*Objeto indestructible.
Man Ray.
Este
fin de semana estuve en un taller sobre la literatura de Jorge Luis Borges, al
que llegué por una cuestión “accidental”. Esto resultará místico, pero en el
fondo creo que no estuve allí por mera casualidad. Es decir, ante todas las
posibilidades para que no asistiera, que eran muchísimas más, respecto de la
única que me permitía asistir -que alguien cancelara en último momento, que
quien organizaba el evento pensara en mí, que nunca había leído a Borges,
porque me abrumaba la idea de su mito, que yo tuviera tiempo, disposición y
dinero para acudir al taller por dos días, por fuera de la ciudad, y el interés
en una literatura que me era desconocida-, todo confluyó para que la más
remota, fuera la resultante.
Sucede
que, si bien la lectura de Borges, así como las herramientas filosóficas y
conceptuales que nos dieron para abordar los textos fueron reveladoras, lo que
más me movió fue cómo podía entender y explicar mi mundo a partir de la
literatura suya. Cómo Borges se convirtió en un legislador filosófico que, con
sus postulados -o construcciones literarias- lograra ordenar, nominar y dar
sentido a muchas situaciones, pensamientos, sentimientos o sospechas.
De
todo lo que hablamos, de todo lo que aprendimos, me quiero referir a dos
conceptos: la obsesión y el amor.
La
obsesión, según lo visto, para Borges, es la mejor manera de llenar el tiempo. Me
suena a que, en ese sentido, son obsesiones lúcidas, conocidas, aceptadas, o
tal vez, abrazadas. Se refleja en el cuento El Zahir, en el que un
hombre pierde la calma a causa de una moneda y bajo ninguna circunstancia ni a
través de ninguna otra moneda, puede recuperar su paz.
Mientras
que el amor, como concepto, adquiere una connotación superlativa. De hecho, se
plantea en otros escenarios, no es solo el objeto amado, el objeto de deseo. El
amor es un lugar. Me explico, es posible habitar el amor y en el amor. De
hecho, puede que sea un amor hacia alguien y ese amor no sea correspondido, no
obstante, no es eso condición para dejar de vivir en el amor. ¡Qué tan hermoso
suena eso! O sea, ante la pregunta de dónde quiero vivir, seguiré contestando:
en el amor. Aunque, para ser más precisa, la respuesta será la misma si me
preguntan dónde vivo en el presente.
Así
las cosas, creo que estos conceptos me llevan a pensar en una situación
particular, individual, propia: Con frecuencia pienso en alguien, no me lo
propongo, aunque algunas veces sí. Algún amor gobierna mis pensamientos con
violencia, pero por contados segundos. Otras veces, me veo invocando ese
recuerdo (el recuerdo, otro elemento fundamental en la literatura de Borges)
para ponerme a prueba y evaluar cómo se reconstruye mi mundo, con éxito, según
me gusta pensar.
Entonces,
me siento fuerte y segura e invoco a ese amor, con el objetivo de probar todo
lo fuerte y segura que me siento, pero, me pasa como en El Zahir:
«He dicho que la ejecución de esa
frusilería (en cuyo decurso intercalé, seudoeruditamente, algún verso de Fáfnismál)
me permitió olvidar la moneda.
Noches hubo en que me creí tan seguro
de poder olvidarla que voluntariamente la recordaba. Lo cierto es que abusé de
esos ratos; darles principio resultaba más fácil que darles fin. En vano repetí
que ese abominable disco de níquel no difería de los otros que pasan de una
mano a otra mano, iguales, infinitos e inofensivos. Impulsados por esa
reflexión, procuré pensar en otra moneda, pero no pude. También recuerdo algún
experimento, frustrado, con cinco y diez centavos chilenos y con un vintén
oriental. El 16 de julio adquirí una libra esterlina; no la miré durante el
día, pero esa noche (y otras) la puse bajo un vidrio de aumento la estudié a la
luz de una poderosa lámpara eléctrica. Después la dibujé con un lápiz, a través
de un papel. De nada me valieron el fulgor y el dragón y el San Jorge; no logré
cambiar de idea fija.»
Así
comprendí que aún habito en el amor (la idea fija), en ese lugar que Borges
nombró y en el que me encontraba, aunque no lo sabía. Ahora, me ubico en un
lugar, soy habitante de un espacio, existo en él, vivo en él. Claro que, al
volver a recordar ese amor, de manera consciente o inconsciente, me invade la
sensación de que es también mi obsesión pues, en ocasiones, se convierte en una
manera de llenar el tiempo. No es mi única obsesión, me gusta poblar el tiempo
con algunas otras cosas, pero descubrir que ese amor es una de ellas, también fue
revelador. Poder encontrar elementos para nombrar nuestro mundo es una forma de
construirlo. Más allá de lo que crean en Tlön.
De
esta manera, esta sobreposición y mezcla sin sentido de conceptos y
referencias, nos llevan al mismo punto: el amor como el lugar que habito, pero,
a su vez, un amor como obsesión, por medio de la cual dejo desprovisto de
vacío, de nada, el tiempo.