentía, la inteligencia, el coraje, la fuerza, y la
entrega de esta polaca por la ciencia, por su país y por su familia, configuran
una historia de vida que merece ser contada hasta el final de nuestros tiempos.
Ahora bien, ya en el último mes del año que todavía no
termina, después de once meses recibiendo estos golpes sin comprender que cada
uno de ellos venía del mismo lugar, acabé conociendo de dos casos escandalosos
de violencia contra las mujeres, en dos universidades, dentro de dos programas
de humanidades, en dos países distintos de Suramérica.
El caso chileno le sucede a una amiga que está haciendo su
doctorado y ha sido víctima de comentarios desobligantes por parte de uno de
los profesores. No de contenido sexual, sino misóginos, comentarios que
descalifican sus posiciones o sus propuestas, porque ser mujer no representa
suficiente credibilidad académica para él. Después de que ella nota ese
comportamiento que no sucede con sus pares masculinos, decide tomar cartas en
el asunto y luego, el caso crece. La secretaria del profesor, otras estudiantes
y algunas colegas suyas, estaban reaccionando y terminaron apoyando la queja
inicial ante las instancias disciplinarias de la entidad. La investigación está
abierta.
Mientras que, en Colombia, la situación se enmarca al
interior de un programa de comunicación social y periodismo. Tras una
publicación protocolaria que hace la facultad cada que un profesor adquiere
algún título de posgrado, se vino una avalancha de reproches en redes sociales
sobre las “calidades” del docente. Entre todo el escándalo mediático producido
luego de que fuera eliminada dicha entrada de la cuenta institucional, empezó a
configurarse, lo que parece ser un encubrimiento sistemático por parte de
algunas autoridades de la universidad frente a las denuncias de acoso y abuso
sexual cuyas víctimas son las estudiantes.
Si bien cualquier intento de violencia o, con mayor razón,
cualquier acto, son inaceptables y merecen cuanto reproche y sanción sea
posible, los escenarios académicos constituyen un agravante en estas conductas.
Es el contexto en el que ya deberían estar erradicados estos comportamientos y
estas actitudes.
Es así como pude conectar todas los puntos -como en los
juegos de las revistas o los diarios- para dibujar la silueta de mi 2018. Un
año rodeado de situaciones, que parecían asuntos aislados y fortuitos, pero que
confluyeron para que pudiera cruzar esa puerta para reconocer ese terrible,
pero innegable universo. Situaciones que me hicieron más sensible, más
comprometida y más decidida a hacer algo para que esto cambie.
Excelente articulo
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