martes, 26 de marzo de 2019

Un café en Buenos Aires, Pablo Di Marco

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Cuando a mediados de los años 60 del siglo anterior el chileno Luis Harss entrevistó a los 10 autores que conforman el volumen ya clásico Los Nuestros (10 entrevistas con escritores latinoamericanos), lejos estaba del propósito de fundar el canon que llamamos “el boom”. Acaso el único propósito era dialogar sobre el artefacto literario en común que los reunía a todos: la novela latinoamericana. Una carambola involuntaria hizo que una editorial de eco continental (Sudamericana) y una buena racha de novelas extraordinarias de esa década consagrara a la mayoría de autores que entrevistó el chileno, fama que se trasladó de pronto al libro de entrevistas y certificó al autor como una suerte de notario de la literatura latinoamericana. Hay proyectos que nacen así, delimitando una materia y sin mayores pretensiones.

En estos días, si alguien quiere descifrar el mapa de la literatura en nuestro idioma, tiene un reto más vasto que Luis Harss. El camino sencillo y directo para tomarle el pulso a lo que ocurre en el continente sería empezar por acercarse a la narrativa breve. A los cuentos que demoran menos en circular y abarcan de manera más rápida un amplio espectro, además de ser el campo de pruebas de estilos y temáticas y que aparecen en las revistas digitales del continente y en antologías. También cabe la posibilidad de ampliar el viejo método de Luis Harss: preguntar a los autores, editores, libreros, traductores, gestores, becarios qué es lo que hacen en su área.

Antes (de internet) difícilmente circulaban fuera de las fronteras las antologías, lo que hacía enigmático aquellos procesos que se desarrollaban en el país de al lado y llevarse una idea más o menos exacta de las obsesiones, lenguaje y pretensiones o limitaciones de los autores contemporáneos. Ahora, sin conocerse entre sí, podemos acercarnos con más facilidad a lo que otros piensan del tema. A veces, a alguien se le ocurre hacer algo con ello y encuentra un modo (involuntario) de proponer nuevas corrientes que atraviesan una tradición. Pablo Di Marco en Un café en Buenos Aires ha conseguido de una manera divertida interrogar una buena parte de los exponentes actuales de dos tradiciones, la argentina y la colombiana, en un volumen de entrevistas con 28 autores, editores, gestores, poetas, a los que ha invitado a tomar Un café en Buenos Aires mientras se conversa de literatura.

Las entrevistas tienen preguntas genéricas y reclaman respuestas y sentar posición frente al mercado, la escritura en la marginalidad, las políticas públicas con respecto al libro; al mismo tiempo el entrevistador pide recomendaciones y cierra con ese lugar común de invitar a un admirado a tomar un café con un clásico para saber qué le preguntaría.

Anota Pablo Di Marco lo que propuso a su editor Jorge Consuegra cuando empezó a planear lo que después se convertiría en esta serie de entrevistas publicadas en 2019 por Ediciones Unaula: “Quiero hacer entrevistas que parezcan una charla de café, quiero preguntar sin vueltas, repreguntar, molestar. Quiero hablar de la parte de atrás del mundo del libro, quiero hablar de por qué hay tantas editoriales y tan pocos editores, quiero hablar de los concursos literarios arreglados, quiero hablar de lo que no se habla en voz alta, quiero…”.

El esquema, que en principio parece monótono, adopta, visto el conjunto, una nueva forma, como si fuera una red de ecos y recurrencias y limitaciones que son comunes al ejercicio de escribir, editar, traducir y formar lectores en toda la América Latina.

Beatriz Meyer le responde a Di Marco sobre el mito de las becas de creación en México:

“¡Pero claro que hay concursos limpios (pocos) y amañados (la mayoría)! Hasta hace poco, la designación de los jurados en mi país se ha dado en función de las recomendaciones del Instituto Nacional de Bellas Artes o del ya extinto Consejo para la Cultura y las Artes, hoy Secretaría de Cultura. Los encargados de las instituciones, ignorantes de nombres y trabajos de escritores locales (y también nacionales) sólo tienen que pedir nombres a esas dos instancias, hacer llamadas y mandarles los trabajos. Claro que las instituciones se encargan de mover esas “chambitas”, como decimos en México al trabajo fácil, entre sus conocidos, sus amigos, sus compadres y comadres. Nadie se toma la molestia de revisar los nombres de los jurados para ver cuántas veces se le dan concursos a las mismas personas, que la mayoría de las veces tienen alumnos en sus talleres que concursan en muchos lados. Y ocurre lo impensable: esos escritores reconocen trabajos de sus alumnos y los premian. Pero ya se están llevando a cabo acciones contra esas prácticas. Ahora en algunos Estados del país te dan a firmar un documento donde aceptas no conocer los trabajos. O si reconoces alguno, te conminan a abandonar el encargo. Yo confío en que las autoridades de cultura apliquen otros criterios para infundir confianza en los concursos nacionales e internacionales. Mandar la selección de trabajos a otros Estados, por ejemplo. No dejarlos en el centro, donde siempre son las mismas ternas de jurados. Ya puede verse incluso un patrón: ¡Ah!, si ganó esa obra es porque estuvo fulano o sutana. Y es injusto. Porque el criterio y el gusto personal de cada jurado funcionan a favor o en contra de autores propositivos, experimentales, eróticos-pornográficos o cuya búsqueda se da en terrenos “difíciles”.”

