Vi la película The
Program (2015), dirigida por Stephen Frears, que relata el período de vida
más controversial de Lance Armstrong. Por ello, aprovecho para reseñar el
largometraje y, de paso, comentar sobre el escandaloso episodio que protagonizó
el norteamericano y que por poco eclipsa uno de los deportes más hermosos del
mundo.
El caso Lance Armstrong posiblemente sea el más
controversial y escandaloso de la historia reciente del deporte mundial. Muchos
podrán argumentar que el dopaje y el uso de sustancias para mejorar el
rendimiento en el deporte viene desde mucho antes del ciclista norteamericano,
y no solo en el deporte pedal –en el que fue práctica común dentro del pelotón-
sino que también en otras disciplinas. Situación que, lastimosamente, es
verdad.
Lo que hace de este caso algo realmente excepcional es el nivel
de “profesionalismo” –disculparán el oxímoron- con el que se diseñó y puso en
marcha el programa de doping para asegurar que Armstrong siempre llegara
vestido de amarillo a la última etapa del Tour de Francia.
No era un secreto para ningún conocedor del deporte que
Lance, antes de su glorioso regreso al ciclismo tras vencer un agresivo cáncer
de testículo, no cumplía con las condiciones para resaltar dentro de una
carrera de tres semanas. La razón, es que era muy pesado y muy alto para rendir
de manera óptima en las montañas. No cumplía, en todo caso, con el biotipo para
ser escalador y sobra decir que quien no pueda subir bien no puede adjudicarse
un Tour de Francia.
Armstrong fue diagnosticado con cáncer en 1996, fecha hasta
la cual había cosechado modestos triunfos en el Campeonato Nacional de Ruta de
Estados Unidos (1993), la Flecha Valona (1996), dos etapas en el Tour de
Francia (1993-1995), la Clásica de San Sebastián (1995) y el más importante, el
Campeonato del Mundo den 1993. Aunque parezcan logros bastante loables, tienen
un factor común: ninguno de ellos tuvo montaña en su recorrido.
Ahora bien, Lance estuvo retirado de las carreras desde
1996, cuando tenía 25 años, hasta su regreso en 1998. Dos años en los que
estuvo dedicado a su tratamiento y recuperación de la enfermedad mortal que lo
aquejaba. Le fue extirpado un testículo, varios tumores en el cerebro y
sometido a varias sesiones de quimioterapia.
Tras una temporada regular en 1998 (como era de esperarse),
Armstrong se coronó campeón del Tour de Francia en 1999 y de ahí, hizo lo mismo
cada año hasta el 2005. Venciendo de manera contundente tanto en la montaña
como en las pruebas contra el cronómetro. Parecía que estábamos en presencia de
un nuevo fenómeno del ciclismo, una leyenda viviente, el rey indiscutido, el
emperador de la Gran Bouclé.
El punto de inflexión, podría decirse fue la alianza con el
médico italiano Michele Ferrari, ampliamente conocido en el medio por ayudar en
el rendimiento de los deportistas. Sobra aclarar que este reconocimiento
siempre fue sinónimo de dopaje. Tanto así que potenció al corredor Francesco
Moser para que venciera en 1984 el récord de la hora, que ostentaba el
grandísimo Eddy Merckx, con una diferencia superior a una milla. Esto, en el
mundo del ciclismo, y sobre todo de esa prueba en particular, es una diferencia
absolutamente escandalosa.
Retomando, estos años gloriosos en los que Armstrong fue
capo indiscutido del pelotón internacional, fue igualmente cuestionado o puesto
bajo un manto de duda en distintas ocasiones por el periodista británico David
Walsh, que se puso por tarea demostrar que Lance no corría limpio. Claro que,
valga la aclaración, el líder del US Postal –equipo en que el norteamericano
llegó a la cúspide de su carrera- nunca marcó positivo en las pruebas de
control de sustancias prohibidas, y pasó más de 500. Además, negó de manera
categórica y reiterativa consumir algo que mejorara su rendimiento deportivo.
