viernes, 16 de marzo de 2018

CHICOS DE NON-FICTION: PITY

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Por John Better


Pity era un chico raro. Lo conocí en diciembre de 2004. Eran mis épocas de scort alucinado por las calles de Chapinero bajo. Pity venía de Medellín y era hijueputamente bello, como solo los paisas saben serlo.

A pesar de que estábamos a inicios del nuevo siglo, él insistía en vestirse al estilo de los New Kids On The Block, “el mejor grupo del mundo”, como solía decirme siempre con su voz aromatizada de yerba. 

No hablaba con nadie más, solo conmigo, decía que el resto de los que hacían la calle en esa zona eran unos "pirobos de mierda".

-Pity, ¿Y yo? ¿Qué soy?. Le preguntè, luego de beber  un chorro de su inseparable botella de ron Medellín.

-¿Vos? Costa, sos una chimba.

Por esos días andábamos juntos  subiendo y bajando las calles, hablando cuanta mierda se nos cruzara por la cabeza hasta que nuestra charla era interrumpida por algún cliente que nos metía en su carro urgido de una mamada o un polvo express en algún motelito de los alrededores.

Pity tenía los ojos del color del té recién hecho y su cara era una mezcla de hampón y angelito de cerámica, de esos que obsequian de recordatorio en las primeras comuniones.

Una vez nos encontramos por accidente en el jardín interior de una residencia por lados de la iglesia de  Lourdes. Ya casi amanecía cuando salí de la habitación a fumarme un cigarro, dejando a mi acompañante roncando como un cerdo. Al instante Pity emergió de una de las piezas del lugar con un litro de su amado ron.

-Gracias, dije al generoso y humano gesto de extenderme la botella de trago.

-Ven, mira, dijo tomándome de la mano y llevándome hasta la puerta de entrada al cuarto donde él habìa pasado la noche.

Sobre la cama, un hombre corpulento yacía desnudo boca abajo, parecía un rinoceronte herido por un dardo tranquilizante. Luego, Pity sacó de su cartera un puñado de dólares que abanicaba con deleite.

-Vamos a gastarnos esto tú y yo, dijo él

-Mi amigo pagó hasta el mediodía, le contestè.

-Deja a ese pirobo allí y te vas conmigo.


El sol nos pilló caminando en busca del centro, empinando la botella cada tanto y riéndonos de cualquier estupidez que se cruzara en el camino: la gente en las busetas, los ciclistas, las cachacas y sus botas y chaquetas de mal gusto. Unas chicas trans se cruzaron en el camino, le pidieron un trago a Pity, pero él se desgajò en una serie de insultos contra ellas, las chicas siguieron su camino

-No me gustan, no me gusta esa gente, loco, dijo Pity.

-¿Qué te gusta?

-Vos, dijo y siguió caminando a mi lado.

-Estás borracho.

-Y tú estás sordo, mariquita. Me gusta como se te ponen los cachetes rojos por el frío, eso me gusta.

Cambiamos los dólares, la botella casi acababa. Pity compró otra y nos fuimos a su pieza en el barrio Santa Fe. Nunca imaginé tanto orden. Un afiche de Madonna resaltaba en una de las paredes. Una pila de compactos piratas reposaban en una mesita de madera junto a una grabadora.

-Me gustas, repitió Pity.

-Tú me das algo de miedo, le dije.

-¿Ponemos música? Propuso.

-"La música es el abrelatas del alma" como dijo Henry Miller, le escupí.

-Me gusta que siempre estás diciendo cosas que me gustan.

El resto de esta historia es un carrusel donde Pity y yo girábamos sin parar. Él, montado sobre un caballito de yeso, y yo, sobre un elefante de orejas enormes huyendo de su amor. Fueron cuatro días seguidos despertando y durmiendo junto a él.

-Tenemos que hacer algo, dijo Pity una mañana en que el ron y la plata se agotó. Y bueno, hicimos ese “algo” que había que hacer, eso es todo.

He pensado en él últimamente, hace poco escribí un texto llamado “Los escritores del Boom-mento” y se  lo dediqué. Saber de su suerte es matarlo definitivamente. Por lo pronto, está en mi memoria semidesnudo con un micrófono de juguete en sus manos cantando en su inglés machacado I'll Be Loving You Forever de los New Kids, un tema que cada noche repitió cien veces y que no se cansó de asegurarme que era la chimba.

- !Ey, mira! Aún queda un dedo de ron en la botella, fue lo último que dijo antes  que  yo cerrara la puerta de aquel motel para siempre.
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Publicado por Revista Coronica
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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