martes, 1 de julio de 2025

Manifiesto afectivo-político-estético marica antifascista

0

Sobre La frontera encantada, de Giuseppe Caputo

 


Por Paula Andrea Marín C.

 

A Lisa, por las palabras compartidas.

 

Así es como las leyes conservadoras mejor se insertan en cada corazón: amorosamente.

 

Pienso el afecto conservador como un tipo de afecto que acepta y conserva el orden social opresivo. El afecto conservador es el que existe entre alguien que quiere reproducir ese orden (lo sepa o no) y alguien que está jodido por el orden (lo sepa o no).

 

Ya no querer más la caricia que alivia la tortura cotidiana, sino una vida intorturada.

 

Giuseppe Caputo, La frontera encantada.

 

Fragmento, narración poética, análisis, ilustración. Esas cuatro características definen el artefacto verbal (esa intención enfática de crear un lenguaje) que ha construido Giuseppe Caputo en su más reciente libro La frontera encantada; con ellas, el autor contribuye a seguir redefiniendo no solo la forma de la novela, sino de la literatura misma en nuestros días y en nuestro territorio. Caputo, además, y como ya lo había hecho, sobre todo, en Estrella madre, echa mano (sin prevenciones) de lo popular, de lo cursi y de la fantasía, para ampliar los efectos de su poética. Hay dos decisiones que el autor tomó en este libro y que, por el riesgo asumido y la forma en la que lo resolvió, lo llevan (estéticamente) mucho más allá de sus dos novelas anteriores (que, a estas alturas, podríamos nombrar solo como libros): la elaboración narrativa de su experiencia personal, de manera explícita (no el exhibicionismo sino la representación de lo íntimo) y la enunciación directa de su posición política (antifascista, anticonservadora, de izquierda), como una manera de evidenciar que la literatura está lejos de lo neutral, que hoy (más que siempre, más que nunca) la palabra literaria busca movilizar y transformar, desde la intimidad, los afectos, los modos de sentir (quizá los más difíciles de transformar). Para Caputo, la literatura actúa como un regalo que “puede impactar la mirada sobre casi todas las cosas” (La frontera encantada).

 

Caputo ha construido un relato de amor y dolor (desde la experiencia íntima homosexual), en el que nos recuerda lo necesario de mirar la herida de la infancia, el “encantamiento” (la sentencia, el mandato familiar) que ha encapsulado el origen de nuestro complejo de inferioridad (porque todos cargamos con uno o con varios). Se trata, entonces, de mirar para comprender y acoger la herida, pero no para quedarnos, como Narciso, perdidos y justificados en ella, sino para encontrar el anticonjuro, para salir del encantamiento, aunque a veces eso signifique poner distancia de aquel o aquellos que, sin saberlo, fabrican hechizos amparándose en los vínculos “sagrados” de la maternidad o de la paternidad. Todas y todos padecemos algún tipo de encantamiento que, en nuestra niñez, fue pronunciado o gestualizado por algún miembro de nuestra familia de origen. Ese encantamiento nos impide ver la realidad, más allá de la que ha inoculado en nosotras y nosotros ese gesto o esas palabras de aquella persona que debía cuidarnos y amarnos, pero que, por su educación, recuerdos, creencias, convirtió el cuidado y el amor en la proyección de sus miedos y frustraciones y, debido a ello, nos “regaló” un sentimiento de indignidad; esa indignidad se acrecienta en contextos de escasez económica y es en ese encuentro entre la grieta familiar y la situación económica donde emerge nuestra mirada política del mundo. Transformar la mirada sobre la herida y entenderla en ese contexto económico se convierte en un acto de rebeldía porque transforma nuestra posición política.

 

La aceptación del clasismo es la mayor expresión de la posición política cooptada por el complejo de inferioridad, por la indignidad. Con el relato de Caputo, tenemos la certeza de que, a medida que se escala (o que se quiere escalar) la pirámide en la que hemos convertido las sociedades, los mecanismos de distinción se vuelven cada vez más absurdos (ridículos) y que parte del trabajo de rebelión es estallar en carcajadas frente a cada uno de esos absurdos (ridiculeces).

