domingo, 14 de mayo de 2017

Tras las arenas del tiempo: Kaili Blues

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Kaili Blues. Imagen de Lemagduciné
Por Keren Marín

Un reloj dibujado en la pared da cuenta del tiempo. Las manecillas, hechas de luz y de sombras, se mueven frenéticamente dentro de la circunferencia. Afuera un hombre sueña con su pasado mientras un tren cruza la habitación e irrumpe en su silencio. Esta atmósfera, creada por el cineasta chino Gan Bi en Kaili Blues, es el inicio de un viaje donde la temporalidad y el espacio se desdibujan a través de los sueños y la poesía.

La historia retrata la búsqueda de Chen: médico, poeta y ex-convicto quien trata de encontrar a su sobrino Weiwei, el cual fue vendido por su hermano al líder de una pandilla apodado Monk. Durante su travesía recorremos la provincia de Guizhou y contemplamos en medio de sus estrechas montañas, el ritmo cotidiano de lugares como Kaili. La visión de Gan Bi se aleja de las ciudades para revelarnos el carácter apacible y mitológico de la China rural. Solo a través de sus paisajes y el rumor de sus ríos experimentamos el momento único en el cual pasado, presente y futuro confluyen simultáneamente.

La vida de Chen se nos revela a través de fragmentos. Detrás de esta forma narrativa están las enseñanzas del sutra del diamante -cuyas sentencias aparecen al inicio del filme- sobre la no permanencia: todo es por esencia fugaz y se dirige irremediablemente hacia el fin. El todo es ahora, pues la idea del pasado no puede retenerse, la idea del futuro no puede asirse y la idea del presente no puede detenerse. La vida en este sentido no es más que fugacidad. No hay totalidad alguna que narrar, solo pensamientos aislados que invocan la poesía.

Esta superposición de tiempos es representada de manera magistral por Gan Bi. A través de un plano secuencia de 40 minutos, vamos descubriendo la travesía de Chen en un pueblo llamado Dang Mai. Allí lo onírico recobra su fuerza: Chen emprende la búsqueda de Weiwei y en su camino se reencuentra con seres que habían sido arrastrados por la muerte, con el yo futuro de sus amados, con las imágenes de aquello que fue, es y será. En esta especie de iniciación, Chen descubre que no está encadenado al tiempo ni al espacio y por ende no sufre con estas apariciones súbitas. Comprende, o parece hacerlo, el principio de la no permanencia: hay que seguir la corriente, dejarnos llevar por el cauce del río y enfrentar, aún con el dolor que ello conlleva, la finitud de aquello que amamos.

A través de Kaili Blues nos acercamos a lo transitorio y sus representaciones: la música que se pierde entre el silencio, los recuerdos olvidados entre los cajones, los viajes nunca realizados. Todo es un elogio a lo fugaz y sus instantes: el amor, la vida, la redención. Al final nos preguntamos si realmente el tiempo existe, o si por el contrario hemos despertado de un eterno ensueño. La búsqueda de Chen deviene a ser nuestra propia travesía. Las imágenes quedan grabadas en la memoria y el reloj pintando en la pared empieza de nuevo su marcha entre las sombras de la noche.
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Publicado por Keren Marín
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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