lunes, 27 de septiembre de 2021

Querida Elizabeth

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Una nota sobre Una mujer de recursos, de Elizabeth Frosythe Hailey



 

Por Paula Andrea Marín C.

 

Al final, todos estamos solos y solo cuenta una opinión: la nuestra.

 

No hay vida tan aburrida que una imaginación vivaz no pueda transformar en arte.

 

No renunciaré a la responsabilidad de mi propia vida hasta el día en que me muera.

 

Elizabeth Frosythe Hailey, Una mujer de recursos.

 

Originalmente publicado en inglés, en 1978 (con bastante éxito, según leo), la editorial barcelonesa Libros del Asteroide publicó Una mujer de recursos en español hace seis años. Llegué a él, gracias a la recomendación de alguien que supo de mi gusto por los libros epistolares. La autora (E. Frosythe Hailey: Dallas, 1938) escribe sobre su abuela: una mujer nacida hacia finales del siglo XIX, en Estados Unidos, que ve transcurrir su vida a la par del siglo XX, hasta fines de la década de 1960. En sus más de setenta años de vida, Elizabeth, Bess, se casa dos veces y enviuda otras dos, tiene tres hijos y pierde uno, tiene nietos y biznietos, pierde una de sus casas, tiene un amante, sufre los reveses de la amistad, de las relaciones familiares y aquellos que trae la vejez. Bess es una “mujer de recursos” económicos: si bien abandona sus estudios universitarios para casarse, recibe de su madre una herencia que invierte en el naciente negocio de su primer marido, luego invierte en finca raíz y en la bolsa y, por último, en la empresa de aceros de su segundo esposo. Bess, así, puede disponer siempre de su propio dinero y encuentra maridos que respetan y alientan esa independencia, quizá porque muy pronto entiende que un matrimonio solo puede darse como una relación igualitaria entre dos personas que deciden acompañarse en el “viaje de la vida”: “Dos personas que avanzan por su propio esfuerzo, sin empujarse ni estorbarse la una a la otra, solo salvando con la mano la pequeña distancia que los separa para asegurarse de la confortante presencia del otro” (Una mujer de recursos).

 

Contado así, este libro no parecería tener mayor atractivo. Sin embargo, para quienes disfrutamos de la lectura de cartas y de la escritura intimista y confesional, resulta muy estimulante. A través de las páginas, repasamos varios sucesos históricos del siglo XX bajo la luz de la cotidianidad de quienes fueron sus contemporáneos: la Primera Guerra Mundial, la epidemia de gripe de 1918, la Gran Depresión de 1929, la Segunda Guerra Mundial, la popularización de la radio, la televisión, el teléfono y el tocadiscos, el asesinato de Kennedy. Pero también entendemos lo que aporta la estructura de la escritura epistolar al género de ficción: “Las cartas son un excelente recurso dramático, abarcan el tiempo, hacen innecesaria la descripción narrativa y, lo más importante, incitan al lector a que se imagine la acción omitida” (en el prólogo de Una mujer de recursos). Las cartas de Bess (dirigidas a diversos destinatarios con los que mantiene comunicación a través de los años), como un archivo imaginario e imaginado por su nieta (otra Elizabeth), permiten contar la historia de una mujer que, a su manera y con las herramientas que tenía a la mano, logró zafarse de varios de los impedimentos interpuestos a las mujeres para coartar su libertad; además de manejar su propio dinero, Bess conduce un carro propio y viaja sola dentro y fuera del país, cuando esto no era nada común entre las mujeres casadas.

 

La historia que aquí se cuenta es una narrada desde el punto de vista de una mujer con privilegios de clase y de dinero, cuyas elecciones están signadas por esos mismos determinantes sociales; sus cartas hablan de etiqueta, de los vestidos que se deben usar en ciertas ocasiones y en las que no, de lo imprescindible de elegir bien el colegio y la universidad para educar a sus hijos, de la necesidad de organizar una fiesta, luego de que se es invitado a otra. Sin embargo, más allá de estas características, lo que enamora de este personaje es su entusiasmo por la vida y su curiosidad por cada paso nuevo que puede dar. Para Bess, no tiene sentido quedarse un verano en casa, cuando hay tantos lugares por conocer; tampoco tiene sentido amarrarse a un espacio o a un círculo de amigos, cuando donde se llegue se puede levantar nuevamente un hogar y entablar relaciones con nuevas personas. Mucho menos lo tiene regodearse en el luto, la tristeza y en la tragedia, cuando es claro que la vida solo puede seguir su curso y que “nada nos es dado para siempre” (Una mujer de recursos), o abdicar ante la tiranía de los hijos (aunque se cuente con una niñera) y renunciar a tener un tiempo propio.

