José Alias Madrid junio MMXX
En teoría la práctica
es fácil, en la práctica no lo es.
El virus sólo es la punta del iceberg que se
derrite con temperaturas extremas entre cantos de patos afónicos nadando
contracorriente. Llegan las rebajas y vuelve todo a cien, por hora, sin que las
ciudades vacías y los embozos enmascarados dejen una pauta de recuerdo en
nuestra memoria de pez. Vidas y abrazos secuestrados, tertulias virtuales,
músicas de cada uno en su casa, reuniones en soledad con mucha gente al otro
lado de la pantalla. Un vivo sin vivir en
mí por tu ausencia de piel amable y cercana, de calor y afecto enterrados
en el olvido premeditado del sistema y otras humanidades perdidas, es lo que nos
va quedando tras meses de confinavirus planetario.
No hay cama, ni vacuna, pa’ tanta gente solitaria, la pandemia
no está fuera de nuestra mente de mono que no para, que sigue corriendo como si
nada hubiera pasado, untada de codicia e insensatez. No future for you, no future for me… coreaban los Sex Pistols
cuando aún la rebelión era una utopía y las drogas no habían matado el vicio de
Six. Aunque nos dicen que no se debe podríamos llorar por la leche derramada;
cada mañana es un regalo que no volverá, la bestia anda suelta y nadie saldrá a
reír sin previo aviso, según dictan las normas.
El equilibrio roto no se pega con cemento ni
asfalto, con dinero, sermones o mentiras. Seguiremos adelante, atrás, de
costado, moviendo ficha en la partida que nos dejen o podamos jugar. Los pasos
suenan lejanos junto a nuestro ancestral olvido. Es el tiempo de decir adiós a
lo que nos hace vivir a trompicones, esa efímera y querida felicidad, y se va
cayendo a nuestros pies como las hojas caducas de un árbol genealógico
infectado de inconsciencia: el bosque humano y sus leyendas están viajando al país de nunca jamás, sin que esa imagen
arquetípica tenga demasiadas opciones de volver a la infancia perdida.
Lo raro es que sigamos vivos, que
algo funcione mínimamente entre tanto desamparo y desatención secular. Los
espíritus de las cosas ya no se beben con calma al amor de la lumbre, donde se
contaban historias en largas noches de invierno, junto a la cuadra donde
dormían los animales que envidiaban al gato ronroneando sobre nuestras piernas
envueltas en mantas de pura lana, cuando no en harapos arañados al tiempo y la
necesidad.
No hay más tiempo, o paramos o
saldremos disparados de este planeta como un mal sueño, el espacio vacío nos
ofrece su velocidad y su indiferencia para que sigamos viviendo en el recuerdo,
en la leyenda que intentarán recomponer los que vengan después; otra especie
con otro aspecto y con algo más, sería deseable, de inteligencia y empatía, de
reconocimiento de este planeta como el paraíso perdido que no hemos sabido, y
no podemos o queremos, ver.
´
Seguramente
recordarán la historia, cuando el diablo y un amigo caminaban por una calle y
vieron frente a ellos cómo un hombre se detenía y recogía algo del suelo, lo
miró y lo guardó en su bolsillo. El amigo le preguntó al diablo: « ¿Qué recogió
ese hombre?». «Recogió un trozo de la Verdad», le contestó el diablo. «Eso es
entonces mal negocio para ti», dijo su amigo. «Oh, no, en absoluto», replicó el
diablo, «voy a dejar que la organice».
(Jiddu Krishnamurti
Discurso de disolución de
La Orden de la Estrella)
Es muy humano creer que el pasado siempre fué mejor,
ResponderBorrarYA no lo pienso,
pero vuelvo a él para recoger lo que funciona ahora,
que es lo que siempre ha funcionado,
Hemos perdido muchas guerras,en bandos diferentes.
Dejo las armas, cuido a mi familia.
una buena manera de verlo, gracias por estar, y ser. cuidemos a la familia.
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