La escritora es una de las
invitadas al Carnaval de las artes 2018, fiesta a celebrarse del 25 al 28 de
enero.
Por John Better
En Colombia sí hay escritoras, y la
santandereana Yolanda Reyes es solo una
excelente muestra de ello. Esta licenciada en ciencias de la educación de la
Universidad Javeriana de Bogotá ha dedicado la mayor parte de su vida a la literatura para niños y jóvenes, sus libros no son solo historias salidas de
la ficción o la realidad, en ellas están reflejadas las problemáticas y el sentir propio de la gente de esta edad. Un público que, tal vez, es uno de los más
difíciles cuando de libros se trata. Es por ello que Reyes desde la pedagogía
se ha dedicado con
vehemencia a la enseñanza y desarrollo del gusto por la lectura en la primera infancia, tema que es su pasión y sobre el cual ha
impartido infinidad de conferencias y escrito varios ensayos. Algunos de sus
títulos más renombrados en el campo de
la escritura para niños jóvenes son El terror de sexto B (1994) y María de los
Dinosaurios (1998). Uno de sus libros, Los agujeros negros (2000) fue escogido
por la editorial española Alfaguara para su colección "Los Derechos del
Niño", creada por destacados escritores e ilustradores de diversos
países hispanoamericanos. Cabe destacar
que Reyes también ha incursionado en la literatura para adultos en más de una ocasión.
¿Qué diferencia la
escritura hecha para jóvenes y niños de la que se hace para un público adulto?
Nada distinto de lo que diferencia la escritura de un libro
del siguiente y del anterior y del otro y del otro... Cada libro es único
mientras nace y va tomando forma, y siempre tiene sus desafíos, su voz y sus
problemas que hay que afrontar durante el proceso de escritura. Hay historias
que desde el comienzo nacen pensadas para niños y hay otras que buscan a un
lector adulto y que tienen una mayor complejidad sintáctica y semántica. Sin
embargo, hay otras situadas en un borde difuso, que sencillamente llegan a
donde tienen que llegar. Y a veces el
lector –como el autor– no sabe en dónde acaba el niño y en dónde comienza el adulto. Son fronteras porosas.
¿Es difícil escribir
para este público?
Escribir es siempre difícil. El problema no es de público ni
de extensión sino del trabajo mismo de averiguar qué es lo que uno está
pensando o queriendo pensar o sentir o explorar. Desde las primeras
intuiciones, desde el primer deseo, hasta el texto final –incluso si es una
columna del periódico– hay que atravesar esa incertidumbre terrible y ese
alejamiento de las palabras (que no “afinan” como queremos) hasta domesticarlas
y sentir que guardan algo de una voz: esa huella de lenguaje y ese mundo que no
existe, aunque durante el trabajo de escritura y de lectura parezcan más real
que todo lo real.
¿En qué influyó su
trabajo como docente a la hora de escribir para jóvenes y chicos?
Quizás me acercó a los mejores autores contemporáneos de
libros para niños: Roald Dahl, Maurice Sendak, Ligia Bojunga, Marina Colasanti…
Y leyéndolos a ellos o mejor, leyendo junto a los niños, fui recuperando una
antigua certeza sobre mi capacidad para hablar una lengua que viene de mi propia
infancia y que nunca me ha sido extraña. Al lado de los niños ya no tuve que
fingir que la había olvidado. Es una verdadera felicidad hablar con niños. No
digo hablarles A los niños, (que es lo que solemos hacer los
adultos), sino hablar CON ellos, y ahí la preposición es muy importante. No cambio por nada el tiempo que tengo para
conversar con niños. Y cuando escribo,
de cierta forma, siento que estoy
conversando.
¿Cuál es su objetivo
al momento de construir una historia?
Suponiendo que hubiera “un objetivo” –y no me parece que esa
palabra se lleve bien con la ficción–, el deseo o la búsqueda varían en cada
historia. Creo que ese deseo no suele estar claro, ni mucho menos explícito, y
que se va desentrañando lentamente a medida que se escribe. Si uno escribe con
un objetivo y espera que se cumpla, quizás está escribiendo un trabajo
universitario o un manual de operaciones. La ficción, por fortuna, no tiene un
objetivo explícito.
¿Cómo percibe el
ámbito de la escritura hecha por mujeres en un país como el nuestro?
Percibo que hay gente de distintas edades y géneros haciendo
ese “trabajo en proceso” que es escribir. A veces nos sale mejor y a veces peor
y cada cual va encontrando su voz, sus problemas, sus referencias literarias y
sus lectores, pocos o muchos, y nada de
eso depende del género. Sin embargo,
dicho lo anterior y recalcando que en este oficio nadie espera condescendencia,
me parece que hay un campo valioso y valiente de mujeres escritoras, con un
trabajo riguroso, que no es aún tan visible. En el campo literario, como en
todos los campos profesionales (y domésticos y familiares también) la
apariencia de equidad oculta muchas prácticas “sutiles” –o no tanto– que
parecen instaladas y se reproducen sin que nadie las nombre. Nombrar es un
comienzo, sobre todo en un campo como la literatura que está hecha con
lenguaje.
¿Qué opinión le
merece un tema como el Carnaval?
La maravilla –y la envidia, pues no hay carnavales en mi
tierra– de festejar todos juntos. Me gusta del carnaval ese “permiso” para ser
otros durante un tiempo acotado que todos saben, y en eso consiste su magia,
que se va a acabar en cierta fecha. Y para hablar específicamente de este
Carnaval de las Artes, no podrían estar mejor ubicadas las artes que en ese
tiempo de la ensoñación en el que se pierden las fronteras entre lo real y lo
fantástico. El arte y el carnaval son, como el juego de los niños, un espacio
para hacer de cuenta: un espacio en el que recuperamos el arte de jugar y de
disfrazarnos para mirar las otras caras
de la vida y mirarnos de un modo tan distinto.
¿Cómo acercar a las
nuevas generaciones hasta el hábito de la lectura y la escritura?
Leyendo y dando de leer. Dejando los libros a su alcance y
esperando que sea cada uno el que elija los que necesita.
Usted no solo escribe
sobre temas para jóvenes, tiene obra de carácter adulto que han sido muy bien
recibidas, ¿En qué cambia su estilo a la hora de abordar estas temáticas?
Quizás en la extensión o en la complejidad de la sintaxis o
de la estructura. Por ejemplo, mis dos últimos libros parecen muy distintos: Qué raro que me llame Federico es una
novela para adultos y Volar es una
novela breve para niños. Y para mi sorpresa, ahora que acaba de salir Volar me di cuenta de que había surgido
del mismo deseo. Aunque cambien el lenguaje y la estructura, hay algo adentro
que surge de una conversación profunda entre un niño y una mujer.
¿En Qué raro que me llame
Federico, por ejemplo toca el tema de la maternidad, adopción y de
nutrición, usa su narrativa como una forma de denuncia?
No: denuncia jamás. Si quiero
denunciar, voy a una comisaría. Al leer la novela te darás cuenta de que esos
temas que mencionas son solo la apariencia. Lo que circula por debajo es la
relación entre dos, una madre y un hijo –dos géneros, dos generaciones, dos
territorios, dos acentos–- con todas sus ambigüedades y sus ambivalencias y sus
zonas de penumbra. Ahí es donde explora la literatura: en ese hueco, en todo
eso no dicho, que se inventa con lenguaje.