Por @stanislausbhor
En junio de 1956 los televidentes norteamericanos deliraron con un programa de televisión, Lost, dirigido por Arthur Penn. La historia narraba el caso de un hombre que se encuentra en un hotel de la ciudad de Nueva York sin ninguna idea de quién es o por qué está ahí. La sinopsis describía así el programa de televisión: “A través de un coro de voces formado por amigos y familiares, los espectadores empezarán a dar respuestas a las preguntas del protagonista (Walter Uhlan) que deberá ir a través de un período de agonía en el limbo de la amnesia por la ciudad de Nueva York.” El programa estaba protagonizado por Steven Hill como Walter Uhlan y Sally Gracie como Arlene, Vivian Nathan como Mildred, Katherine Squire como Rita, Frank Campanella como el Taxista, Frank Londres como Johnny y Sada Thompson como la Enfermera (entre media docena de actores más en reparto: Victor Thorley, Anne Hégira, Chris Gampel, Fred Herrick, Joe Verdi, Allen hoja, Dotts Johnson, Ace Adams, Joe Bernard, David Picken) y dicho argumento se basaba en una de las investigaciones clínicas del periodista y médico Berton Roueché, quien durante 50 años habría de convertirse en uno de los reporteros estrella de la revista The New Yorker.
Muchos años después, los argumentos de las investigaciones de Berton Roueché, detonarían para el productor David Shore en la idea argumental para un programa de televisión muy exitoso de la cadena norteamericana FOX. Los nodos centrales de cada capítulo de la serie abordaban siempre dos ejes argumentales: las vidas privadas y las investigaciones médicas a que se enfrentaban diariamente un equipo de diagnóstico en un hospital de New Jersey. A la cabeza del equipo, y como centro protagónico, estaba un internista anárquico, escéptico, cínico y mordaz, cuyos comentarios sobre la vida y la política y la educación y la sexualidad y el amor y prácticamente toda actividad humana estaban cargados de aguijón: House M.D. Protagonizada por Hugh Laurie, la serie iniciada en 2004 se extendió a lo largo de ocho temporadas a una audiencia millonaria y obtuvo numerosos premios del gremio. La serie de televisión, imaginada por Shore, tomaba los casos más extraños de la medicina y, para darles verosimilitud, el equipo de producción y guionistas (uno por cada programa) solían buscar asesorías con especialistas en enfermedades raras para las que se haya encontrado diagnóstico (el fin era mantenerse en los márgenes de la verosimilitud). Los casos investigados por Roueché (20 libros en 50 años de reportería) fueron entonces tomados como modelos para el detectivismo médico de Doctor Gregory House: las picaduras raras de insectos tropicales, el escurridizo lupus, los caminos secretos de la viralidad y las intoxicaciones insólitas eran los casos que más se prestaban a giros repentinos. La intriga para cada capítulo se organizaba con un contrapunto: la investigación propiamente sobre el caso, y la investigación paralela que adelantaba el jefe (para revelar las relaciones entre su equipo médico o bien para ejercer una de sus caracterizaciones esenciales: las bromas pesadas como una de las bellas artes). De modo que la intriga se mantenía desde la primera escena (en que alguien sufría un accidente o un ataque hasta la final en que el caso se resolvía muchas veces por un giro casual) al haber 3 focos de tensión. El final de la serie (para quienes se abstuvieron de verla en internet) se transmitió por la televisión (sin cable) de América Latina en el canal Universal la última semana de Junio de 2012. Según la reseña, concluye así (aclaro que aun no lo he visto, porque apenas voy en la cuarta temporada): “La octava temporada comienza con House cumpliendo condena en prisión por haber estrellado su auto en la casa de Cuddy. Con la ayuda de Foreman, negocia su libertad condicional y le permiten seguir al frente del Departamento de Diagnóstico. Cerca del final, se descubre que Wilson padece de cáncer y le quedan sólo cinco meses de vida. House, tras hacer colapsar las cañerías del hospital y atentar contra la seguridad del mismo, se ve obligado a volver a la cárcel a cumplir su condena, la cual le impediría compartir con su amigo sus últimos cinco meses de vida. House aprovechando, como siempre, circunstancias del caso, logra fingir su muerte y luego del funeral se presenta ante Wilson, quien siendo el único que sabe que este en verdad sigue vivo, se va con él a pasar sus últimos meses de vida.” Fin.
