Hugo
Hernán Aparicio Reyes
Un
Moisés cordillerano
Tallado en mármol bruñido por
Miguel Ángel, genial escultor del Renacimiento, deslumbra a turistas de todo el
orbe en la Plaza de San Pedro, en Roma. La versión criolla, trabajada en roca
sin pulimento, de anónimo escultor –se habla de artífices militares–, ubicada
desde hace dos años en una pequeña glorieta a la entrada del casco urbano de
Versalles, Valle del Cauca, objeto de orgullo para habitantes y autoridades, es
apenas la primera de múltiples sorpresas a descubrir por forasteros dispuestos
al asombro. Tablas de la ley bajo el brazo, luengas barbas, facciones
disímiles, y apreciables volúmenes, ambas esculturas representan a Moisés,
personaje entre mítico e histórico de importancia compartida por cristianos,
judíos e islamistas. No es sin embargo la integración de creencias la razón de
ser del patriarca en su sitial valluno. De acuerdo con nota periodística
alusiva a su “inauguración”, el valor a resaltar por la pétrea presencia es la
legalidad. Según los gestores del monumento, la no ocurrencia durante varios
años de homicidios y otros delitos graves en el municipio, la consiguiente paz
pública, se debe a la observancia de la ley por parte de sus moradores. Una
casona de reciente construcción, a espaldas del Moisés, columnas exteriores de
ladrillo en espiral, blanco y carmesí sus tonos dominantes, es buen abrebocas
de delicias arquitectónicas a degustar luego. Medio centenar de murales
costumbristas, obras de un soldado (2014), distribuidos a lo largo y ancho del
pueblo, son entremeses antes de los platos fuertes.
Descubrimiento
y afecto
Mi relación con Versalles, el
apego hacia su paisaje rural y urbano, hacia sus gentes, desprevenidas, cálidas
en el trato, hacia su tradición civilista, comunitaria, data de más de tres
lustros. Aunque residente en Calarcá, Quindío, poseía un establecimiento
comercial en La Unión, municipio de actividad productiva ejemplar, colindante
con su par cordillerano de donde parte el tramo vial -hoy en peligroso
deterioro-, hacia los dominios de la neblina. Un día de fortuna emprendí el
ascenso, movido por razones expuestas más adelante, y por afiches promocionales
de unas festividades alusivas al húmedo velo, habitual en la altura
cordillerana, también en estampas literarias del extinto romanticismo,
iniciando un vínculo de admiración y afecto. Calendarios después, escuchaba en
Cartago al escritor Aldemar Medina, criado en la naciente población de El
Cairo, años treinta del siglo anterior, narrando cómo, por indicación de un
forastero cliente de su padre a quien indagó por términos verbales escuchados
de sus labios e ignorados por el curioso adolescente, tras arduas jornadas de
montaña, sorteando peligros, vadeando ríos y quebradas con un enorme racimo de
plátanos al hombro, vendió su carga en el mercado de Versalles, la población
más cercana con servicio de correos, y giró por aquel conducto a una librería
de Bogotá el dinero obtenido, solicitando el envío de un diccionario Larousse,
para aprender de sus páginas tras el recibo del anhelado tomo -como en realidad
ocurriría a través de su rocambolesca existencia-, “el otro nombre de las
cosas”. El relato del poeta y narrador contenía una vivida descripción del
poblado, fundado en 1894 por colonos procedentes de Toro, con categoría de
municipio desde 1909, y de su importancia en aquella época como centro
productivo regional, irrigador de progreso y presencia estatal para los
precarios asentamientos circunvecinos. Motivo de más para situar la capital de
la neblina entre crecientes interés y cariño. Espaciadas incursiones me han
permitido avanzar en el conocimiento de la población, de sus rasgos
paisajísticos y humanos; historia, Geografía, tradición y proyecciones; de sus
alrededores, premiados con parajes espléndidos.
