domingo, 16 de mayo de 2021

DIBUJOS EN EL AGUA (todo en uno)

4

MADRID. Abril 15, 2021


¿Reunir

Separar

Hacer de todas las cosas una

Dejarlo todo como está

y jugar sin reglas?

 

Pájaros que vuelan libres sobre este mundo caótico que suele acontecer a lo largo de la Historia en un entramado aparentemente simple, bañado de complejidad; inesperado, impermanente, inapresable.

Contar que

Al final me decidí por revisar y reunir en un libro las entradas que fui publicando en el blog de la revista Corónica de mayo a diciembre del pasado MMXX.

Hay una entrada final  

 

Pasen y lean




















OPERACIONES ESPECIALES 


 … y entro en los hospitales, y entro en los algodones, como en las azucenas. 












No quisiera dejar en el tintero una información que complementa la entrada (ocho) de este diario y en la que daba cuenta de una intervención quirúrgica fallida, que finalmente se llevó a cabo el 11 de noviembre de 2020 a primera hora de la mañana y de la que no tengo noción alguna dado el plácido sueño sin imágenes en que me sumergió la anestesia, durante tres horas larga sde las que desperté en la UCI y en la que permanecí en cuidadosa observación durante un día con su noche y algo más.


Sí fui consciente de mi situación y estado al despertar: De arriba a abajo el cuerpo llevaba medias anti trombos ajustadas desde los tobillos a las ingles, una sonda para los orines que durante un tiempo estuvieron teñidos de rojo por la sangre que los acompañaba. En ambas manos y brazos cuatro vías de feroces agujas hipodérmicas alimentaban con sueros, antibióticos y drogas químicas varias el cuerpo postrado, pero no rendido, al que se habían adherido entre pecho y espalda diversas ventosas para control de tensión arterial, latidos del corazón y demás constantes y sonantes en el monitor iluminado y multicolor que a un lateral de la cama semejaba esas pantallas negras a las que tan acostumbrados estamos desde la invención del celular o teléfono móvil que nos tiene paralizados como zombis sin futuro más allá de esa abducción cada vez más evidente. 


Para rematar esta especie de robot de carne, huesos, líquidos… y dado que habían entrado al cuerpo taladrando la parte alta de los orificios de la nariz, por uno una micro cámara por el otro el neurocirujano interviniendo a las órdenes del realizador, un estrepitoso vendaje, trufado con algodones y prótesis de goma, me obligaba a respirar por la boca que, claro, tenía sobre ella una mascarilla o tapabocas para evitar infecciones de Covid o parientes cercanos e invisibles con corona. 


No se estaba mal, a pesar de toda esta parafernalia; el personal sanitario y los calmantes hacían su labor.


Me subieron a planta al día siguiente, donde permanecí una semana en una habitación compartida con un señor al que la demencia senil atacaba por las noches, a tal punto que una de ellas, perdida la noción y la ubicación, se levantó cual quijote y su desvarío le llevó a arrancarse todo aquello que le conectaba con sus entradas y salidas, montando un estruendo infernal tras el que aparecieron varios sanitarios y se hizo la luz que mostró el suelo de la habitación encharcado de sangre y ahí te quiero ver. No llegó la sangre al rio y tras llamar al personal de limpieza, reorganizar las aberturas, sondas diversas y ponerle un poco de orden en la mente y unas presas en tobillos y muñecas, nos dieron un calmante a cada uno, a él por activa y a mí por pasiva, y llegó el sueño y no hubo nada. 


La estancia en el hospital me hizo comprobar y experimentar de primera mano la primera verdad del noble Buda: la del sufrimiento en el que toda vida consciente está sumida. El trajín diario entre enfermos y cuidadores, unos por curar y otros por curarse, que cada día a cada hora y en cualquier lugar del mundo sucede y genera pequeñas o grandes tragedias, calamidades y, en el mejor de los casos, finales felices por la recuperación de los daños y males aliviados, pude vivirlo sin intermediarios, admirado y agradecido por el trabajo impagable que despliega sin apenas queja el personal sanitario.


El gran teatro del mundo, que dijera Calderón de la Barca, en el que reímos y lloramos, se anhela y se olvida, nacemos y morimos a cada instante. La representación que no cesa, el telón que nunca se baja, el guion una y otra vez repetido. La rueda del samsara girando entre ruidos, quejas, desolación y otras algarabías. 


