Llegué
a Salento con el propósito de estar presente en la llegada de la penúltima
etapa de la carrera Oro y Paz, una válida categoría 2.1 de la Unión Ciclística
Internacional, algo que Colombia, un país en el que parece que su deporte
nacional fuera el ciclismo y no el “tejo”, es una novedad. Nunca, el país
cafetero, hogar de los escarabajos, había tenido una carrera avalada por la
máxima autoridad del ciclismo internacional.
Salento,
un municipio del departamento del Quindío, se ha convertido en un final de
etapa común en las carreras nacionales. Su topografía y estilo colonial se
prestan para remates espectaculares y vistosos. La Vuelta a Colombia y el Clásico
RCN, han hecho de esta pequeña población un lugar habitual para los pedalistas
profesionales que corren en la circunscripción doméstica.
Pues
bien, la aventura comenzó con la expectativa del día siguiente. Tuve que llegar
al pueblo con anticipación pues la etapa iba a impedir el acceso en un horario
bastante extendido, así que era necesario pernoctar allí para poder presenciar
el evento. La emoción y la ansiedad me impidieron mantener un sueño decente. A
las 7:00 am me levanté de la cama, para hallar la sorpresa de que el calentador
de agua se había averiado. Resulté iniciando el día con un baño “terapéutico”,
porque el agua de Salento es gélida, baja directamente del páramo.
Una
vez vestida y desbordada de ilusión, emprendí el camino rumbo a la plaza
principal. Eran escasas las 8:00 am cuando ya se acumulaba la gente a los lados
de la meta y de la subida final. Faltaban más de cinco horas y los aficionados
ya estaban acomodados en sus sitios, que no estaban dispuestos a abandonar por
ninguna razón.
Yo
aún no decidía dónde ubicarme para esperar el paso del evento. Tenía claro que
debía ser estratégico, algún sitio en el que tuviera amplia visibilidad para
poder reconocer quiénes iban pasando, sin importar el paso que llevaran, de lo
contrario, mi experiencia se resumiría en borrones de manchas de colores
pasando frente a mis ojos a toda velocidad. Tras
pensar un rato y recorrer varias cuadras del pueblo, se me ocurrió que lo mejor
era esperarlos durante la trepada al puerto de montaña, así aseguraría que
fueran a un paso menos exigente y, por ende, me resultara más sencillo
reconocerlos y animarlos.
La
marca del último kilómetro fue mi elección, tenía una vista privilegiada pues
se podían ver dos curvas hacia abajo y frente a mi había una sección recta de cerca
de cuarenta metros. A mí lado se encontraba una familia que había madrugado a
las 6:00 am para poder llegar a Salento antes de los cierres. Ellos, llevaron
banderas de Colombia e iban con las camisetas de la selección. Uno de ellos,
vestía una remera vintage del
Deportes Quindío (equipo profesional de fútbol de la región).
Una
vez instalada la tricolor empezaron a diseñar los clásicos avisos que se pintan
en las vías para las carreras de ciclismo. Esos en los que constan los nombres
de los favoritos, se declaran amores, se recuerda ídolos y se plasma la pasión
en el asfalto. Pues yo no pensaba quedarme atrás, y también con el propósito de
emparejar un poco el asunto, ya que el 90% de los avisos, pancartas y grafiti
tenían como protagonista a Nairo Quintana, comencé a escribir los nombres de
los demás: Gaviria, Rigo, Henao, Pantano, ‘puma’… mientras lo hacía pasó una
señora y me dijo: “Escriba Nacho, Nacho Montoya, no Vidal” Me sonreí por el
chiste y le pregunté que quién era Nacho, ella me dijo que era su hijo y que estaba
corriendo la válida. Con todo el cariño hice lo propio.
Subían
personas caminando, que no habían podido llegar a Salento en transporte público
o privado. Llevaban a cuestas unos seis kilómetros, y casi un premio de
montaña, para ver a sus ídolos en carrera. Así mismo, pasaban ciclistas
aficionados, otros lo hacían trotando. La fiesta deportiva era total,
absolutamente todos querían tomar partido. De pronto, uno de los ciclistas
frenó frente a mi y se dirigió al chico de la camiseta del Quindío y exclamó: “-¡Ahhh!,
es usted, Andrés, yo sí decía que debía ser alguien conocido porque estamos en
vía de extinción-“ seguro se refería al ocaso prolongado en el que se ha visto
envuelto el equipo y por consiguiente en el detrimento de hinchas.
Ya
la mesa estaba servida, la carretera pintada, y la emoción al límite. Cuando
menos lo esperé, pasó un amigo de años atrás, con quien compartimos la pasión
desmedida por el deporte pedal. Inmediatamente le compartí el hallazgo glorioso
de mi ubicación y se acomodó conmigo.
Los
radios de los vecinos informaban que el pelotón venía cerca, que había
tensiones y que la acción estaba asegurada. El helicóptero se hizo visible en el
cielo y mi emoción se desbordó. En cuestión de tiempo los vería pasar en las
curvas previas que podía ver abajo.
Los
vehículos de la organización se hacían más frecuentes, la gente se notaba
inquieta, los ciclistas aparecieron en el panorama, estaban terminando el descenso.
A lo lejos se veían pasar en la montaña del frente. Nos separaban pocos metros
de ver a los mejores ciclistas colombianos.
