Sobre La ocupación, de Annie Ernaux
Por
Paula Andrea Marín C.
Solo me esfuerzo por describir el imaginario y los comportamientos de esos celos que se apoderaron de mí, por transformar lo individual y lo íntimo en una sustancia sensible e inteligible de la que quizá se adueñen unos desconocidos… Ya no es mi deseo, ya no son mis celos los que están presentes en estas páginas, es el deseo, son los celos y yo obro desde la invisibilidad.
Annie
Ernaux (La ocupación).
La editorial española Cabaret
Voltaire tradujo al castellano y publicó el año pasado La ocupación, de la más reciente Premio Nobel de Literatura, Annie Ernaux, una obra originalmente
publicada en francés en 2002, por Gallimard. La cuestión parece banal –como suele
ocurrir con las obras de Ernaux–: tras seis años, la narradora decide terminar
su relación con W., por no verse capaz de cambiar su libertad de mujer divorciada (después de 18
años de matrimonio) para volver a convivir con alguien, tal como W. lo deseaba.
Luego de este “final”, pasan algunos meses en los que siguen llamándose, viéndose
y acostándose, ocasionalmente, hasta cuando W. comienza una relación con otra mujer
y se va a vivir con ella. W. no deja de verse con la narradora, pero sí acuerda
con ella ciertas reglas: solo llamarse a través del celular, no verse en las
noches ni los fines de semana. Allí empieza el “infierno” de los celos para la
narradora y la seguimos en ese descenso durante 73 páginas, en las que se
siente ocupada, invadida, poseída por otra mujer: la nueva pareja de W.; más
aún cuando se entera de que esa otra mujer, al igual que ella, es mayor que W.
y divorciada. Este hecho la hará sentir como alguien “intercambiable” en la
vida de W., de poco valor:
En ese vaciado de uno mismo que son los celos, que transforma toda diferencia con el otro en inferioridad, no solo era mi cuerpo, mi cara, los que resultaban devaluados, sino también mis actividades, todo mi ser.
(La ocupación).
Los celos son una emoción
despreciada, sobre todo, porque delatan el sentimiento de inseguridad en sí
mismo o sí misma de quien los experimenta –y nadie quiere ser visto así, a
riesgo de perder “valor”–; de allí que deban vivirse hacia dentro, no
demostrarse. La obra ya clásica El túnel,
de Ernesto Sábato, narra también –entre otros asuntos– esta travesía por el averno
que termina en el asesinato del sujeto amoroso, convertido en objeto de posesión
(un feminicidio, si dejamos de lado la significación simbólica y psicológica de
la novela de Sábato). Cuando es un hombre el que siente celos, por lo general, los
expresa a través de la ira y así hace que su intenso dolor sea escuchado y, en
cierto sentido, respetado, por medio de la imposición de un poder. Los celos,
pues, parecen desatar las pulsiones más salvajes; sin embargo, resulta más
excepcional que una mujer exprese sus celos con violencia (aunque haya un
sartal de crímenes pasionales con este móvil). Annie Ernaux no evade los celos
como pulsión salvaje (hacia otro u otra o hacia sí misma) ni como emoción
despreciada socialmente; más bien los aprovecha para llevar hasta el final esa
emoción y descubrir la verdad personal que se esconde tras ella. ¿Por qué si
había decidido terminar con W., la nueva pareja despierta en ella un renovado
deseo por él?
La primera escena descrita por
Ernaux en La ocupación es una mañana
con su pareja; yacen desnudos en la cama y ella lo primero que hace cuando se
despierta es “agarrar” (como tantas lo hemos hecho, pero difícilmente lo admitiríamos en público) el pene de su compañero:
“Mientras siga asida a esto, no estaré perdida en el mundo”, piensa. Hay varias
expresiones en la obra que reiteran esta primera escena: la sensación de que la
mirada de W. la devolvía a su ser y perderla la perdía a ella misma, la
sensación de “desamparo de la mujer que ya no es amada”, el dolor por ya no ser
“la primera e indispensable depositaria de su vida [la de W.] en el día a día”
y porque su cotidianidad [de ella] había dejado de interesarle [a él]”. ¿Por
qué necesitamos de la mirada de otro ser para sentir nuestra propia existencia,
para validarla? ¿Y por qué necesitamos que esa mirada sea solo para nosotras,
para sentirnos “especiales”? Desde Memoria
de chica (la reconstrucción de su vida como adolescente), Ernaux ha
indagado en esto; Perderse y Pura pasión también lo abordan
directamente, a través de la recreación de otra situación en la que ella se
encuentra en la posición de “amante”. Desde que entramos en la cama con el
primer hombre (o la primera mujer), parece ser que la mirada de las mujeres (y
de los hombres) deja de buscar la aprobación de los padres (sobre todo, de uno
de ellos) para pasar a buscar la de una pareja (amante, novio, esposo).
