lunes, 15 de junio de 2020

De cómo me hice mujer (parte II)

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Notas sobre la obra de Annie Ernaux  


Por Paula Andrea Marín C. 

Adolescencia 

"Viajar y hacer el amor, creo que nada me parecía más hermoso a los diez años". Esta es una de las primeras frases que aparece en La mujer helada (1981, 2019), la obra en la que Annie Ernaux (Lillebonne, 1940) cuenta su experiencia de mujer casada y madre de dos niños, su frustración por haber “caído” en el papel de la mujer tradicional que deja de lado sus sueños por representar el rol de la buena esposa y de la buena madre. ¿Cómo Annie ha llegado a ese punto, después de pasar por la universidad, después de leer a Simone de Beauvoir? Durante toda la primera parte de La mujer helada, la autora trata de responder a esa pregunta. Ernaux se dice todo el tiempo: ¿Cómo me hice mujer? Y la respuesta, de mil maneras, es la misma: construyendo una identidad que agradara a los hombres. "Conseguir ese cuerpo a toda costa. Si no nunca gustaré a ningún chico, jamás seré amada y no valdrá la pena vivir la vida. La ecuación, bella, factor de gustar y de amor, igual a finalidad de la existencia, penetró en mí como si fuera mantequilla" (La mujer helada).

Leí en un artículo reciente (SModa) que las mujeres somos educadas para ser yonquis del amor, para depender emocionalmente de nuestros compañeros afectivos o para derivar nuestro valor de la “capacidad” para “ser elegidas” por un compañero afectivo (o sexual, en su defecto). En la actualidad, al quedar atrás (un poco, para algunas pocas) la dependencia económica para las mujeres, la dependencia emocional sigue siendo una manera efectiva de coartar la búsqueda de nuestra autonomía. La adolescencia es, para Ernaux, ese momento de la vida de las mujeres en donde aprendemos cómo comportarnos con un hombre: "Necesito a los chicos, pero para gustarles tendría que ser dulce y buena chica, admitir que tienen razón, servirme de mis "armas femeninas". Matar todo lo que sigue resistiéndose, el gusto por la conquista, el deseo de ser yo y nada más que yo. Eso o la soledad" (La mujer helada). Ese comportamiento implica un autoabandono: renunciamos a partes de nosotras mismas para poder adecuarnos a lo que –creemos, asumimos– se espera de nosotras, a cambio de no pasar por la “vergüenza” de no tener pareja. Annie renuncia –por un tiempo– a hablarle a los chicos sobre sus intereses intelectuales (“Está claro que por el cerebro dejamos de ser una mujer de verdad para ellos") y a tomar una actitud activa durante la conquista (“A los hombres les gusta elegir, guapita”).

Como Annie, en mi adolescencia tuve trastornos alimenticios; como ella, perdí mi menstruación por algún tiempo, a causa de esos trastornos. Para gustar(me), me había prometido cambiar mi cuerpo –como Annie se había prometido adelgazar y teñir su pelo de rubio–, pero a costa de mi salud. En nuestra adolescencia (la mía, la de Ernaux), no sabíamos que los trastornos alimenticios no solo tienen que ver con el imperativo cultural de ser delgadas para ser atractivas, sino con una dificultad en la relación con nuestras madres (dadoras del alimento), durante nuestra niñez. Rechazamos la comida para intentar tener un cuerpo que guste y, al mismo tiempo, recreamos en ese cuerpo el rechazo que sentimos en nuestra infancia.

En la adolescencia (de Ernaux, mía, de millones de otras), entre ser “Betty la fea” y ser una puta no nos quedan muchas opciones. Si nos gusta conquistar o rechazamos las estrategias para “darnos a desear”, somos “chicas fáciles” (“El chico fácil no existe”), putas; si nos gusta estudiar, si somos brillantes en nuestros estudios y más adelante en nuestra vida profesional, nuestro atractivo físico queda anulado (para muchos hombres), así como también nuestro "anhelo" de ser “conquistadas” (y, como "premio de consolación", esa cínica frase que aparece cada cierto tiempo: si no eres agraciada, al menos, puedes ser inteligente). Así llegamos a “la primera vez”, a la “pérdida de la virginidad”, esa otra manera de control sobre la mujer, de dominación masculina. 


Juventud, adultez 

Memoria de chica (2016) es el libro donde Ernaux narra su primera relación sexual con un hombre, cuando tiene 18 años. Annie trabaja en un campamento para niños durante un verano (es la primera vez que se separa de sus padres) y tiene un coqueteo con uno de los monitores; pasan la noche juntos. En los días siguientes, el hombre la ignorará y alrededor de ella se estrecha una red de mujeres y de hombres acusándola de puta: "No es la vergüenza, de eso estoy segura..., es lo erróneo del insulto, del juicio de ellos, de la inadecuación entre la palabra puta y ella. No veo nada en aquel periodo que pueda llamarse vergüenza" (Memoria de chica). Annie no se detiene a lamentarse por el hombre que la ignora; si bien espera que esa noche vuelva a repetirse para “intentar hacerlo mejor” (la eterna culpa de imperfección que se cierne sobre la mujer), no por ello pierde oportunidades para experimentar con otros compañeros, con su cuerpo, y aunque esa experimentación es parte natural del descubrimiento de nuestra sexualidad durante la adolescencia y la juventud, los juicios de valor no desaparecen, sobre todo, para la mujer.

