Por Aurora Osorio
- Maleza. Clara Llano. Sílaba Editores. 100 pág. 2016
Un
marcado aire de derrota atraviesa los once cuentos de Maleza, estreno editorial de la antropóloga caleña Clara Llano
(1967) que ingresa al panorama narrativo con una particular colección de
historias que remite a la infancia y sus intrincados recuerdos. Una suerte de mosaico
veraniego en el cual se contemplan las diversas contrariedades, decisiones y
pesadillas de unas criaturas novatas que se enfrentan al peso de una tradición que
no logran superar.
Maleza es el resultado de una eventualidad
curiosa: Llano intentó cursar un doctorado en geografía pero en el transcurso
de la escritura de su tesis sucumbió a la lectura de El Quijote de la Mancha aplazada por varios años, y comprendió a
través de ese suceso que debía escribir ficción. Eligió el cuento y la maestría
en Escrituras Creativas para este propósito.
Lejos
de apelar a pasajes conmovidos o sucesos bienhechores, la cuentista se
concentra en definir lo abyecto y delimitar su naturaleza a través de las
múltiples experiencias de unos personajes que no siempre salen indemnes de sus
hazañas y periplos. Con deliberada crudeza y distanciada del tono nostálgico,
Llano recrea el horizonte de la niñez a partir de un bosquejo de circunstancias
externas que encadenan a los personajes para revelar la derrota anticipada a la
que están expuestos.
Estos
seres que comparten una filiación generacional y una predilección por las
aventuras, asisten al encuentro de lo cotidiano revestidos de una levedad
espontánea, sin sospechar que precisamente ese gesto desprevenido será el
germen de una contienda con el universo adulto que se presenta en ocasiones
intransigente ante su escepticismo y su lento descubrimiento de la
adolescencia.
Turbación
y desencanto, sirven de atributos para definir las sensaciones que provienen de
las criaturas que se alojan en Maleza. La suerte de sus itinerarios que casi
siempre recalan en fracasos o en propósitos interrumpidos por el exterior
dinamitan estas impresiones aciagas que los transforman en seres desolados,
marcados por un algún evento de su etapa más despreocupada.
En
especial, Llano se interesa por tópicos comunes a la niñez: el compañerismo,
las andanzas arriesgadas, la convivencia obligada con familiares o desconocidos
que comparten un mismo techo; pero así mismo atiende otras dimensiones humanas como
la muerte, la venganza, el abuso y la humillación; caras de una moneda que
revelan los oscilantes extremos del regocijo y la crueldad que provienen de la
niñez.
Del
paisaje campestre y las rutinas familiares surge un panorama a todas luces
corriente, que no obstante comienza a tornarse tenso, hostil, enrarecido por un
silencio sospechoso, que en ocasiones oculta un infortunio o una venganza
inconclusa. La perversidad tan característica al hombre contagia al universo
infantil de su proceder, despojando a los chicos de su ingenuidad y límpida
extrañeza, para cederles, en cambio, una crueldad y desconfianza desmedidas que
paulatinamente comprenden y aceptan como si de un hecho inapelable se tratara,
de modo que las once historias recalan en actos imprevistos, en un gesto astuto
o un siniestro movimiento, con el que intentan hacer frente al tedio o a una
presencia que los amenaza.
La
apuesta literaria de Llano se centra dosificar los detalles, en complejizar los
escenarios narrativos a través de una entrega reducida de datos; sucesión de
indicios y omisiones donde el recurso de la elipsis profundiza en la incógnita
y dota de un relieve ambiguo a los sucesos. La acentuada reserva y una evidente
economía del lenguaje son ingredientes que hacen memorables a cuentos como Intrusos, Ruido o Grieta que
ostentan una atmosfera tensa, que apremia con exceder la corta extensión de los
cuentos, y que no obstante, mantiene el cauce narrativo dentro de un límite preciso
que no sobrepasa las ocho páginas.
Además,
los breves títulos de Maleza
evidencian los silencios que aprovecha en demasía la cuentista. Al servir de antesala
a la narración, se conoce desde un inicio que su intención no es explicar sino
sugerir. Con una sola palabra se condensa un escenario ambiguo, que evoca en su
sólida reserva el privilegio de esas pausas tan características en la narración
de Llano. De modo que títulos como Remolque,
Tráfico o Ronda aluden a un leitmotiv o un indicio bosquejado con rapidez
para insinuar o especular sobre los diversos caminos y pasadizos a tomar cuando
se inicie la lectura de estos cuentos cortos.
El
tono lacónico que sustenta a la narración no defrauda, al contrario, su
acertado dominio le permite alcanzar un acento propio a la cuentista que a
través de su moderación construye unos silencios premeditados que sugieren más
de lo que afirman. Los secretos e interpretaciones en Maleza se convierten en moneda corriente, en constante aproximación
a una narrativa esbozada con un recelo casi excesivo.