Diario de Pedro Gómez Bajarrés | Especial para Revista Corónica
23 de diciembre de 2016
Mario Levrero escribe en el Discurso
vacío que la gente creía que lo que a él le interesaba era escribir
cuando lo que en realidad le interesaba era recordar: La gente incluso suele
decirme, Ahí tiene un argumento para una de sus novelas, como si yo
anduviera a la pesca de argumentos para novelas y no a la pesca de mí mismo. Si
escribo es para recordar, para despertar el alma dormida, avivar el seso y
descubrir sus caminos secretos; mis narraciones son en su mayoría trozos de la
memoria del alma, y no invenciones…La visión del alma, de las cosas que suceden
dentro y fuera de nosotros, es mucho más completa que lo que puede
percibir el yo, tan estrecho y limitado.
Recuerdo el día que cayó Stroessner. Solo
que la distancia me hace recordarlo como una postal deslavada de Europa del
Este. Un tumulto con sogas y martillos que tumba la estatua que representa el
poder. En Asunción no fue así. El dictador caído seguía siendo del Partido
Colorado en el poder. No se lo tumbó, esa no es la palabra a usar, remover
quizás se acerque. El que movió las piezas para hacerlo a un lado era su
consuegro. Stroessner se fue a Brasilia. Paraguay siguió siendo Paraguay solo
que sin Stroessner. Los treinta y cinco años en el poder solo significaron que
caído el Rey: ¡Viva el Rey! (con el mismo traje de parada). ¿Qué significaba
Paraguay? ¿A partir de ese momento Paraguay era otra cosa?
Por un largo instante fue euforia.
Del gr. εὐφορία euphoría 'sensación de bienestar', 'fácil
capacidad de aguante'. ... Sensación exagerada de bienestar que se manifiesta
como una alegría intensa, no adecuada a la realidad, acompañada de un gran
optimismo.
Eso estaba reunido frente a la explanada
de la Catedral, al lado de la Universidad Católica, tan cerca del Palacio de
Gobierno: cientos de personas abrazándose, saltando, sonriendo. Yo escuché la
noticia en la radio y subí al techo del Edificio España. Me quedé arriba mirando
el río hasta que la noche llegó. No recuerdo qué sentí. No era alivio, tampoco
ansiedad por lo que venía. Tenía ganas de mirar, nomás. Ver pasar el agua.
Dos
años después, luego de las primeras elecciones democráticas municipales, ganó
el candidato del Movimiento Ciudadano
Asunción para Todos, el médico y sindicalista Carlos Filizzola. No
habían pasado cuatro meses cuando decidió que el cuerpo metálico de Stroessner
no tenía por qué estar encaramado en la punta de un monumento en el cerro más
alto de la ciudad. Un monumento construido por el escultor español Juan de
Ávalos y García Taborda, el mismo que realizó las esculturas del Valle de los
Caídos en España. La historia es larga y enrevesada y está muy bien
contada aquí.
Se serrucharon las piernas del dictador (sus zapatos
siguen fundidos al monumento) y se trasladó el cuerpo sin pies a un taller
municipal. Se pujó por el cuerpo. La oferta del artista Carlos Colombino de colocarlo en el sitio que se merecía hizo que la semejanza del dictador
le fuera entregado. En el mundo entero la deconstrucción hacía furor, eran mediados de los noventa, partir la
estatua y colocarla deconstruida en una plaza dedicada a los desaparecidos sonaba a que las piezas podían caer donde debían.
Allí siguen sus cejas, su frente, sus ojos, separados de su prominente labio inferior y sus manos. Un bloque de cemento se lo traga mientras otro cuya gravedad lo amenaza no termina de aplastarlo.
En el Discurso vacío Levrero
también escribe: Cuando se llega a cierta edad, uno deja de ser el protagonista
de sus acciones: todo se ha transformado en puras consecuencias de acciones
anteriores. Lo que uno ha sembrado fue creciendo subrepticiamente y de pronto
estalla en una especie de selva que lo rodea por todas partes, y los días se
van nada más que en abrirse paso a golpe de machete.
Añadiría: selva o pantano o cemento. Y ni un soldado con fusil al grito de: Ndai katui pe hasa ko'ape/no
pueden pasar por aquí, puede detener su crecimiento.