lunes, 6 de junio de 2022

El amor de Rubem Fonseca en el corazón

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Rubem Fonseca ilustrado por Rafa Campos Rocha

Rubem Fonseca no nos salva de la desesperación. Nos horroriza. Es por eso que no hizo parte de mis lecturas juveniles. La primera vez que tuve un libro suyo en mis manos lo tomé de la mesa de estudio de mi hermana: Los mejores relatos, de la Editorial Alfaguara, una selección de cuentos sacados de su obra publicada desde 1963 (con Los prisioneros, que, según cuenta el mismo Fonseca, salió a la luz prácticamente sin darse cuenta gracias a un amigo al que le gustó el manuscrito) hasta 1997 (con el libro Historias de amor, que contiene uno de los mejores cuentos de la colección). 

Son más de treinta años de escritura. ¿Qué pasó antes de eso? Si tenemos en cuenta la fecha de su nacimiento (11 de mayo de 1925) y la publicación de su primer libro, podemos decir que Fonseca fue un escritor tardío, aunque esa palabra nos inscriba inmediatamente dentro de la lógica errónea de que los escritores deben empezar sus carreras siendo jóvenes precoces. Fonseca se tomó su tiempo. Primero estudió Derecho. Después se incorporó a la policía como comisionado en el servicio de relaciones públicas, un trabajo de oficina, e hizo una especialización en Administración de Empresas en Estados Unidos. Para ese momento de su vida ya había pasado de los treinta. Adiós a la celebridad como autor joven. Bienvenida la edad de la madurez, cuando se ha vivido, se ha experimentado, se ha sufrido, se ha gozado y, por tanto, ha cristalizado el carácter. 

Podemos suponer que Fonseca estaba capacitado para escribir mucho antes si se lo hubiera propuesto. ¿Qué se necesita para que otros nos miren como lo que deseamos ser? Es este caso, conocer las reglas de la gramática, y Fonseca las dominaba. ¿Qué otra cosa? Leer mucho, y Fonseca era un devorador de obras maestras. ¿Qué más? Tener ambición, algo que no falta en muchos de los personajes de Fonseca, ni tampoco (por aquello de que “cada cosa engendra su semejante”, como apuntó Cervantes) en el mismo Fonseca. 

Aun así dejó pasar unos años más trabajando como abogado litigante en la defensa de los desposeídos de Río de Janeiro. Porque una cosa es saber escribir, y otra es tener un destino de escritor. Los que se inclinan por descollar rápidamente escriben desde lo que aspiran a ser; los otros lo hacen desde lo que son. Los primeros intentan destacar dentro de un mundo competitivo. Los segundos no compiten con nadie, salvo con ellos mismos. Los primeros pueden alcanzar la fama, pero nunca son tan dignos como los segundos. 

Rubem Fonseca se convirtió en su propio destino. El hecho de que no escribiera antes no quiere decir que no estuviera cumpliendo con su destino de escritor. Para cuando publicó sus primeros cuentos ya tenía un estilo, el de su cuerpo. Ya tenía una voz, la de su carácter. Ya había un ritmo, el de sus huesos. Sus historias debieron haber aparecido como consecuencia de esa fuerza física puesta al servicio de la ficción literaria. 

Por esa razón el autor se muestra sin tapujos en todos sus relatos, unas veces travestido en criminal, en empresario asesino, en pedófilo, en detective, en boxeador, y otras como el escritor que fue. 

A Los prisioneros le siguió otros dos libros de cuentos (El collar del perro, 1965; y Lúcia McCartney, 1967) antes de publicar su primera novela, El caso Morel, en 1973. Luego apareció Feliz año nuevo (1975) y El cobrador (1979); también libros de relatos, que lo hicieron célebre por la censura que recayó sobre él como autor de apologías del crimen y la degeneración moral. 

El volumen de Los mejores relatos que una vez estuvo en mis manos siendo un adolescente contiene partes de estos últimos títulos, a excepción de El caso Morel. A los que se suma Novela negra (1992), El agujero en la pared (1994) y el ya mencionado Historias de amor (1997). 

¿Cuánta genialidad hay en la obra cuentistica escrita por Fonseca en ese periodo? Mucha, pero eso no quiere decir que todas las historias que se encuentran en esa colección sean estupendas. Algunos relatos parecen los ejercicios de calentamiento de un atleta que sabe que aquello es solo una rutina previa a la verdadera prueba física, cuando llega el momento de medir su fuerza y su resistencia. Por eso podemos encontrar relatos muy buenos, como El amor de Jesús en el Corazón, El ángel de la guarda, Ciudad de Dios, Artes y oficios, La carne y los huesos, El globo fantasma, Mirada, Nau Catrineta, El otro. O relatos francamente malos, como Idiotas que hablan otra lengua y Amarguras de un joven escritor

Leí el libro de atrás hacia adelante; es decir, que comencé con los cuentos escritos a más de tres décadas de haber publicado los primeros. En el orden que sea, cualquiera puede advertir que, con el tiempo, Fonseca fue depurando su estilo (tal vez empezó a editar más, con “motivación y paciencia”, como lo declaró en una de sus poquísimas entrevistas). Por ejemplo, El amor de Jesús en el Corazón es una historia policial que va directamente al grano, con un final inevitable. El tema es el asesinato de algunas niñas que estudian en un colegio dirigido por monjas. Fonseca nos hunde en la trama sin llevarnos a presenciar la violencia directamente (como sí lo hace en muchos otros cuentos); solo describe las escenas de los crímenes y deja que la psicología de los personajes (expresada en sus diálogos) refleje lo que va a suceder. Al final, se cumple el destino tejido por las pasiones de esos mismos personajes. 

Volví a Fonseca desde hace algunos años, inspirado por la vitalidad, la longevidad y la productividad del autor. Cuando me enteré de su muerte en el 2020, recuerdo que sentí algo de tristeza, como si de repente me hubiera quedado un poco solo en el mundo. Entonces busqué los escasos artículos periodísticos que existen escritos por personas que lo entrevistaron o lograron hablar con él. En uno de ellos Fonseca decía que para escribir no es necesario ser inteligente ni una gran persona. Solo hay que perseverar, y tener coraje. 

También, que se sentía cada vez más atraído hacia las mujeres. 

Tenía 83 años y estaba más vivo que nunca.
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Publicado por Pedro Ismael Cárdenas Ballesteros
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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