lunes, 6 de agosto de 2012

Un tragaldabas: Tomás Carrasquilla

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Entre aguardiente y aguardiente escribió Don Tomás su obra. Además,  todas las fuentes lo describen como un hombre de buen apetito, que conocía en detalle la comida antioqueña y que supo plasmarla en su obra con un lenguaje magistral digno de las mejores plumas de la lengua española.

Escribió como cualquier maestro gastrónomo sobre ingredientes básicos: maíz, frijol, cacao y panela; sobre todas las carnes disponibles en estas tierras: la de res, la de cerdo, la de aves y la de todo tipo de animales de monte; sobre platos elaborados, como mazamorra, arepas, morcilla, buñuelos, empanadas y sancocho; fue un enamorado de dulces y postres, los cuales describe ampliamente: mermeladas, natillas, jaleas, hojuelas, panadería, repostería y chocolatería.

Leer a Carrasquilla es una experiencia deliciosa, su vasto y castizo lenguaje nos presenta un mundo de palabras, muchas de las cuales son desconocidas actualmente. Para ver cómo describe una tienda, que en su época se llamaba pulpería, leamos apartes de Frutos de mi tierra:

Ostentan las tablas más altas conos de azúcar con su tosca envoltura de guasca, las de más abajo, los entrepaños bordeados con encaje de papel que cortó hábil tijera en fantásticos calados, y un estupendo acopio de comestibles; el pan y el bizcocho morenos, donde las moscas hacen de las suyas; una balumba de arepas, con sus parches requemados; columnas de pandequesos y roscas; pilastras de panelas de coco y de cidra, y de guayaba, y de leche, formadas en batallón... Sacos de lienzo, henchidos de almidón, sagú y anís, alternan enfilados con jíqueras preñadas de corozos, de colaciones, de cebada, de linaza. Cucuruchos de especias. [1]

De entre otras muchas alusiones a la comida, es de destacar un aparte en  Dimitas Arias que describe cómo son las actividades de una familia paisa en Navidad:

Se acercaba la gran festividad del orbe cristiano, la fiesta por excelencia de los hogares antioqueños…. En el fogón donde no se hace la “nochebuena” se revuelca el Diablo y toda la casa queda contaminada.
En la de Don Juan Herrera había comenzado el brete desde la antevíspera. Aquella cocina era un embolismo, un caos de cedazos y coladores, de pailas y de cazuelas, de trastos y de cacharros de toda especie. Las señoras de la casa se multiplicaban: cuelan, ciernen, amasan, baten. Aquí chirrían los buñuelos; allá revienta la natilla; acullá se cuaja el manjar blanco. Corre el bolillo sobre la pasta de hojuelas; el mecedor no cesa entre el hirviente oleaje; forma copos de espuma la superficie del almíbar; en esta piedra muelen la yuca y la arracacha; en aquélla, la canela y la nuez moscada; en artesas y platones blanquean los quesitos y las cuajadas; campean la manteca y la mantequilla en hojas y cacerolas; saltan los huevos en cascadas amarillas… ahora buñuelos, luego raspado, cuando llega la hora del banquete está toda aquella gente más para agüitas de apio que para manjares. [2]

Deleitémonos ahora  con la descripción en Frutos de mi tierra de cómo hacia una joven unas empanadas:

Pegada de la hornilla, cuya lumbre aviva con un cuero, se ve una muchacha frescachona, de carnes tentadoras, peinada con mucho repulgo si mal vestida, la cual, una vez llameante el carbón, se apercibe a armar unas empanadas tan repulgadas como su cabeza. A un lado tiene el perolillo de adobo hecho un empalago, por lo aliñado y grasoso. La ardiente gordana, al recibir la fría masa, tinta en azafrán, ruge de enojo y escupe y espumaraja; la ennegrecida cuchara de palo, cual buque salvavidas, no bien la inflamada grasa dora el relleno manjar, lo impele a la orilla y le pone en salvo en la playa de un plato hospitalario. Apenas ha terminado tan filantrópica tarea, vuela a socorrer las longanizas, que en la atroz gordana se retuercen en las convulsiones de los condenados, ni más ni menos que les vio santa Francisca Romana, allá en las calderas de Lucifer.” [3]

La arepa antioqueña  en todas sus presentaciones (de chócolo, asada en las brasas, frita, blancas y esponjosas, etc.) y el chocolate, fueron  algunas de las comidas que más recreó Don Tomas en su obra. Veamos este ejemplo en Simón El Mago:

Frutos me enseñó a rezar, me hacía dormir y velaba mi sueño; despertándome en la mañana con el tazón de chocolate.
¿Qué más? Cuando antes del almuerzo llegaba de la escuela, ya estaba Frutos esperándome con la arepa frita, el chicharrón y la tajada.
La mejor de las comidas delicadas, en cuya elaboración intervenía Frutos -que casi siempre consistía en chocolate sin harina, conservón de brevas y longaniza- era para mí. [4]

Quién lo creyera: Tomás Carrasquilla fue un sibarita.


Referencias:
1. CARRASQUILLA, Tomás. Obras completas, tomo I. Medellín: Edición Primer Centenario, Ed. Bedout, 1958, p. 8.

2. CARRASQUILLA, Tomás. Obra escogida, Edición  Leticia Bernal  V. Medellín - Ministerio de Cultura, Gobernación de Antioquia y Editorial Universidad de Antioquia, 2008, p.  291.

3. CARRASQUILLA, Tomás. Obras completas, tomo I. Medellín: Edición Primer Centenario, Ed. Bedout, 1958, p. 9.

4. CARRASQUILLA, Tomás. Obra escogida, Edición  Leticia Bernal  V. Medellín - Ministerio de Cultura, Gobernación de Antioquia y Editorial Universidad de Antioquia, 2008, p. 24.


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Publicado por Revista Corónica
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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