Estas entrevistas surgieron para un medio digital, en un momento en que la espacialidad y la temporalidad y las formas de interactuar se han desplazado y transformado trasladándose a internet. Todas aparecieron en el portal en línea de la revista Libros y letras y en ellas los entrevistados hablan no solo del ejercicio de escribir, sino que ofrecen nuevas perspectivas de lo que es toda la cadena de la escritura y del libro en sí.

Damián Blas Vives responde sobre un proyecto de escritura en sistemas carcelarios de Argentina:

“Mirá, ese proyecto tiene que ver con un convencimiento personal de que la literatura y la cultura en general, si no son utilizadas para interpelar nuestra realidad, entenderla y transformarla, se convierten en un mero ritual onanista. Luego de leer parte de la producción literaria de algunos reclusos y viendo que cada taller dependía más de un acuerdo endeble entre una universidad o asociación civil y una penitenciaría, se me ocurrió plantearle al director de ese momento, la posibilidad de generar un espacio desde donde hacer una red nacional con cada organismo que tuviera un taller en funcionamiento, nuclearlos a todos para generar un espacio de contención para los reclusos, para más adelante editarlos y vincularlos a las familias de escritores, y finalmente reinsertarlos en la sociedad con una red simbólica que los amparase, pero sobre todo, crear un espacio desde el cual, los organizadores de los talleres pudieran ponerse en contacto para generar un proyecto de ley que cambiase dádivas por derechos para las personas privadas de libertad. Convocamos a la gente de letras de la U.B.A., que lleva mucho tiempo con un programa en marcha dirigido por Juan Pablo Parchuc, y organizamos los dos primeros Encuentros Nacionales de Escritura en la Cárcel.”

Tal vez no figuren los autores más reconocidos del mercado, aunque los hay muy conocidos y muy críticos con el mercado. Están Pablo Montoya y Evelio Rosero, y Adriana Romano y Ana María Shua. Algunos han dirigido ferias de libros, otros han sido fundadores de talleres de creación literaria, otros son académicos en ejercicio, otros traductores, otros son editores de sellos independientes y se enfrentan como todos a las barreras de circulación de la obras, otros conocen de cerca los tejemanejes de los sistemas de becarios larvados por la cartelización de los jurados, algunos son periodistas, otros están cómodos en el terreno de la microficción, otros defienden la tradición de la novela negra, otros pertenecen a tradiciones diversas y desconocidas (México, Estonia), otros están en la migración cultural y la mayoría comparte la experiencia de lo que es ser un escritor en esta época y en el propio terreno.

Isaías Peña responde sobre la diferencia entre creación literaria y escritura creativa:

“En Colombia se miraba a los talleres de literatura como una obra de proselitismo político. Yo cerré los ojos, estaba cansado de la crítica literaria, en la universidad no había espacio para los escritores ni para la creación literaria, las universidades solo pensaban, se regodeaban, perdían el tiempo con el canon literario. Cuando el rector Jorge Enrique Molina me dio luz verde para crear el Taller de Escritores, con mi visión muy personal (un programa, un método que comenzaba a explorar, unos períodos para ensayar, la no evaluación matemática, el abandono de la teoría y el canon y la indagación en la narrativa misma, sin intermediarios), abandoné la lingüística y la crítica, y me lancé a la investigación de la ficción o no ficción narrativa, lo que llamé “creación literaria” frente a las mal nombradas “escrituras creativas” de Norteamérica. A los cinco años comencé a cosechar frutos. Pronto mis egresados se apoderaron de todos los premios en los concursos literarios (la única evaluación que admito).”

Buenos Aires hace honor a la fama de tener los mejores sitios para tomar café. En uno de los más conocidos, La Biela, donde están las estatuas de Borges y Bioy y la gente se sienta a la mesa para sacarse fotografías con "ellos", cualquiera tiene la impresión de que sí, tal vez se pueda hacer otra historia paralela de la literatura a partir de charlas de café.
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Publicado por @stanislausbhor
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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