Por: Rodrigo Bastidas P.
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Fotografía: Revista Crisis |
Vanoli, Hernán. Pyongchang. Literatura Random House, Buenos Aires. 2017. 188 págs.Cuando comencé a estudiar, inevitablemente me inserté en un proceso económico que al inicio no entendía y que ahora, de cierta manera, sobrellevo. Préstamos, becas, internados, condonaciones, asistencias docentes, tutorías; no son sino formas de construcción paralela de una estructura cambiaria en la que la moneda es el conocimiento. La pregunta válida por el acceso general a una universidad pública se vuelve compleja cuando es claro que han cambiado las dinámicas y las exigencias de años atrás. La pregunta ya no atraviesa la capa social, la capacidad económica o la dualidad del carácter público/privado de una institución, sino la forma en que el conocimiento ha pasado de tener un valor simbólico a uno manifiesto. Dejando atrás el cuestionamiento por la validez de pruebas que evalúan por igual el nivel académico entre el estudiante de un colegio desfinanciado por el Estado y el estudiante con educación de alta calidad; el vínculo conocimiento-dinero ha construido formas de relación tales que han permitido proclamar con aires de grandilocuencia al rector de la universidad más costosa de Colombia, que es “la más pública del país”. Todo este pensamiento no apunta a otro lugar que a Hernán Vanoli, quien en su novela Cataratas (2015) pone en el tapete esta relación, creando un mundo en el cual los estudiantes doctorales deben pagar todos sus artículos diarios (comida, objetos de aseo, cerveza, libros) con puntos que guarda el Conicet y que solo se obtienen con la escritura de papers (no tengo idea cuánto costaría una reseña como esta, quizá solo un par de pasajes de bus).
Después de esa acertada cirugía que
propone Vanoli al sistema educativo en Cataratas,
en 2017 publica la colección de cuentos Pyongyang, libro con cuatro
relatos extensos en los cuales continúa con esa misma perspectiva de abrir los
pliegues de un capitalismo que toma la monstruosa práctica de las relaciones
sociales mediadas por el capital. Así, en este libro los personajes develan con
su comportamiento cómo hemos normalizado el capitalismo como única manera de
relacionarnos, hasta el punto tal que la entendemos como una ideología que nos parece
absoluta. Cada uno de los cuentos está basado en un nuevo sistema comercial en el
cual la tecnología es un eje importante; pero, lejos de ser cuentos centrados
en cómo la tecnología nos afecta, las entrelíneas de los diálogos, los gestos,
las tramas, muestran un diálogo entre la masificación de los aparatos y las
prácticas en las que el capitalismo enmascara conexiones de comprensión,
afecto, bienestar y cuidado, a las que ya no sabemos cómo reaccionar.
El primer
cuento, “Ursus americanus kermodei” hace un contrapunto entre un viaje por
Buenos Aires en un servicio de carpooling
(uber, Cabify) y la forma en que una mujer enfrenta una serie de pérdidas
afectivas a través de la invención de un compañero inexistente que está
representado en un oso kermode. El segundo cuento, “Los sintonizadores” recurre
a los discursos de los grupos de sanación mística, que lentamente se convierten
en cofradías religiosas, y lo contrapone con el deseo gregario de conformar una
familia y tener un hijo, en épocas de hiper productividad. En el tercer cuento,
que le da título al libro, Vanoli nos narra cómo se organiza la revolución de
las cintas de correr contra los humanos (y contra unas terribles neveras y
sombrillas que los ayudan), en medio de un rompimiento amoroso y del nihilismo
casi innato de la cinta de correr protagonista. El último cuento, “El comando
central”, narra la conformación de un grupo que se convierte en la línea
frontal de las redes sociales para lograr la elección del alcalde; en este grupo,
conformado por un grupo de ancianos que se convierten en los mejores
influencers del mercado, se mezclan la filosofía vacía y aplastante de Amazon,
con las complejidades de la paternidad responsable.
Todos los
cuentos que conforman el libro se pueden leer en varios niveles que apuntan a
propuestas relacionales distintas pero que confluyen en un mismo lugar: la
imposibilidad como motivo, como centro. Para ver cómo funciona esto en el libro
de Vanoli basta tomar el primero “Ursus americanus kermodei”, que considero el
más logrado de los cuatro. La protagonista (L) pasa por una separación
reciente, la cual la ha obligado a cambiar de casa; este cambio, que forma
parte del primer duelo, hace que encuentre las cenizas de su madre y la obliga
a enfrentar un segundo duelo: aceptar la familia como espacio de
incomunicación. Estos dos duelos iniciales, son íntimos; involucran a un sujeto
que debe rehacer su vida a partir de una reflexión minuciosa sobre la forma en
la cual elaboró y consolidó esas relaciones. Sin embargo, esa construcción de
lo íntimo (primer nivel) se imposibilita por la irrupción del mundo exterior;
en medio de una serie larga de novelas intimistas latinoamericanas, Vanoli
explota el género dejando la puerta abierta para que el mundo de la modernidad
destruya el lenguaje intimista y convierta algunas de las reflexiones de L y a
L en una versión irónica de sí misma.
