El espacio físico sin límite que nos acoge es similar al que se puede observar en nuestra mente.
CUERPO (La base)
Lo más evidente se nos escapa, apenas prestamos atención a nuestro cuerpo, a su funcionamiento en todos los aspectos. Por lo general nos relacionarnos con nosotros mismos y con los demás desde la cara y los hombros, la espalda protesta y duele porque no la tenemos en cuenta, ojos y oídos son nuestra cámara mientras el resto funciona casi por reflejo. El olfato nos falla por instinto poco entrenado, el gusto es cambiante, el tacto parece ser el único sentido corporal fiable.
Empecé a ver una excelente serie británica: 'Esto te va a doler". El protagonista es un médico joven de obstetricia y ginecología de un hospital público londinense, disponibilidad 24/7, con un sueldo de miseria y apenas vida personal. Entre un guion trufado de humor negro y las pacientes a punto de o en situación de parto, las imágenes van desgranando este comienzo de nuestras vidas sin mucho filtro: el cuerpo, sus fluidos y los fórceps, las epidurales o cesáreas de riesgo se van mostrando de manera muy física, entre la vida y la muerte.
Todo esto me volvió a recordar que, más allá de grandes teorías o extraordinarios proyectos, la base por la que estamos vivos en esta tierra es la misma para todos. Nacemos entre condiciones nada agradables, más allá de partos naturales o, lo que es más habitual, quirófanos helados bajo un chorro de luz entre profesionales médicos que apenas conocemos. Esa experiencia de llanto inconsolable cuando se abren los pulmones y la luz nos quema los ojos aún ciegos, el sufrimiento indecible de abandonar el refugio. Esa seguridad de nadar en líquido amniótico, sin más interés que estar ahí, donde el universo nos cuida, hace más dramático el inesperado contacto con el exterior que nos sobresalta y duele.
El cuerpo es nuestro testigo más fiel, y solemos olvidarlo entre ideas de todo tipo, pensamientos transparentes y ensoñaciones ideológicas.
El cuerpo, la seña más evidente de identidad, el relámpago, el destello, el flash extraordinario y boquiabierto que nos permite reconocernos entre dos inmensos periodos de oscuridad maquillados con polvo de estrellas.
El cuerpo, ese gran olvidado, reprimido en buena parte de las disciplinas religiosas. Lacerado y escarnecido como representación del mal, de lo impuro. Escondido bajo amplias ropas o reconocido como el deseo insaciable, alimentado en exceso o puesto a prueba en hambrunas sin fin, identificado por el hábito como lo único existente, base del apego o la aversión.
El cuerpo como referencia, como eje central, respirando desde el pasado hacia el futuro y viceversa.
Partiendo de la división de la materia que no puede dividirse más, desde lo inconcebible, imaginar cómo, desde ahí, empiezan a integrarse las diversas partes nucleares y otros microelementos, hasta formar el cuerpo que se mantiene aparentemente compacto gracias a la velocidad con que los átomos giran sobre sí mismos. Una realidad extraordinaria, extraña, indefinible.
Una forma que puede caminar sobre la tierra por la ley de la gravedad que le impide flotar, despegar, irse.
Ahí está el cuerpo con una innegable y rotunda, a la vez que frágil, presencia y sus necesidades: respirar, comer, descansar, protegerse del frío o del calor…
Respirar con los árboles, las plantas, el mundo vegetal y sus procesos vitales.
Comer, alimentarse de otros animales, frutas o vegetales que necesitan de los minerales para vivir, crecer, multiplicarse, seguir generando materia, formas, cuerpos.
Descansar al abrigo de la intemperie para no helarse o deshidratarse, para no ser devorado por otros.
Lavarse, beber del agua que adopta forma de nube o hielo, de impetuoso torrente o suave cauce, lluvia dentro y fuera del cuerpo, interrelación sin referencia.
Los cambios del cuerpo bajo las estrellas, en algún lugar de la nebulosa, del Cosmos, aumento o disminución de la energía, estados flexibles o crispados, salud, enfermedad, creación conservación y destrucción en cadena de células y otros diminutos componentes que apenas consideramos.
¿Realmente hay algo grande o pequeño? Como es arriba es abajo… otra vuelta de tuerca, tal vez se trate de ti… El motor del cuerpo, corazón, respiración y circulación bajo el dictamen de la mente, ese inmenso espejo… En el principio, dicen, fue el sonido AH! Pero ahora, aquí, casi toda la información está representada en el cuerpo: el karma o multiherencia, el ADN, los procesos y sus cambios…
Y la mente, observando a través de este cuerpo que dibuja y señala como un mapa nuestra existencia, parece dirigir la forma, el vehículo, la máquina, el ingenio que se mueve, cambia, se transforma.