Pienso en los insultos que recibí de mis compañeros y compañeras de universidad: puta, lesbiana, marihuanera. Pienso en lo mucho que hubiera agradecido haber leído entonces a Ernaux y, sobre todo, Memoria de chica; pienso en lo mucho que hubiera agradecido su voz para no sentirme tan sola en medio de los juicios de los otros. Ernaux reconstruye la escena de su primera noche con un hombre porque siente que no ha podido levantarse del todo de esa cama; el peso que recae en las mujeres acerca de esa “primera vez” nos lleva a cargarla con nosotras durante toda nuestra vida sexual. Me pregunto, entonces, de qué camas no he podido salir yo y de cuáles es imperativo hacerlo: ¿del motel donde perdí mi virginidad, llevada por el hombre que amaba más que a nadie en el mundo; del sofá en la casa de una amiga donde descubrí el amor entre mujeres; del motel donde recibí mi primer orgasmo junto a un hombre, mi amado; del motel donde me sentí infinitamente sola con un cuerpo de hombre desnudo a mi lado; de la cama en la buhardilla de una casa, mi segundo nacimiento?

El sexo tiene más consecuencias para las mujeres que para los hombres: además del peligro de las enfermedades de transmisión sexual, es sobre nosotras que mayormente recae la amenaza de un embarazo y la responsabilidad de la planificación. La primera obra de Ernaux (Los armarios vacíos, 1974) habla de su aborto, cuando tiene 22 años (1963) y cuando en Francia estaba prohibido practicárselo (y no se habían legalizado tampoco los métodos de planificación familiar); el aborto fue despenalizado en Francia en 1975 y el uso de anticonceptivos fue legal desde 1967. En el 2000, vuelve sobre este hecho en El acontecimiento. El embarazo antes del matrimonio es un signo de fracaso social, una vergüenza más a la que ella, pese a ser una estudiante universitaria, no puede sustraerse: “Si no cuento esta experiencia hasta el final, contribuiré a oscurecer la realidad de las mujeres y me pondré del lado de la dominación masculina del mundo” (El acontecimiento). El control sobre nuestros cuerpos es imprescindible dentro de nuestro proceso de autonomía, pero –nos dice Ernaux–, aunque vayamos a la universidad, aunque leamos filosofía (u hoy sobre feminismo), no estamos a salvo de caer prisioneras de las diferentes formas de la dominación masculina, porque esta funciona como un dispositivo que se instala en nuestra psique desde muy pequeñas.

Al igual que el de Ernaux, mi matrimonio acabó. Me gustaría decir, como ella, que de ahora en adelante solo tendré relaciones casuales, que mi lecho solo conocerá amantes furtivos, pero no lo sé. Todavía no. Admiro su resolución y su lealtad a ella como una manera de sacarse de encima la tiranía del amor romántico, que se convierte en una trampa para muchas de nosotras (y para hombres y mujeres, en general). En Pura pasión (1993, 2019) y en El uso de la foto (2005, 2018) hay una declaración de principios: se vive la sexualidad junto a otro sin culpa, sin moral, con conciencia de su fecha de caducidad, pero con respeto y reconocimiento hacia el otro y hacia sí misma. Quizá si para Ernaux haber pasado por un aborto le llevó luego a la conciencia de querer ser madre (no como una imposición de su cuerpo de mujer, sino como una decisión plena), haber pasado por un matrimonio tradicional la llevó a reafirmar aquellos valores en los que creyó desde su adolescencia: defender ser ella misma a toda costa. Ernaux nos invita a sentirnos orgullosas de nuestras experiencias, porque la posesión de ese saber nuevo tendrá efectos imprevisibles, porque "lo que cuenta no es lo que sucede, es lo que se hace con lo que sucede" (Memoria de chica). Ese “algo que está entre la literatura, la sociología y la historia” (Una mujer, 1989) en las obras de Ernaux nos permite no sentirnos solas con nuestras memorias de chicas, de mujeres adultas.


  • Annie Ernaux. La mujer helada. Trad. Lydia Vásquez. Madrid: Cabaret Voltaire, [2015] 2019.
  • Annie Ernaux. Memoria de chica. Trad. Lydia Vásquez. Madrid: Cabaret Voltaire, 2016.
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Publicado por Paula Andrea Marín C.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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