martes, 29 de diciembre de 2015

Lecturas de 2015, por L.C. Bermeo Gamboa

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LC Bermeo Gamboa (Yumbo, 1985). Columnista del programa radial Torre de marfil de Yumbo Estéreo 107.0 FM y de la revista El cartel urbano. Autor de Antídotos de ruda (2005) y Libro del pan (2010). Editor de la revista Barbarie Ilustrada.

La primera lectura es siempre la que no alcanzamos a terminar el año que pasó, yo hice la transición al 2015 con Los documentos póstumos del Club Pickwick en la traducción de José María Valverde, nada me ha parecido más gratificante que ignorar todas novedades editoriales para leer, por el tiempo que sea necesario, la primera novela de Dickens —tenía 24 años— donde con una idea prestada, puesto que un periódico le había contratado para redactar textos humorísticos a las escenas inventadas por el ilustrador Robert Seymour, logró exhibir sus más notables influencias: Cervantes y Sterne.

Aprovechando el sistema de publicación por entregas —Dickens escribió Los documentos entre marzo de 1836 y noviembre de 1837 tiempo durante el cual se casó, tuvo el primero de sus diez hijos y empezó Oliver Twist, admirable en todo sentido si pensamos que todo lo escribió en su casa rodeado de su familia—, más un estimulante creativo que una limitación para la inspiración, en esta novela se desborda su capacidad para tejer sobre una trama básica un sinfín de pequeños acontecimientos extraordinarios donde el ingenuo Samuel Pickwick acompañado de sus seguidores, pero sobre todo de su sancho Sam Weller –que no estaba en la historia original, pero Dickens lo incluyó necesariamente para complementar al personaje principal— complican todo lo que está bien en el mundo para resolverlo del modo menos esperado o para dejarlo todo igual luego de muchos reveses. Hay que ver cómo los dueños de una pensión barata resuelven el problema de levantar a sus huéspedes y hacerlos desocupar temprano las habitaciones, Sam se lo explica al Sr. Pickwick con aquello de la cuerda de dos peniques (Capítulo XVI).

Los pickwickianos —diferentes a los Shandianos de Sterne que tanto admira Vila-Matas, aunque ambos se inscriben en una sola genealogía de naturalezas humorísticas– son los aventureros de lo cotidiano, para ellos cada situación obvia de la vida es toda una expedición y una inmersión en mundos desconocidos. En este libro el autor transmite el placer con que lo escribió y el apreció que tenía por sus personajes. A los mejores episodios que pasan en tabernas y reuniones familiares, también se le une la sátira de la época victoriana que iniciaba por entonces: políticos, abogados, sacerdotes, burgueses de provincia, son ridiculizados, las instituciones son sutilmente burladas, Dickens no las desaprueba, pero las debilita con las buenas maneras del caballero, mostrando sus absurdos. Acerca del matrimonio que es todo un misterio para los pickwickianos, y también lo era para Dickens recién casado, aporta reflexiones como esta: “Cuando seas un hombre casa’o, Samivel, comprenderás muchas cosas que ahora no comprendes; pero si vale la pena sufrir tanto pa’ aprender tan poco, como dijo el niño del asilo cuando acabó el abecedario, eso es cuestión de gustos”. Hay tanto para comentar de Los documentos, una obra  a la que deseamos volver por puro placer, nada más.

Luego vendrían este año las lecturas de Los papeles de Aspern de Henry James, tengo predilección por la literatura inglesa, es decir, por la literatura inglesa traducida al español —esa literatura específica es poco estudiada—, traducido también por Valverde; a la short novel principal se unen otros relatos sobre dramas de escritores en diferentes momentos de su vida creativa y social –por simple chismografía leí Vidas escritas de Javier Marías donde incluye un retrato de James, también de otros veinte escritores, la mayoría ingleses—: Lección del maestro, la del escritor novato frente al escritor consagrado que ya no puede medirse creativamente aunque administra muy bien su fama; La vida privada, la del escritor que desfigura su vida al punto de convertirse en un hombre diferente en la intimidad y en otro como escritor, finalmente nadie le reconoce sino en sus respectivos medios; La media edad, el escritor maduro y cansado de su fama que se enfrenta a un admirador profundo para terminar comprobando que fracasó con su obra; El lugar de nacimiento, aquí el tema es el autor como mito: un humilde bibliotecario se decide a cuidar la casa museo donde nació el gran autor nacional del que todos saben la leyenda y que los administradores han convertido en un espectáculo rentable, el bibliotecario sabe que todo es un simulacro y que Él no está allí, entonces sufre el dilema moral del lector crítico que valora la obra y es obligado a posar para un montaje.

