Los artistas. Utagawa Toyokuni I |
Por Keren Marín
Esta es también la época del teatro y la poesía, del wabi-sabi (el arte de la imperfección) y el ikebana (arte floral). El tiempo de peregrinación de Matsuo Basho, Yosa Buson y Kobayashi Issa. De los dramas humanos de Chikamatsu Monzaemon y del Ukiyo-soshi: la novela picaresca y pornográfica. Los guardianes y mecenas de este mundo artístico y cultural son los mercaderes y comerciantes. Ellos son quienes llenan las ciudades de restaurantes, lupanares y casas de poesía. El arte deja de estar en los jardines, las pinturas imperiales o los textos budistas. Es allá, en los barrios de los mendigos y las prostitutas donde la vida encuentra su eco y su forma; y los hombres del común, ansiosos de representar sus experiencias y sufrimientos, hacen del teatro el vehículo a través del cual sus vivencias pueden abrirse paso ante la omnipresencia de los dioses.
Frente a este panorama surgen y se perfeccionan el Kabuki y el Bunraku, formas de expresión que, contrario a las formas de teatro cultivadas por la nobleza, sitúan lo mundano como eje de sus representaciones. En este sentido, las historias religiosas -shintoístas y budistas- desaparecen de escena y son reemplazadas por los destinos angustiosos del ser humano, ante lo cual estas artes buscan, más allá de entretener, conmover los sentidos. Ejemplo de ello son Los Amantes Suicidas de Sonesaki, obra que relata la incertidumbre amorosa de Tokubei, un joven mercante, y Ohatsu, una hermosa hetaira. Ambos personajes atraviesan por los caminos del desarraigo, la traición y la soledad. Nada en el mundo les pertenece salvo su vida y ellos, como tratando de liberar la carga de un barco que pronto va a naufragar, deciden deshacerse de ella: en el bosque de Tenjin, Tokubei corta la garganta de su amada para luego atravesar, con la misma navaja, su cuello.
Kanjuro Kiritake III (izquierda) y Kazuo Yoshida en la clásica obra ‘los Amantes Suicidas de Sonesaki’ en el Teatro Nacional. Fuente: The Japan Times |
Finalmente, durante la era Meiji (1868-1912) tanto el Kabuki como el Bunraku expanden su influencia, pues es en este periodo cuando Japón, asediado por las potencias extranjeras y en plena crisis de su sistema militar, decide finalmente abrir sus fronteras y evitar así la confrontación con occidente. Así pues, obras teatrales como Hamlet y Madam Butterfly empiezan a ser representadas en estos espacios y los dramaturgos japoneses a ser reconocidos al otro lado del pacífico (Chikamatsu Monzaemon será conocido como el “Shakespeare Japonés”). Hoy en día, el Bunraku y el Kabuki son patrimonio de la humanidad y siguen siendo por excelencia, las artes tradicionales que representan con mayor profundidad y entrega los amores contrariados, las venganzas sempiternas y los dramas eternos y fútiles de aquella humanidad que pierde el rumbo y vuelve sobre sus pasos una y otra vez. Sí "se extingue el día - pero no el canto - de la alondra".