lunes, 29 de junio de 2020

Porque casarse no debería ser una opción

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Una nota sobre La trama nupcial, de Jeffrey Eugenides 


Por Paula Andrea Marín C. 

La gente no se enamoraría nunca si no hubiera oído hablar del amor. 
François de La Rochefoucauld 

Esta frase sirve de epígrafe a La trama nupcial, la tercera novela del escritor estadounidense Jeffrey Eugenides (el ya emblemático autor de Las vírgenes suicidas y de Middlesex), publicada originalmente en inglés en 2011 y en español en 2013 por Anagrama. ¿Por qué nos enamoramos? El epígrafe de Eugenides nos invita a leer su novela en clave de sospecha frente al discurso amoroso (no podría ser de otra manera en pleno siglo XXI para un escritor de su tradición), pero también a entender el amor como una manera profunda y honesta de explorarnos a nosotros mismos y a ese otro que camina a nuestro lado.

A inicios de la década de 1980, tres jóvenes universitarios estadounidenses (una mujer y dos hombres) están a punto de participar en su ceremonia de graduación, pero solo uno de ellos logrará arrojar su birrete al aire ese día. Madeleine, Leonard y Mitchell conformarán un singular triángulo amoroso que, al mismo tiempo, le servirá a Eugenides para mostrar una reflexión sobre la juventud y la dificultad de decidir qué hacer con tu vida cuando, empezando la veintena, tienes un título universitario. Madeleine se inclinará por la literatura inglesa, Leonard por la biología y Mitchell por la teología; su futuro próximo no es un trabajo sino conseguir una aceptación en alguna universidad para continuar sus estudios de posgrado.

Mitchell y Madeleine cuentan con unos padres que podrán sostenerlos mientras logran ubicarse en algún curso de posgrado, pero Leonard debe luchar por sostenerse con sus propios medios, por cabalgar el trastorno mental que le han diagnosticado (depresión) y por no sucumbir a alterar el tratamiento farmacéutico que le han recetado para controlarlo. Mitchell decidirá tomarse un año para viajar por Europa y por el sur de Asia; Madeleine dedicará ese mismo año a cuidar de Leonard. 

Madeleine: Buena estudiante, muy agraciada, interesada en las novelas de Jane Austen, George Eliot y Henry James, escritoras que habían decidido coger la pluma sin que nadie les hubiera dado el derecho a hacerlo y quienes, desde la literatura, van descubriendo un camino posible para la heroína de Eugenides. Madeleine: a quien el discurso deconstruccionista –que comenzaba a apoderarse de todas las disciplinas humanísticas desde finales de los 70– de Barthes no hace más que reconfirmarle sus ideas sobre el amor, incapaz de acostarse con un hombre si no se siente enamorada o si, después de acostarse, no se enamora de él. Madeleine: quien usa bikinis recatados, para quien es difícil reconocer sus fantasías sexuales y el hecho mismo de masturbarse.

La trama nupcial se podría leer como una versión contemporánea de Retrato de una dama, de Henry James. La heroína es una mujer inteligente con cierta fortuna, quien trata de desprenderse lo mejor que puede y con las herramientas que tiene a mano de las constricciones sociales y culturales de su medio; en esta búsqueda, equivoca su percepción e, influida por los intereses (soterrados) económicos de terceros, se casa con un hombre. Rápidamente, se da cuenta de su error. ¿Qué hacer? Hay otros pretendientes, pero ¿la respuesta es otro matrimonio?

Casi un siglo después, esta pregunta seguirá siendo válida para Madeleine, pero sobre todo para los dos hombres cercanos a ella; serán ellos, más que ella misma, quienes se pregunten si realmente ella los necesita a su lado como parejas y si no habrá una alternativa para el matrimonio o para la pareja tradicional. Estos personajes masculinos funcionan como uno de los aspectos más interesantes del libro: el narrador muestra a Mitchell y a Leonard como hombres enamorados y todas las inseguridades que se despiertan en ellos (en todos) a raíz de estarlo. Al mismo tiempo, son hombres que se cuestionan sus comportamientos a veces machistas, pero que desean ver a la mujer que aman feliz y libre.

Para las mujeres que nacimos veinte años después de los protagonistas de La trama nupcial, la pregunta sigue siendo igual de vigente: casarse a los veinte años no debería ser una opción ni para hombres ni para mujeres, parece decirnos Eugenides, pero enamorarse seguirá siendo algo inevitable –al menos por un buen tiempo más para la humanidad–. Podemos sufrir por amor o sufrir igual aceptando que ese sentimiento hace emerger en cada uno las capas más profundas de nuestra vulnerabilidad. Al enamorarnos de alguien, confiamos en que podremos mostrarle esa fragilidad que nos habita y que ese otro la acogerá compasivamente. Pero el amor casi nunca es suficiente para superar las diferencias que a veces se abren como enormes grietas entre ambos seres.

En la década de los 80, lejos de Estados Unidos, en un país suramericano, para la generación de mi madre, por ejemplo, casarse a los veinte años era una presión (y ella se casó a los 16). Treinta años después, los treinta se convierten en la edad en la que comienzas a sentir la presión social para formar una pareja estable y a largo plazo (y yo me casé a los 32). Aspiro a que en 20 años habrá más hombres y más mujeres para quienes esa presión ya no exista, para quienes estar solos no sea motivo de vergüenza ni un índice de anomalía que, inmediatamente, y para comodidad del sistema de salud, algún psiquiatra atenderá con pastillas.

Puedo contar la historia que he leído porque la autora dice que la depresión le viene de la baja autoestima… Y eso es algo con lo que yo me enfrento todos los días. Últimamente me he sentido muy mal conmigo misma por culpa de la relación con mi chico. Iba muy en serio con él cuando ingresé en el hospital. Y desde entonces no he vuelto a tener noticias de él… Esta mañana me he despertado sintiendo verdadera lástima de mí… “No eres lo bastante guapa. Por eso no viene”. Pero entonces me pongo a pensar en mi novio, y ¿sabes qué? Le apesta el aliento… ¿Por qué tengo una relación con un tipo como ese… que no tiene la mínima higiene oral?... Y la respuesta que me viene es: “Así es como te sientes tú… Como si valieras tan poco que tuvieras que estar con cualquiera que te hiciera un poco de caso”. (La trama nupcial). 

Hace unos días, en el episodio 17 del podcast argentino Concha escuché que hay un estudio sobre los príncipes de los cuentos de hadas; casi ninguno tiene nombre propio, a diferencia de las princesas. Las mujeres, sobre todo, hemos aprendido a ver al otro solo en la medida en la que se adapte a lo que necesitamos que sea; por lo general, el sucedáneo de nuestra propia autoestima o la solución para no pensar en nuestro propio destino. Confío en que cada día que pase los hombres sean menos eso para nosotras y que existan más hombres como Mitchell y como Leonard, que no teman cuestionar la noción de pareja tradicional ni tampoco teman a la libertad de las mujeres.


  • Jeffrey Eugenides. La trama nupcial. Trad. Jesús Zulaika. Barcelona: Anagrama, 2015.
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Publicado por Paula Andrea Marín C.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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