 

Me sorprende la ridiculez de muchos gestos de distinción por su franca inutilidad, me sorprenden a mí, que nunca he bajado los codos de la mesa porque me parece más cómodo apoyarlos en ella (a no ser que la mesa esté coja o que mis codos incomoden a quienes tengo a mi lado), que nunca he dejado un poquito de comida en el plato para que no se me note el hambre, porque, adoro comer y porque, más bien, en casa me enseñaron que había muchos niños muriendo de hambre en el mundo (en el barrio, en la ciudad, en el país) y mis padres mismos en su niñez y adolescencia habían vivido varias veces la incertidumbre de qué comerían esa tarde o mañana. He visto ciertos ojos escaneando mi forma de vestir cuando me ven por primera vez o cuando entro en un lugar, para identificarme con un estrato social o con una marca o almacén de ropa; he escuchado a gente preguntarme de qué colegio o de qué universidad salí para ubicarme en otro estrato social; al principio, esos gestos me desubicaban, porque en mi mundo no significaban nada, porque había otras cosas más urgentes en qué pensar que en dónde vas a comprar la ropa o en dónde vas a estudiar, porque lo importante era poder comprar algo de ropa, lo importante era poder estudiar. Jamás he dejado de carcajearme por temor a la vergüenza de que me volteen a ver, jamás he dejado de preguntar cuando no he sabido cuál tenedor es el de la ensalada, cuál cuchara es la del postre o cuando no sé qué significa el nombre de un plato ni su descripción. Jamás nadie me ha preguntado por mi apellido porque llevo uno de los más comunes en la zona cafetera de este país. Jamás he pensado que debo emparejarme con un hombre que me ayude a subir de estrato. Jamás he ido a un lugar solo porque allí podré hacer contactos útiles, que me ayuden a mejorar mi situación profesional o económica. Me río cuando me preguntan de dónde soy porque viví hasta los 20 años en varias ciudades y pueblos y, así, he pasado de ser la “provinciana” a la “rola”.

 

Sin embargo, entiendo (entre otros, gracias a la sociología y a mi querido Pierre Bourdieu) varias cosas: que si hubiera crecido con otra familia (y con empleada doméstica), en otro barrio o estudiado en otro colegio mi experiencia sería otra y esas circunstancias que me parecen tan ridículas serían muy importantes y hubieran marcado una diferencia muy grande en mi vida; se hubieran vuelto un obstáculo, uno más en el ya largo camino de obstáculos que debemos recorrer quienes no nacimos con el futuro económico asegurado (la mayoría), que me hubiera apegado a ellas y me hubieran hecho muy infeliz, que me hubieran hecho perder mucho tiempo. Sí sé que me costó algún tiempo tener la seguridad (la sensación de merecimiento) para, de vez en cuando, entrar en un almacén de ropa de un centro comercial de la zona más privilegiada económicamente de la ciudad y preguntar con tranquilidad por algo que había llamado mi atención o entrar en un café o en un restaurante de esa misma zona y sentirme segura con el menú que quería probar, porque en esos lugares, la mayoría de las empleadas y empleados han aprendido a diferenciar la atención según la ropa y la actitud de quien entra, porque hacia abajo (si seguimos en la figura de la pirámide que es tan difícil sacar de nuestras cabezas) se reproducen las estrategias de distinción social que se establecen hacia arriba, porque seguimos estando muy jodidos pensando que quien más tiene es quien mejor merece ser atendido, tratado, porque seguimos estando muy jodidos cuando solo algunos pocos tienen derecho a disfrutar las cosas más bellas. 