Volví a casa en compañía de una amiga, Maryvel, que me cuidó durante una temporada y cuando ya todo parecía más o menos controlado, y tras diversas pruebas postoperatorias, incluida la del otorrinolaringólogo, esta palabra me gusta, como caleidoscopio o bicicleta, me quedé solo en casa, como el niño de la película, y volví a hacer vida “normal”, aventurándome incluso a viajar en metro y autobús y dar una vuelta por el centro de Madrid, vacío de turistas, y pasear por el parque del Retiro recién abierto al público. Todo seguía su curso dentro del tiempo coronavirus y sus olas que, mal miradas, como el mar, son una redundancia; Krahe dixit.´ 


Y una mañana de domingo me levanté al baño y al lavarme la cara y sonarme ligeramente la nariz sucedió lo inesperado, por el orificio derecho una cascada de sangre empezó a salir y no había manera de pararla, el lavabo parecía una charca de frutos rojos. Taponé como pude el desaguisado con una mano mientras me vestía con ayuda de la otra y llamé al vecino de arriba que buscó un taxi y me ayudó a llegar a urgencias del hospital donde volví a repetir lo que hacía un mes parecía terminado. 


Tras casi 12 horas de infructuosos intentos de detener la hemorragia, llenar varias bolsas de basura con pañuelos de papel impregnados de flemas rojas y vomitar varias bandejas de sangre que se iba acumulando en el estómago, no hubo otro remedio que, a eso de las 11 de la noche, volver al quirófano, donde me dormí sin fondo ni forma y me cauterizaron sin más ensayos las venas inciviles ¿cómo se contabiliza ese tiempo de esta intervención y la anterior, que según el del reloj fueron unas 5 horas, en mi historia metafísica y mi sentir personal, hay una medida para esa ausencia presente? Tal vez fui El hombre que nunca estuvo allí, sin Lolita ni Ángeles con las caras sucias, que, entre otras películas recuerdan los Cohen en este relato negro y clásico.


Luego otra vuelta por 24 horas a la Unidad de Cuidados Intensivos tras despertar de la anestesia, habitación y estancia posteriores, parte de alta y otra amiga, Teresa, acompañándome a casa durante una semana en la que temía que la sangre volviera a salir en cualquier instante pintando de nuevo el lavabo de ese rojo intenso del que se me había quedado grabado el olor, la vista, el sabor, la estupefacción... El miedo es libre y en un momento de los muchos que estuve varado, recordó a mi vecina en urgencias a la que no llegué a ver la cara, una cortina blanca nos separaba, contestando a las preguntas de los médicos con una claridad aterradora. ¿Cuántas pastillas te has tomado? Todas. ¿Y por qué? Porque no quería seguir viviendo. 


Qué paradoja, yo que me había operado la primera vez para vivir más tranquilo y, como dicen los mimados, mejorar mi calidad de vida, quedándome sin sangre a cada instante, la anemia me pasó factura, y esa mujer desconocida rompiendo la baraja, no queriendo seguir con el juego de la vida que te da cartas de cualquier valor. A veces con las peores puedes apostar e incluso ganar de farol y otras con las mejores puedes perder fortunas, entre ellas la de la salud o, en el colmo de la suerte perra, la irrepetible de estar vivo.´ 


Han pasado más de tres meses y aunque no del todo, estoy recuperado de lo más burdo. Las pruebas en los diversos especialistas así lo atestiguan. Aunque sigo como aquel personaje de Brecht que caminaba con muletas que alguien le arrebató y rompió en su espalda y aprendió a caminar sin ellas. Por ahora ha pasado lo peor, aunque como él, ya sin muletas, sigo cojeando de vez en cuando, sobre todo a la hora del crepúsculo…



A eso de la media tarde  

me distraigo

me desbordo

me descentro

y nada me consuela

el mundo se hace inquietud

ni tu ausente presencia

me calma

me acalla

me acuna

entonces escribo

me deshago

me olvido

muero

y todo lo que me acompaña

desde que recuerdo

se olvida

y me encuentro sólo

cómo un ciego sordomudo

sin techo ni suelo

es la hora de la fiebre

decía mi madre

la antesala

de la agonía

el desvelo






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Aquí puedes (h)ojear algo del interior

 


y en papel… mientras hay bosques

 Acta est  fabula

                                             josé alias 2021 ©



https://issuu.com/josealias/docs/dibujos_en_el_agua_extractos__1_
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Publicado por jalias
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

4 comentarios:

  1. muy lindo, jose a, en esta prosa y en estos versos has dado en la médula.
    abrazo par sobrino también

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    1. muchas gracias, tío. rasgueados triples pa Estambul. cuídese

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  2. Sin poder volver atrás o coger otro camino,
    abandonado con confianza en manos expertas y mentes concentradas.
    Qué grandes e insignificantes somos.
    Me alegra que siga con ánimo de contarnos momentos tan variados.

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    1. hay que confiar, no hay otra... y sí, somos grandes a la vez que pequeños, la paradoja es la única verdad cotidiana. gracias por los ánimos y la alegría. bersos pal Sur.

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