domingo, 25 de junio de 2023

Sentir es incómodo

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Sobre La ocupación, de Annie Ernaux



Por Paula Andrea Marín C.

 

Solo me esfuerzo por describir el imaginario y los comportamientos de esos celos que se apoderaron de mí, por transformar lo individual y lo íntimo en una sustancia sensible e inteligible de la que quizá se adueñen unos desconocidos… Ya no es mi deseo, ya no son mis celos los que están presentes en estas páginas, es el deseo, son los celos y yo obro desde la invisibilidad.

Annie Ernaux (La ocupación).

 

La editorial española Cabaret Voltaire tradujo al castellano y publicó el año pasado La ocupación, de la más reciente Premio Nobel de Literatura, Annie Ernaux, una obra originalmente publicada en francés en 2002, por Gallimard. La cuestión parece banal –como suele ocurrir con las obras de Ernaux–: tras seis años, la narradora decide terminar su relación con W., por no verse capaz de cambiar su libertad de mujer divorciada (después de 18 años de matrimonio) para volver a convivir con alguien, tal como W. lo deseaba. Luego de este “final”, pasan algunos meses en los que siguen llamándose, viéndose y acostándose, ocasionalmente, hasta cuando W. comienza una relación con otra mujer y se va a vivir con ella. W. no deja de verse con la narradora, pero sí acuerda con ella ciertas reglas: solo llamarse a través del celular, no verse en las noches ni los fines de semana. Allí empieza el “infierno” de los celos para la narradora y la seguimos en ese descenso durante 73 páginas, en las que se siente ocupada, invadida, poseída por otra mujer: la nueva pareja de W.; más aún cuando se entera de que esa otra mujer, al igual que ella, es mayor que W. y divorciada. Este hecho la hará sentir como alguien “intercambiable” en la vida de W., de poco valor:

 

En ese vaciado de uno mismo que son los celos, que transforma toda diferencia con el otro en inferioridad, no solo era mi cuerpo, mi cara, los que resultaban devaluados, sino también mis actividades, todo mi ser. 

(La ocupación).

 

Los celos son una emoción despreciada, sobre todo, porque delatan el sentimiento de inseguridad en sí mismo o sí misma de quien los experimenta –y nadie quiere ser visto así, a riesgo de perder “valor”–; de allí que deban vivirse hacia dentro, no demostrarse. La obra ya clásica El túnel, de Ernesto Sábato, narra también –entre otros asuntos– esta travesía por el averno que termina en el asesinato del sujeto amoroso, convertido en objeto de posesión (un feminicidio, si dejamos de lado la significación simbólica y psicológica de la novela de Sábato). Cuando es un hombre el que siente celos, por lo general, los expresa a través de la ira y así hace que su intenso dolor sea escuchado y, en cierto sentido, respetado, por medio de la imposición de un poder. Los celos, pues, parecen desatar las pulsiones más salvajes; sin embargo, resulta más excepcional que una mujer exprese sus celos con violencia (aunque haya un sartal de crímenes pasionales con este móvil). Annie Ernaux no evade los celos como pulsión salvaje (hacia otro u otra o hacia sí misma) ni como emoción despreciada socialmente; más bien los aprovecha para llevar hasta el final esa emoción y descubrir la verdad personal que se esconde tras ella. ¿Por qué si había decidido terminar con W., la nueva pareja despierta en ella un renovado deseo por él?

 

La primera escena descrita por Ernaux en La ocupación es una mañana con su pareja; yacen desnudos en la cama y ella lo primero que hace cuando se despierta es “agarrar” (como tantas lo hemos hecho, pero difícilmente lo admitiríamos en público) el pene de su compañero: “Mientras siga asida a esto, no estaré perdida en el mundo”, piensa. Hay varias expresiones en la obra que reiteran esta primera escena: la sensación de que la mirada de W. la devolvía a su ser y perderla la perdía a ella misma, la sensación de “desamparo de la mujer que ya no es amada”, el dolor por ya no ser “la primera e indispensable depositaria de su vida [la de W.] en el día a día” y porque su cotidianidad [de ella] había dejado de interesarle [a él]”. ¿Por qué necesitamos de la mirada de otro ser para sentir nuestra propia existencia, para validarla? ¿Y por qué necesitamos que esa mirada sea solo para nosotras, para sentirnos “especiales”? Desde Memoria de chica (la reconstrucción de su vida como adolescente), Ernaux ha indagado en esto; Perderse y Pura pasión también lo abordan directamente, a través de la recreación de otra situación en la que ella se encuentra en la posición de “amante”. Desde que entramos en la cama con el primer hombre (o la primera mujer), parece ser que la mirada de las mujeres (y de los hombres) deja de buscar la aprobación de los padres (sobre todo, de uno de ellos) para pasar a buscar la de una pareja (amante, novio, esposo).

