sábado, 30 de diciembre de 2017

La ficción, por fortuna, no tiene un objetivo explícito. Una entrevista con Yolanda Reyes

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La escritora es una de las invitadas al Carnaval de las artes 2018, fiesta a celebrarse del 25 al 28 de enero.

Por John Better

En Colombia sí hay escritoras, y la santandereana Yolanda Reyes  es solo una excelente muestra de ello. Esta licenciada en ciencias de la educación de la Universidad Javeriana de Bogotá ha dedicado la mayor parte de su vida a  la literatura para niños y jóvenes,  sus libros no son solo historias salidas de la ficción o la realidad, en ellas están reflejadas  las problemáticas y el sentir  propio de la gente de esta edad. Un  público que, tal vez, es uno de los más difíciles cuando de libros se trata. Es por ello que Reyes desde la  pedagogía  se ha dedicado  con vehemencia  a  la enseñanza y desarrollo del gusto  por la lectura en la primera infancia,  tema que es su pasión y sobre el cual ha impartido infinidad de conferencias y escrito varios ensayos. Algunos de sus títulos más renombrados  en el campo de la escritura para niños jóvenes son El terror de sexto B (1994) y María de los Dinosaurios (1998). Uno de sus libros, Los agujeros negros (2000) fue escogido por la editorial española Alfaguara para su colección "Los Derechos del Niño", creada por destacados escritores e ilustradores de diversos países  hispanoamericanos. Cabe destacar que Reyes también ha incursionado en la literatura para adultos  en más de una ocasión.

¿Qué diferencia la escritura hecha para jóvenes y niños de la que se hace para un público adulto?

Nada distinto de lo que diferencia la escritura de un libro del siguiente y del anterior y del otro y del otro... Cada libro es único mientras nace y va tomando forma, y siempre tiene sus desafíos, su voz y sus problemas que hay que afrontar durante el proceso de escritura. Hay historias que desde el comienzo nacen pensadas para niños y hay otras que buscan a un lector adulto y que tienen una mayor complejidad sintáctica y semántica. Sin embargo, hay otras situadas en un borde difuso, que sencillamente llegan a donde tienen que llegar.  Y a veces el lector –como el autor– no sabe en dónde acaba el niño y en  dónde comienza el adulto. Son fronteras porosas.

¿Es difícil escribir para este público?

Escribir es siempre difícil. El problema no es de público ni de extensión sino del trabajo mismo de averiguar qué es lo que uno está pensando o queriendo pensar o sentir o explorar. Desde las primeras intuiciones, desde el primer deseo, hasta el texto final –incluso si es una columna del periódico– hay que atravesar esa incertidumbre terrible y ese alejamiento de las palabras (que no “afinan” como queremos) hasta domesticarlas y sentir que guardan algo de una voz: esa huella de lenguaje y ese mundo que no existe, aunque durante el trabajo de escritura y de lectura parezcan más real que todo lo real.

¿En qué influyó su trabajo como docente a la hora de escribir para jóvenes y chicos?

Quizás me acercó a los mejores autores contemporáneos de libros para niños: Roald Dahl, Maurice Sendak, Ligia Bojunga, Marina Colasanti… Y leyéndolos a ellos o mejor, leyendo junto a los niños, fui recuperando una antigua certeza sobre mi capacidad para hablar una lengua que viene de mi propia infancia y que nunca me ha sido extraña. Al lado de los niños ya no tuve que fingir que la había olvidado. Es una verdadera felicidad hablar con niños. No digo  hablarles  A los niños, (que es lo que solemos hacer los adultos), sino hablar CON ellos, y ahí la preposición es muy importante.  No cambio por nada el tiempo que tengo para conversar con niños.  Y cuando escribo, de cierta forma,  siento que estoy conversando.

¿Cuál es su objetivo al momento de construir una historia?

Suponiendo que hubiera “un objetivo” –y no me parece que esa palabra se lleve bien con la ficción–, el deseo o la búsqueda varían en cada historia. Creo que ese deseo no suele estar claro, ni mucho menos explícito, y que se va desentrañando lentamente a medida que se escribe. Si uno escribe con un objetivo y espera que se cumpla, quizás está escribiendo un trabajo universitario o un manual de operaciones. La ficción, por fortuna, no tiene un objetivo explícito.

¿Cómo percibe el ámbito de la escritura hecha por mujeres en un país como el nuestro?

Percibo que hay gente de distintas edades y géneros haciendo ese “trabajo en proceso” que es escribir. A veces nos sale mejor y a veces peor y cada cual va encontrando su voz, sus problemas, sus referencias literarias y sus lectores,  pocos o muchos, y nada de eso depende del género.  Sin embargo, dicho lo anterior y recalcando que en este oficio nadie espera condescendencia, me parece que hay un campo valioso y valiente de mujeres escritoras, con un trabajo riguroso, que no es aún tan visible. En el campo literario, como en todos los campos profesionales (y domésticos y familiares también) la apariencia de equidad oculta muchas prácticas “sutiles” –o no tanto– que parecen instaladas y se reproducen sin que nadie las nombre. Nombrar es un comienzo, sobre todo en un campo como la literatura que está hecha con lenguaje.  

¿Qué opinión le merece un tema como el Carnaval?

La maravilla –y la envidia, pues no hay carnavales en mi tierra– de festejar todos juntos. Me gusta del carnaval ese “permiso” para ser otros durante un tiempo acotado que todos saben, y en eso consiste su magia, que se va a acabar en cierta fecha. Y para hablar específicamente de este Carnaval de las Artes, no podrían estar mejor ubicadas las artes que en ese tiempo de la ensoñación en el que se pierden las fronteras entre lo real y lo fantástico. El arte y el carnaval son, como el juego de los niños, un espacio para hacer de cuenta: un espacio en el que recuperamos el arte de jugar y de disfrazarnos para  mirar las otras caras de la vida y mirarnos de un modo tan distinto.

¿Cómo acercar a las nuevas generaciones hasta el hábito de la lectura y la escritura?

Leyendo y dando de leer. Dejando los libros a su alcance y esperando que sea cada uno el que elija los que necesita.

Usted no solo escribe sobre temas para jóvenes, tiene obra de carácter adulto que han sido muy bien recibidas, ¿En qué cambia su estilo a la hora de abordar estas temáticas?

Quizás en la extensión o en la complejidad de la sintaxis o de la estructura. Por ejemplo, mis dos últimos libros parecen muy distintos: Qué raro que me llame Federico es una novela para adultos y Volar es una novela breve para niños. Y para mi sorpresa, ahora que acaba de salir Volar me di cuenta de que había surgido del mismo deseo. Aunque cambien el lenguaje y la estructura, hay algo adentro que surge de una conversación profunda entre un niño y una mujer.

¿En Qué raro que me llame Federico, por ejemplo toca el tema de la maternidad, adopción y de nutrición, usa su narrativa como una forma de denuncia?

No: denuncia jamás. Si quiero denunciar, voy a una comisaría. Al leer la novela te darás cuenta de que esos temas que mencionas son solo la apariencia. Lo que circula por debajo es la relación entre dos, una madre y un hijo –dos géneros, dos generaciones, dos territorios, dos acentos–- con todas sus ambigüedades y sus ambivalencias y sus zonas de penumbra. Ahí es donde explora la literatura: en ese hueco, en todo eso no dicho, que se inventa con lenguaje.
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Publicado por Revista Corónica
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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