Los libros clásicos son más baratos que las novedades, según esta lógica, por el precio de una novedad, se pueden comprar hasta tres clásicos, pensemos en lo último de Juan Esteban Constaín: El hombre que no fue jueves, lo dejo en su estante y me voy por tres de Chesterton con los que pasé parte del año: El hombre que fue jueves en la traducción de Alfonso Reyes, Ortodoxia en la edición de Porrúa y Lo que está mal en el mundo de Acantilado —este último un poco más costoso que los tres anteriores juntos, pero ya está claro mi punto de que por una novedad se pueden leer más clásicos—.

Estos tres libros de Chesterton configuran un manifiesto reaccionario y católico casi irresistible, yo no me he podido resistir, por ejemplo al encanto anacrónico de Lo que está mal en el mundo, allí reivindica a las tabernas como una institución cultural masculina, tal como en la edad media, ennoblece la pobreza como la misma cultura y delata las paradojas del progreso y la democracia. En El hombre que fue jueves, una novela policiaca en el fondo religiosa, pero como aclaraba Borges, lo divino en Chesterton siempre tiene algo de monstruoso. En Ortodoxia el ingenio nunca se ha esmerado como con Chesterton en defender tantas ideas moralmente correctas y conservadoras de las que la modernidad ha renegado con razón y esmero, pero sin tanta gracia.

Este año también descubrí otra obra de Diderot que, aunque Jacques El Fatalista es una obra maestra de la digresión, no debemos dejar de leer El sobrino de Rameau el famoso diálogo durante una noche entre un filósofo y un fracasado ilustrado cuyas críticas permanecen vigentes: “Lo importante es poder ir todos los días tranquilamente, libremente, agradablemente, al retrete. ¡O stercus pretiosum! Ese es el grandioso resumen de la vida en cualquiera de sus estamentos”.

Hay otras lecturas, no al margen, más bien, inmiscuidas entre las que acabo de comentar, no menos importantes, tal vez más influyentes y por eso mismo valdrían un comentario a parte, algunas lecturas agrupadas por un tema común de mi interés que aún no digiero del todo, y ni qué decir de las lecturas fragmentarias ¿por qué no mencionar alguno de los Cantares de Pound que hemos adelantado este año, ya que leerlos completos es desmesurado en tan corto tiempo? ¿Cuántos años de lecturas fragmentarias se necesitan para terminar Los cantares, para gente como yo que tiene la costumbre no leer completo? Pero la lista es de libros completos, palabra dudosa también, y la concluiré con estos que sí terminé:

—Textos I de Nicolás Gómez Dávila.—La educación del estoico de Fernando Pessoa (Heterónimo: Álvaro Coelho, Barón de Teive).—Jakob von Gunten de Robert Walser.—Bartleby el escribiente de Herman Melville en la traducción de Borges.—Poesía en la práctica y Los demasiados libros de Gabriel Zaid.—Una historia sencilla de Leila Guerriero.—Poesías completas de Konstantino Kavafis en la traducción de José María Álvarez (Hiperión), hasta ahora yo sólo conocía a Kavafis por las traducciones de Harold Alvarado Tenorio.—Notas para una ficción suprema de Wallace Stevens en la traducción de Javier Marías.—Momentos estelares de la humanidad de Stefan Zweig.

Dejo un poco para comentar El viaje alrededor de mi habitación (1794) de Xavier de Maistre, esta obrita en la que un hombre acosado por la guerra prefiere viajar seguro en su propio cuarto donde cada objeto es símbolo o pretexto para una reflexión de la humanidad y el mundo, en una estructura abierta a interrupciones y distracciones, sin la extrema complejidad del Tristram Shandy (1760), incluso más breve que El viaje sentimental (1766), este viaje en francés escrito casi treinta años después que el de Sterne, es más relajado y su humor más amargo, por no decir más romántico, copio completo el capítulo XXIII: “Tenía yo una vieja parienta, mujer muy lista, cuya conversación era de lo más interesante; pero su memoria, a la vez inconstante y fértil, la hacía con frecuencia pasar de unos episodios a otros y de unas a otras digresiones, hasta el punto de verse obligada a implorar la ayuda de sus auditores. «¿Qué es lo que quería contaros?», decía, y también con frecuencia sus auditores lo habían olvidado; lo cual dejaba a toda la reunión en un apuro difícil de expresar. Ahora bien; se ha podido notar que el mismo accidente me ocurre con frecuencia en mis narraciones, y habré de convenir, en efecto, que el plan y el orden de mi viaje están exactamente calcados sobre el orden y el plan de las conversaciones de mi tía; pero no llamo a nadie en mi auxilio, porque he notado que el tema vuelve a presentarse por sí mismo y en el momento en que menos lo espero”.

Este año hago la transición al 2016 con Rojo y Negro de Stendhal, en la traducción de Carlos Pujol.



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Publicado por Revista Corónica
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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