
Jair Villano
Y
por favor, miénteme
Fernando
Araújo Vélez
Sílaba,
Medellín, 2017, 226.
En
El concepto de ficción, Juan José Saer merodea sobre varios asuntos, entre
ellos sobre la literatura histórica, de la cual dice: “No se reconstruye ningún
pasado sino que simplemente se construye una visión del pasado, cierta
imagen o idea del pasado que es propia del observador y que no responde a
ningún hecho histórico preciso. La pretensión de escribir novelas históricas -o
de estar leyéndolas- resulta de confundir la realidad histórica con la
imaginación arbitraria de un pasado perfectamente improbable”. Lo que en otras
palabras quiere decir que un autor puede hacer un aporte sobre una versión de
la historia, pero no escribir la historia. Puesto que un escritor parte de unas
bases (un contexto, un entorno) y un acervo de lecturas, el solo acto de
escribir modifica los hechos y/o acontecimientos que se han presentado en un
período. En suma: el autor los direcciona en función del entramado que pretende
enseñar.
Pues
bien: Y por favor, miénteme, de Fernando Araújo Vélez, es una novela que se
inscribe en esa literatura que enseña una verdad de los hechos, sin pretender
que esa es la única verdad. Es interesante: en el mismo libro, uno de los
narradores lo señala: “Ustedes compraron la Historia, que era la verdad,
Helena. Contrataron historiadores y pagaron libros de texto que dijeron su
verdad, y la divulgaron desde ministerios ocupados por ministros que ustedes
designaron, amparados en leyes que otros como ustedes promulgaron. Los llamaron
estatutos, y ante cualquier duda, la respuesta era “los estatutos lo dicen
así”. Su historia era y fue la verdad, la verdad de los ganadores, a quienes
después les erigieron monumentos que inmortalizaron sus proezas y su vida y sus
maneras de pensar” (155).
He
ahí el primer acierto, ¿Cuál? El del relato de los Vila, la familia que
“industrializó”, refundó y manejó la Cartagena de principios del siglo XX a su
antojo. Es precisamente en la historia de Joaquín F. Vila , en el acta de
Padilla, en la elección presidencial de Rafael Reyes, que el autor reúne los
elementos para decir su verdad, y con ella demostrar que ella no es una, que
pueden converger o divergir varias, porque tal vez le asiste razón a Nietzsche
cuando dice que “no hay hechos, hay interpretaciones”.
La
manera en que es presentada la explotación y la perfidia de esa clase
dirigente, -la misma que ha vapuleado el país desde lo siglos de los siglos-,
es a través de varias voces, varios personajes, varios relatos, aunque todos
edulcorados con una prosa lírica y ágil, que se desliza en párrafos extensos y
frases cortas, que utiliza el polisíndeton y el asíndeton como un recurso y no
como un artificio innecesario. Asistimos al terreno prosístico de un autor que
hace de su pluma el corredor de un estilo, como se puede comprobar en esa
columna atípica, -El caminante-, en la sección dominical de El Espectador.
Dichas
cualidades contribuyen en el otro aspecto abordado en Y por favor, miénteme, a
saber, el amor, el desamor. O para ser preciso: los alcances, los delirios y el
frenesí, que se desprende de la frustrada relación entre Helena Vila Pombo y
Alfredo Veliz, y del desenfreno de Dioniso Vila, -su primo-, por ella.
Conviene
detenerse en Helena, pues en esta hay una clara representación de una mujer que
para huir se hace pasar por vesánica. Una ironía interesante, ya que para no
ser presa de su marido, para obtener la libertad, para ser libre, apela a la
locura, porque así ha sido concebido el libre albedrío, como una actitud de
gente delirante. Todo esto queda claro no más comenzando el libro: “Dime algo,
lo que sea, mija, pero dime algo. Helena quería responder, abrazarse con su
madre en un abrazo sin fin, pero ceder en aquel instante era aceptar ante el
mundo que su encierro había sido un capricho de niña consentida, y nadie
comprendería la gravedad de la situación, la gravedad de su situación. Si
aguantaba más, el capricho ya no sería capricho, sería locura, embrujo, un acto
del demonio, algo profundo e importante que solo podía ser tratado por monseñor
o por un médico” (11).
Y
entonces se plantea vivir en mentira para poder ser en verdad, en el caso de
Helena; rescatar la verdad de la falsa
verdad, en el caso de Roldán; y acudir a la mentira como atenuante de la
difícil realidad, en el caso de Dioniso, quien en una epístola le pide a su
adorada –y que funciona para explicar la idea de este párrafo-: “(…) Miénteme,
que las mentiras a veces son un bálsamo, y a estas alturas, yo las prefiero a
esta eterna culpa que me corroe” (137).
El
amor y su añoranza termina siendo un aspecto fundamental en la primera novela
de Araújo Vélez, “libertad no conozco sino la libertad de estar preso en
alguien/ cuyo nombre no puedo oír sin escalofríos”, escribió Cernuda, y de
alguna manera eso resuena en Y por favor, miénteme. Una novela que hace lirismo
con la historia y con la historia lirismo, que celebra el amor y lo padece, que
busca la verdad pero se guarece en la mentira. Una pieza destacable en las
letras colombianas.