José Alias. Madrid junio 23 MMXX
Salir de casa con las mejores
galas, una pequeña maleta en la mano, la cabeza serena y el corazón en calma.
El peligro está agazapado tras melifluas sonrisas y palabras de ánimo, es
probable que no pase nada, que todo vaya bien, te vuelves a repetir. La
actividad del hospital parece la habitual cuando llegas a la ventanilla de
admisión en compañía de una buena amiga. Te piden datos, rellenan formularios,
te asignan una habitación, tu acompañante sólo podrá llegar hasta cierto
límite, nada de quedarse junto a tu cama y nadie más puede acceder como
visitante, las medidas de seguridad por el posible rebrote del covid19 así lo
exigen.
Han pasado varias horas, en las
que te han extraído sangre, tomado la tensión arterial, la temperatura corporal
y has firmado algún autógrafo en hojas plagadas de letras diminutas, esa firma
protege de cualquier fallo al equipo médico y a mí no me queda otra. El reloj
no marca las horas, como desea el bolero, la mascarilla o tapabocas empieza a mostrar
el poder de sus gomas en las orejas y la respiración se queja del
confinamiento. Tu vecino de habitación sufre de casi todo, pero tú sigues
tranquilo, o lo intentas, ante los dolores de ese desconocido con su
respiración dificultosa, sus tripas en movimiento y sus intentos de comunicarse
entre las entradas y salidas del personal sanitario que debe llevar cuidándole
varios días, pienso, por la familiaridad con que le tratan.
Como siento que la cosa se alarga
me levanto de la cama y salgo a pasear por el comedido pasillo que lleva hasta
una puerta que, me dice una enfermera, no puedo franquear. ¿Qué habrá al otro
lado? Camino arriba y abajo con
peripatética pose, las manos entrecruzadas a la espalda, cual cavilador sin horizonte;
me gusta esta palabra: horizonte/lejanía/perspectiva, de significado abierto,
de posibilidades de fondo y forma, de cambios de aspecto bajo la noche o la luz
del sol. No es lo mismo mirado desde una alta ventana que a ras de tierra,
sobre un barco de vela o flotando en un avión; el horizonte es una línea en el
mapa, un territorio en nuestra mente.
Tras varias idas y
vueltas decido volver a la cama, a esperar que vengan a buscarme para llevarme
al quirófano en el que me quitaran unos gramitos de peso en la cabeza que,
dicen, me eliminará los dolores, la turbación, el extravío y me devolverá la
salud, la de los enfermos por haber nacido, y podré volver a ese lugar sin frontera
en el que vivo y del que nunca me fui.
Al que vienen a buscar
es a mi vecino, para llevárselo en una silla de ruedas en la que logran
sentarlo con mucha dificultad por ambas partes tras varios tira y afloja, me
hace un gesto de hasta luego con una mirada triste antes de desaparecer hacia
el pasillo por el que estuve caminando, ya no le volveré a ver.
En ese único y fugaz instante de
soledad en la habitación compartida el silencio parece congelado, aunque el
aire acondicionado no esté demasiado alto. Recuerdo que tengo un libro de Vonnegut en la maleta y me acerco al
armario para sacarlo e intentar leer un rato. Pero me quedo a medio camino, un celador
aparece como emergido de la nada y me dice que viene a por mí, que llegó la
hora de la operación, de la intervención, de la tierra de nadie en la que me
sumergirá la anestesia total.
El paseo sobre la cama de ruedas,
como un emperador romano, es muy entretenido…tantos planos de películas en los
que la cámara apunta hacia arriba me vienen
a la memoria… Descubro lo que había al otro lado de la puerta que no me
dejaban rebasar, lo mismo que a este. Y la vida te da sorpresas, como a Pedro Navaja, y me causa una inmensa
alegría encontrarme a mi querida amiga Maryvel en la puerta de la sala
habilitada para familiares, a dos pasos del quirófano, cuando nos habían dicho,
por activa y por pasiva, que no podría quedarse en la planta.
Finalmente me aparcan en un
hueco, el más cercano a quirófanos y me vuelven a identificar para que,
supongo, no me operen de otra cosa. Alguien al fondo sugiere poner música y en
un instante suena algo parecido a un ambiente cinematográfico creado a tal
efecto, sólo un pequeño foco difuminado de luz amarilla en el techo, al cerrar
por un momento los ojos aparece en el centro de mi entrecejo de un brillante
color carmesí; los misterios y variaciones de la luz, a las que Sven Nykvist rindió culto en sus películas.
El tiempo se ha detenido, tengo la misma
sensación que cuando estoy en la sala de embarque de un aeropuerto, esa de no
tener control alguno sobre mi vida que
ahora está, como siempre y nunca, en el aire. Me dicen que la espera será
larga, que aún están con el paciente anterior, me dicen que es inglés, y que (sic) me eche una siestecita. Buen
consejo, me digo irónico, cuando voy a estar horas anestesiado largo tiempo
viajando por el mundo de los sueños o las pesadillas. Ni caso. Pero, como suele pasar, una cosa es nuestra idea y otra muy distinta lo que sucede. Me
adormilo hasta que una voz tras las cortinas pregunta por el enfermo. Yo no soy
ningún enfermo, me escucho articular con claridad. Aparece entonces alguien
parecido al Dr.Fleisman, no estoy
seguro de que no lo sea, el médico de Dr.
en Alaska que se presenta y me dice, sin más prolegómenos, que tiene que
darme una mala noticia. Mi mente pensante imagina, sin solución de continuidad,
que me va a anunciar que la operación ha salido mal y estoy muerto.
Nada es lo que parece, y tan pronto es el Dr. Zhivago como el Dr. Who, juro que no me han dado ninguna pastilla en el hospital,
hasta que finalmente, saliendo de algún recodo le oigo decir que no me van a
operar, que no termina de cerrar la hemorragia interminable del paciente que me
antecede bajo los focos fríos, y que vuelva otro día… no sé qué decir.
Ya de vuelta en la habitación, mientras me
visto, empiezo a atar cabos, a hacerme cargo de la situación y me parece que
algo no acaba de cuadrar aunque me explique una doctora, mientras me entrega el
parte de alta, las causas y condiciones que han dado lugar a ese pararme en la
puerta de Tannhauser, lágrimas en la
lluvia, o del Hades mientras esperaba atravesar la Estigia o el Lago de los
cisnes camino del cielo tan añorado o del infierno tan temido.
No tengo nada más que decir, le comento a mi
amiga camino de la calle, vamos a comer y beber algo. Una extraña sensación
camina junto a nosotros, me acuerdo de los que estén pensando en mí como si
estuviera sobre la mesa de operaciones. Ayer eclipse total de sol, Ring of fire, hoy terremoto en México,
esta noche es la de San Juan, la del Solsticio. El futuro es ahora. No va más,
hagan sus apuestas.
Las fotografías que aparecen en esta entrada, al igual que en las restantes, son de mi autoría y, en este caso, están hechas en Pedraza (Segovia. España) el verano 2019 durante el rodaje de la serie #30monedas, dirigida por Álex de la Iglesia para HBO y en la que participo como actor.
Es una historia de playback, alguien dicta en la sombra y tú
sólo mueves los labios. (Radio Futura)
ResponderBorrarSí, el futuro es ahora
For ever
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