¡Por
fin! El pelotón de los favoritos se asomó por la curva, Bernal venía tirando,
pero cuando vi a Rigo y a Nairo mi corazón se detuvo. Me subió un frío por la
espalda, mis ojos se aguaron, la piel se puso de gallina. Definitivamente no lo
podía creer. Luego pasó Pantano, Atapuma, Anacona…después, naturalmente, apareció
Gaviria, ya no podía contenerme, mi amigo y yo coreamos su apellido a todo
pulmón y el momento, por fugaz que fue, quedará para siempre conmigo. (No se
imaginan cómo me puse cuando vi a Alberto Contador en la tarima)
La
etapa se la llevó Rigo, la general la obtuvo Nairo, pero la victoria real fue
para el ciclismo. Hoy, se creó audiencia, se moldeó público, se tocaron
corazones, se movió la pasión y los colombianos se volcaron a las calles para
corresponder a sus ciclistas por lo que representan en el mundo para el país.
Dicho
todo esto, acá el resumen de la etapa, hecho por mi amigo Sebastián Cruz, que
vivió esta experiencia tan intensamente como yo:
La pancarta señala que desde allí restará tan solo
un kilómetro a meta. La gente se amontona ya, incluso desde más abajo;
aficionados al ciclismo (residentes del departamento del Quindío, de todas
partes de Colombia y de diversos lugares del mundo) esperan con ansiedad a lado
y lado de la angosta y ajada vía que de Boquía conduce a Salento. La meta, mil
metros adelante, está orgullosamente dispuesta entre la iglesia y el parque del
pueblo, el gentío alrededor es impresionante.
El pelotón, que partiera horas antes de la ciudad
de Pereira, impulsado por el Quick Step Floors y el Sky ya ha engullido a once
de los doce aventureros de la jornada, y Rodrigo Contreras, el último de los
valientes, es cazado a falta de cuatro kilómetros.
El ascenso es encarado con rapidez; el Sky tensa y
sostiene un ritmo duro desde pie de puerto para poner contra las cuerdas al
líder Julian Alaphilippe (Quick Step Floors),
que para este terreno apenas cuenta con el apoyo del ecuatoriano Narváez. Metro
a metro el grupo se fragmenta, los que no pueden sostener el ritmo se hacen a
un lado y pedalean como pueden.
La afición se levanta, el aire es
eléctrico; a poco más de dos kilómetros para finalizar, Daniel Felipe Martínez
(EF Education First Drapac p/b Cannondale) lanza un ataque con el que logra
abrir hueco, pero Egan Bernal (Sky) se para sobre los pedales y lo trae de
vuelta; es un juego de estrategia entre las segundas basas de los World Tour
aprovechando su peligrosa cercanía en la general. El ritmo de Bernal es
fortísimo y continúa seleccionando el grupo.
El asfalto está decorado a cada
paso, y más densamente a medida que se avanza, con los nombres de los héroes
que pedalean. A falta de dos mil metros, Nairo Quintana (Movistar) demarra con
violencia y de nuevo el joven Bernal se encarga de secar el ataque, en apoyo a
su líder Sergio Henao (Sky), con una facilidad que asombra. La movida es
contundente y el grupo se reduce a tan sólo seis unidades. Bajo la pancarta del
último kilómetro, con los gritos de aliento y la emoción de la gente, pasan
enfilados Egan Bernal, Daniel Felipe Martínez, Nairo Quintana, Rigoberto Urán
(EF Education First Drapac p/b Cannondale), Sergio Henao y Julian Alaphilippe,
que se defiende con uñas y dientes, pero que cierra el grupo y se le nota en
aprietos.
El kilómetro final del puerto, que
culmina en la Estación de Bomberos de Salento, y con un porcentaje de
inclinación promedio del 7,8%, resulta demasiado para Alaphilippe. Ataca Henao
y su rueda es marcada de inmediato por Urán, sale ahora Bernal, en un juego
estratégico perfecto del conjunto británico, pero Urán se muestra intratable y
responde nuevamente, entonces Rigo se pone al frente y Quintana conecta con
Henao a su rueda; un duelo World Tour en toda regla.
La línea que denota el paso por el
puerto es conquistada por el cuarteto encabezado por Egan, que se lleva los
máximos puntos de la clasificación de la montaña. Curva a la izquierda, giro a
la derecha y por fin la recta final. El bullicio de la gente es tremendo, la
emoción se desborda, los cuatro ciclistas empiezan a acelerar, se ven muy
igualados, están subiendo la última rampa (una cuadra al 20% para llegar al
parque de Salento) Nario sale a toda velocidad pero Urán responde y, sobre el
límite, le saca casi media bicicleta de distancia al boyacense. ¡Rigo, Rigo,
Rigo, Rigo!
Rigoberto Urán gana en el
embalaje, segundo Quintana, tercero Bernal y cuarto Sergio Henao con el mismo
tiempo; Nairo se enfunda la rosa de líder general y Rigo le escolta a tan sólo
tres segundos. Mañana nos espera una lucha tremenda con llegada en el alto de
Chipre, Manizales.
Pero, entretanto, en medio del
camino, bajo la pancarta del último kilómetro, la gente sigue alentando con
alegría a los corredores que, desgranados y esforzados, continúan pedaleando
para cruzar la meta dentro del límite de tiempo; la fiesta no se acaba hasta
que el carro escoba pase escoltando al último de la etapa.