Desde un feminismo radical, las
obras de Annie Ernaux podrían ser recibidas como políticamente incorrectas. La autora francesa aborda
los temas de la intimidad femenina, de su psiquis, que no suelen ser tocados en
los textos ensayísticos o más teóricos del feminismo, pero en los que creo que residen las contradicciones más profundas y las preguntas más esenciales de toda desconstrucción que aspire a ser feminista. Al mismo tiempo, son temas que causan
vergüenza entre más se asciende en los estratos sociales. Las narradoras que
construye Ernaux no le temen a exponer los lugares comunes de las emociones
humanas: ellas también han llorado escuchando una canción popular, ellas
también han consultado a una tarotista, ellas también han espiado a alguien,
observado sus movimientos (virtuales y reales) a escondidas. No somos
especiales en nuestras emociones y, sobre todo, en la manera en la que las
afrontamos. En los estratos sociales altos se acostumbra a asumir, la mayoría
de las veces como máscara, una especie de estoicismo con el que se busca marcar
una distinción frente a los estratos sociales populares. Este no es el caso de
Ernaux.
Los celos tienen dos mecanismos de
manifestación: la envidia y la inseguridad; a la primera, la mueve el fuego; a la
segunda, el agua. El fuego de la envidia (la competencia) es un mecanismo
devorador que quiere arrasar con la existencia del que tenemos en frente para
apoderarnos de algo que creemos que solo nos pertenece a nosotros-nosotras; el
agua de la inseguridad nos inunda y tiende a ahogarnos. En ambos casos, somos
como polillas atraídas por la luz del dolor, por un patrón de comportamiento
que repetimos, a la manera de un trauma. En últimas, ambos mecanismos resultan
ser el resultado de la comparación (“la otra es mejor que yo y por eso él
está con ella”) y la amenaza (“si ella existe, yo ya no tengo justificación de
ser, pierdo existencia”). En La ocupación,
ambas manifestaciones se imbrican. A pesar de que la narradora ya había
decidido terminar con W. para salvaguardar su libertad, seguía viéndose con él
como una manera de afirmar su valor; cuando aparece la nueva pareja, surge la
amenaza de perderlo. Al final, se trata, de no (poder) querer ser absolutamente
responsables de nuestras decisiones, de no confiar en que lo que decidimos es
lo que realmente deseamos hacer, a pesar de las consecuencias; esto hasta cuando podemos salir
del trauma o, al menos, ser conscientes de la piedra con la que solemos
tropezar cuando de relaciones se trata.
Como las demás obras de Ernaux, La ocupación nos propone preguntarnos hasta llegar a nuestra verdad (la escritura siempre en ella asumida como pregunta, como indagación): ¿Para qué necesito seguir agarrada al pene de este hombre? ¿En verdad necesito seguir existiendo a través de su mirada? En medio de la desesperación, de la emoción exaltada, preferimos, por lo general, combatirla con enojo, violencia (simbólica) hacia el otro, la otra o nosotras mismas. Tememos más hacernos preguntas incómodas, que quedarnos apegadas a nuestro trauma. La ocupación está atravesada por la idea de que si somos capaces de ir hasta el final de lo que sentimos llegaremos a una verdad que, si bien nos tocará una herida, al mismo tiempo nos liberará. Cuando la encontramos, viene la verdadera ruptura con el otro. Escribimos la carta de la cual ya no esperamos respuesta, como quien una mañana se da cuenta de que puede vivir sin su adicción (al dolor, a la herida, en este caso).
Para algunas personas, las
relaciones de pareja resultan más fundamentales que para otras; alcanzar la "fusión" con otro u otra se convierte en parte del sentido de la existencia. Ese
lugar desde el que se viven esas relaciones ocasiona las dichas más grandes y
también los enormes sufrimientos. En el caso de Ernaux, estas pasiones son
asumidas como un lujo, una forma de rebelarse frente a la vida burguesa de la
familia, el matrimonio, los títulos académicos y el trabajo. Se trata de asumir
la rebeldía con sus consecuencias y ver qué tienen para nosotros: de un lado el
placer y de otro una vía para reconocernos, si entendemos que ser rebeldes es,
sobre todo, ser responsables de lo que elegimos.
Annie Ernaux, La ocupación. Trad. Lydia Vásquez. Madrid: Cabaret Voltaire, 2022.