 

Desde un feminismo radical, las obras de Annie Ernaux podrían ser recibidas como políticamente incorrectas. La autora francesa aborda los temas de la intimidad femenina, de su psiquis, que no suelen ser tocados en los textos ensayísticos o más teóricos del feminismo, pero en los que creo que residen las contradicciones más profundas y las preguntas más esenciales de toda desconstrucción que aspire a ser feminista. Al mismo tiempo, son temas que causan vergüenza entre más se asciende en los estratos sociales. Las narradoras que construye Ernaux no le temen a exponer los lugares comunes de las emociones humanas: ellas también han llorado escuchando una canción popular, ellas también han consultado a una tarotista, ellas también han espiado a alguien, observado sus movimientos (virtuales y reales) a escondidas. No somos especiales en nuestras emociones y, sobre todo, en la manera en la que las afrontamos. En los estratos sociales altos se acostumbra a asumir, la mayoría de las veces como máscara, una especie de estoicismo con el que se busca marcar una distinción frente a los estratos sociales populares. Este no es el caso de Ernaux.

 

Los celos tienen dos mecanismos de manifestación: la envidia y la inseguridad; a la primera, la mueve el fuego; a la segunda, el agua. El fuego de la envidia (la competencia) es un mecanismo devorador que quiere arrasar con la existencia del que tenemos en frente para apoderarnos de algo que creemos que solo nos pertenece a nosotros-nosotras; el agua de la inseguridad nos inunda y tiende a ahogarnos. En ambos casos, somos como polillas atraídas por la luz del dolor, por un patrón de comportamiento que repetimos, a la manera de un trauma. En últimas, ambos mecanismos resultan ser el resultado de la comparación (“la otra es mejor que yo y por eso él está con ella”) y la amenaza (“si ella existe, yo ya no tengo justificación de ser, pierdo existencia”). En La ocupación, ambas manifestaciones se imbrican. A pesar de que la narradora ya había decidido terminar con W. para salvaguardar su libertad, seguía viéndose con él como una manera de afirmar su valor; cuando aparece la nueva pareja, surge la amenaza de perderlo. Al final, se trata, de no (poder) querer ser absolutamente responsables de nuestras decisiones, de no confiar en que lo que decidimos es lo que realmente deseamos hacer, a pesar de las consecuencias; esto hasta cuando podemos salir del trauma o, al menos, ser conscientes de la piedra con la que solemos tropezar cuando de relaciones se trata.

 

Como las demás obras de Ernaux, La ocupación nos propone preguntarnos hasta llegar a nuestra verdad (la escritura siempre en ella asumida como pregunta, como indagación): ¿Para qué necesito seguir agarrada al pene de este hombre? ¿En verdad necesito seguir existiendo a través de su mirada? En medio de la desesperación, de la emoción exaltada, preferimos, por lo general, combatirla con enojo, violencia (simbólica) hacia el otro, la otra o nosotras mismas. Tememos más hacernos preguntas incómodas, que quedarnos apegadas a nuestro trauma. La ocupación está atravesada por la idea de que si somos capaces de ir hasta el final de lo que sentimos llegaremos a una verdad que, si bien nos tocará una herida, al mismo tiempo nos liberará. Cuando la encontramos, viene la verdadera ruptura con el otro. Escribimos la carta de la cual ya no esperamos respuesta, como quien una mañana se da cuenta de que puede vivir sin su adicción (al dolor, a la herida, en este caso).

 

Para algunas personas, las relaciones de pareja resultan más fundamentales que para otras; alcanzar la "fusión" con otro u otra se convierte en parte del sentido de la existencia. Ese lugar desde el que se viven esas relaciones ocasiona las dichas más grandes y también los enormes sufrimientos. En el caso de Ernaux, estas pasiones son asumidas como un lujo, una forma de rebelarse frente a la vida burguesa de la familia, el matrimonio, los títulos académicos y el trabajo. Se trata de asumir la rebeldía con sus consecuencias y ver qué tienen para nosotros: de un lado el placer y de otro una vía para reconocernos, si entendemos que ser rebeldes es, sobre todo, ser responsables de lo que elegimos.

 

Annie Ernaux, La ocupación. Trad. Lydia Vásquez. Madrid: Cabaret Voltaire, 2022.

 


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Publicado por Paula Andrea Marín C.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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