Por Jaír Villano*
Narrar la juventud siempre será
un reto. En la juventud emergen las primeras vivencias: el amor no
correspondido, la inocencia desvelada, el desenfreno, la seducción por el
alcohol y las drogas, la gallada, el colegio, el barrio, los amigos. Por eso y
muchas cosas más, no es extraño que esa primera etapa sea material fecundo para
quienes incursionan en el arte. Los resultados varían: los hay buenos,
regulares y malos. Pero al menos queda el registro.
Las producciones cinematográficas
abundan. Siendo unas más acertadas o mejor estructuradas que otras, la primera
empresa de muchos realizadores es hacer una instantánea de eso que se vivió.
De ahí que resulte interesante (y
por lo demás, arriesgado), hacer un listado con algunas de esas cintas en la
que quienes seguimos siendo jóvenes nos sentimos reflejados o estereotipados o
exagerados, en fin, en una línea de tiempo que va desde el padre Larry Clark
hasta la novel Eva Husson.
Para ello dividí el artículo en
tres partes, a saber, las clásicas, tres series y la nueva generación.
Las clásicas
Un grupo de adolescentes habla
sin ambages de la forma en que se liga a las chicas. Las chicas hablan de sexo.
Se trata de chicos outsider, que consumen drogas, beben licor, montan patineta,
hablan con la fluidez los gánster y están situados en la gran manzana: New
York.
La película Kids (1995) es un potente
y agresivo retrato de la juventud neoyorquina. Es un largometraje osado, que no
se reserva la lente para nada, que descresta por lo crudo que es su contenido y
entretiene por la juvenil desfachatez de sus personajes.
La fabulación tiene un hilo
temático bien logrado. Telly, el chico que práctica sexo sin condón (y tiene
como deporte robarle la virginidad a las chicas) porta VIH. Muchas del
vecindario han pasado por él, muchas disfrutan de las veleidades del placer.
Una de ellas, Jennie, es la más reservada y la que solo ha tenido una
experiencia sexual. Pues bien: es ella la que termina portando el maligno
virus.
Aclamada por unos y defenestrada
por otros, Kids enfocó una realidad que muchos padres sospechas, pero temen.
Los papis deberían verla, es una buena lección para aquellos apocalípticos que
se asombran por los perreos y las chiquitecas.
El mismo año que el mundo conoció
Kids, en las pantallas llegó The Basketball Diaries, que cuenta
el transcurrir de un joven, Jim Carroll (Leonardo DiCaprio), que aspira a ser
estrella de baloncesto, pero que tras un devaneo con la cocaína su rumbo cambia
y comienza así a sumergirse en los recovecos de New York.
La película deja un mensaje
nítido y a la vez le da la razón a ese adagio que reza: la curiosidad mató al
gato.
Y qué lo digan los heroinómanos
de Trainspotting
(1996), la historia de un grupo de freaks, que llevan hasta el límite
su enfermedad por una buena dosis. Colorida, amena y realista. Es una narración
cómica de lo difícil que es la vida de un yonkie. Un acertado drama de una
generación perdida y sometida a la necesidad de una dosis. La simpatía de sus
personajes principales, Mark (Ewan Mcgregor), Spud (Ewen Bremner), Sick boy (Jonny
Lee Miller) y Begbie (Robert Carlyle), es otro elemento que contribuye en la
acogida del público. Sus actuaciones son verosímiles e identificables. Sin ser
mejor que la primera parte, la segunda también entretiene.
En 1997 el cine argentino tomó un
vuelco en su narrativa. Un conjunto de películas son el testimonio de aquella
faena que buscaba poner los espacios de la ciudad como protagonista. Pizza,
birra y faso es un largometraje que relata la vida de cuatro jóvenes
delincuentes, que funciona para evidenciar la segregación social de Buenos
Aires.
Mientras estos pequeños maleantes
planean la estrategia para su próximo hurto, los espacios por donde transitan
dejan ver la pobreza de los márgenes de la gran ciudad; y cuando los mismos
salen a delinquir, se enseña una perspectiva más decorosa y atractiva de la
misma urbe.
