domingo, 3 de marzo de 2024

"Maestra vida"

0

Sobre Aranjuez, de Gilmer Mesa


Paula Andrea Marín C.

 

Para mi hermano.

 

Dicen que es tu culpa por no haber puesto mejor cara o no haber canalizado la energía, o cualquier otra mierda con términos de moda. Nada de eso. La vida tiene su propia dialéctica, es azarosa y contingente con meneos hipercinéticos e ilógicos, y a veces se está en la cresta de la ola y otras debajo del mar. Nos pasa a todos […] y lo único que puede hacerse es aprovechar el momento de brillo para brillar y el de oscuridad para oscurecerse, con la misma dignidad en el sol como en la sombra, porque la dignidad es lo único que nos permite zurcir los desgarros que nos habitan y que se manifiestan tanto en la buena como en la mala.

 

Esa extraña pirueta de vender lo barrial como moda para las élites que gustan de las expresiones y maneras de los pobres pero sin pobres.

 

Gilmer Mesa, Aranjuez

 

Este tipo de reflexiones caracterizan la escritura de Gilmer Mesa y están muy presentes también en su más reciente libro: Aranjuez, después de haber publicado La cuadra y Las travesías. La editorial (Literatura Random House) presenta el libro como una novela y esta es la que nos encontramos: el narrador –quien ya ha perdido a su hermano en manos de la violencia del barrio­- se encuentra a la espera de que en cualquier instante su padre muera, luego de haber sufrido un ataque cardiaco y tras un largo tiempo viendo cómo se lo lleva una enfermedad degenerativa: la demencia senil, que le va robando los recuerdos, su identidad. En este interregno, el narrador aprovecha para contar historias de su familia y de personas del barrio en el que ha vivido toda su vida –como el mismo Mesa­­-; la novela es, pues, una serie de relatos sobre diferentes personajes a quienes los unen el hilo propuesto por la voz narradora –como en el Decamerón, de Boccaccio- y el hecho de que hayan sido habitantes del barrio y pertenecientes a lo que esa voz ha clasificado como “los sanos” (por contraposición a “los pillos”); “hayan” porque el destino de casi todos ellos será la muerte.

 

Este narrador no oculta sus debilidades: su relación de larga data con el alcohol, como una manera de escabullirse de aquello que le duele y que no sabe cómo manejar, su forma de evadirse de ese dolor encerrándose a beber y a escribir. En tiempos donde progresar significa mudarse de barrio a uno de un estrato social más alto, el narrador ha renunciado a esto para permanecer y observar las vidas que lo rodean, al lado de las que ha crecido. El barrio es Aranjuez, ubicado en un popular sector de Medellín, asolado –como muchos otros más en la ciudad- por las problemáticas de la pobreza: la violencia que surge cuando la justicia solo se conoce al tomarla por mano propia. Esa violencia hace que no importe de qué lado se esté: si eres el que empuña el arma o el que decide estar alejado de ella; solo se trata de estar en el lugar equivocado o con la persona equivocada, o de la imposibilidad de zafarse de una llaga que corroe desde adentro.

 

En esta visión hay una gran dosis de fatalismo, de una desesperanza profunda en el narrador, como si la vida solo fuera un largo callejón cuyo objetivo fuera vernos avanzar hacia la muerte. Las historias de vida que relata ese narrador están cargadas de crudeza, de una estructura que combina la acción con la reflexión, como una crónica meditativa para, finalmente, demostrar una premisa: la muerte es la única dueña y señora de ese territorio en el que habitan seres que siempre están a la defensiva porque viven en la sensación de amenaza constante o porque el daño acumulado es tanto que no se está en condiciones de aceptar más. No es para menos: a la percepción continua de injusticia se une la ley del más fuerte y, en medio de esto, hay muy pocas alternativas, pocos lugares hacia dónde mirar o hacia dónde irse. El afecto familiar, en este contexto, se vuelve un privilegio, así como el amor de pareja o el amor de los y las amigas; estos afectos actúan como oasis en medio de la sed por una vida distinta: una, al menos, en la que no haya que arrebatársela a la muerte cada día. Sin embargo, hasta el amor está atravesado por el miedo a perder lo poco que se tiene, entonces aparecen los embarazos en adolescentes para asegurarse de tener a alguien que las quiera para toda la vida y, en las relaciones de pareja, los celos inmoderados, que son la manera en la que “esta sociedad de desqueridos y excedidos nos ha enseñado a demostrar el afecto, obligándolo y alardeándolo” (Aranjuez).

 

Mesa construye un narrador que se pone al mismo nivel de sus personajes, da cuenta de sus motivos, sus movimientos, sus decisiones, las conoce al detalle y las narra con su propio lenguaje y, al mismo tiempo, se alza sobre esos motivos para reflexionar sobre ellos y tratar de entenderlos para sí mismo y para los y las lectoras; este entendimiento se aleja de la condescendencia de las explicaciones de los “expertos” en violencia y pobreza que viven fuera del barrio. Aranjuez es, pues, un libro sobre un barrio y las personas que han dejado sus vidas sobre sus calles, de la mano de un “malvado que encuentra atroces los actos ajenos pero nunca los propios por idénticos que sean y se arrogan el derecho natural de recomponer lo inadecuado en otros, así coincida plenamente con lo impropio de ellos, porque media humanidad prefiere las ventanas a los espejos” (Aranjuez). Los “malvados” no vienen de afuera: son producto del barrio mismo, porque a pequeña escala toda sociedad repite los ejercicios de dominación de los que es víctima a gran escala.

 

Aranjuez es también un agradecimiento a los padres y un retrato de las masculinidades que, en contextos de violencia y pobreza, ven recrudecida la presión de demostrar la “hombría”, ante la falta de oportunidades reales para cumplir con los mandatos de ascenso social. Excepcional resulta, entonces, narrar historias de hombres que logran sustraerse al mandato patriarcal y caminar de otra manera el hecho de ser padres, hermanos, novios, hijos, amigos; quizás esta sea la razón para que mi relato favorito del libro sea “Las campanas”, todo un ejemplo de ingenio y amor filial. Le agradecemos a Mesa estos relatos de esos otros hombres y también que siga contando las historias del barrio, de la calle, y que haya editoriales y público lector interesado en ellas. Mientras escribo esto, al fondo escucho la voz sentenciosa de Mesa, el rap de Alcolirykoz y la salsa de Rubén Blades. “Y aprendo mucho y no aprendo nada”.

_____ 

  • Gilmer Mesa, Aranjuez. Bogotá. Literatura Random House, 2023.

Author Image

Publicado por Paula Andrea Marín C.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nos gustaría saber su opinión. Deje su comentario o envíe una carta al editor | RC