Una
joya arquitectónica
A las instalaciones del antiguo
Instituto de Promoción Social, objetivo de cada visita al municipio, se accede
sin previa indicación si se es caminante y observador. Por entre una calle
baja, tres manzanas al sur del parque central, viviendas sencillas, coquetos
jardines y macetas exteriores en los flancos, sin señal visible, se abre la
senda de acceso. Al fondo, escalas de ascenso hacia un sugestivo edificio. Tamaño, color, forma, entorno, conforman un
todo magnético. Allí llegamos los forasteros por iniciativa propia, o
conducidos por anfitriones, en días no hábiles, hallando en los celadores de
turno, guías dispuestos al relato, a la compañía dialogada por el interior del
complejo constructivo. El bloque visible desde las escalas exteriores es apenas
uno de los cinco o seis, entre principales y anexos, interconectados por
corredores cubiertos; sorprendente conjunto arquitectónico de inspiración
racionalista, concesiones estéticas, y sólida ingeniería, erigido más de medio
siglo atrás con recursos de la Nación gestionados por un parlamentario con
vínculos locales, inicialmente dispuesto como centro educativo y de
capacitación para jóvenes internos, con instalaciones y espacios para prácticas
agropecuarias. Hoy día, no obstante, tasadas al vuelo población juvenil en
descenso –ronda el 40% en las últimas décadas-, deserción escolar, tendencias
de migración, precaria actividad rural, entre otros factores, los edificios
padecen su bella desmesura. Son obvias las dificultades presupuestales que
suponen el sostenimiento del gigante y su justificación de uso. Nada extrañaría
verlo pronto en manos privadas transformado en establecimiento hotelero o
comercial.
Referente
comunitario
Por la época de una primera
visita, dos años después del luctuoso sismo de 1999, con epicentro en el
Quindío, latente el entusiasmo por el pregón oficial de reconstrucción de la
zona afectada bajo el concepto de participación ciudadana, y sumado como
representante del sector productivo de Calarcá a mesas temáticas -quemaba
primerizos cartuchos en empeños ciudadanos-, había obtenido referencias sobre
importantes antecedentes comunitarios en Versalles. Como eje y organismo rector
de diversas áreas de actividad y realizaciones, existía allí un Comité de
Participación Comunitaria (CPC), cuyos resultados, avalados por organismos y
entidades nacionales y del exterior, suscitaban admiración. Allegué entonces de
primera mano información histórica, fuente de ilusión para quien, como en mi
caso, creía a pie juntillas en el discurso de democracia participativa dado a
luz en Colombia en el texto constitucional de 1991; según los teóricos, tabla
de salvación para nuestro anquilosado sistema político.
La
casa campesina
Validando la tradición de
fundadores y colonos provenientes tanto de la vertiente antioqueño-caldense
como, en menor grado, de la caucana, quienes por innato talante y necesidad
recurrieron a la acción solidaria para construir hogares, bienes públicos, vías
y demás dotación para la convivencia y el progreso, a la par con instituciones
de gobierno, en la década de los años cuarenta del siglo anterior, ya existía
en Versalles una Casa Campesina, entidad y espacio físico de reunión, canje,
apoyo solidario; organización popular con principios y objetivos. La
construcción, aún sobreviviente, de extraño diseño aunque fiel al concepto y a
los materiales de la primigenia arquitectura de colonización, articulada en
forma de U -vértices internos a escuadra-, con tres alas o bloques de sendos
tres niveles servibles cada uno, el primero en medio sótano, los dos superiores
con pasillos-balcones enchambranados en macana, mirando hacia un patio interior
-alusión, quizás, a la convergencia social-, cubierta en tejas de arcilla
recocida, se erige como emblema del espíritu local.
Antecedentes
y apogeo comunitario
El cruento periodo de violencia
partidista mediando el siglo anterior, como a casi la totalidad de municipios
de la región central del país, castigó con crudeza a Versalles, causando
víctimas, destrucción y desplazamiento humano. Habitantes arraigados desde
siempre a su hogar geográfico, en sentidas remembranzas, aún recordaban los
años de dolor e incertidumbre, cuando tantos debieron huir o resignarse ante
pérdidas humanas y de bienes; así mismo, cómo tiempo después la economía local,
dependiente en gran parte de la actividad caficultora, al igual que las demás
zonas productoras del grano, confrontó una dura crisis por la ruptura de los
pactos internacionales de cuotas y la consiguiente caída de los precios. Pese a
todo, el impulso productivo y el sentido asociativo persistieron durante las
siguientes décadas mediante la integración del esfuerzo local a organizaciones
campesinas nacionales: Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC), entre
otras, constituyéndose cooperativas agrícolas y diversas formas asociativas:
grupos de amistad, comités femeninos, Asociación para la Promoción de la
Cultura (ASPRUC), las más recordadas, las cuales sufrieron previsibles
tropiezos operativos y organizativos, aunque preservando siempre el espíritu
comunitario.
