¿Qué es la dignidad? No lo
sé. Es ridículo hacerse ese tipo de preguntas en un país como Colombia, piensa
el hombre que a su vez le pregunta a Dios ¿por qué le ha arrebatado a su hija
de cinco años?, o le pregunta el campesino mientras arroja la última palada de
tierra sobre la fosa común en la que indistintamente han debido enterrar a sus
familiares, vecinos y amigos.
En ese, y muchos otros casos, qué importan los conceptos
o la dignidad misma. Al igual cuando te quieren quitar tu tierra y al no
lograrlo te envenenan a ti, a tu familia, a tu tierra, haciendo emerger lo más
oscuro y descompuesto que te habita, dejándote iracundo, solo, odiado.
Por eso, todo es un incendio, todo se consume: los
maizales y la familia; un pueblo entero y las esperanzas; la naturaleza y la
sociedad misma. A su vez, paradójicamente, todo es frío, frívolo, porque el
fuego es representación de la muerte, de lo que sucumbe, de ese desierto
perpetuo al que llegan a trasegar los cuerpos cuando por fin huye la vida.
Y este libro, escrito con párrafos cortos, con oraciones
contundentes y filosas que solo buscan [como el verso en el poema] crear
imágenes que incomoden como soles resplandecientes en los ojos del lector, nos
habla de la dignidad, de la muerte, de la conspiración multinacional por
apropiarse de las tierras de los campesinos, de los vejámenes a los que se han
visto sometidos los que no tienen voz, porque de ellos solo hemos imaginado sus
súplicas, sus gritos, sus últimos suspiros.
Pero también este libro podría pertenecer al género de la
ciencia ficción, aunque carezca de la presencia de máquinas innovadoras o de
seres con inteligencia superior a la humana [aunque para esto nos baste
observar a nuestras mascotas en la casa], simplemente puede hacer parte de este
género porque hay sorpresas que trascienden a la normal conducta y actividad
humana. Y las langostas que carnavalizan
la violencia en las antiguas galleras, hacen parte de los métodos de los
poderosos por encumbrarse en el poder, elementos de la lucha de clases que
siempre aparecen en los libros más importantes de la ciencia ficción.
Una tarde un amigo me preguntó si yo creía que en
Colombia algún día la derecha depondría su poder y le respondí que no, por
supuesto que no, porque ese día Colombia dejaría de ser Colombia y los colombianos,
colombianos. También le dije que de buenas a primeras ellos no renunciarían a
su mejor negocio que es el país, y que por eso sus métodos cambiaban [porque no
creo que a eso pueda llamársele evolución, haciéndolos más eficaces y
certeros, como en este caso, en Después de la ira en el que crean monstruos
kafkianos.
Por eso creo que también esta se trata de una novela
apocalíptica, por supuesto no en el sentido bíblico en el que se entiende que
llegará el día del juicio, de la suma y resta de cuentas, de la repartición
para Dios y el Diablo, y por tanto el fin de la especie humana. Este
apocalipsis es metafórico, pues proviene después de la ira, no hace parte de un
futuro lejano en el que Dios o quién sabe quién se harte de la raza humana, no
es ninguna fuerza divina y metafísica la que destruye al hombre, pues es el
propio hombre y su ambición la que lo hace. Por tanto, el fin que propone el
libro está dado por los mismos hombres sin rostros, sin carácter, de la misma
forma como lo hicieron los paramilitares en muchos pueblos de Colombia, cuando
llegaban en hordas, encapuchados y acababan con todo.
Y sin embargo, Después de la ira es en definitiva un libro
sobre la dignidad del hombre, no nos importa qué sea esta: sacrificarlo todo
por los ideales; heroificar a nuestros personajes hasta que sus acciones
sucumban en la estupidez; darle valor a la tierra, a la vida, a los hijos, a la
familia y no al dinero [por idiota que parezca]; poseer un espíritu batallador;
ser un rebelde que lucha en contra de las hegemonías. No importa, en verdad,
cuando en este país es lo primero que nos enseñan a perder, con el fin de preservar
la vida. Eso quiere decir que muchos en este país viven indignamente, pero
viven. Y este libro nos habla de esta paradoja, porque allí radica la dignidad,
en apostarlo todo, y de seguro perderlo, pero luchando, siempre luchando.