Otro aspecto que se destaca es en
la imposibilidad de un futuro en la capital. Tras un altercado con su novia
(Sandra, quien está en embarazo), el protagonista, Córdoba, le dice a ella,
ante su petición de dejar de robar, que está pensando en irse a Uruguay. Ello
por medio de un diálogo corto, que luego será fundamental en el desenlace de la
historia.
Ahora, si de juventud atareada
por la desesperanza se trata, Rodrigo D. no futuro (1998) es un largometraje de
imprescindible contemplación. Y es que la ópera prima de Víctor Gaviria
representa con destreza la suerte de una generación de jóvenes de las comunas
de Medellín, a los cuales la pobreza les obstaculiza el pleno y completo
desarrollo de sus aspiraciones.
Con una arriesgada apuesta por
actores naturales, Víctor logró capturar lo que sentía una muchachada que se
perdía entre el rugir de las guitarras, que se seducía por el humo espeso, y
tenía como tentación el alzamiento en armas de grupos paramilitares enquistados
en los núcleos urbanos. Rodrigo D es un largometraje que supo condensar la
transición sociocultural en un país en permanente conflicto. Donde las artes
vinieron a hacer un aporte en tanto que proyectaron en sus plataformas el
sentir de los aciagos tiempos.
Un año posterior, Sofia Coppola
conmovería al mundo con su primer largometraje Las vírgenes suicidas
(1999). Basada en la novela de Jeffrey Eugenides, la historia cuenta el drama
de cinco jóvenes hermanas cuya vida está llena de barreras impuestas por una
estricta y ortodoxa madre y un sumiso padre.
En una apropiada primera persona
del plural, uno de los chicos que vivió en el vecindario donde residieron las
hermanas Lisbon, relata -desde la duda- las razones por las que la menor de las
cinco decide quitarse la vida; para luego, tras pasar por la cotidianidad del
barrio, de la escuela y del baile de esta, dar cuenta de un suicidio colectivo en
el que hay sugestiones, pero no certezas que resuelvan el por qué.
Dotada de ternura, encanto e
ingenuidad, Las vírgenes suicidas es una sublimación de la muerte como acto de
perpetua memoria.
Años después, llegaría a la
pantalla chica la más desgarradora de las mencionadas producciones, esto es, Elephant
(2003), la película de Gus Van Sant que recrea con carácter propio la masacre
estudiantil de 1999 en escuela de Colorado (Estados Unidos).
Es sabido que los dos perpetradores de la
masacre fueron dos estudiantes víctimas del matoneo estudiantil. Lo que hace Van Sant es representar el
transcurrir antes y durante de tres estudiantes que sobreviven a la fatídica
acción de sus compañeros, ello en una interesante propuesta que muestra los
hechos sin hacer hincapié en los mismos.
Así como nos enseña la forma en
que los dos estudiantes que disparan planean su macabro plan. La serenidad con
que dialogan antes de perpetrar la hecatombe, su amistad y –al parecer– su
homosexualismo oculto.
-“Y lo más importante,
diviértete”.
Es una fuerte ficcionalización de
la hecatombe.
Ñapa: La trilogía del apocalipsis
adolescente del director Gregg Araki.
Tres series
Hallar el matiz que subyace en lo
que resplandece no es tarea fácil. Menos si se trata de jóvenes. Skins,
la serie británica del año 2007, está compuesta por muchas aristas: la
juventud, el desenfreno, la veleidad, la explosión, el abismo; con todo, la más
arriesgada y oportuna es la que atenúa lo anterior, ¿cómo? Adentrándose al
núcleo familiar de cada uno de sus protagonistas.
De sus siete temporadas, vale la
pena rescatar las tres primeras, porque en ellas se observa con claridad la
intención de narrar los problemas que aquejan sus personajes -la obesidad, la
falta de carácter, la homofobia, la drogadicción y más- dotando en cada
capítulo las circunstancias que han contribuido o acentuado su comportamiento.
Fresca y ágil. Sustancial sin ser
totalmente profunda. Con actores que le dan representación propia a su
personaje (Sid, Chris, Effy), Skins es una serie que sabe fabular ese período
difícil y problemático por el que hemos pasamos todos sin dejarse tentar por el
cliché.