A través de posteriores visitas, de diálogos con raizales
de diverso estrato y actividad, en vagabundeo por los desniveles urbanos, por
vías, recodos y escalas donde se leen sugestivas frases de un grupo de “acción
poética”, entre el alucinante eclecticismo arquitectónico y despliegue
cromático de fachadas -podrían ser objeto de estudio para arquitectos e
investigadores en ciencias sociales-, supe de la feliz confluencia durante las
últimas décadas del siglo XX, no necesariamente superpuestos en el tiempo, de factores propicios para el desarrollo y
consolidación de la acción comunitaria: un sector social campesino decidido a
superar crisis y trabajar para mejorar sus condiciones de vida, un párroco de
aptitud emprendedora, capaz de sumar voluntades a iniciativas de progreso con
sentido comunitario, la aplicación a escala nacional de la entonces novedosa
estrategia de Atención Primaria en Salud (APS), con participación de las
comunidades, coincidente con la tradición local, y la presencia activa de un profesional de la
medicina, llegado a Versalles con el propósito inicial de cumplir su periodo
rural, pero quien rápidamente intuyó y asumió el histórico papel que podría
desempeñar allí, confrontando su ejercicio médico con la amplia gama de
necesidades latentes en la población.
Reconocimientos
y distinciones
Varias páginas tomaría el
recuento de logros colectivos en varios aspectos de la vida municipal, de
liderazgos, connotados unos, otros menos visibles pero igualmente eficaces, de
distinciones otorgadas, a partir de las décadas de los años ochenta y noventa,
cuando la conjunción de voluntades y circunstancias propicias adquirió su mejor
dinámica. Durante este período, por ejemplo, los entes de salud más importantes
en el mundo y el continente (OMS, OPS), vistos sus notables avances, prestaron
especial atención al discurrir comunitario en Versalles. En 1993 La
Organización Panamericana de la Salud (OPS) conoció a fondo su experiencia,
hallándola coincidente con una estrategia suya promovida en América Latina y el
Caribe para la promoción de la salud: “Municipios Saludables”, en consonancia
con “Ciudades Saludables” de otros países y continentes, fueron modelos de
positivos resultados. Parte vital de la estrategia fue el fortalecimiento de la
participación comunitaria en procesos ampliados de salud, extensibles a otras
actividades y aspectos de incidencia comunal. Desde entonces se le reconoció
como modelo de “municipio saludable”, contando con asesoría de OPS/OMS. Gran
parte del éxito de Versalles y sus procesos de participación comunitaria debe
atribuirse al trabajo mancomunado con sucesivas autoridades civiles
municipales, unas más, otras menos, comprometidas; a la eficaz dirección y
coordinación del Comité rector y de los subcomités (Salud, Agropecuarias,
Educación, Gestión Empresarial, Infraestructura y Servicios Públicos, y
Seguridad Ciudadana), a la permanente autocrítica y transparencia, a la
sintonía con el modo de ser, historia y tradiciones de su gente, al sentido de
inclusión de sectores de población antes ignorados (mujeres, jóvenes,
indígenas...).
Aparte de la presencia activa en
cada uno de los aspectos comprendidos por los subcomités, de aportes
conceptuales y toma de decisiones en planes de desarrollo, veedurías,
presupuestos y planeación participativas, promoción y prevención en salud,
actividad cultural y educativa, formulación de políticas públicas para varios
sectores de población, actividades empresariales solidarias, control a la
prestación de servicios públicos, protección medioambiental, entre otros, la
comunidad intervino de manera directa en proyectos concretos, en la creación y
desarrollo de entidades como: Cooperativa Solidaria de Salud, Corporación para
el Desarrollo de Versalles, Versavisión - canal comunitario, Fondo Rotatorio de
Inversión Social y Comunitaria FRISCO, Granja Integral Comunitaria, Hotel y
Restaurante de Turismo, los de mayor significación. Reconocimientos nacionales
y del exterior no se hicieron esperar. Además del obtenido de parte de la OPS,
el municipio logró trascendencia nacional al ser declarado, en 1997, Municipio
Saludable por la Paz, al lograr el Premio a la Solidaridad (1998), y la
categoría de finalista en un concurso del Banco Mundial en “Alianzas Contra la
Pobreza (1997-1998)”. Visitas oficiales de observación y estudio de
innumerables municipios, departamentos, instituciones académicas, equipos de
investigación social, reforzaron la importancia de la experiencia Versalles.