¿No oyes todas las voces que conforman el oído, las imágenes que alimentan tu vista, las pieles y superficies que reconoce tu tacto, todos los olores que identifica tu olfato, los sabores que cataloga tu lengua?
La localización del cuerpo, grano de arena tumbado, sentado, acostado o en movimiento sobre el planeta Tierra que gira alrededor del Sol en órbita casi constante estabilizada por la Luna.
Equilibrio perfecto de astros y otras innúmeras masas, sistemas, galaxias, en un coordinado movimiento de milimetrada relojería.
El cuerpo emergiendo de un remoto pasado, transformándose a cada nuevo nacimiento en una nueva figura. Ahora hombre, antes mujer, luego víctima o verdugo, buda, villano, pintada la piel por los diferentes colores del espectro. Emergiendo en cualquier punto cardinal, emitiendo sonidos de las más diversas inflexiones, pronunciaciones o tonalidades, de cambiantes alturas y anchuras. Todos los seres representados, cada vez, en una única y limitada forma con fecha de caducidad.
El cuerpo como referencia, no como identificación, como mapa interactivo que indica y señala nuestras formas, modos y maneras, agrados y desazones. Algo en que fijarse, observar, una rendija para mirar a través de nuestra ignorancia e intentar ver la procedencia, el destino, parar… ¿quién soy?
PALABRA (Doble o Nada)
La gente trata a menudo de discriminar entre pensamientos 'buenos' y pensamientos 'malos', como intentando separar la leche del agua.
-Chögyam Trungpa-
Hacemos demasiado ruido. Se transparenta nuestra necesidad de conflicto, la repetición de nuestras certezas personales reflejándose en galerías de espejos.
Nos empeñamos en encontrar cómplices que validen nuestra perspectiva, algo posible y probable sólo hasta cierto punto y que suele acabar en rechazos y separaciones ante la imposibilidad de que los otros ratifiquen lo que sólo vemos, vimos y veremos nosotros. A ellos les pasa lo mismo.
Fijamos la imagen, el sonido, la proyección y la repetimos, con pequeñas variaciones, hasta hacerla sólida, densa, intransitable.
Trazamos proyectos sin fin desde nuestra zona de seguridad, avanzando hacia ningún lado viniendo de ninguna parte. Pereza activa, le dicen los lamas a este baile de clones que intenta negar el cambio constante e imparable.
De la casi infinitud de pensamientos posibles y sus ideas derivadas de la actividad de pensar, elegimos unos cuantos: los más familiares, los reconocibles por tradición o hábito, y representamos el artista, el asalariado, político, empresario, el revolucionario o el evolucionista, el conservador, espiritista, caimán o hacedor de rituales, hombre mujer o viceversa, niño, guerrero, pacifista, innombrable. Cualquier papel posible, entre todos los personajes probables, en el que aplicamos nuestra limitada visión del mundo para deleite o dolor de cabeza del resto de mortales.
La red virtual que nos acoge y proyecta es un invento que destapa y amplia esta actitud narcisista y llena de necesidad de convencer, de compartir/impartir, de ser aceptados, por una gran o pequeña mayoría, tal como somos; sin tener claro qué significa, quiere decir o implica eso.
Los que acusan a los demás de ser diferentes, de pensar de otra manera, suelen ser de poco recorrido, de no pararse y ver que no miran, no oyen y, por tanto, no escuchan. Hay alguna, aunque en el fondo no tanta, diferencia con los que reflexionan, observan, sienten con calma... si no se sale del círculo vicioso de creer estar en posesión de la verdad, de querer tener razón desde la ignorancia o el disfraz de los grandes ideales, estamos en lo mismo.
Tal vez lo diferente sería darse cuenta de la dificultad de avanzar o superar ciertos automatismos que se hacen más evidentes y, en apariencia, más claros si están pintados con la tonalidad de lo espiritual o científico, de una supuesta manera inteligente de ver las situaciones, los lugares, los humanos y otros animales visibles e invisibles.
En general, nos resulta más cómodo aplicar los viejos prejuicios a los nuevos descubrimientos que recolocar el tablero y jugar la partida con otras reglas más amplias y creativas. No sé si esto es posible, tal vez a pequeña escala algún individuo pueda liberarse de este férreo esquema psicológico que nos hace girar en círculos. Algunos pensadores y meditadores han afirmado que la mente humana apenas puede salir de los esquemas del hábito, por una cuestión fisicoquímica. Si esto es así, y eso parece, apenas nos quedan dos opciones: seguir en el conflicto interminable presentando nuestras credenciales sin parar, o hacer una pausa, luego otra y otra, relajarnos y mirar sin expectativa alguna, aceptando o comprendiendo que nada sabemos. Por ahí, quizá, podría abrirse un hueco en nuestro caótico espectáculo.
