sábado, 12 de agosto de 2017

Mi madre compró una obra de arte

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Bordado de Emily Barletta, animación de Camila García



Hace unos años sucedió en nuestra casa algo que en otras familias habría podido provocar el divorcio, en la nuestra creo que fortaleció el amor entre mis padres, no sin antes obligarlos a superar una serie de malos ratos. Vaya si fueron malos.

El triunfo de mi madre es el triunfo del arte frente a la economía, pero quizás también el del descalabro frente a la cordura. Pasábamos por una muy mala situación económica que nos imponía una vida austera. Mi padre había conseguido un trabajo que duraba sólo un mes y resolvía apenas un mes de esa muy austera vida que llevábamos. Mi madre había ido haciendo los ajustes necesarios, ahora era una excelente cocinera vegetariana, se las había arreglado para que comiéramos delicioso con muy bajo presupuesto, sabía siempre qué estaba en cosecha y qué era más barato, así como qué día eran las promociones en los supermercados. En lugar de leche tomábamos leche de alpiste, en lugar de carne berenjenas, eso, además de ahorrarnos dinero, nos garantizaba una buena salud. Cada uno de nosotros había hecho pequeños cambios o sacrificios que contribuían a una inteligente utilización de los recursos.

Mi padre trabajó juiciosamente ese mes. Cuando recibió el pago se lo dio a mi madre que siempre había administrado muy bien el dinero, era una maga, parecía que la plata se multiplicaba en sus manos. Una vez nos dijo que habían aparecido cien mil pesos más como por arte de magia. Todos sonreímos incrédulos, esas cosas tontas que creen las mamás, pensé. Bueno, como he dicho, mi padre le dio el dinero para que hiciera lo de siempre, pero en vez de eso ella se fue y compró dólares- que estaban altísimos por ese entonces -y se los envió por Western Union a una artista neoyorkina que estaba teniendo éxito.

Bordado de Emily Barletta, animación de Camila García 
A la semana llegó a la casa un paquete, mi madre salió feliz a recibirlo y lo desempacó delante nuestro, era un bordado sobre papel, lo abrió con una delicadeza maravillosa, pensé entonces en lo bellas que son las manos de mi madre. Estaba tan feliz que su rostro pareció rejuvenecer diez años. El bordado era una de esas cosas que sólo las mujeres pueden hacer, la artista tenía una motricidad fina asombrosa y había creado una obra de arte impecable. Pasado el alboroto que produjo aquel exquisito paquete llegado de Nueva York, mi padre le preguntó quién había enviado eso y por qué. Lo compré, dijo mi madre, cuánto te costó, preguntó él, 1.300 dólares. ¿De dónde has sacado el dinero? Usé todo lo que me diste y pedí prestado lo que faltaba.

Nos quedamos fríos. ¿Y el arriendo? preguntó mi padre. El arriendo lo debemos, dijo mi madre con una tranquilidad pasmosa. Se deschavetó, dijo mi hermano. Mi padre, que es un hombre muy decente, nos ordenó salir de la casa. Van a dar una vuelta por ahí, se van a comer un helado, tengan, dijo mientras nos alcanzaba cinco mil pesos. Cuando regresamos vimos que la discusión había sido fuerte porque mi madre no le hablaba, ignoró a mi padre durante tres días completos, tres días sin mirarlo a los ojos, y además lo mandó a dormir al sofá. Al tercer día mi pobre padre parecía un moribundo.

Hicieron las paces. Cada vez que alguno de nosotros hacía un comentario deprimente, mi madre nos decía que miráramos aquel bordado por unos minutos y alababa su belleza. Ese mes fue mucha gente a la casa y no había quien no alabara el cuadro de la artista neoyorkina. Al tiempo que nos consumía la angustia por la falta de dinero nos alegraban los elogios de nuestros amigos al cuadro, mi madre siempre decía que era de una artista neoyorkina que estaba teniendo mucho éxito y que en unos años esa obra de arte iba a costar un dineral. Vi la envidia en el rostro de algunas de sus amigas.

Para cubrir los gastos vendimos el televisor y un sofá, mi madre dijo que cualquier cosa que nos dieran por ese aparato era ganancia porque “la televisión de hoy es una porquería”, dijo también que en vez de ver televisión íbamos a leer o a ver películas por internet, sobre el sofá dijo que era feo, “es color caca y además es incómodo, no necesitamos un sofá incómodo que nos dañe la espalda”, mi padre le dio la razón, había dormido tres días en el sofá y sabía de qué hablaba.

El bordado sigue estando en la misma pared y alegra nuestra casa y nuestra vida, yo ya no vivo con mis padres, pero siempre que voy lo miro un rato  y pienso que si no fuera por él no habría entendido nunca el amor de mi madre por el arte.

*Vea aquí la animación que acompaña este cuento y acá la historia detrás de bambalinas. 



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Publicado por Camila García
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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