 

El libro de Caputo es una invitación a quitarnos las máscaras que hemos aceptado ponernos, cuando hemos interiorizado un complejo de inferioridad que se alimenta desde las presiones económicas y sociales externas, pero también desde el interior de las familias; máscaras que han permeado todas nuestras relaciones, incluso las más íntimas (las de la amistad, el sexo y la pareja) y que, por ello, son más difíciles de arrancar. Entre más se asciende en la pirámide social, más máscaras parece que debemos ponernos porque más se sofistican los mecanismos de distinción. Pero cabe la esperanza: cuando sentimos la máscara, hay aún posibilidad de arrancarla; cuando ya no la sentimos porque esta se ha vuelto parte de nuestro modo de mirar, la jaula está cerrada. Me imagino utópicamente un mundo en el que podamos vernos más allá de la belleza hegemónica, más allá de los estratos sociales, más allá de los estándares sociales; a veces, cuando siento que estoy cediendo ante un complejo de inferioridad, trato de interpretar el rol de la Muerte en la película ¿Conoces a Joe Black?: mirarlo todo como si fuera humana por primera vez y, como un niño, como una extraterrestre, comportarme, reaccionar como si en mí no pudieran actuar las ridiculeces de la etiqueta, de la distinción social o del patriarcado. Entre menos atención le prestemos a esas ridiculeces que solo desvían la atención de lo importante (nadie es inferior a nadie, nadie es superior a nadie), más será posible la rebelión, una rebelión que abarca la ruptura con el clasismo y con la exclusión por racialización o por género, y que empieza por preguntarnos, ante cada mandato aprendido, interiorizado: ¿Este mandato social es realmente necesario porque respeta mi libertad y mi integridad y la del otro, o es solo una ridiculez clasista, racista, homofóbica, tradicionalista? ¿Quiero perpetuar la ridiculez clasista, racista, homofóbica, tradicionalista o quiero construir nuevas sinapsis cerebrales antifascistas para mí y para las siguientes generaciones? ¿Cuánto poder le he dado en mi vida a la ridiculez clasista, racista, homofóbica, tradicionalista, cuánta libertad he perdido por la ridiculez, cuán dependiente me he vuelto de esa ridiculez? Y entonces actuar.

 

La mariconería explícita es una forma de carcajada porque amenaza el orden patriarcal y por ello es castigada, estigmatizada, humillada, inferiorizada. Ser hombre y homosexual (ser mujer y homosexual) se tolera en tanto la homosexualidad se mantenga en las formas masculinizadas (feminizadas), porque la “anomalía” se resguarda en la intimidad, en la trastienda. La mariconería es rebelde porque explicita que la deconstrucción de la masculinidad patriarcal pasa por la integración de lo femenino (y viceversa, en el caso de la feminidad). Quien se percibe como marica, asume el riesgo de integrar en él el cuerpo que se ofrece, que puede mostrarse vulnerable. Siguiendo a Guillermo Correa en su libro Amores oblicuos (Universidad de Antioquia, 2023), la escritura de Caputo en La frontera encantada está dos momentos más allá de la literatura de Fernando Molano, allí donde no solo hay que seguir insistiendo en dar lugar a la diversidad, a la “libertad de culos” y de afectos, sino donde se es consciente de que esa diversidad también ha sido cooptada por el pensamiento conservador, por la inoculación de la indignidad, y que salir del disciplinamiento de los cuerpos sigue siendo absolutamente necesario. El efecto de lectura del libro de Caputo se instala, precisamente, en este punto: ya no ser solo cuerpos que producen, que trabajan hasta quebrarse, hasta extenuarse para conseguir avanzar (aunque solo como Sísifos) en la escala social, sino cuerpos que encuentran el gozo (lejos del simple consumismo) como forma de vida. Nuestros cuerpos son el resultado de nuestras historias económicas y afectivas, pero no solo de ello; el deseo que persiste, que, sin embargo, persiste, nos lleva a la frontera, allí donde podemos dejar de reiterar la herida íntima y social, y atravesar el cuerpo del dolor, aunque, al principio, solo sea por el instante milagroso del encuentro (reconocimiento) con un otre.

 

Giuseppe Caputo, La frontera encantada. Bogotá: Random House, 2025.


Author Image

Publicado por Paula Andrea Marín C.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nos gustaría saber su opinión. Deje su comentario o envíe una carta al editor | RC