¿Cómo,
entonces, elaborar el duelo? Una nevera que debe ser reubicada para un negocio
de Airbnb y un auto que hace carpooling
se convierten así en vehículos de seguimiento, duda y construcción. L trata de
usar la nevera para enviar un mensaje a su hermano, sigue los recorridos de su
expareja en la aplicación de transporte que aún comparten, le envía mensajes por
el celular cuando siente que se encuentra en peligro; así la tecnología no debe
adaptarse a los sentimientos de L, es L quien debe adecuar su duelo a los
requerimientos de la modernidad (segundo nivel). En medio de estos dos niveles,
está el nivel de lo fantasmal, aquello presente que no se ve pero que, en su
invisibilidad, se significa. L combina la vieja leyenda de los osos como viejos
espíritus de las tribus canadienses, la necesidad de un amigo imaginario que la
ayude en situaciones de estrés y una excusa auto provocada para eludir las
consecuencias de su cleptomanía; con estas tres motivaciones imagina un oso
kermode que se encarga de protegerla, cuidarla, robar cosas, advertirle
peligros. Así, este cuento se arma en tres niveles de construcción (fantasmal,
íntimo, tecnológico), los cuales son entrecruzados por la compra y venta como
espacio en que es posible la interacción de estos tres niveles.
Además de
los tres niveles de lectura desde las formas de interacción con el otro (que
imagino en un plano Y), Vanoli plantea un plano X que es el movimiento sobre la
ciudad. El autor se las arregla para moverse de manera fluida entre los
recuerdos de la madre, las dudas del rompimiento y la aparición del oso; a los
cuales añade la aventura de la protagonista en medio de un atasco en las calles
de Buenos Aires que tiene todos los componentes de “porteñidad”: las protestas,
la violencia en los autos, la inseguridad, los shows de los semáforos y la
extraña inventiva de los taxistas. La forma en la cual logra que todos estos
hilos narrativos y temáticos se entrecruzan es por medio de un narrador que
siempre está comentando, en medio de las acciones, cómo todo se convierte en
una puesta en escena de la vida moderna. La aparición de un narrador que
adjetiviza, glosa y explica lo que observa en los personajes, apunta a señalar
que todo esto que cuenta pareciera ser una comedia de errores, un sit-com
absurdo que no podría ocurrirle a nadie: una narración surrealista aderezada
con un oso imaginario y con un par de personajes que se autodefinen como
ángeles y salvan a la gente de la muerte lanzando huevos crudos. Pero es
justamente ese juego doble el que enriquece el libro de Vanoli, porque en medio
de las idas y vueltas a los espacios de realidad y del absurdo, el lector se
encuentra reflejado en situaciones que había normalizado y solo se develan como
absurdas en el trascurso del relato.
Así, creo que Pyongyang es un libro que podría relacionarse fácilmente con las
propuestas críticas que autores como Mark Fisher plantean sobre la forma en que
se desarrolla actualmente el capitalismo. En obras como Realismo capitalista, Fisher plantea una crisis del realismo en la
cual subraya lo que críticos de ciencia ficción vienen señalando hace mucho: el
realismo, al igual que el fantástico, es solo otro subgénero. Siendo así, el
realismo pareciera ser actualmente una estructura implantada por el capitalismo
en la cual no solo inserta las formas que llevan a su realización, sino las
mismas contrapartes que lo complementan y permiten organizar el discurso
dicotómico. El sujeto de izquierda que se levanta contra el sistema, dice
Fisher, ya está calculado por el capitalismo como una forma de discurso que
forma parte de ese proceso en el cual se apropia de todos los vacíos
discursivos para cooptar la forma de la realidad. Ante un panorama tan
desalentador, ¿cuál es la propuesta discursiva que queda? Creería que la
función de lo literario se acerca mucho a lo que Vanoli hace con sus escritos:
producir la fractura a ese realismo normalizado a través de un juego de ida y
vuelta entre la fantasía y la realidad (creada). Los gestos que toma son
justamente respuestas a esos cambios de paradigma que creemos ciertos y que no
imaginamos de manera diferente: el nacimiento, la muerte, la política, la
familia, la lucha, el amor, la locura, la paternidad, la maternidad, ser hijo.
Es eso lo que en el fondo propone Pyongyang,
un juego perverso en el cual nos reímos de nosotros mismos para, con esa risa
echar abajo el armazón de la cultura.
Como coda, debo admitir que, al
cerrar el libro, me veo reflejado en cada una de esas historias (quizá esa es
la razón de mi gusto por “Ursus americanus kermodei”) me he convertido en
personaje de Vanoli. Pienso que aún no sé cómo funciona ese proceso económico
llamado universidad, que no sé las dinámicas de los papers y los congresos y
que ignoro las formas en que puedo condonar el préstamo que me tiene en otro
país. Entiendo que termino esto solo para tener un par de pasajes más de bus y
seguir buscando, en medio de los autores que leo, estas voces que me puedan
narrar la absurda estructura incomprensible que se resquebraja sobre mí.