Por Sara Giraldo Posada
Dicen que la violencia no debe ser la respuesta a la violencia y esto es lo que se le reprocha a la población civil que salió anoche a las calles de Bogotá a hacerse sentir por las vías de hecho. Lo mismo se le recrimina a la oposición política, a los campesinos y trabajadores en Colombia, que han llegado a tomar las armas. También se nos pide a las feministas que no respondamos violentamente si es contra la violencia a la que nos enfrentamos.
Ese discurso que parece señalar una doble moral en el
oprimido, carece de validez, aunque es un postulado supremamente persuasivo.
Cala en las personas y hace que modifiquen su comportamiento y su forma de
pensar.
¿Por qué no es válida la violencia contra la violencia?
Ha habido en el mundo, por lo menos en el
occidentalizado, una profunda desigualdad social, que va desde lo económico
hasta lo social y lo cultural. Vemos que hay unos pocos que tienen mucho y
muchos que tienen muy poco. Sabemos que hay mujeres que no tienen con qué
comprar toallas higiénicas o con qué alimentar a sus hijos, personas que no
tienen acceso a los servicios públicos domiciliarios (no tienen agua o
energía), no pueden estudiar, no tienen seguridad social, no cotizan a pensión,
y posiblemente estén condenados a continuar dentro de ese círculo de pobreza
por más generaciones.
¿Pero saben por qué podemos pensar en educación, agua
potable y seguridad social? La respuesta es, en un sentido amplio, por la
violencia. La adquisición y reconocimiento de estos derechos es producto de la
evolución que han tenido las ideas que nos dejaron las revoluciones burguesas
de los siglos XVII y XVIII.
Dejando atrás ese dato, es importante que revisemos qué
conocemos por violencia, pues es común que lo único que entendamos por ello se
refiera a la violencia directa, es decir, a la física, a la que se ejerce sobre
los cuerpos. Sin embargo, este concepto tiene muchas subclases, está la
violencia estructural, la cultural, la institucional, entre muchas otras.
Ahora, la violencia institucional es la que se refiere a
la que se ejerce por parte del Estado en contra de sus asociados (nosotros), y
se materializa cuando no tenemos un sistema de salud digno, cuando debemos
acudir a los jueces para que se nos entreguen los medicamentos, cuando el
Estado entrega la plata de las pensiones a los bancos, cuando un grupo de
militares viola a una niña indígena, cuando dos policías matan a un hombre que
se encuentra reducido en el suelo, cuando el presidente utiliza eufemismos para
referirse a más de una decena de masacres ocurridas en un solo mes, cuando una
mujer se acerca a un hospital o un CAI a decir que la violaron y nadie le cree,
cuando se le hace un préstamo a una empresa por el valor de lo que costaría
cubrir la educación superior de todos los matriculados en universidades
públicas del país.
Dicho esto, ¿saben por qué es tan persuasivo ese discurso
de que “no se debe responder con violencia a la violencia”? ¿por qué hace que
la gente sienta más empatía con una pared que con un ser humano?, los lleva a
pensar que quemar un edificio es igual de grave que matar a una persona,
concluyen, incluso, que los bienes públicos son más importantes que los
habitantes de una ciudad. (Que maten a todos, pero que dejen tranqui el
Trasmilenio, al que se meten sin pagar pasaje).
La violencia entre iguales debería ser evitada. Se debe buscar, en la medida de lo posible, alternativas
de solución de conflictos. Pero cuando
hablamos del Estado, que debe cuidarnos, garantizar y satisfacer nuestros
derechos, velar por el bien común y la seguridad, y los individuos que no
tienen oportunidades y les aqueja la necesidad de reclamar sus derechos o de
protestar ante el abuso, la discusión es diferente.
¿Qué sugieren? ¿Que haya mesas de diálogo entre el
gobierno y los ciudadanos, como las hubo con el paro de noviembre de 2019? ¿que
la Policía y el Ejército pidan disculpas públicas y las cosas sigan igual? ¿Que
el Ministro de Hacienda diga que Avianca va a devolver la plata?
Pareciera que si no es como se han conseguido los
derechos en el mundo, a lo largo de la Historia, en Colombia el estado de cosas
va a permanecer igual. Así que, tal vez, sí haya que contestar con violencia
ante la violencia.