En 2009 Armstrong regresó a la competencia en el ciclismo
profesional, so pretexto de darle un nuevo envión a su campaña de lucha contra
el cáncer, que fue transversal a sus momentos de gloria deportiva y que todos
recordamos por el lema de Livestrong,
así como por las famosas manillas de silicona amarillas. En este año corrió el Giro
de Italia, en el que se clasificó en la posición 11 –carrera que proyectó como
preparación para el Tour- y luego corrió la Ronda Gala, en la que quedó
tercero, a la sombra de la nueva estrella del ciclismo mundial y su coequipero,
el español Alberto Contador, que se llevaba con ese su segundo título en
Francia.
En el 2012 Lance Armstrong, su equipo el US Postal y los
médicos Michele Ferrari y Luis García del Moral se hicieron acreedores a la
acusación de la USADA (Agencia Norteamericana contra el Dopaje), en un escrito
titulado Decisión razonada, de
utilizar: “el sistema más sofisticado, profesionalizado y exitoso del dopaje
que el deporte jamás ha visto”. Lo que repercutió en el despojo de todos los
títulos obtenidos por el ciclista de Texas, así como la suspensión de por vida
de los doctores en cuestión de practicar tratamiento a deportistas.
Finalmente, el 17 de enero de 2013 Lance Armstrong admitió
en una entrevista en el programa televisivo de Oprah Winfrey que había
consumido, durante cada uno de sus siete títulos en Francia sustancias
prohibidas, más específicamente: EPO, testosterona, hormona del crecimiento,
cortisona y se había sometido a transfusiones de sangre. Esta declaración,
aunque inesperada, no decía nada diferente a lo que ya había comprobado la
USADA el año anterior. Sin embargo, causó revuelo mundial, diferentes
deportistas de todas las disciplinas se pronunciaron y fueron enfáticos en el
rechazo al doping, así como los medios de comunicación que armaron un festín
por días. Incluso, hechos curiosos como que en la Biblioteca Nacional de
Australia movieron todo lo relacionado con el ciclista estadounidense a la
sección de ficción.
Como conclusión, la conducta antideportiva e ilegal de
Armstrong, junto con todos los implicados, pusieron al ciclismo en la crisis
más profunda que ha sufrido en toda su historia. Éste escándalo dejó secuelas
profundas, pues siempre está latente la duda de si los campeones actuales
corren limpios, lastimosamente será una sombra que acompañará a este hermoso deporte
por algunas décadas, sin importar qué tan exigentes, novedosas o precisas sean
las pruebas y controles hoy en día.
Ahora bien, la película The
Program intenta presentar de manera “objetiva”, es decir, sin ningún
compromiso el ascenso del Lance Armstrong a lo más alto del ciclismo mundial.
Intentado mostrar más las aristas del personaje en lo relacionado con la lucha
contra el cáncer. Deja de lado entonces la trascendencia e impacto de lo
cometido por el norteamericano contra el mundo del deporte en general.
Tampoco aborda con suficiencia la faceta más personal de
Lance, puesto que lo que realmente logró demorar su caída fue, sin duda, la
maestría que tenía para manipular a las personas, bien fuera desde el discurso
o desde los medios que considerara pertinentes. Así como la corrupción que
movió para ocultar y encubrir los comportamientos lesivos del que llegó a ser
siete veces campeón del Tour de Francia.
A pesar de que el contenido ciclístico del largometraje es
mínimo y las tomas de las carreteras, así como la ausencia de paneos de pelotón
alguno –ambos aspectos que se consideran la quintaescencia del deporte pedal-
dejan mucho qué desear, sí se debe reconocer y resaltar la gran actuación de
Ben Foster, que encarnó al de Texas como uno de los papeles más memorables de
su carrera.