
Por Airy Sindik
Daniel Ángel, escritor colombiano, nos comparte Rifles bajo la lluvia, novela
que recorre las calles de Bogotá transgrediendo la desmemoria. Esa que diariamente
acaricia el dulce sabor metálico que empuña un arma contra su propio hermano.
“Bajé la mirada y sacudí el
cigarrillo para hacer caer la ceniza y cuando por fin ésta se desprendió y tocó
el suelo, una gota de agua cayó a su lado. Ahí supe que Pablo había muerto”.
Aquí inicia una novela intensa que está dispuesta a abofetear a la realidad
lo mismo que a la ficción. Daniel tropezará con un texto inédito, con la huella
personal que deambula buscando, buscándose y con la historia que se retuerce en
el presente como lombriz de agua puerca. Misma que exhibe el bucle recurrente
que intenta desentrañar una explicación total de Colombia, como lo afirma el
autor, dando vuelta en un ciclo recurrente de guerras intestinas e ideologizadas
de ayer y hoy. Daniel guarda luto a su mejor amigo, hurgando en el testimonio
que escondía de un soldado liberal que narra la Guerra de los Mil Días a
inicios de 1900. En años en que liberales y conservadores intentan equilibrar
la desigualdad a punta de fuego y en aquellos años en que los escritores se
forjaban después de sobrevivir a las trincheras. Este soldado dirigido por el
General Rafael Uribe Uribe aprenderá que apuntar la mirilla de un fusil será
dar un tiro al espejo. Lo mismo hará de la palabra de este soldado, jurada
entre la muerte, que se convertirá en el viento para que el presente organice
el desembarco de destinos siniestros a los que estamos encadenados en aquí y
ahora. Daniel muestra las dudas y correcciones que tiene que resolver un
escritor para dar con el relato. Nunca estaremos listos para la historia que
contaremos. Y ésta será la tensión que nos arrastrará hasta el final.
La Bogotá de todas las estaciones en un solo día es recorrida por Daniel resolviendo
el acertijo de esta novela que se tenía que escribir, a pesar de él y de quién
se interpusiera con la memoria. Seguramente si Daniel no encontraba cómo acertar
en el blanco, sería asesinado por la bala perdida de quien dispara al aire.
Pero no es así y al aflorar con ventura de este laberinto será el reto del
lector emerger en el presente cuestionado su olvido.
Esta Bogotá contemporánea departe con un sancocho al almuerzo sobre la carrera
25 con 53 de la misma forma que lo hacía un soldado herido refugiándose a las
orillas de un pueblo abandonado y con la esperanza de encontrar entre los que
aún respiran algo de humanidad, esa que perdimos hace tanto tiempo y es lo que
seducirá al lector para avanzar en la lectura. Es la misma ciudad en la que se
arremolina en el pecho cuando se quiere definir guerra. Guerra me escupió,
guerra me clavó un cuchillo, guerra me degolló e hizo la corbata con mis
entrañas, guerra la empalaron, guerra le tiraron acido a la cara, guerra aquí se
venden personas, guerra te vendiste por unos millones, guerra de balas que ahora
cercenan testículos a los lideres desmovilizados y que se disparan solas,
guerra tan guerra.
Esta costosa y complicada definición de la guerra en Colombia que se
inventó ahí, entre el Meta, el Caquetá y Barrancabermeja, esa que se disputa en
Santander y que se reinventa en el pacífico negro, esa mágica guerra de Márquez
en el caribe all inclusive, es una guerra que se cocina como se cocina
una langosta viva en agua hirviendo sin saberse en el jacuzzi de la muerte. Ese
baño público al que todos asisten con sus cóleras y sus disenterías ideológicas
y del que algunos salen desollados y otros sobreviven sosteniendo la mirada a
la masacre mientras la lluvia se posa sobre el llano de aquella guerra.
Daniel Ángel ataca de frente y con atino varios debates literarios que no pretende
resolver, sino que se posiciona frente a ellos. Desde aquí hablo, siento,
pienso y escribo sin miedo a que se me catalogue.
“Al día siguiente desperté a las
seis de la mañana. Preparé café y fumé un cigarrillo de pie frente a la ventana
de la sala. Había dejado de llover, pero la ciudad tenía ese aspecto que
adquieren los lugares luego de que ocurre en ellos una catástrofe”.
No oculta esa relación incestuosa entre realidad y ficción. Por el
contrario, la voyeriza a detalle para salirse de la ociosa necesidad de la
verdad. Crea aquello que el pacto periodístico llama autoridad, en el cual el
presente fluye hacia la ficción sin ninguna frontera. Daniel juega con el morbo
de los historiadores que darían todo por una fuente directa como el manuscrito con
la que trabaja nuestro narrador.
Si bien Rifles sobre el asfalto nos detalla un punto de vista de la Guerra
de los Mil Días a inicios de siglo, logra una metonimia que nos invita al
extrañamiento en el reflejo de un río que desconoce al mismo soldado como al
mismo lector. Explora el presente que asesinó a su mejor amigo, Pablo, a través
de la extensión del relato de la muerte en todo Colombia a lo largo de su
historia.
El narrador descubre la periferia en condiciones de miseria y violencia
estructural abriendo ese territorio bajo la premisa del encuentro con la
memoria y entrando al relato desde la auto-ficción y no al revés como pretende
la novela histórica.
Daniel Ángel tiene las agallas de escribir la perpetua condición de esta
guerra que se inventó en Colombia, la condición de que los padres son los que
entierran a los hijos. Una inversión al tiempo que contrae las esperanzas de generaciones
enteras a lo largo del conflicto armado. Una generación de escritores que
sortean con letras algo real y tétrico como la ficción. La muerte a la vuelta
de la esquina.
Daniel Ángel, nos comparte Rifles bajo la lluvia, una novela que se leerá
siempre que se quiera imaginar puentes hacia otras Colombias. Una novela que
refleja el doloroso retrato personal de cada colombiano al explicarse en voz
alta cómo se convirtieron las calles en una ficción difícil de aceptar. Es un
extrañamiento, un cuestionamiento de la verdad absoluta que impide imaginar
otras posibilidades. Una novela que nos introduce al efecto critico de la
historia.
Daniel Ángel está a puertas de publicar Silva, su nueva novela, editada por
Seix Barral, y esperamos tenerlo en la Feria Internacional del Libro de
Guadalajara 2019.