Una atípica tormenta impide que
cinco posadolescentes pueden seguir limpiando las gradas en cumplimiento de su
trabajo social, esto como sanción a sus daños a la sociedad. La tormenta hace que
cada uno adquiera un poder. Misfits sabe mezclar la comedia con
el drama. A medida que van transcurriendo los capítulos, se va abriendo la
trama de una serie en la que sus personajes logran atrapar la atención del
público por su carácter y sus soberbias actuaciones. Sin duda, el papel que
interpreta Robert Sheehan, esto es, Nathan (el inmortal), reviste la serie de
jocosidad y parodia en escenas donde la seriedad parece estar por encima.
En general, el grupo de amigos
tienen un aire especial, la altanería de Kelly, la sensualidad de Alisha, la
parquedad de Simon, el resentimiento de Curtis y la irreverencia de Nathan,
logran crear una conexión con el espectador.
Los excesos de sus personajes,
vale la pena insistir, están matizados por el humor negro de cada uno de ellos.
Los chicos del servicio social matan a su primer supervisor porque la tormenta
lo convierte en zombie; en un acto de rabia, el que parece ser el más ingenuo
de todos, Simon, asesina a su segunda supervisora (Sally) por protegerse a sí
mismo y a sus amigos; Rachel, la religiosa que tiene el poder de fanatizar a la
juventud, también es asesinada. Y así
se despliega una serie que, lamentablemente, en la tercera temporada va
perdiendo la fuerza persuasiva, entre otras cosas, por la salida de Sheehan.
Y finalmente, 13
Reasons Why, la producción que se estrenó hace poco en Netflix y que
cuenta en 13 capítulos las causas que suscitaron el suicidio de Hannah Baker,
una joven que recién se incorpora la secundaria y quien es víctima del bulling
colectivo.
La serie, o para ser más
precisos: la adaptación de la novela de Jay Asher, se concentra en evidenciar
las consecuencias más extremas del matoneo en personas sensibles. A diferencia
de las dos primeras series, el sexo, la drogadicción y la rumba es un tema
secundario, lo cual dota a la producción de mesurada ingenuidad. La forma en
que está narrada, el juego del tiempo y el espacio (pasado-presente), atiza el
drama de la muerte de esta joven chica y
de los presuntos causantes de su suicidio.
Ñapa: Freaks and Geeks, la serie
de los adolescentes noventeros.
La nueva generación
Por último, hay que añadir una
serie de largos que han intentado hace su propio retrato a través del arte
audiovisual.
Se podría decir que el cine de
Xavier Dolan tiene como temática general las relaciones de jóvenes con su
entorno: madre, amigos, familia, en fin. De todas sus obras, la que quisiera
rescatar dos en especial, a saber, Los amores imaginarios (2010),
porque en ella se enseñan los estados emocionales en su paroxismo cuando el
gusto por alguien es irremediable; y Mommy (2014), porque vuelve al tema
de la relación madre e hijo (como en su primera película, Yo maté a mi madre),
con unos interesantes matices y contrastes, entre la vida de la madre y los
problemas del crío.
Su cine, huelga decir, se
caracteriza por la colorida estética de sus planos, por lo limpias que son
escenas y lo precisos que son los diálogos. Y por lo cauteloso y sensato que es
su intento de analizar los jóvenes adultos en sus estados más complejos.
El cine colombiano no se queda
atrás, Los hongos (2014) es Óscar Navia Ruiz es una sencilla captura
de los pasos y el deseo de dos amigos apasionados por el grafiti. Situada en la variopinta Cali, la historia de
Ras y Calvin transcurre entre espacios recónditos de las calles de la ciudad.
De otro lado, la primera
producción de Eva Husson, Bang Gang: A modern love story
(2015), hace una representación de las relaciones sentimentales entre
adolescentes y, sobre todo, del sexo como escape de la monotonía y el ocio.