Para
la reflexión
¿Fue de delicias, exento de
obstáculos, incomprensiones, pugnas, deserciones o desencuentros entre líderes
o participantes, el camino el recorrido por la comunidad versallense durante
aquel lapso de logros solidarios? ¿Se contó con suficiente apoyo desde los
diferentes niveles de gobierno? No, con seguridad, no. Como en todo empeño
colectivo hubo más atascos que vías expeditas; más hiel que miel. Siendo
propósitos de esta crónica, además de realzar dones y virtudes de una
comunidad, de su entorno físico, dignos de admiración, relievar también una de
las escasas experiencias de acción ciudadana exitosa, sin intención de reseña
crítica, omito referencias a suponibles debilidades, altibajos, traspiés,
durante el periodo referido o sobre el
transcurso posterior del proceso, cuando los liderazgos originales
entraron en receso y los frenos burocráticos obraron. Nuevos y poderosos
factores determinan realidades cambiantes en el entorno geográfico, económico y
social de la región durante lo transcurrido del presente siglo. ¿De qué manera
han incidido en el sostenimiento o desmedro del espíritu comunitario? Alguien
con autoridad analítica y conocimiento del actual municipio podría exponerlo.
Nuestra propia experiencia, la de quienes comprometimos entusiasmos no
remunerados en el periodo de reconstrucción post-terremoto en el Quindío, generó
más frustración que logros; más desencanto y desengaños respecto a la
confrontación de discursos y realizaciones de gobiernos que fe en causas
ciudadanas. La lógica oficial, aberrada por codicias, intrigas, intereses
politiqueros, normalmente choca contra el altruismo de empeños comunitarios,
bien asestándoles golpes letales o, en últimas, inoculándoles sus virus.
El
municipio y su proyección
Enclavado en una estribación de
la Cordillera Occidental, entre los ríos Cauca y Garrapatas, cuenta hoy
Versalles con una población apenas
superior a los 7.200 habitantes, de acuerdo con proyecciones del Dane a partir
del censo de 2005, la mayor parte de ellos, pese al éxodo, en la zona rural.
Para el casco urbano se calculan 3.000. La tendencia demográfica a la baja en
poblaciones de similares perfiles se sostiene, pese a supuestos esfuerzos de
los gobiernos locales y seccionales por generar dinámicas productivas
desestimulantes de la emigración. Inciden factores como la concentración de la
propiedad, la potrerización o sustitución de la actividad agrícola por
ganadería, y las precarias oportunidades para generaciones de relevo. El
municipio hace parte de dos subregiones caracterizadas: el Norte del Valle,
conformado por 18 municipios intercordilleranos con herencia étnica “paisa”, de
tradición cafetera, y el Cañón de Garrapatas, accidente geográfico compartido
entre el Valle y Chocó, más nombrado, en años recientes como zona disputada
entre grupos ilegales vinculados con el tráfico de narcóticos –por gracia con
escasa incidencia en el discurrir de Versalles-, que por su atractiva
topografía.
El empeño estratégico del
municipio, luego del paulatino declive del café, de los frutales y hortalizas
por razones ya expuestas, se orienta ahora hacia el turismo, actividad en la
cual se fincan esperanzas, vistos los avances alcanzados por localidades del
Eje Cafetero, con paisaje rural y urbano, clima, y rasgos sociales afines. Sin
embargo, varios obstáculos deben superarse; el principal de estos, los accesos
viales desde y hacia sus vecinos regionales (La Unión, El Dovio, los más
próximos). Vías en mal estado obran como factor disuasivo. Reflexiones
expresadas de manera espontánea por un habitante del común, acerca del turismo,
llaman mi atención: “Conozco Salento, Filandia, en el Quindío; municipios de
Risaralda y Caldas, con alguna trayectoria. Reconozco el potencial del turismo
para activar la economía; sin embargo, yo no aplicaría en Versalles la
experiencia de Salento, por ejemplo. Allá, los actuales propietarios de negocios
vinieron de afuera; los nativos son empleados de oficios menores o cuidan
carros; el valor de la tierra se disparó, por supuesto, el costo de vida
también. Las calles del pueblo son un caos; no cabe un carro más; en ocasiones
deben detener el ingreso de vehículos desde la vía a Pereira. El pueblo y su
gente dejaron de serlo; ahora es otra cosa, no sé si mejor o peor, pero ya no
es un pueblo quindiano. Me dirán lo que quieran, pero no me gustaría ese
destino para mi pueblo. Sólo pensar en que un forastero, un extranjero, pueda
entutelar al municipio por el sonido de las campanas de la iglesia, y quitarnos
algo tan nuestro, tan entrañable, me quita el sueño. El foráneo debe aceptarnos
como somos, con lo que tenemos; lo atendemos muy bien y él se comporta igual.
