sábado, 11 de febrero de 2023

Gravidez

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Por Andrés Felipe Yaya


Salí a trotar temprano. Por estos días el amanecer tarda un poco más en aclarar el día. Había un frío pegado de las cosas. Había un viento que aliviaba la pesadez del mundo. Había un presente continuo que se escurría como un animal muerto. Había un mundo sin espesor, denso, que se arrancaba la oscuridad como pedazos de vidrio. He pensado a menudo en esta imagen: una mañana de febrero de un día cualquiera corriendo sin rumbo, sin estancia, sin quietud. Impulsado por un extraño deseo de llegar a ninguna parte. Huyendo de una tempestad que solo el tiempo a la larga puede dominar. Trotar, efectivamente, permite que el paisaje interior despeje sus nieblas. Es algo así como descascarar una almendra hasta llegar a su nuez. Moverse es encontrar respuestas en el movimiento. Algo de claridad y limpieza. Nietzsche en medio de su trasegar escribió que los mejores pensamientos son los pensamientos caminados. De modo que correr permite la levedad del pensamiento. En el correr está el motor de lo inamovible. 

Llego a casa. Las cosas están vestidas de cierta tibieza. Vuelvo a leer por estos días Paradoxía de Lydia Lunch. Una novela abismal y telúrica. A la par que leo El erotismo de Bataille donde propone las nociones de continuo y lo descontinúo. Somos descontinuos en la medida que buscamos en nuestras acciones la continuidad, en otras palabras, pretendemos instaurar un fenómeno como es la reproducción: lo que nace del encuentro biológico de los cuerpos. Escribe Bataille: “El espermatozoide y el óvulo se encuentran en el estado elemental de los seres discontinuos, pero se unen y, en consecuencia, se establece entre ellos una continuidad que formará un nuevo ser, a partir de la muerte, a partir de la desaparición de los seres separados.” La protagonista de Paradoxía de Lydia Lunch busca una continuidad y es a la vez el resultado de la continuidad de otros. Desborda sensualidad por cada poro. Su padre erigió, sin más, una continuidad en ella. Escribe la narradora: “Yo rezaba para que uno de ellos, cualquiera de ellos, o incluso todos ellos, me ayudaran a borrar el recuerdo seboso de las calientes manos de mi padre.” Aparece otra noción que implanta Bataille: la prohibición del incesto. Y escribe: “es inhumano unirse físicamente con el padre o con la madre; e igualmente con el hermano o con la hermana”. Vuelve y narra Luch: “Los hombres —un hombre: mi padre- me trastornaron de tal manera que llegué a ser como ellos.” Con carácter forjó la búsqueda de una satisfacción como un animal que solo responde a los instintos.  Paradoxía se construye con los elementos de la deformidad, con el aliento feroz de la vida. Después del encuentro sexual con Warren, en ese mismo plano, se instala la transgresión y el dolor que surge mientras se busca el placer. Escribe: “A Sal se le ocurre la brillante idea de meterme en su juego. Me manda que aparte mi coño de la cara de Warren y que coja la botella de Coca-Cola que hay encima del tocador (…) Me dice que se la clave. Que me folle ese coño (…) Gina empieza a suplicar.” Hay fetichismo, hay dolor. Una búsqueda de un deseo que sobrepasa las cosas y que se conecta con el cuerpo y que muere y resurge en cada orgasmo. Cierra: “Con toda razón tú también morirás. Pero acaso no es la muerte el orgasmo final, el retorno a ese éter espiritual de otro mundo.” Así que, en tal caso, para salvarnos la vida está la pequeña muerte.
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Publicado por Revista Corónica
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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