 

Bess es una de esas mujeres para las que “la idea de que [la] vida termine en el mismo sitio en el que empezó [le] daría escalofríos” (Una mujer de recursos). Este personaje no se amolda al de la ama de casa pasiva, sino todo lo contrario: una que entiende “la carga tan enorme [material y simbólica] que representan para un hombre su mujer y sus hijos” (Una mujer de recursos), la carga de ser el “proveedor” del hogar, que por tanto tiempo ha sido el papel principal de los hombres. En medio de esta situación repetida por siglos, algunas mujeres se atrevieron a “improvisar”: en lugar de ser invisibles detrás del esposo, echaron mano de sus pequeñas ventajas e hicieron revueltas silenciosas, no solo en el interior de sus casas, sino en sus itinerarios sociales. Bess fue una de ellas.

 

Así como, en medio de los grupos sociales desprovistos de estos mismos recursos tan abundantes en Bess, surgen excepciones a las historias de exclusión y miseria, la del libro de Frosythe Hailey es una nueva invitación a revisar las historias de estas mujeres “privilegiadas”, que bien pudieron sentarse a repetir la historia de sus antepasados, pero que decidieron hacer otra cosa: innovar su posición en el mundo, tal vez sin muchos riesgos, pero –como me explicaba una colega hace algún tiempo– también es cierto que a las mujeres de los grupos sociales privilegiados les es más difícil romper con ciertas restricciones, debido, precisamente, al temor a un castigo que, en esas clases, puede resultar mucho más fuerte: el ostracismo. Quizá Bess no sea un personaje revolucionario ni especialmente tocado por las privaciones, pero no es tampoco un personaje que actúe gregariamente, como se podría haber esperado de ella; Bess busca actuar por sí misma, desde sí misma, aunque siempre pensando en el mayor beneficio para ella, su marido y sus hijos (su clase). La filantropía es aquí un deber para con los pobres y para con la comunidad, pero un deber del que también se esperan beneficios a largo plazo.

 

Hay una frase que Bess repite en algunas cartas: “¿Por qué insiste la sociedad en que compartamos todas las experiencias de la vida con la misma persona? […] Estoy casada con un hombre al que quiero y respeto, pero eso no significa que no pueda apetecerme una relación similar con otros hombres” (Una mujer de recursos). Y otra más que se refiere a cómo las mujeres pasan de la casa de sus padres a las de sus maridos e incluso, en la vejez, a la de sus hijos (o al hogar geriátrico); siempre al cuidados de otros, nunca solas. Bess se casa en segundas nupcias más para brindarles a sus hijos un padre, que porque se sienta de nuevo enamorada; a su pesar, no puede aún echar por la borda el mandato social de la monogamia. Todavía hay muchas mujeres cuyas vidas no se han desprendido de estar al “cuidado” de otros (o cuidando a otros), que no han tenido la oportunidad de aprender a cuidarse a sí mismas. El siglo XX nos enseñó –entre otras muchas cosas– que las mujeres podemos ser independientes económicamente, materialmente, pero aún queda mucho por aprender acerca de la independencia emocional: vivir solas a gusto, sin vergüenza, no necesitar desesperadamente de una pareja y, sin embargo, tener derecho a disfrutar del amor de unos cuantos seres y de no morir en el abandono. Haremos todo lo posible para que así sea.

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Elizabeth Frosythe Hailey. Una mujer de recursos. Trad. Concha Cardeñoso. Barcelona: Libros del Asteroide, 2015.

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Publicado por Paula Andrea Marín C.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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