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foto: Infobae. |
Wilson, Mike. Ciencias
Ocultas. Buenos Aires: Fiordo, 2019.
Hace mucho
tiempo, escuchaba a Eric Rabkin en una de sus clases plantear que la literatura
de detectives pertenecía al género fantástico; esta afirmación me hizo dar otra
vuelta de tuerca a los cuentos de Borges y me permitió expandir el campo a una
nueva idea de lo fantástico. La explicación de Rabkin estaba basada en dos líneas
de “Estudio en escarlata” -creo- en las que Holmes explicaba que él decidía qué
datos recordar y cuáles no, pensando en cuáles le podían ser útiles en el
futuro. La obvia pregunta es: ¿cómo sabía qué datos recordar?, más cuando en el
relato el dato decisivo era un eclipse de décadas atrás. Claramente esta
confesión hacía que toda la estructura lógica y científica en la cual se basaba
aparentemente la personalidad de Holmes se disolviera en su opuesto absoluto:
la fantasía. Quizá por eso mi historia favorita de Holmes siempre fue “El perro
de los Baskerville”, porque proponía de alguna forma una posibilidad a lo
fantástico escondido en medio de lo lógico (aunque al final todo, claramente,
tomaba la senda de lo explicable). Esto propone que en Holmes hay una tensión
entre la lógica causal de lo cartesiano y sus opuestos espacios de
indeterminación en aquello que se piensa como lo sobrenatural, como lo oculto
que nunca se podrá saber. Si bien esta contraposición está claramente en
Holmes, se deforma en el caso herederos como los detectives del Noir que se
ocupan más de la ley y los espacios del crimen (o lo que Gustavo Forero llama
“anomia”). En una época en que los grandes edificios narrativos se derrumban
con el soplo de cualquier lobezno; contar de nuevo esa contraposición holmesiana
entre lo lógico y lo sobrenatural debía hacerse desde un lugar que fuera un
relato detectivesco, sin serlo al mismo tiempo. Y es eso lo que logra Mike
Wilson con Ciencias ocultas (2019), publicado por Fiordo editores.
Ya el
título Ciencias ocultas plantea un oxímoron productivo: las
ciencias que develan y el ocultismo que enmascara; y es justamente ese oxímoron
(multiplicado mil veces) que no anula sino que disemina significados, el que
hace única esta obra. Siguiendo el camino marcado por Leñador (2013) la
descripción se convierte en una forma de construir acciones; así encontramos en
esta novela la pormenorizada descripción de un cuarto cerrado en el que ha
ocurrido un crimen (estructura más clásica de la novela detectivesca): hay un
cadáver, tres personas, un perro y cientos de objetos, causas, razones y mundos
posibles, para que esa escena exista. Los detalles precisos de cada uno de los elementos
que conforman este escenario apuntan a la conexión del crimen con un espacio
oculto, imposible de nombrar, entender, estudiar. La existencia de este
misterio oculto está a disposición de la hiper referencialidad en la cual
aparecen desde Los siete locos de Arlt, los textos de Doyle, los libros
iluminados medievales, hasta los nuevos tratados de ocultismo más cercanos a lo
mecánico. El laberinto sígnico que produce este texto de un solo párrafo de 117
páginas reevalúa las estructuras del misterio para llevar finalmente a una
reflexión sobre la posibilidad de narrar, de describir, de atrapar el mundo a
través de las palabras. Así a un primer misterio tipo Clue (quién fue el
asesino, con qué objeto, por cuál razón), se van sumando los misterios que,
desde el inicio de la humanidad solo se abren para producir más preguntas: los
shakers de Nueva Inglaterra, los mundos ocultos en las guerras de opio,
asesinos seriales convertidos en mitos, dioses lovecraftianos, magia negra,
astrología, adivinos, profetas, islas perdidas, misterios de matemáticos,
piratas y tribus extintas.
Con un narrador
en primera persona que aparece en solo 3 páginas para describir unas hojas que describe
como “mí libreta” (posesivo que rearma las reglas de verosimilitud de la
novela), finalmente es una novela que no intenta encontrar un culpable o un
arma homicida o una razón del crimen, sino que experimenta con todas las
posibilidades de la novela detectivesca para desarmarla y rearmarla como una
herramienta dañada y que rechina en su accionar. Finalmente, el mayor misterio
de todos, el misterio que contiene todos los demás, es la palabra como
productora de sentido. Así que lentamente por medio de la técnica más directa
que tiene la literatura (la descripción), Wilson propone el abismo de la
narración en múltiples niveles: es posible accionar describiendo, es posible
describir misterios sin resolverlos, es posible conocer cada mota de polvo de
un cuarto sin resolver nada, es posible que la ficción sea otra cosa, diferente
a lo que conocemos como ficción. El autor no hace otra cosa que darnos pistas
para develar no la respuesta sino las preguntas: ¿cuál es la distancia entre
arte y representación?, ¿cómo se relacionan arte y mundo?, ¿de qué forma
significan las palabras?, ¿cómo la creación es otra forma de entropía? Y cuando
las preguntas se abren, Wilson da un nuevo giro epistémico: ¿existe en sí mismo
un misterio posible? y, por lo tanto, ¿existe posibilidad de conocimiento? Su
única respuesta se inicia con un “quizá”: “quizá la respuesta no esté en
intentar estructurar el caos, que acaso la verdad esté detrás y debajo de todo
eso, que sea justamente lo que provee un escenario al caos, un tiempo y un
espacio donde el caos pueda desenvolverse” (p. 95).
Leer Ciencias
ocultas es adentrarse en la forma de ver el mundo según Holmes, un Holmes
detallado, puntilloso, obsesivo, convertido en objeto-red, con la calma
meticulosa de un neurótico obsesivo, pero atravesado por la velocidad
esquizofrénica que da la cocaína. Libro imprescindible en medio de un mundo en
el cual las respuestas están a la orden del día, pero que esconde las preguntas
para que no podamos realizarlas. Ciencias ocultas es un libro
detectivesco que apunta a la imposibilidad de resolución, a la apertura de
sentido, a la puesta en duda del lenguaje a la destrucción de las estructuras;
en pocas palabras, un libro que, en medio de un acceso abierto al supuesto
conocimiento, nos enfrenta a la duda: ¿estamos planteando las preguntas
correctas?