Berton Roueché |
Los casos clínicos resultan hoy uno de los folletines más distintivos y exitosos de la industria del entretenimiento en Estados Unidos y se han convertido en mercancía tipo exportación al resto del mundo, pese a las deficiencias de los sistemas de salud. La salud del mundo, como todos saben (y tarde o temprano acabaremos por verificar en nuestro propio pellejo), es un pretexto para otro negocio de fondo: la industria farmacéutica. A los norteamericanos les resulta efectivo hacer melodrama con el dolor, pese a la privatización del sistema de salud que pone el costo de investigaciones médicas (a ese nivel) dentro de un subgénero de la ficción. Pero los guionistas del programa se dedicaron a soslayar las minucias presupuestales, los tiempos muertos de las recuperaciones y las exclusiones del sistema de salud real y se centraron en representar casos raros como argumentos dramáticos. Amparados en el in-medias-res, empezaban cada caso con un momento de crisis y, saltando de clímax en clímax, lograban convertir un caso médico en 45 minutos de pura acción (con una que otra salpicadura de kétchup, dosis de melodrama sentimental y muchos primerísimos primeros planos a las llagas, heridas y operaciones). Conseguir empatía con personajes perseguidos por una grave enfermedad en un mundo saturado de amenazas permite convertir a la enfermedad en un villano antagonista, y a los investigadores médicos en benefactores del amenazado. Ante un enfermo llevado al extremo y un médico que prioriza el diagnóstico (incluso por encima del bienestar del paciente), paradójicamente, el representante de la ciencia es quien se convierte en héroe. El antagonista en House es siempre un enemigo misterioso: la enfermedad, o los que ayudan a que prolifere.
De otro lado, los reportajes sobre investigaciones clínicas de Berton Roueché no son iguales a la serie que produjo un interés viral por sus escritos. Sorprenden por un enfoque adicional que lo hace distinto a sus folletinescos discípulos: a la organización del material recopilado en la reportería (entrevistas a pacientes, familiares, médicos y especialistas) añade Berton Roueché una investigación erudita sobre la historia de los medicamentos, de los instrumentos clínicos y de la medicina. Es decir que el fundamento de sus investigaciones está justamente sobre lo que la televisión elude. Sus reportajes siguen vivos, no porque sean casos insólitos de la medicina en el siglo de la técnica positivista, sino porque agotan el material con que se llegó a establecer una incógnita de siglos de duración, y esto se logra con deducciones e indagaciones paralelas, ajenas al drama narrado.
Demencia fue publicado por primera vez con título original Lost en 1954 en la sección Anales de medicina de la revista The New Yorker. Narra el caso de Walter Uhlan, un hombre acobardado por el miedo a la responsabilidad de mantener a flote el negocio de su suegro que pierde el control de su mente mientras vive una psicosis del fracaso. Uhlan se despierta una mañana en un hotel de Nueva York sin saber quién es, qué hace ahí y a dónde va. El único mecanismo para conjurar el pánico y el estado de alerta es deambular hasta la extenuación por el paisaje de fondo de Nueva York. El caso fue conocido por Roueché debido a una nota de prensa aparecida en 1950. Para este reportaje el periodista ha decidido borrarse y orquestar los testimonios del médico, de la esposa y del protagonista para reconstruir ya no la curación sino la enfermedad: el caso sorprendente de la sintomatología de un amnésico y las posibles causas que llevan a que un cerebro se proteja del estrés y la presión del medio y de los dramas emocionales mediante el olvido. Para este caso emblemático, el reportero ha decidido intervenir de forma adyacente. Lo hace como curador de los testimonios. Y esto compone un registro más entre la variedad de estilos de un periodista que entrevistaba por días a sus investigados para concentrar toda la información pertinaz en un puñado de intensas páginas.