Así, bienvenido el turismo.”
Un
Quindiano en la neblina
Deuda de honor a favor de un
quindiano, tienen la comunidad de Versalles y funcionarios en ejercicio (2008 -
2009), durante el proceso de tala a baja altura, por senectud, de las
centenarias araucarias del parque central.
El posterior tallado de los troncos dejados en su sitio, permitió
plasmar, a dos caras, las figuras de personajes emblemáticos; gesto, tanto de
respeto por los árboles caídos, hasta allí testigos de la gesta municipal, como
de perdurable admiración y gratitud hacia quienes se distinguieron entre la
comunidad por valores personales o realizaciones. Valioso aporte también al
propósito de preservar y divulgar elementos de memoria histórica local, aunque
a mi parecer, como atractivo especial, único en Colombia, ha carecido de
difusión. En recuento divulgado en redes sociales por Jorge Hernán Gómez,
alcalde municipal en aquel momento, se menciona la orden expedida por la
Corporación Ambiental del Valle del Cauca CVC, para talar de raíz los árboles
por daños ya causados y riesgo inminente de perjuicios mayores. Previendo la
airada reacción de la comunidad, surgió de Cristian Camilo Cano (fallecido) la
idea de conservar en pie los muñones, con los resultados hoy a la vista. Fue él
quien “me dijo que conocía un tallador empírico que lo podía hacer”. Según el
relato, la idea se socializó y obtuvo respaldo. “…Decidimos hacer un concurso,
se colocaron urnas y la gente votó por quienes creían que deberían quedar
esculpidos en los troncos…”
“Cristian Camilo viajó entonces
a Tuluá a traer consigo al tallador empírico a quien conocía de tiempo atrás;
lo instalamos en el Hotel de doña Rubí y muchos recordarán que desde las cinco
de la mañana se escuchaba el sonar del martillo y el cincel. Se veía a un
diminuto hombre con energía suficiente, subido en un andamio, sacándole figura
a los troncos de las araucarias.”- recuerda el exalcalde. Además de José
Ignacio Giraldo, exsenador y dirigente político, gestor de obras como la citada
sede del Instituto de Promoción Social, y del doctor Henry Valencia Orozco,
exgerente del hospital, el más importante líder del proceso comunitario ya
descrito, cuya trayectoria humana, profesional y ciudadana justificaría libros
-el Congreso de la República lo condecoró con la Cruz de Boyacá, máxima
distinción otorgada a un ciudadano por sus ejecutorias sociales; “ciudadano
ilustre y ejemplo para los colombianos”-, fueron elegidos, entre otros,
indígenas, sacerdotes, hombres cívicos, líderes, parteras, sobanderos, carteros,
mujeres gobernantes. En total, 14 figuras talladas en siete troncos de
araucarias, precariamente protegidas contra la intemperie, barnizadas en color
oro, y rotuladas con información individual; catorce actores de la historia
conocida de Versalles para memoria de actuales y próximas generaciones.
¿Cuál es entonces la deuda moral
resultante, a favor de un nativo del Quindío? No es menor. Ocurre que “el
diminuto hombre… subido en un andamio… el tallador empírico que lo podía
hacer”, cuyo nombre es omisión inexplicable, quien cobró a satisfacción la
magra suma pactada sin merecer recordación ni crédito por su obra más visible,
es Ancízar Serna Cortés. El artista precisa de viva voz su origen para un
cronireportaje publicado hace un par de años en el diario La Crónica del
Quindío: “nací en Armenia; soy descendiente de familias importantes de Armenia
y Calarcá; la familia de mi papá, José María Cortés Herrera, fue una de las
fundadoras de la ciudad”. Más adelante, cuenta lo relativo a su trabajo en
Versalles, la manera como se relacionó con quienes lo contrataron, y demás
detalles. Ocasionalmente lo vemos frente a su obra inacabada de barranquismo,
frente a la Urbanización Las Chambranas, en Calarcá, donde reside en triste
olvido y penuria, trabajando con rudimentarias herramientas alguna cepa de
guadua, indiferente al ruidoso caudal de automotores, en plena troncal
panamericana. http://www.cronicadelquindio.com/noticia-completa-titulo
neobarranquismo__onirico_en_calarca-seccion-general-nota-73040.htm
Es mi Versalles de la neblina,
de la cálida acogida, la pródiga dispensadora de sorpresas.