Pero eso, cómo todo lo demás, es otra historia y, quién sabe, igual alguien supo/sabrá o pudo/podrá vivirlo. Si eso se diera, contarlo no serviría de mucho, tantos libros y nada, parece absurdo seguir intentándolo ¿para qué, para quién, hay alguien más? Dado lo visto, pestañeado, los experimentos… no parece esta intención, supuesta ayuda, tener mucho recorrido.
Ser quienes somos es el gran desafío, la cuadratura del círculo, el huevo y la gallina, la tragicomedia de lo imprevisible, el amanecer sin noche, la película.
MENTE (Un malentendido inacabable)
Le damos de comer a una máquina todos los datos disponibles con los que pueda formar historias, fotografías, vídeos, sonidos, voces, música... la inteligencia natural se suicida con mucha algarabía inconsciente, arrojándose de cabeza en otra cosa artificial a la que regalamos, sin mayor vacilación, el título de inteligencia; la nuestra no queremos usarla.
Con esos resultados digitales llenamos la red virtual, proyectamos realidades artificiales, vociferamos propaganda robótica, desangelada, fría y metálica, al servicio de la nada.
Mientras, seguimos dormidos ante las pantallas, absortos en nuestros pequeños egos de caramelo y dejadez, con la niebla en la mirada y los oídos.
Podríamos utilizar todas las teorías e inventos para reflexionar sobre ello e intentar comprender, evolucionar como seres humanos... pero preferimos inventar mentiras y expandirlas por el planeta, intercalándolas entre nuestra preciosa o terrible vida, pero existencia en cualquier caso, alimentando los miedos para llenarlo todo de confusión, ignorancia y sufrimiento.
El mundo se va desmoronando, infectado de esta falsa realidad que llena las noticias, las leyes, los acuíferos. El mundo, nuestra construcción tan evidente, está matando el ánimo, las ganas, la alegría de intentarlo, de vivir.
La interacción entre las IA puede generar o llevar a un colapso total de las neuronas o, justicia poética, de las diferentes IA y sus Gemini, Sydney o Chats numerados. Es posible y parece probable, que a partir de ahí no haya vuelta atrás o, como el ave Fénix, renazcamos de las cenizas de nuestra estupidez y escribamos nuevos guiones de aparente lógica, relatos o poemas de lata para un paraíso y un público perdidos en el espacio irreal de la medida sin márgenes y el ensimismamiento sin pausas.
Entre tanto, arden los bosques, llueven las sequías o se inundan los soles. Las pocas moscas que aún vuelan se persiguen a tiros. Reaparecen los terrores dormidos, crecen las lianas en selvas desnudas, inunda el ambiente el olor a gasolina. Todo esto es virtual, en realidad no ocurre nada, una tragicomedia sin emociones, salvo que este caos inasible, bien organizado y sistemático, empuja su aliento maligno entre las costuras de nuestras máscaras y se convierte en violencia contra los desarmados, en guerras para vaciar las fábricas de armas, en ansiolíticos y drogas varias para paliar la agonía, la neurosis, la muerte de la esperanza. Aunque, desde la Rayuela, nos recuerda Cortázar: Probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose.
Tenemos que hablar fuera del círculo de tiza, del repiqueteo de las teclas, de la noche de las pantallas.
Hemos de recuperar lo imposible, los errores, la duda que nos mantiene en el espacio ilimitado. Si quisiéramos, tal vez podríamos. Nuestro potencial permanece a la espera, tal vez dormido nos susurra lo impensable… ¿Hay alguien ahí?
SIN TÍTULO CONOCIDO PARA EL FUTURO (Post data)
La molicie que nos lleva... cambiar el decorado parece ser lo único que hacemos, una y otra vez. Un juego macabro, otra tirada de dados, recordando a Cyrano, a Hamlet, a los cuentos de hadas.
No solemos usar las posibilidades mejores de estos tres intermediarios para una investigación:
El cuerpo tan evidente, la palabra y sus sonidos más claros, la mente y sus ofertas más creativas.
El bocado de la manzana del árbol del conocimiento parece que no era el más sabroso, el de mejor jugo, el adecuado. Seguimos en la línea de la ofuscación, el ensimismamiento, del mirar hacia otro lado. El plazo se acaba y sin embargo…
José Alias, primavera 024. Madrid Sur.
De clones, ciborgs y sirenas.
ResponderBorrarEn cuerpo, palabra y mente.
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