Las redes sociales tienen un
papel fundamental. Un chico que vive solo, Alex, crea junto a su amigo, Nikita,
un juego: una orgía sexual que es filmada (Bang Gang), que a medida que pasa el
tiempo va cobrando popularidad. La casa de Alex termina siendo el epicentro
donde los jóvenes van disfrutar del sexo sin condiciones y sin condón.
Al final, se desvanece la
efervescencia del divertimento y emerge lo que, en mi opinión, es una básica
fabulación: las consecuencias, uno de los vídeos es filtrado a Youtube y una
enfermedad venérea despierta las alarmas entre los practicantes del mismo. Y la
chica más horny termina aceptando su amor por el chico más outsider.
Algo contrario a lo ocurrido en Mustang
(2015), donde la candidez de las niñas es bien capturada, no solo por
lo conmovedora que es su historia en sí:
cinco hermanas huérfanas y turcas, que son sometidas a las más
restringidas leyes de su tío y con el beneplácito de su abuela, quien además
tiene como fin encontrarles esposo. También porque el lugar común queda al
soslaye con el bien tensionado dramatismo, porque su argumento es claro:
evidenciar el yugo de las mujeres en una cultura patriarcal.
La incursión de su directora, Deniz
Gamze Ergüven, muestra con carácter propio la cosificación de la mujer en la
sociedad turca y la condescendencia de las mismas víctimas de generaciones más
longevas.
Otra cinta que ha dado de qué
hablar es White Girl (2016). Estrenada en el festival de Sundance, la
película relata el desbordado romance entre una chica universitaria y un
puertorriqueño que expende droga en su pequeña manzana.
Drogas y sexo en un contexto
donde los personajes viven realidades distintas, pero ambos son seducidos por
la cocaína y por una recíproca atracción. Como es costumbre, la recepción se
divide entre buenos y malos comentarios. A mí me parece que el supuesto
enamoramiento de la White girl sobre el joven pandillero carece de
verosimilitud.
El mismo año de este estreno,
desde Irlanda llegó Sing Street (2016), un bonito homenaje a las iniciativas
musicales del colegio, al primer amor y a los infaltables amigos. Ambientada en
los ochenta, la película cuenta con un interesante repertorio musical, porque
es de esta forma como el protagonista, Conor, pretende conquistar a una joven
aspirante a modelo, Raphina.
Las revueltas en el colegio, los
problemas en casa, el hermano vago y melómano, los amigos (y máxime la música)
como escape es lo que sitúa el largo del director John Carney.
Finalizando el 2016, llegó a las
salas de cine colombiano Te prometo Anarquía, una cinta que
yuxtapone la homosexualidad, la calle mexicana (con los skates como
protagonistas) y el tráfico negro de sangre.
Su dos protagonistas, Miguel y
Johnny, son skates que colindan los espacios de la calle. Uno de ellos consigue
un comprador de sangre que la vende al mercado negro. El negocio deja buena
“lana”. Así que tras una operación de gran calibre (50 personas dispuestas a
entregar su sangre a cambio de una buena suma de dinero), se devela una
problemática latente en México. Las personas son llevadas a la fuerza y no se
sabe nada de ellos. El romance entre los amigos sigue a flote a pesar del mal
momento.
Y por último, un largo que
recientemente ganó el festival Cinelatino de Toulouse, se trata de Los
Nadie, la cual da cuenta la historia de un grupo de amigos cuyo deseo
es viajar por el mundo.
Entre las lomas de Medellín, los
semáforos de las calles, toques de punk y la familia, la película desarrolla
una serie de sucesos que sobresalen por su honestidad y nitidez para con lo que
quiere proyectar. Un potente retrato de una generación nómada. Una película que
ya tiene su lugar propio el cine nacional.
Hemos llegado al final del texto.
Como se podría colegir, muchas de estas películas tienen en común su línea
temática y, además, que hacen parte de las primeras producciones de los
realizadores sin necesariamente ser biopic.
Juventud, droga, sexo y cine,
atractiva y permanente tentación en las viejas, las nuevas y las futuras
generaciones.
*Escritor y periodista.
Muy buena publicación recomendada por un amigo escritor de Manizales. Seguiré leyéndola con fruición, ahora que han ido despareciendo las revistas en texto física. Suerte y pulso.
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