martes, 31 de mayo de 2022

Un tiempo propio

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Sobre Diario de una soledad, de May Sarton



Por Paula Andrea Marín C.

 

Imita a los árboles. Aprende a perder para luego recobrar, y recuerda que nada permanece igual por mucho tiempo, ni siquiera el dolor, el dolor psíquico. Resiste. Déjalo pasar. Suéltalo.

 

Hay que pensar como una heroína para comportarse como un mero ser humano decente.

 

--May Sarton, Diario de una soledad.

 

Día 1:

La luz tenue se cuela por el umbral de la puerta de la habitación; el vecino, nuevamente, ha puesto música a un alto volumen hasta las 5 a.m. y solo has podido dormir dos horas, justo hasta cuando la gata se levanta y empieza a maullar junto a la cama. Tratas de convencerla para que se acueste contigo otro rato, pero no lo logras. Te levantas y riegas las plantas; la gata va detrás de ti maullando más fuerte para que te detengas a darle agua también a ella. Sientes en el aire, dentro de ti, que este será uno de esos días en los que la soledad pesará. Haces lo mismo de siempre: desayunar lo que más te gusta, ordenar un poco la casa, bañarte, vestirte y sentarte a trabajar hasta el medio día, cuando te pararás a preparar el almuerzo y a escuchar algún capítulo de un podcast que disipe un poco la ausencia de otras voces dentro de la casa y que provoque palabras nuevas en tu cabeza. Luego del infaltable café, te volverás a sentar hasta terminar todas las tareas que tienes para ese día. No tienes citas para esa noche, llamadas pendientes o algún plan para salir y te das cuenta de que tampoco para los demás días de la semana. Buscas algo para ver o para leer, antes de dormirte, rogando a los dioses que tu vecino no regrese hoy a casa y que mañana, al despertar, el peso de la soledad haya desaparecido del pecho.

 

Día 2:

El día ha comenzado muy bien: el cielo está abierto, de un azul infinito. Cuando prendes el celular, hay un mensaje de C. Dice que te llamará al medio día. Sonríes. Sabes que, por estos días, la conversación de C. es la única que te da una sensación de conexión verdadera, tan diferente a las charlas o a las conversaciones de salón; la única que apacigua la sensación de aislamiento. Descubres que hay una diferencia entre la soledad y el aislamiento, y que es a este último al que le temes. Piensas también en que, cuando vives sola, sin una compañía humana cotidiana, la presencia de los amigos y amigas adquiere mayor relevancia, porque se convierte en la forma en la que nos proveemos de ese necesario contacto mínimo con otros seres humanos. Agradeces que tu mamá pregunte por ti cada mañana –aunque a veces no quieras contestarle el teléfono–, porque sabes que pasarán días, antes de que alguien más lo haga; agradeces que haya alguien en el mundo -aparte de ti misma- a quien tu vida le importa. Revisas la programación de la Cinemateca y sientes que hay una película que quieres ver; la perspectiva de salir y ver gente en movimiento te pone contenta. Sabes que adoras tu casa y tus momentos de silencio y de solitariedad, que has tenido la fortuna de convertir ese espacio en un verdadero hogar, pero –como casi todo en la vida– también sabes que algo se valora más cuando podemos verlo en perspectiva. Le escribes a H. para invitarlo a ver la película; ha dicho que sí y la alegría aumenta al imaginarte las palabras que intercambiarán luego de la función. Has rechazado todas las reuniones de trabajo que te habían programado para esa semana porque tienes un artículo por escribir. Das vueltas por toda la casa, antes de sentarte frente al computador. Sabes que es normal, que pese a que lleves más de 20 años haciendo lo mismo, el miedo a no tener nada que decir siempre aparece, antes de escribir la primera frase. Respiras: el teclado es ahora un piano.

 

Día 3:

