El Día de Reyes me puso a pensar
en Gancio. Consiguió un puesto cerca del mercado en La Paz donde tenía el feto
de una llama disecada sobre su escritorio. Él con el pelo hasta la
cintura y la momia y un ekeko que fumaba al lado de una pila de manuscritos.
Los cigarros nunca abandonaban la boca del muñeco ni del editor. Nunca le
pregunté cómo llegó a Bolivia, supongo que por reciprocidad. A Gancio no le interesaba
la vida de nadie. Si quiso saber qué hacía un paraguayo en Bolivia, nunca me lo
hizo saber. Lo conocí de pura casualidad, estaba la puerta de calle abierta
mientras una procesión religiosa crecía en una callejuela estrecha. Me metí para
que no me aplastaran y bajé por un corredor lleno de luz hasta su oficina. Si
lo que tenía se podía llamar oficina. Cuando asomé la cabeza me preguntó que
qué libro venía a recoger. Allí me enteré que manejaba una librería a pedido y
cómo los que pedían eran escritores comenzó a publicar sus libros. Cuatro meses
después de que lo conocí, varias botellas de singani después, le llevé mi
novela, con dos finales, para que los discutiéramos. Él guardó el sobre con las
hojas en un cajón y nos acabamos otra botella. Cuando volví dos semanas después
no estaba él, ni la momia, ni el ekeko, ni mi manuscrito. La noticia de García
Ángel en ese libro argentino era lo primero que sabía sobre mi novela. No solo
la había publicado sino que había publicado dos versiones de ella. Ja ja ja.
7 de enero 2017
¿Cómo habrán
leído Buenos Aires, humedad? No me quitaba el sueño
pensarlo porque no creía que estaba publicado pero ahora siento alfileres en
las órbitas de mis ojos. Para empeorarlo leí un ensayo de Saer sobre Borges y
pensé en Kafka leyendo La Metamorfosis
en voz alta y teniendo que parar cada cierto tiempo por la risa que lo sacudía.
Tantas infumables discusiones sobre el escarabajo y el totalitarismo y
la burocracia y Kafka allí, cagándose de la risa. Y Borges burlándose de los franceses
y luego las olas de deconstructores, estructuralistas et al. leyendo en contra
del chiste. Un poco de contexto histórico nunca sobra. Cuenta Saer:
La “biografía
sintética” de Paul Valéry apareció en El
Hogar el 22 de enero de 1937, es decir una semana antes de que apareciera,
en un artículo sobre Unamuno, la frase que cito al principio: “Nada gana el Quijote con que lo refieran de nuevo…”.
Un año y medio más tarde, el 10 de junio de 1938, Borges reseña (y refuta) la Introduction a la Poétique, publicación
en volumen del curso de Valéry en el Collége de France. De ese libro, Borges
cita la idea de Valéry según la cual una verdadera historia de la literatura
debería ser “una historia del espíritu como productor o consumidor de
literatura, historia que podría llevarse a término sin mencionar un solo
escritor”. Más adelante, analizando otros conceptos (en especial el de la
literatura como resultado de una simple combinatoria de las propiedades del
lenguaje y, por otra parte, el de que la obra literaria solo existe en acto, lo
que equivale a decir durante la lectura), Borges observa una contradicción: “Una
parece reducir a literatura a las combinaciones que permite un vocabulario
determinado; la otra que el efecto de esas combinaciones varía según cada nuevo
lector”. Y Borges analiza esa variación histórica de un texto literario,
tomando como ejemplo un verso de Cervantes.
Espero
que mis lectores ya perciban el sentido de mi demostración: en los escritos
periodísticos que acabo de señalar está el origen del primer cuento de Ficciones, el primer cuento que Borges
escribió, en 1939, después de un accidente grave, un cuento que, por otra
parte, goza de una celebridad mundial y de una estima particular entre sus
lectores franceses: me refiero a “Pierre Menard, autor de el Quijote”. Ese
cuento ha servido a muchos estudiosos para deducir de él la quintaesencia de la
poética borgiana, su manifiesto sobre la figura del creador y de su concepción
de la literatura. En rigor de verdad, la idea que Borges tiene de la literatura
es exactamente opuesta a la de Pierre Menard: su cuento es una sátira de “las
normas parisinas en materia de sentimiento” y el personaje principal una
caricatura, o una reducción al absurdo, de Paul Valéry. Comparar a Borges con
su criatura sería, más que una equivocación crítica, una verdadera ofensa: para
Borges, Pierre Menard es, en el mejor de los casos, un frívolo, y, en el peor,
un plagiario y un charlatán.
Tengo que
preguntar a Stanislaus si conoce al dueño de San Librario en Bogotá, he oído
que puede conseguir lo que se le pida. Quizá pueda conseguir ambas versiones de
mi novela o, por lo menos, una. Vuelvo a
La subasta del lote 49. Imagino a
Pynchon escribiendo desde el suelo, con una mano en el teclado, la otra
sosteniendo su barriga. Su vecino debió odiarlo tanto mientras reía.