jueves, 18 de abril de 2024

Reseña | The Zone of Interest

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Por Alejandro Carpio

En mi curso de Cine y Literatura de este semestre estamos viendo adaptaciones fílmicas de cuentos únicamente. The Zone of Interest está basada en una novela de Martin Amis, que no he leído; no voy a proponerles el experimento de lectura a los estudiantes en esta ocasión, pero quiero recomendarles la película comoquiera.
He estado en dos campos de concentración nazi. Hace más de 10 años visité Auschwitz y el verano pasado me di una vuelta por Dachau, que queda a un paso del centro de Munich. Una de las tareas pesadillescas que se llevan a cabo en este tipo de tour es imaginarse el día a día de soldados y presos, asignación grotesca que se ejecuta por obra y gracia de la curaduría de lo que son básicamente museos del terror y la peor de las memorias históricas. Las imágenes de los días soleados y rubios que retrata Glazer, por lo tanto, me resultaron familiares de una forma extraña y nauseabunda.
La película relata la vida de varios soldados alemanes que viven junto con sus familias justo al lado de un campo de concentración. No vemos demasiado de los presos judíos; asistimos, sin embargo, a escenas domésticas y cotidianas de la vida de los alemanes. Por ejemplo, un pasadía en el campo, una conversación en medio del desayuno, una visita al jardín de la casa, una reunión de negocios, etc.
El horror a veces depende del audio, como en la escena en que una mujer alemana se aplica lipstick mientras escuchamos "los trabajos" del campo de concentración. Como sucede con Downfall, The Zone of Interest nos presenta el tétrico punto de vista del fascista agresor y sus seres amados. El ejercicio interesante de Glazer no pretende vilipendiar a los nazis de los 1940, una tarea que ya se ha perpetrado abbastanza, sino requerir que nos veamos a nosotros mismos como los nazis.
Mucho más inteligente que el Hollywood que tres decenios antes premió Schlinder's List (otra película hermosa, aunque cobarde en un sentido en que The Zone of Interest no lo es), el jurado de la Academia este año premió una reformulación de la banalidad del mal, un concepto que articuló la filósofa Hannah Arendt, difícil de digerir en su plenitud. ¿En qué consiste eso de la “banalidad del mal”? En un momento de la película los subtítulos leen "Heil Hitler, etc." mientras vemos a alguien limpiándose los genitales: esto resume todo lo que uno, como profesor, podría dilucidar sobre el punto de Arendt en una presentación frente a la clase. Relacionarlo con los ataques del 7 de octubre, no obstante, es ya un acto de terrorismo mental, al que exhorto.
Gaza ha sido descrito como un campo de concentración por gente con credenciales mayores que las mías. ¿Es acaso una exageración? ¿Acaso es Gaza eso? ¿Será preferible, quizás, la analogía de la Suráfrica "apartheid"? Pues resulta que el presidente surafricano recientemente describió a Gaza como “a concentration camp where genocide is taking place”, haciéndose eco de la expresión de Norman Finkelstein, quien describe a Gaza —con argumentos que me parecen sólidos— como el campo de concentración más grande del mundo. El 7 de octubre, varios militantes de Hamas atacaron —entre otros blancos civiles y militares— un rave party que se estaba llevando a cabo a menos de 6 kilómetros del campo de concentración, lo que nos obliga a hacernos una serie de preguntas incomodísimas, luego de ver The Zone of Interest. Creo que el esmero y la destreza con que Glazer filmó su película reclama del espectador este tipo de pavorosa consideración.
If you ask me, ninguno de los personajes de la película merecía morir asesinado. Tampoco me da el cuero para justificar el ataque a civiles del año pasado. Como el resto de los mortales, desconozco las condiciones específicas en que ocurrieron los asesinatos del 7 de octubre, pero los asesinatos deberían ser tratados como casos de asesinato. También entiendo el argumento de Finkelstein de que, si nos alebrestamos, podemos escuchar un terrible eco histórico que nos remite a la Revolución de Nat Turner (1831), las misiones violentas del pastor John Brown (1859) y las revueltas del Gueto de Varsovia (1943). Finkelstein no lo comenta, pero también podría factorizarse la Matanza de Blancos en Haití de 1804. Es bien jodido verlo de esa forma, pero es cobarde y deshonesto evitar planteárselo. Algunos elementos de la izquierda woke ya lo han asumido y en los sectores más radicales del Tercer Mundo parece "obvio". Nada de esto justifica el 7/10, claro está. Pero la excusa del actual genocidio de Gaza es que unos militantes asesinaron gente inocente que vivía y bailaba al lado de un campo de concentración, inocentes como muchos de los personajes que protagonizan el trabajo de Glazer.
A veces el cine despierta recuerdos, pero a veces presagia el futuro de una manera que debería confirmarnos el hecho de que Dios no solo existe, sino que se manifiesta misteriosamente a través del cine de cuando en vez. De aquí a unos años será "safe" reconocer la ironía de que haya sido un heroico artista judío, en medio de los Óscares, quien tuviese que venir a denunciar no el genocidio de los 1940, sino el de los 2020, entre tanto otro celebrity cobarde (incluido Bad Bunny) que desaprovechó la oportunidad. Me recuerda a mi héroe y autor favorito Harold Pinter (judío también, for all that matters), cuando empuñó su discurso del Nobel, casi sin voz, para denunciar la complicidad entre Tony Blair y George W. Bush en cuanto a la destrucción de Irak.
Además, es un placer mirar esta película. Visualmente es muy chula y "crafty". Cada toma está diseñada con composición formal y cromática como portada de revista. La paleta de colores cremosa (y por momentos no "lollypop", pero sí bajo un espectro de "dulce" distinto al chocolate-avellana que se usa a lo largo de la película) y el diseño de arte son espectaculares. En las últimas escenas, la cámara que opera el polaco Lukasz Xal retrata el campo de concentración hoy día, con una distancia irónica brutal e incómoda. Por momentos la película cambia a un formato en blanco y negro extraño, estilizado, como de negativo fotográfico, y la voz narrativa nos obliga a imaginarnos que estamos en un cuento de hadas macabro. La suma de estos elementos me sugiere que esta es una obra de arte en un sentido muy esencial.
La película se filmó antes de que ocurriera el 7 de octubre, es importante recordar. Su valor se amplifica porque el contexto histórico actual multiplica sus lecturas. Propongo este milagro como evidencia de que Dios (que, como no es omnipotente, no tiene de otra) se comunica con nosotros a través del séptimo arte y nos invita a mirarnos al espejo.
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Publicado por Alejandro Carpio
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autores. Revista Corónica es una publicación digital. ISSN 2256-4101.

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