Comenzaste anoche la lectura de Diario de una soledad, de la poeta, novelista y memorialista May Sarton (Bélgica, 1912-EEUU, 1995). Lo compraste porque leíste un fragmento que un escritor y librero a quien aprecias publicó en sus redes sociales y sentiste que alguien te hablaba. Sarton llevó durante un año (otoño de 1971-verano de 1972) un diario con un propósito: desmitificar su vida solitaria como un paraíso, y lo publicó en 1973, pero solo hasta 2021 fue traducido al español por la editorial Gallo Nero. Son demasiadas coincidencias –piensas–: ella comparte su casa con un animal (un loro), rodeada de flores y de plantas (de su jardín), es escritora y concibe la poesía como una herramienta de construcción del alma, sale solo en contadas ocasiones y recibe visitas en otras cuantas. La mayor parte del tiempo, su rutina implica mantener en pie la casa (con todo lo agotador que esto puede llegar a ser), su trabajo y su propio ánimo, que se ve a menudo arrastrado por la sensación de soledad, pero sobre todo de aislamiento. Sarton vive a las afueras de un pueblo de EEUU, sus vecinos son granjeros y es visitada por una gata salvaje que, poco a poco, se dejará domesticar a cambio de abrigo para el invierno y leche caliente; a veces, saldrá de viaje para realizar conferencias y lecturas públicas de su obra o para encontrarse con su pareja: una mujer con la que lleva un año de relación, pero que, a lo largo de ese otro año del diario, se revelará como un vínculo que se va desgastando por la distancia y la falta de comprensión. Muchas mujeres (casadas, con hijas e hijos o ya en su madurez y solteras) le escriben a Sarton envidiándole su “alegre” y “tranquila” vida solitaria, llena de tiempo para ella misma y especialmente para escribir sus obras. Crees que lo más interesante de Diario de una soledad es que Sarton desnude la dificultad de vivir en esa soledad, de manejar el propio tiempo y de la creación artística: escribir como un oficio solitario, la pesadilla de esperar reseñas o de la demasiada exhibición al ocuparse de la promoción de los libros, y el milagro del encuentro con alguna lectora o lector. Cuando la depresión o la ansiedad hacen su aparición, lo único que calma a Sarton es darle de comer a su loro o cuidar su jardín, observar los naturales y sagrados ciclos de vida y muerte: “Seguir adelante con la vida, instante tras instante, hora tras hora […], intentar crear un cierto orden y paz a mi alrededor, aunque no lo consiga dentro de mí” (Diario).

 

Día 4:

No hay respuesta posible, te dice Sarton. Hay excepciones: mujeres que han logrado felizmente ser esposas, madres y profesionales, pero que –como todas y todos– pagan un precio por tener esa vida: uno económico, pero también el agotamiento físico y emocional. Otras mujeres se han quedado atrapadas en su rol de madres y de esposas, sin espacio ni tiempo para ellas; otras, se sienten atrapadas en su rol de mujeres profesionales independientes sin pareja y sin hijos, sin contención material o emocional, pero con el lujo de tener tiempo para pensar y para ser. Te gusta decir que todas pagamos un precio, que todas tenemos ventajas y desventajas, y que nuestras circunstancias dependen de cuánto estemos dispuestas a pagar por nuestra autonomía o por nuestro bienestar –sea cual sea– y de asumir las consecuencias. Amas que Sarton mencione tanto a Jung, que reitere la importancia de vérnosla con nuestra sombra, de iluminar la oscuridad que también somos. Piensas en la tuya, que anoche salió –siempre sin tu permiso– cuando llevabas ya varias copas de vino, mientras conversabas con J.: tu personaje altanero, cínico y amargo que, afortunadamente, J. acoge con humor y comprensión. Repites con Sarton que las relaciones con otras personas son necesarias para crecer y admiras en ella que, a sus 58 años, decidiera abrirse a otra experiencia amorosa, al desafío de entregar “nuestro interior más secreto y profundo” (Diario), de entender que el amor apasionado no pertenece únicamente a la juventud y que, si estamos dispuestas, viviremos muchas clases de amor en nuestras vidas.

 

No te cabe duda de que demasiada soledad enloquece y demasiada compañía también. Cada persona sabe cuánto necesita de cada estado y deberás buscar tus propias “dosis” diarias; el inconveniente aparece cuando no hay forma de procurarte esas “dosis”, ese alimento para tu alma y tal como anda el mundo cada vez resulta más fácil encontrar momentos de soledad que verdadera compañía y conexión emocional con alguien. Cuando alcanzas un equilibrio entre los dos estados, entre el desapego y la receptividad, Sarton te dice que logras una “desenvoltura del alma” (Diario). La soledad te permite conectar intensamente con tu propia existencia y tener esta experiencia te sirve para conectar con otras personas “en el sentido más fundamental” (Diario). La soledad, desde este punto de vista, se parece a regresar a un hogar que está también dentro de ti misma: un lugar “donde hallo la renovación y la seguridad que necesito, donde se desvanecen las heridas y los ataques por un tiempo, donde todos los sentidos se nutren y el alma puede descansar” (Diario). A veces, no hay hogar (ni físico ni espiritual) al cual volver y es tiempo de un cambio, como lo ve Sarton al final del año de su diario; la casa, la ciudad, las personas ya no te dicen nada y es momento de buscar nuevas mareas.

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  • May Sarton. Diario de una soledad. Trad. Blanca Gago. España: Gallo Nero, 2021.


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Publicado por Paula Andrea Marín C.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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