miércoles, 24 de junio de 2020

Dibujos en el agua (ocho)

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José Alias. Madrid junio 23 MMXX


Salir de casa con las mejores galas, una pequeña maleta en la mano, la cabeza serena y el corazón en calma. El peligro está agazapado tras melifluas sonrisas y palabras de ánimo, es probable que no pase nada, que todo vaya bien, te vuelves a repetir. La actividad del hospital parece la habitual cuando llegas a la ventanilla de admisión en compañía de una buena amiga. Te piden datos, rellenan formularios, te asignan una habitación, tu acompañante sólo podrá llegar hasta cierto límite, nada de quedarse junto a tu cama y nadie más puede acceder como visitante, las medidas de seguridad por el posible rebrote del covid19 así lo exigen.

Han pasado varias horas, en las que te han extraído sangre, tomado la tensión arterial, la temperatura corporal y has firmado algún autógrafo en hojas plagadas de letras diminutas, esa firma protege de cualquier fallo al equipo médico y a mí no me queda otra. El reloj no marca las horas, como desea el bolero, la mascarilla o tapabocas empieza a mostrar el poder de sus gomas en las orejas y la respiración se queja del confinamiento. Tu vecino de habitación sufre de casi todo, pero tú sigues tranquilo, o lo intentas, ante los dolores de ese desconocido con su respiración dificultosa, sus tripas en movimiento y sus intentos de comunicarse entre las entradas y salidas del personal sanitario que debe llevar cuidándole varios días, pienso, por la familiaridad con que le tratan.

Como siento que la cosa se alarga me levanto de la cama y salgo a pasear por el comedido pasillo que lleva hasta una puerta que, me dice una enfermera, no puedo franquear. ¿Qué habrá al otro lado? Camino arriba y abajo  con peripatética pose, las manos entrecruzadas a la espalda, cual cavilador sin horizonte; me gusta esta palabra: horizonte/lejanía/perspectiva, de significado abierto, de posibilidades de fondo y forma, de cambios de aspecto bajo la noche o la luz del sol. No es lo mismo mirado desde una alta ventana que a ras de tierra, sobre un barco de vela o flotando en un avión; el horizonte es una línea en el mapa, un territorio en nuestra mente.

Tras varias idas y vueltas decido volver a la cama, a esperar que vengan a buscarme para llevarme al quirófano en el que me quitaran unos gramitos de peso en la cabeza que, dicen, me eliminará los dolores, la turbación, el extravío y me devolverá la salud, la de los enfermos por haber nacido, y podré volver a ese lugar sin frontera en el que vivo y del que nunca me fui.
Al que vienen a buscar es a mi vecino, para llevárselo en una silla de ruedas en la que logran sentarlo con mucha dificultad por ambas partes tras varios tira y afloja, me hace un gesto de hasta luego con una mirada triste antes de desaparecer hacia el pasillo por el que estuve caminando, ya no le volveré a ver.
En ese único y fugaz instante de soledad en la habitación compartida el silencio parece congelado, aunque el aire acondicionado no esté demasiado alto. Recuerdo que tengo un libro de Vonnegut en la maleta y me acerco al armario para sacarlo e intentar leer un rato. Pero me quedo a medio camino, un celador aparece como emergido de la nada y me dice que viene a por mí, que llegó la hora de la operación, de la intervención, de la tierra de nadie en la que me sumergirá la anestesia total.

El paseo sobre la cama de ruedas, como un emperador romano, es muy entretenido…tantos planos de películas en los que la cámara apunta hacia arriba me vienen  a la memoria… Descubro lo que había al otro lado de la puerta que no me dejaban rebasar, lo mismo que a este. Y la vida te da sorpresas, como a Pedro Navaja, y me causa una inmensa alegría encontrarme a mi querida amiga Maryvel en la puerta de la sala habilitada para familiares, a dos pasos del quirófano, cuando nos habían dicho, por activa y por pasiva, que no podría quedarse en la planta.

Finalmente me aparcan en un hueco, el más cercano a quirófanos y me vuelven a identificar para que, supongo, no me operen de otra cosa. Alguien al fondo sugiere poner música y en un instante suena algo parecido a un ambiente cinematográfico creado a tal efecto, sólo un pequeño foco difuminado de luz amarilla en el techo, al cerrar por un momento los ojos aparece en el centro de mi entrecejo de un brillante color carmesí; los misterios y variaciones de la luz, a las que Sven Nykvist  rindió culto en sus películas.
 ´


El tiempo se ha detenido, tengo la misma sensación que cuando estoy en la sala de embarque de un aeropuerto, esa de no tener control alguno sobre  mi vida que ahora está, como siempre y nunca, en el aire. Me dicen que la espera será larga, que aún están con el paciente anterior, me dicen que es inglés, y que (sic) me eche una siestecita. Buen consejo, me digo irónico, cuando voy a estar horas anestesiado largo tiempo viajando por el mundo de los sueños o las pesadillas. Ni caso. Pero, como suele pasar, una cosa es nuestra idea y otra muy distinta lo que sucede. Me adormilo hasta que una voz tras las cortinas pregunta por el enfermo. Yo no soy ningún enfermo, me escucho articular con claridad. Aparece entonces alguien parecido al Dr.Fleisman, no estoy seguro de que no lo sea, el médico de Dr. en Alaska que se presenta y me dice, sin más prolegómenos, que tiene que darme una mala noticia. Mi mente pensante imagina, sin solución de continuidad, que me va a anunciar que la operación ha salido mal y estoy muerto.

Nada es lo que parece, y tan pronto es el Dr. Zhivago como el Dr. Who, juro que no me han dado ninguna pastilla en el hospital, hasta que finalmente, saliendo de algún recodo le oigo decir que no me van a operar, que no termina de cerrar la hemorragia interminable del paciente que me antecede bajo los focos fríos, y que vuelva otro día… no sé qué decir.

Ya de vuelta en la habitación, mientras me visto, empiezo a atar cabos, a hacerme cargo de la situación y me parece que algo no acaba de cuadrar aunque me explique una doctora, mientras me entrega el parte de alta, las causas y condiciones que han dado lugar a ese pararme en la puerta de Tannhauser, lágrimas en la lluvia, o del Hades mientras esperaba atravesar la Estigia o el Lago de los cisnes camino del cielo tan añorado o del infierno tan temido.
No tengo nada más que decir, le comento a mi amiga camino de la calle, vamos a comer y beber algo. Una extraña sensación camina junto a nosotros, me acuerdo de los que estén pensando en mí como si estuviera sobre la mesa de operaciones. Ayer eclipse total de sol, Ring of fire, hoy terremoto en México, esta noche es la de San Juan, la del Solsticio. El futuro es ahora. No va más, hagan sus apuestas.




Las fotografías que aparecen en esta entrada, al igual que en las restantes, son de mi autoría y, en este caso, están hechas en Pedraza (Segovia. España) el verano 2019 durante el rodaje de la serie #30monedas, dirigida por Álex de la Iglesia para HBO y en la que participo como actor.


                    Es una historia de playback, alguien dicta en la sombra y tú 
                                                                sólo mueves los labios.                                                                                                                                                                                                (Radio Futura)
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Publicado por jalias
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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